En 2016, empezamos por Vilna (Países Báticos)

El viaje que organizó el Ciclo de Literatura y Cine (Lantxabe), el pasado año, se inició en esta alegre ciudad. Fue el martes 5 de julio, la capital de Lituania acababa de cumplir mil años

Casco histórico barroco

Si Vilna, Vilnius en lituano (situada a unos 30 kilómetros de la frontera con Bielorrusia, recordamos Chernobil y Svetlana Alexievich), tiene una Puerta de la Aurora y por allí empezamos, ya de víspera. Es la única original de la muralla que rodeó el casco histórico, declarado patrimonio mundial por la Unesco. La preside el triángulo con el ojo de Dios, un motivo frecuente que advierte de la fuerza de la religión en el último país europeo en abrazar el cristianismo. Aquí, la Contrarreforma contó con una esplendorosa escenografía barroca. El arco alberga una capilla con una imagen muy venerada de la Virgen. Se accede por una puerta lateral cerca ya de otra iglesia, la de Santa Teresa, y a tiro de piedra de otro enclave con ojo divino, la Puerta Basilia (traspasarla depara otro lugar de culto, entre otras sorpresas). Los ortodoxos rusos también tienen su hueco. Suyo es el templo del Espíritu Santo (Ausros Vartai). Y amén de iglesias, la vía nos regala la sede de la Filarmónica y bares de moda antes de desembocar en la calle Didzioji.

El aire conventual cede algo de terreno, aunque Didzioji alberga una iglesia como la de San Casimiro, que marcó canon para los templos del siglo XVII (fue completada en 1618 y es uno de los primeros ejemplos del barroco lituano). Primero reflejó la tiranía jesuita y luego se convirtió en Museo del Ateísmo.

Recordamos con especial cariño “El castillo de Trakai”, en el lago Galve, a 30 kilómetros de Vilna, data del siglo XV y fue reconstruido en los años cincuenta del siglo XX. En una de sus escalinatas interiores nos hicimos la foto de grupo -ver esta web-. Pasamos una agradable tarde.

Otro lugar imponente: la Universidad de Vilna, creada en 1579 y repleta de estudiantes en torno a su campanario blanco. La visita (13 patios y un delicioso observatorio astronómico del siglo XVIII) es preciosa. Al otro lado de la calle, el poder político de este país báltico integrado en la Unión Europea: la sede de la Presidencia de la República ocupa un palacio de finales del siglo XVIII. El callejeo nos permitió toparnos con unos cuantos teatros.

Por la calle Pilies

Las terrazas de la animada calle Pilies nos invitaron a almorzar. Hincamos el diente a los cepelinai, masa de patata rellena de queso, carne o setas, plato estrella de la gastronomía local, propia del clima frío de los países bálticos. Y para aligerar la digestión, un arbata, una de las infusiones a las que tan aficionados son los lituanos

Y visitamos, impresionados, el barrio de los judíos

Al oeste de Didzioji, la calle Vokieciai marca lo que fue la Jerusalén del Norte, la pujante Vilna judía masacrada por los nazis y sus colaboradores locales. Esta vía separaba los dos guetos establecidos por los ocupantes alemanes, que no tardaron en acabar con su población. El Holocausto se puede leer sobre ruinas borradas. Donde se alzaba la Gran Sinagoga de una ciudad que tuvo más de cien se levanta una guardería (calle Zidai, de los Judíos). El busto del sabio Gaón de Vilna es recuerdo de todo ello. Para saber más están los museos. El del Holocausto, conocido como la Casa Verde (Pamenkalnio, 12), se centra en la tragedia de los hebreos.

Uzupis

La historia bohemia y dicharachera de Vilna, que también la tiene, se escribe ahora “al otro lado del río”. Eso quiere decir Uzupis , el nombre del barrio ácrata y soñador de la ciudad, autoproclamado república independiente en 1997. Accedimos por uno de los puentes repletos de candados que sellan amores. Es una Christiania, lituana en lugar de danesa, con mucho sentido del humor. Los carteles de la entrada, con la imagen de la Gioconda y una cara sonriente, y el quiosco reconvertido en colorido templo budista dan la bienvenida a la Vilna alternativa. La recorremos la primera tarde libre, nada más llegar desde Donosti. Junto al puente de la calle Uzupio, varios barquitos (un metro de eslora, como mucho) aguardan la botadura en el río Vilna. Calle arriba, en la plaza del Ángel, corazón del barrio, las obras de teatro se alternan con los conciertos. El 1 de abril, el día grande, nos dijeron, la fuente deja de manar agua para ofrecer cerveza. Uzupis está de moda, testifican las grúas, pero mantiene sus esencias. Encontramos talleres artesanos, centros artísticos, un viejo Rolls-Royce entre casas de madera o una iglesia que tiene butacas teatrales por bancos. Nos hicimos selfis en la romántica Constitución de Uzupis, escrita en la pared, tras tomar la calle Paupio. Los 41 artículos están en un muro, en distintos idiomas; uno de los artículos reza: “Todos tienen derecho a ser amados. Todos tienen derecho a no ser amados, pero no necesariamente. Todos tienen derecho a equivocarse”. Solicitamos que se incluya el euskera.

La colina de Gedimino, con su torre de ladrillo rojo, es el origen de la ciudad. Desde allí, la vista vuela hacia los rascacielos de la Vilna, -la ciudad nueva que no tenenmos por qué visitar- al otro lado del río Neris. A los pies, la catedral y su campanario, donde arrancó la cadena humana que reivindicó la independencia de las repúblicas bálticas en 1989.

Y allí latieron los cincuenta corazones de los viajeros donostiarras (y alguno más de Rentería, y otros lugares de la provincia)

Tomado de Charo Nogueira

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