Según la medicina tradicional uno se muere cuando deja de respirar. En ese sentido, Gabriel García Márquez murió hace poco, el 17 de abril deL año 2014, en Jueves Santo, igual que Úrsula Iguarán en Cien años de soledad, y poco después de haber cumplido 87 años. Pero si un escritor se muere cuando deja de escribir, García Márquez murió a finales del año 2006, cuando invitó a comer al grupo más íntimo de sus amigos para contarles que no pensaba escribir ni una palabra más.
Ahora bien, si una persona deja de ser cuando su mente y su conciencia lo abandonan, podemos decir que el alma de García Márquez venía escapándose de su cuerpo desde hace al menos un lustro, poco a poco, como si hubiera querido despedirse de la vida con disimulo, sin que nos diéramos cuenta de que se iba yendo, y casi convertido en uno de esos personajes suyos que van quedándose solos, mudos y sin memoria, a la sombra de un árbol centenario. Pero, por último, si un escritor se muere cuando ya no es leído, entonces estoy dispuesto a hacer una apuesta: García Márquez seguirá vivo muchos años, mientras haya lectores de novelas, y mientras siga habiendo gente que crea en la literatura, que encuentre sabiduría y felicidad en ella, en las historias bien contadas, en la maravilla de las palabras escritas. Gabriel García Márquez vivirá en su obra mientras haya lectores y mientras haya quienes sepan apreciar la fluidez hipnótica de su prosa.
Desde “Crónica de una muerte anunciada” y no digamos desde “Cien años de soledad” el mundo es otro, nuestras infancias son otras, y algunas recetas del realismo mágico se han desgastado, no por obra de su máximo creador (que sobrevivió a esas fórmulas y logró superarlas), sino por el cansancio que producen sus peores y muy numerosos epígonos. El arma maravillosa de la exageración (abusada y desgastada por otros) produce ya en algunos la indiferencia del acostumbramiento.
Es posible que la sensibilidad actual soporte mal ciertos excesos e hipérboles del realismo mágico, así como nos parecen cursis ciertas frases de las novelas románticas, eternas las sagas realistas o desmesuradas las hazañas de los libros de caballería. Las modas pasan, las sensibilidades cambian. Pero hay que advertir que las exageraciones de esta escuela no se deben tanto a García Márquez como a sus imitadores, que son legión, tanto en el ámbito de nuestra lengua como en otras literaturas. Decía Lichtenberg que lo malo de los libros realmente buenos es que suelen dar origen a muchos otros libros malos y mediocres.
Yo tuve la inmensa suerte de que en el colegio confesional donde estudié mi bachillerato (en los años setenta), el escritor costeño estuviera prohibido por procaz y por comunista. En sus novelas, los personajes se acostaban con putas o con vírgenes; y en la vida real, la persona de García Márquez era un entusiasta de la revolución cubana. En mi casa, se le consideraba un mago que podía y debía leerse a la luz del día. Devoré Cien años de soledad y todas sus otras novelas de entonces con la triple bendición contradictoria de no estar cumpliendo con una tarea escolar, de cometer un pecado y de complacer a mis padres, que incluso nos lo leían a los hijos en voz alta. Ahora García Márquez tiene la dudosa suerte de ser un clásico, y de que sus libros ya no se prohíban sino que se receten en las mismas cucharadas con que a los escolares les formulan cantos de Homero y capítulos de El Quijote.
Releídos sus libros ahora, tras su muerte, la mayoría de ellos han envejecido bien, y aguantan con felicidad y asombro la relectura.
Esa es la sensación que muchos hemos tenido al releer la maravillosa «Crónica de una muerte anunciada»
Cuando alguien tiene un instinto mucho más agudo que la suma de los cinco sentidos, y cuando a ese instinto se une una intuición poética pasmosa y un profundo conocimiento del corazón humano, no es raro que al dueño de tantos atributos se le asigne también el don de la adivinación y de la profecía. La abuela de García Márquez decía que su nieto, Gabito, era adivino. De adivino a divino hay solo una vocal de distancia. No hay que dar ese paso: García Márquez fue y seguirá siendo un gran escritor de este mundo. Escribió novelas inmensas que, si el español sobrevive se seguirán leyendo en los próximos siglos. Pedir más es imposible, y decir más es pecar de idolatría.
Como narrador ha sido capaz de “hacer la realidad más divertida y comprensible,” lo que para nosotros sus lectores es una dicha. Gabo es un gigante de la literatura de todos los tiempos, que le demostró al mundo que también en nuestro potrero tropical se pueden dar grandes obras de literatura.
Resumen libre de un comentario de Héctor Abad Faciolince (escritor colombiano)
Nos vemos el próximo jueves a las siete en el centro cultural de Aiete.
Dirige la tertulia Lola Arrieta