Las varias y simultáneas crisis que la UE aborda entran ahora, con la victoria del Brexit en el Reino Unido, en un proceso de consecuencias imprevisibles. Quizá la evidencia más consistente en estos primeros momentos es que es imposible saber qué es lo que va a ocurrir en adelante. En primer lugar, porque el armazón jurídico previsto para estas contingencias es tan endeble como inútil: simplemente a nadie se le había ocurrido que un país pudiera querer salirse de la UE. Así es que si no es la seguridad jurídica la que nos asiste en momentos de turbulencia, menos podemos esperar de las columnas políticas de un edificio cuyas grietas son visibles y amenazan ruina.
El armazón institucional se resquebraja zaherido por el tsunami social provocado en los países del sur por las políticas de austeridad; por la consolidación de una gobernanza económica lejos de cualquier lógica democrática y por una gestión de la crisis humanitaria relacionada con los refugiados/as y personas migrantes a espaldas de los imaginados ideales que nos identifican; o que negocia tratados comerciales que implican un mazazo más al contrato social en el que Europa ha construido su singularidad tras la II Guerra Mundial; o, finalmente, unos dirigentes que se amparan tras el biombo de la UE para cubrir sus indecentes vergüenzas nacionales.
No puedo dejar de mencionar la responsabilidad que, por la actual situación, incumbe a la socialdemocracia europea: su compromiso no disimulado con las políticas de austeridad y su incapacidad para haber defendido otro modelo de integración le hacen, hoy, cómplice de la deriva caótica y peligrosa en la que se encuentra la UE.
La Unión Europea de estos días ha profundizado en las viejas divisiones que intentaba eludir: el norte y el sur divergen cada vez más en cualquiera de los indicadores económicos que se usen y el resultado de esa diferencia alimenta, por diferentes razones, la desafección de la ciudadanía respecto al proyecto de integración.
Para los vecinos del norte, se impone un “egoísmo del bienestar” que ve a la UE como una amenaza a sus altos estándares de protección social. Para los que vivimos en el sur la UE se ha convertido en una parte imprescindible de la lógica que ha impuesto desempleo, miseria y devastación en nuestros mermados y fragmentados estados del bienestar.
Pero tampoco la UE ha conseguido “europeizar” el centro y este de Europa. Al amparo de una cultura política autoritaria, jerarquizada y muy comunitaria, han crecido en esos países partidos políticos que han hecho del rechazo a la UE una razón de su existencia y éxito político y una nueva referencia identitaria.
Nada va bien en la UE y todo puede ir aún peor. La victoria del Brexit es una mala noticia adicional que alimenta las tendencias centrípetas en la UE y que consolida la visibilidad de la extrema derecha como alternativa a la crisis terminal de esta UE.
La izquierda radical tenía ante sí un desafío mayúsculo: construir una propuesta creíble de alternativa a este modelo de integración supranacional. Básicamente, venían consolidándose dos perspectivas diferentes: la de aquellos/as que defienden la irreformabilidad de la UE y, por tanto, la necesidad de construir una propuesta alternativa al margen de esta realidad institucional; y la opinión de aquellos/as que defienden que, sin negar una buena parte de los argumentos más críticos sobre la UE, consideran que hay espacio para cambios desde dentro del actual proyecto que preparen el camino para un proceso constituyente en la UE.
Los puntos de encuentro de ambas perspectivas son significativos: la evaluación crítica del actual proceso de la UE; la necesidad de promover un proceso de acumulación de fuerzas para un proceso constituyente en la UE y la exigencia de articular una propuesta alternativa al actual modelo.
Pues bien, ambos supuestos necesitaban tiempo para hacer madurar las condiciones y generar ese proceso de acumulación de fuerzas virtuoso. En ese “interregno” la existencia de la UE ayudaba a mejorar la legitimidad y visibilidad de propuestas radicalmente democráticas y progresistas.
La victoria del Brexit nos ha recordado brutalmente el valor y significado del tiempo en política. En el actual contexto viviremos una agudización de las tendencias centrífugas en el seno de la UE y éstas pueden expresarse de varias formas. Pero se incrementará la presión para negociar situaciones singulares en función de las necesidades de cada país.
El protagonismo de este proceso de deconstrucción de la actual UE será protagonizado por partidos xenófobos y de extrema derecha en una buena parte de los países europeos. En la actualidad en 17 de los 28 países de la UE, la extrema derecha es el primer o segundo partido en intención de voto.
El repliegue sobre lo nacional, en estas condiciones, no mejora las expectativas de una propuesta de izquierdas basada en una nueva supranacionalidad y en un nuevo modelo de cooperación interregional.
Y, sin embargo, habrá que intentarlo. Objetivamente, el Brexit agudiza la situación constituyente del proceso de integración. Si era evidente que el referendo mismo cambiaba la naturaleza del proyecto europeo, la victoria del “nos vamos” hace más imprescindible que nunca la construcción de esa referencia alternativa y creíble. No se trata de afirmarse en una confianza tan ingenua como inexistente, sino de repensar nuestras urgencias políticas en un contexto que es hoy más adverso que ayer.
una montaña de mierda es lo que es la ue