El espacio público como símbolo de responsabilidad compartida, ¿no? Hoy, la idea de espacio público, vinculada al espacio público urbano, es insuficiente. Por eso es interesante la idea de espacio común. En el ser de mediación que es el hombre, lo público pasa por emisión de signos y señales que establecen la comunicación. Ante todo, la palabra. Y, como nos enseñó Kant, hay un uso privado de la palabra y un uso público: la palabra que tiene vocación de universalidad. Es la palabra política en las sociedades democráticas. Los medios de comunicación toman demasiadas veces la palabra pública en vano.
Sin embargo, la creación de espacios comunes de generación de opinión y de propagación de propuestas y proyectos debe ser una prioridad. La privatización masiva de los medios públicos ha dejado a la izquierda a la intemperie, a pesar de que se hizo con su lamentable complicidad. La promiscuidad entre dinero, información y política es total. Los partidos son financiados y chantajeados por el poder económico; las empresas de comunicación, endeudadas, dependen de los créditos de los bancos y de las ayudas de los gobiernos. Las redes sociales ofrecen una oportunidad, pero plantean muchas sombras, al convertirse en exhibición de la intimidad.
– ¿Cómo jugó el CCCB (Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona) respecto de tu idea de la ciudad?
El CCCB fue una pura casualidad. Jamás había pensado meterme en un asunto como ese. Confirma aquella idea, que a mí me gusta repetir, de que nunca debemos olvidar que todo podía haber sido de otra manera. En 1989, Manuel Royes me sondeó sobre la posibilidad de crear un centro cultural desde cero y sin apenas cahier de charges. Era una oportunidad única y dije que sí. Y me permitió crear un instrumento que fuera lugar de creación, de pensamiento y de acción cultural, desde un punto de vista abierto y cosmopolita. Pensé que lo mejor que sabe hacer Barcelona es “ciudad”, como demostró en los años ochenta. Y que la ciudad es el lugar de convivencia entre extraños y de aprendizaje de vivir en común gente diferente, y que en este terreno se jugará el futuro de nuestras sociedades.
Y así se hizo, con dos motores: la curiosidad como motor y la pasión por la cultura como actitud. Siempre he dicho que el CCCB era, por encima de todo, una manera de hacer, un estilo, una actitud. Ahora hay nubarrones sobre Barcelona, en manos de gente que cree poco en ella o que la ve subalterna en relación con Cataluña pero, más temprano que tarde, Barcelona volverá.
Ana Basualdo
Pongo el móvil encima de la mesa, toco el ícono del grabador y le hago preguntas para este periódico digital: “Periodismo a pesar de todo”… El mundo (el trabajo, el negocio, la izquierda y la derecha, la escuela, la cultura, la índole de los medios de comunicación y sus procedimientos…) ha cambiado hasta lo grotesco, hasta la tentación de la melancolía, pero sería indecente no empeñarse en el análisis del actual “nihilismo”; en descifrar y combatir frases infecciosas como “es lo que hay…”. Los tópicos, ese subgénero fascistoide que, como el Demonio, nos ronda en la oscuridad y al que Ramoneda persigue por un camino que viene de las Luces. La crisis no es “lo que hay” de modo inevitable porque no es inamovible, ni está inmóvil, ni es inoperante.
«Crisis, desde su origen griego, es disyuntiva y decisión”, escribió en La izquierda necesaria, su ensayo más reciente. ¿Es la expresión “marca España” uno de esos tópicos?
Proviene de la Transición, de la idea de una Transición bastante bien construida y sin precedentes de un régimen dictatorial a uno democrático. Del mismo modo que, a partir de una transformación urbanística en ocasión de unos Juegos Olímpicos, empezó a hablarse de una “marca Barcelona”. Quizá entonces no se usara esa expresión, pero es que estamos en la culminación de un proceso de mercantilización del mundo entero y el lenguaje mercantil lo domina todo (la política, la estética, la moral), ya que la tiranía de la derecha neoliberal ha logrado convencer de la existencia de unas leyes básicas de la economía fuera de las cuales no hay salvación posible: unas reglas inevitables como las de la naturaleza. Con “marcas”, pues se pretende indicar que se compra y se vende.
En cambio, los “modelos” no se compran ni se venden sino que sirven, en todo caso, como referencia. Y la Transición española pudo efectivamente influir sobre procesos de transición política en algunos lugares del mundo, aunque después, en países de América del Sur lo hicieran mejor que nosotros, por ejemplo en Argentina, donde algunos responsables de crímenes del pasado fueron condenados y en España no fuimos capaces de condenar a ninguno. En España la amnistía se convirtió en amnesia.
Y ahora, no estamos precisamente asistiendo a la emergencia de una España nueva y reluciente sino al hundimiento del régimen surgido de la Transición. A menos que sepamos hacer una mutación ejemplar de este régimen que en este momento está agotado, o gripado como me gusta decir y escribí en un artículo. ¿Por qué está gripado? ¿Por qué ya no se mueven los cojinetes, los mecanismos? Probablemente por lo que expresa muy bien esa idea de que la amnistía se convirtió en una amnesia, ¿no? Esto es solo una parte de la cuestión, pero es importante para comprender lo que pasó.
La Transición se hizo bajo el imperio del miedo a la inestabilidad, y era entonces razonable aquella preocupación. Eso pesó. Pesó no haber tenido una idea clara de la relación de fuerzas. Luego ocurrió la explosión de UCD y más tarde su disolución. El PSOE llegó al poder con una autoridad política y moral inconcebible en la actualidad para nadie, y lo cierto es que se inclinó por la afirmación de la estabilidad, pasando por encima de la preocupación por el desarrollo de una cultura democrática, que en España no existía, y ahí empezaron todos los males. Se convierte en un superpartido en que, como mandaba Guerra, para salir en la foto no había que moverse. Se crea la cultura de las mayorías absolutas. Se elevan sospechas sobre la independencia de los tres poderes. Se da a entender que el poder legislativo está al servicio del ejecutivo, y así sucesivamente.
Esto se va consolidando desde la lógica de la estabilidad. Se suma el PP. Se crean dos monstruos que articulan España y se afianzan réplicas como CIU en Cataluña, que responden al mismo modelo y que también están en crisis. Estamos al final de un largo episodio. Recuerdo que, hace una veintena de años, en una cena en casa de André Glucksman, me hicieron una pregunta que yo sabía que era retórica, pero que incluso de esa forma resultaba significativa. Preguntaron algo así como que quizá, en ese momento, Francia nos estaba pareciendo un país atrasado, al lado de la avanzada España, ¿no? Pregunta retórica que suponía una negativa como respuesta. Contesté que sí y se produjo cierta perplejidad.
¿Y creías que sí?
Claro que no, difícilmente un afrancesado como yo va a pensar que España puede estar por delante de Francia en ninguna circunstancia; contesté que sí dialécticamente, digamos. Pero que formularan esa pregunta que un francés no quiere formular nunca ni en versión retórica indicaba un cambio notable.
Que ya quedó muy atrás.
Sí. En este momento, la única manera en que se puede hablar otra vez de España con algún respeto sería a través de la capacidad que tengamos de reinterpretar el modelo. Una capacidad escasa, por lo que se ve. Solo algunas señales, algunas manifestaciones, algunos movimientos discretos que intentan salir del miedo, del nihilismo. Una línea interesante, una de las pocas cosas positivas de este tiempo me parece la ruptura de la utopía de la invisibilidad. La cuestión se me disparó pensando en cómo los norteamericanos ocultaron por completo las imágenes de las víctimas del 11S. Que, en tiempos ya de Internet, hayan logrado esa invisibilidad de las víctimas requiere la voluntad colectiva de un país. No es algo banal, no es solo un gobierno que censura imágenes sino que la cultura de una sociedad decide que no se quiere mostrar eso. En un país que ha sufrido tanto el terrorismo como España, precisamente la imagen de la víctima, respetuosamente tratada, ayuda a generar empatía, a tener una cierta relación, ¿no?
La decisión compacta de invisibilidad me hizo pensar que había una utopía del modo de gobernabilidad neoliberal que se ha ido imponiendo desde los años ochenta y que consistía en hacer invisible lo que no gusta. Creo que durante la primera década de este siglo la invisibilidad de las víctimas ha sido constante, hasta el punto de que (lo escribí en un artículo) esta era una crisis sin íconos. Todos tenemos imágenes de las crisis del 29, o de la miseria en Alemania, pero…
Hasta los desahucios.
Exacto. Las imágenes tardaron en aparecer, y fueron justamente los movimientos sociales en su lucha contra los desahucios los que han logrado romper esa utopía de la invisibilidad de las víctimas.
¿Cómo intervienen los medios y las redes sociales en esa visibilización?
Si vira a la banalización de lo privado, produce exactamente la contrapartida de un fenómeno positivo. Lo cierto es que aún se hace difícil ver cuál es la potencialidad creativa de la Red. Por ahora es un inmenso archivo y un inmenso ruido. En fin, es una fase tentativa y no se pueden sacar conclusiones precipitadas. La cuestión es que algo tan importante como el sistema de configuración de opinión en una sociedad democrática está colapsando los medios tradicionales y balbuceando en los mecanismos nuevos. Falla la comunicación entre una especie de casta económico-político-mediática y una realidad dispersa. Un déficit estructural de la democracia que la debilita más, como esa ridícula obsesión de que los diputados no pueden tener libertad de voto. Un diputado está representando la cultura de la libertad por encima de todo y votar algo contrario a lo que piensa por obligación, por el solo hecho de…
Puede renunciar, denunciar.
Sí, pero renunciar y denunciar no dejan de ser actos heroicos, que rompen la normalidad, y esa normalidad es errónea…
Sería ejemplificador…
Sin duda, pero a la vez no dejaría de confirmar que estamos en la anormalidad democrática.
Y volverás tú a escribir reportajes como “Al otro lado de la valla”…
¿Es una pregunta o un consejo? Solo te puedo decir que me encantaría trabajar más en el género reportaje, estoy demasiado encasillado en el articulismo.
Era una pregunta y una solicitud. “Al otro lado de la valla” aparece como epílogo en La izquierda necesaria. Se trata de la valla de Melilla, “un ignominioso monumento que Europa erige a sus propios miedos y, por tanto, una expresión de su vulnerabilidad”. El reportaje es un documento, la documentación de un trabajo indagatorio, y solo puede llegar a leerse como literatura si no ha tenido la intención de serlo. “Al otro lado de la valla” es un reportaje de doce páginas que no proviene del viejo y por lo demás magnífico Nuevo Periodismo norteamericano sino de una fuente (agua limpia, fluyente, canalizada, a la vez imparable y contenida) francesa. Ni adornos, ni glorificaciones, ni elucubraciones, ni quejas… El propio Ramoneda diría que deliro si le contara que, leyendo su reportaje, me acordé de Albert Camus. Como si aquellos cuerpos negros de sol de El verano – Bodas hubieran sido arrojados contra esta valla en la arena, en completa oscuridad.
El dietario de Ramoneda me sigue pareciendo los minutos de radio más lúcidos del día en la SER, sobre todo desde que empezó la debacle de Hora 25 tras la muerte de Charlie.
El hombre, en toda época, se produce,distribuye, cambia y consume a sí mismo. La relación del ser humano con la naturaleza está siempre condicionada por las relaciones entre seres humanos.El mundo de nuestros sentidos es producto del trabajo, son capacidades humanas objetivadas. Los hombres somos fruto, pues, del modo de producción. La producción no sólo satisface necesidades del estómago o del cuerpo engeneral, sino también las de la fantasía, el espíritu, la conciencia o como se le quiera llamar. Es una perogrullada, pero parece que conviene recordarlo
Para mí ‘El dietario de Ramoneda’ es la mayor concentración de calidad periodística ya no sólo de la radio, sino de los medios en general. Pocos profesionales aúnan tan bien como Ramoneda el análisis político-social y la filosofía vital. Gran entrevista.
Me resulta una entrevista hermosa, que no responde sino que pregunta, que se pregunta. El autor lo pone fácil y el entrevistado lo permite. Quizá sea por aquí por donde debemos ir
Efectívamente, un gran documento. A veces pienso que el sistema juega tan bien su papel que la mercantilización es la religión universal, fuera de ella no hay lugar para la existencia. Es la verdad absoluta. Pero los que ya somos mayores y no tenemos amnesia, sabemos que el hecho de que la mayoría de las cosas se compre y se venda, puede ser una necesidad pero se la debería considerar dentro de las necesidades menos nobles del ser humano. La industria que produce bienes necesarios, los vende a un precio justo para progresar pero sin el objetivo del enriquecimiento ha pasado a la historia, ahora el enriquecimiento es el fin único y la vía más rápida es la especulación, nos podemos saltar el sistema productivo industrial. Vender y comprar lo que sea para obtener plusvalías, y si son mercados financieros mejor y más beneficio. Si miramos atrás, recordaremos un mundo en el que existía la gratuidad, hoy si algo es gratis algunos hacen acopio para venderlo y de acabó. Los mercados, la globalización, los poderes económicos, son el nuevo enemigo de la libertad y del ser humano. El primer paso para poder hacer algo es darse cuenta de esto.
Dependemos del Estado para nuestra jubilación, la sanidad, la educación, los transportes públicos. Pensar en una sociedad sin Estado no me parece hoy realista. En la España de hace 100 años, en la que el Estado no hacía más que recaudar impuestos, llevarse a los jóvenes al servicio militar y enviar a los pueblos a la Guardia Civil para que mantuviera el orden, sí era plausible pensar en que se viviría mejor sin Estado. Pero la reivindicación que hoy domina, que no es exactamente anarquista, es de mayor democracia: lo cual es lógico, porque hoy los partidos están rígidamente controlados por las cúpulas y la participación popular a través del parlamento es casi imposible.
Frente a los modernos, que en nuestra tierra llevan txapela roja, yo defiendo la Transición, situada en su contexto. En ese momento se hizo lo que se podía hacer. Se reformó radicalmente el sistema político con un mínimo de sufrimiento, evitando la nueva guerra civil que la gente temía que podía estallar al morir Franco. En lugar de eso, se creó una cultura de pactos, lo cual no es malo, pero es cierto que a cambio se pagó un precio muy alto. Se dejó sin depurar la policí, aunque esto no ha causado los mayores problemas después de la Transición. También se dejó sin depurar la judicatura, con los desastrosos resultados que hoy sufrimos. Y se creó un sistema democrático excesivamente rígido, sin controles a quienes ejercen el poder.
Se nos había dicho tantas veces durante el franquismo que las democracias eran ineficaces porque sus gobiernos duraban seis meses, etc., que se construyó un edificio democrático demasiado rígido, con unos gobiernos a los que es imposible derribar en el parlamento, por el voto de censura constructivo, que es prácticamente un dique insuperable, con unos partidos que son monolíticos, sin democracia interna y que controlan a sus propios parlamentarios por medio de las listas cerradas.