El cerebro humano es la principal materia prima que existe en nuestro planeta, la única fuente de energía realmente inagotable, sostenible y renovable. Millones de recién nacidos se incorporan cada día a este mundo con ese tesoro instalado en la celda del cráneo. En el momento de nacer ese órgano tiene en todos los casos idéntico valor sin que importe el origen ni el lugar de donde proceda, pero la inmensa mayoría de esos cerebros son desechados, mientras solo muy pocos tienen la suerte de desarrollar toda su energía. No hay injusticia más perversa ni despilfarro más estúpido que desperdiciar ese tesoro.
Para animarlos a cultivarlo, además de lo que aprendan en el colegio y en la universidad, experiencias como las de Katxola serán de una riqueza invisible, que les acompañará siempre a cualquier parte del mundo adonde vayan. No tendrán que declararla en la aduana, el escáner no podrá detectarla, ningún gendarme conseguirá prohibirle el paso y estará siempre a salvo de los ladrones.
La fábrica de la sidra, el retumbar de las tambor y las poleas, el misterio de la sólida manzana convertida, en un instante, en dulce y sabroso mosto, les quedará en la memoria, lo contrario de los videojuegos de la tableta: es imposible que te roben el cerebro pero es muy fácil que te lo coman o te lo laven.
Por eso, si se fijan ustedes, cualquier nimiedad que ocurra en los ámbitos oficiales del poder -sea Tabakalera, u otros similares- ocupa espacios informativos abundantes, lo de Katxola, tan interesante, vivo, divertido, profundo, no, lo ignoran o lo arrinconan como experiencias de locos de barrio. El lavado de cerebro es consustancial al régimen, no sólo al que ha creado la gente de Rajoy, sino como diría Foucault, al que representan el conjunto de instituciones sistémicamente ocupados por el liberalismo político, social, económico, ideológico.
El fanatismo, la superstición, el sectarismo, los recortes en la educación, la manipulación de las redes sociales son las formas que el liberalismo toma para convertir al niño más inteligente en un futuro esclavo. Pero junto a la facultad de desarrollar la inteligencia el cerebro lleva también aparejada la forma de rebelarse. Esa rebeldía y no otra cosa es la libertad, el último bastión que habrá que defender contra el régimen, con experiencias autónomas como las de Katxola.
Aunque tú no lo sepas.