Esta tarde, a las siete, en la Casa de Cultura de Aiete, con Lola Arrieta
Por nuestras tertulias han pasado, entre otros, estos grandes novelistas que son o han sido periodistas: Tom Wolfe, Truman Capote, Ernest Hemingway, Vargas Llosa, Svetlana Alexievich, Pérez Galdos y el último, en la anterior tertulia, el británico Evelyn Waugh (!Noticia Bonba¡)
El periodismo y la literatura siempre han caminado juntos y, con frecuencia, revueltos. Raro es el periodista que no acaba publicando algún libro y, como dijo en una ocasión Vicente Aleixandre a Fernando G. Delgado, «la literatura, si acaso, sólo te da para merendar».
«A mí la radio me ha dado de comer», confesaba Delgado. «Se portó bien conmigo», añadía el periodista, que dirigió en los años 80 Radio 3 y RNE, en los 90 los telediarios de fin de semana de TVE y, durante 12 años, A vivir que son dos días, el matinal de los fines de semana de la Ser.
García Mázquez, nuestra referencia esta tarde, en el Diario Libre, Santo Domingo, República Dominicana, decía
«Me considero ante todo periodista, porque parto de la base de que escribir novelas y reportajes es igual, es contar cosas que le pasan a la gente. Nunca he logrado conocer la diferencia exacta entre el reportaje y la narración». Sin embargo, su fama como escritor le causó un inconveniente al periodista, que resumió con una expresión: «Tengo la desgracia de que cuando cuento la realidad, creen que es mentira».
También arrojó luz para los más nuevos, que entonces no sabían aun si darían la talla como reporteros: «Los que saben contar una película que hayan visto, pueden ser narradores o reporteros». A seguidas, pronunció otras palabras que sacaron los suspiros del «sí puedo» en algunos participantes: «El que nace con aptitudes para contar, desde pequeño cuenta».
Grabadora y computadora
El Gabo tenía sus objeciones respecto al uso de la grabadora y la computadora, dos aparatos que hoy son indispensables para los periodistas. «Es importante que tomen nota, y que apaguen la grabadora, y que así permanezcan hasta que aprendan a usarla», exclamó cuando observó a algunos participantes en el taller encender las suyas. De hecho, no estaba permitido.
Este hombre, que se perdió entre las brumas de la amnesia durante la última etapa de su vida a consecuencia de un mal genético, se proclamó en aquel taller contra el mal uso de la grabadora, y aclaró que la suya era la memoria y que ésta sólo falla «para lo que no tiene mucha importancia».
Se declaró «fanático de la computadora», por la facilidad que le ofrecía de escribir y editar al mismo tiempo. «¿Se imaginan cómo escribía antes una novela, yo, que soy perfeccionista? Es el sufrimiento más grande que puede haber», dijo.
García Márquez reveló que hizo el tránsito de la maquinilla a la computadora en el proceso de creación de El Amor en los Tiempos del Cólera y que, gracias a ella, pasó de una a diez páginas escritas por día. Antes del revolucionario invento, escribía un libro cada siete años y después, uno cada tres.
Luego de esas confesiones sobre su relación con la computadora, regaló un consejo, muy a su estilo: «En el momento en que cierren o apaguen (la computadora) al trabajar un texto largo, no lo lean hasta el día siguiente, y mucho menos antes de dormir, porque a uno se le ocurren cosas que lo impulsan a pararse para agregarlas, y después resulta que son una mierda, de lo que uno se da cuenta al otro día».
Su fanatismo por la computadora no era equivalente a confianza absoluta, por eso, advirtió a sus discípulos: «Lo que uno escribe en computadora no existe hasta que no está impreso. Todo lo imprimo, porque las letras que uno ve en la pantalla no existen. Uno agarra la computadora, la desarma y las letras no están en ningún sitio».
Y agregó ante su pequeño público desternillado: «Por eso, cuando termino una novela, hago dos disquetes de respaldo, y me llevo uno para el otro lado de la casa, por si acaso se quema este lado. Luego, la imprimo».
Gabo habla para jóvenes periodistas: El reportaje
El genio de la literatura universal, con zapatos del periodista, dijo sentirse «alarmado, porque el reportaje tiende a desaparecer». Y como para asegurarse de que los jóvenes periodistas que lo escuchaban defendieran el género, reveló una serie de técnicas que les permitieran escribirlos con facilidad, sin menoscabo de la calidad. He aquí las principales, en sus palabras:
– El primer párrafo de un reportaje es importante para que la gente siga leyendo, y el último también, para que se acuerden de uno.
– Un buen truco es escribir el principio y el final. Después se rellena.
– El primer párrafo en una novela, cuento etc., es el más importante. Por eso, hay que saber muy bien cuál es la longitud y el estilo que habrá de tener, para poder entrar de lleno a los lectores. Es la forma de agarrarlos por el cuello y no soltarlos.
– Comiencen por lo que más les gustó o les impresionó. Si en el camino encuentran algo mejor, entonces cámbienlo.
– Si uno se aburre con lo que está escribiendo, así mismo le va a pasar al lector.
– Si uno mismo no entiende lo que está escribiendo, menos lo entenderá el lector.
– Si hay un dato falso en un reportaje, los lectores creerán que todo el reportaje es falso. Si en una novela hay un dato verdadero, creen que todo es verdadero.
– Cuando hay un dato dudoso y no aporta mucho, es mejor no incluirlo.
– Los periodistas son escritores, y tienen que aprender a escribir como escritores.
– Hay una tendencia (errónea) a creer que para que un texto sea bueno tiene que ser largo.
– No hay que demorarse mucho preparando una entrada, porque entonces se descuida el resto del texto. Lo mejor es contar los hechos como se le contarían a un amigo.
– Cada tema exige su estilo.
– No se debe menospreciar ningún dato. Todos son importantes.
– En los reportajes por entregas hay que dejar el final de cada una en suspenso para que el lector se interese en buscar la siguiente.
– Si vas a escribir un reportaje, cuenta tu cuento sin pensar quién lo contó antes ni cómo lo contó. Hay que creerse que uno es el mejor reportero.