Se trata de un lugar sin el agobio que ocasionan los infinitos visitantes del Ermitage. Es la casa donde vivió el escritor, y de ahí su embrujo. El portal es grande, destartalado, y las anchas escaleras de madera chirrían cuando el visitante las pisa. Es inevitable el vértigo: chirriaban también cuando Dostoievski volvía a casa. El museo se encuentra en el segundo piso, donde vivía la familia. En la entrada hay un perchero y un viejo sombrero guardado en campana de cristal que debió de pertenecer al escritor. Sólo puedes suponerlo.
En este museo no hay guías, una modesta tienda de souvenirs -¿imaginan un imán de nevera que mostrase a Raskolnikov con el hacha?-, catálogos plastificados pero no en castellano “porque es una lengua poco importante” -Marisa hizo una nota en libro de visitas-, hay calendarios… y el espíritu de Dostoievski: cartas manuscritas, viejas ediciones, fotos, objetos de escritorio, su pluma… y las habitaciones que dieron cobijo al alma genial del artista
Las doce y diez
En una de esas habitaciones, lo que sería su despacho u oficina de trabajo, en la perspectiva -la entrada está cerrada por una cinta- se puede ver un reloj de mesa con las agujas detenidas a las doce y diez -hay que forzar la vista. En las ciudades que visitamos siempre aparece, normalmente de forma inesperada, un lugar o un objeto que nos llama la atención: en esta caso es el reloj parado.
La esposa del escritor detuvo las agujas cuando Dostoievski expiró. Podría ser una simple leyenda, incluso un invento de los responsables del museo, puro merchandising -en la hoja-guía plastificada se señala otra hora. Estos detalles carecen de importancia. San Petersburgo es pura literatura.
En la fotografía el reloj apenas se ve -se ha recuadrado con un círculo verde- pero es un reloj que derrotó al tiempo al morir a la vez que su propietario, el 9 de febrero de 1881.
La literatura, esa «pura literatura» que sustenta a San Petersburgo, consiste al fin y al cabo en los sentimientos que perviven más allá de la existencia física de los libros, o de quienes los escribieron. Bien lo experimentamos en las tertulias del centro cultural. Tal vez el reloj de Dostoievski fue el último relato del ruso, escrito con el último aliento y gracias a la complicidad de su esposa. ¿El título? Victoria sobre la muerte. El viaje de Lantxabe, desde Aiete hasta su último refugio, es un testimonio
Compartimos con Stefan Zweig -autor que también estuvo en nuestras tertulias- que el escritor ruso es «el mejor conocedor del alma humana de todos los tiempos». Su obra, aunque escrita en el siglo xix, refleja también al hombre y la sociedad contemporánea.