Entrevista con Svetlana Alexiévich, última escritora que visitó las tertulias de Aiete

CHERNOBILOpina Svetlana Alexiévich que la banalidad enmascara la vida real con mayor frecuencia de la deseada. Y la avalancha actual de información no ha mejorado las cosas. Por eso, para acercarse lo más posible a la verdad, la escritora bielorrusa de 68 años construye su relato desde hace décadas a partir de los testimonios de personas anónimas. Ganadora del último Nobel de Literatura, su obra está considerada como clave para entender la nueva Rusia con libros como El fin del ‘Homo sovieticus’ o Voces de Chernóbil -sobrecogedor libro que sirvió de base en la última de las tertulias clebradas en Aiete el pasado 2 de junio-.

En esta entrevista charla sobre el valor de las ideas, el amor y la vejez…y sobre la Rusia que la gente de Lantxabe visitó recientemente

Pregunta. ¿Cómo ve Rusia en un futuro cercano?

Respuesta. Es imposible predecirlo. No sabemos qué se está cociendo en la caldera rusa. Puede que salga algo parecido al fascismo o puede haber un estancamiento. A menudo no se tiene en cuenta el factor paciencia. En Rusia la gente lleva tantos años sufriendo, tiene tanto aguante, que podemos estar así años. Pero estamos reviviendo la filosofía de una fortaleza asediada, rodeada de enemigos, de histeria militarista de tiempos pasados. Todos los días nos enseñan en televisión las adquisiciones de material militar: un nuevo buque de guerra, un nuevo avión, un nuevo tanque… Hay una propaganda muy agresiva en contra de EE UU, de Europa, de Ucrania. Hay una espiomanía que resurge. Es una locura. Se persigue a los homosexuales, y la Iglesia ortodoxa se ha vuelto más agresiva y no para de prohibir obras de teatro, libros… Ni la propaganda soviética era tan descarada como la de ahora.

P. Los rusos son más libres que antes, al menos desde el punto de vista material, según insiste el Gobierno de Putin. Usted habla de esa libertad como una cierta forma de espejismo.

R. Es que es muy relativa. Por ejemplo, se sabe que el 7% de la población acapara la riqueza del país. La gran mayoría vive con lo mínimo. ¿De qué libertad podemos hablar, por otro lado, con casos como el de Mijaíl Jodorkovski, que de la noche a la mañana pasó de ser millonario a preso? Después de 10 años en la cárcel, todavía no saben qué delitos imputarle.

P. Ha dicho que las ideas comunistas van a volver a Rusia. ¿Qué significa eso?

R. Muchos jóvenes rusos leen a Trotski, Marx y Engels. Ven a Stalin como una figura a imitar y se abren museos en su recuerdo. Está de moda. Detrás de esto subyace el hecho de que hay mucha gente que se siente derrotada e idealiza el pasado. Quieren que se mantenga la libertad de poder viajar por el mundo y que las tiendas estén llenas de productos. Pero, al mismo tiempo, quieren que haya un socialismo igualitario.

P. ¿Cree que es posible intentar acercarse a un socialismo utópico si la sociedad está preparada?

R. Lo creo. Pero sería un socialismo más cercano al que ya disfrutan sociedades próximas como Francia, Alemania y Suecia. Creo que será un desarrollo paulatino, cuando se perfeccione la idea de una sociedad civil. Estoy convencida de que el futuro en Rusia pasa por la idea socialista, pero no podemos saber exactamente cuándo llegará.

P. ¿Qué hay que olvidar para salir adelante?

R. En Rusia se echa en falta una reflexión sobre el estalinismo, como sucedió en Alemania con el fascismo. Esto solo lo han hecho un pequeño grupo de intelectuales rusos. Mira lo que ha sucedido en Perm, una ciudad del norte del país. Existía allí un museo a las víctimas de las represiones estalinistas. Cuando Putin llegó al poder, echaron a la dirección del museo y pusieron a otras personas. Ahora es un museo en memoria de los trabajadores del gulag. Ya no es un museo de los que estuvieron encarcelados, sino de los carceleros. Otro ejemplo: han aprobado una ley que autoriza la persecución penal de personas que cuestionen la victoria de la Unión Soviética en la II Guerra Mundial. Estoy convencida de que las mujeres que hablaron conmigo para el libro La guerra tiene rostro de mujer se habrían negado a hacerlo ahora.

P. Usted suele referirse a los tiempos turbulentos que atravesamos no solo en Rusia, sino en todo el mundo, por el terrorismo, las guerras, el problema de la inmigración, la economía y los desastres ecológicos. ¿Qué papel deberían tener los intelectuales?

R. Desgraciadamente las ideas juegan ahora un papel menos importante en nuestras sociedades. Lo que se impone es la parte material, y lo lamento mucho. Necesitamos personalidades capaces de ofrecer al mundo una nueva visión, sistema, filosofía, valores que el mundo sigue necesitando. Vivimos una época llena de información, donde todo va más rápido, pero la información no tiene nada que ver con el misterio de la vida humana. Solo ofrece una mirada superficial. La vida es mucho más compleja. O las redes sociales, por cierto, en las que casi todo son banalidades. Lo que a mí me interesa, e intento hacer con mi literatura documental, es hablar del espíritu de los sentimientos del ser humano. Y estos giran, en mi opinión, en torno al amor y la muerte.

P. Ahora escribe dos libros, uno sobre el amor y otro sobre el envejecimiento.

R. Sí. He acabado con los libros sobre las personas que vivían con grandes ideas. Ahora me interesa el ser metafísico, el ser humano en su vida privada.

P. ¿Qué se ha encontrado?

R. Historias de hombres y mujeres que intentan ser felices y explican por qué no logran serlo. Está siendo muy complicado, porque a la gente le cuesta hablar más de sus sentimientos que de los hechos. En Rusia, las personas no consideran que su vida tenga interés. Aún estamos aprendiendo a construir la privacidad. El amor y la muerte son dos grandes misterios de la vida. Por ejemplo, respecto al envejecimiento, resulta que gozamos de 20 a 30 años más de esperanza de vida que antes y todavía no existe una filosofía que dé soporte a este extra, a este nuevo tiempo. Faltan ideas que cubran este nuevo

periodo.

P. Han pasado 30 años de Chernóbil. ¿Qué significa aquella catástrofe ahora?

R. La gente sigue enfermándose y muriendo. Y lo peor: no hemos aprendido nada de aquello.

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