Huelga general de febrero de 1902 en Barcelona


Ramón Casas – “La carga. Barcelona, 1902″ (1899-1903, óleo sobre lienzo, 298 x 470 cm, Museo de la Garrotxa, Olot, depósito del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía)
‘La carga’ alude a la huelga general de febrero de 1902 en Barcelona. La obra pretendía criticar la represión violenta por parte de las autoridades de las protestas obreras que se estaban produciendo por aquel entonces.
Junto al perfil de la basílica de Santa María del Mar, vemos las chimeneas de las fábricas en las que trabajan los manifestantes. El motivo de la huelga: la mejora de las condiciones laborales de los trabajadores, que reclamaban una jornada de “solo” nueve horas diarias. La Guardia Civil, a caballo y con los sables desenvainados, carga contra la multitud para reprimir la protesta. La gente sale corriendo y se forma un enorme vacío en el centro del lienzo, un vacío físico, pero también ideológico, que separa a las fuerzas del orden de la población que ha salido a protestar a la calle.
Por un lado, el cuadro está protagonizado por esa masa humana que tan bien pintaba Casas, gente anónima que empuja nuestra mirada hacia el fondo del cuadro, hacia donde corren para escapar de la carga. La forma de representar la multitud es mucho más abocetada que en sus dos obras anteriores, Corpus y Garrote vil. No están parados observando una procesión o una ejecución, sino corriendo en estampida. El humo de las fábricas desdibuja la ciudad, y la polvareda que se ha levantado difumina a la gente.
Pero en vez de presentarnos la escena solamente desde lejos, como hizo en los otros dos lienzos, Ramón Casas trata de involucrarnos emocionalmente con los hechos introduciendo dos figuras pintadas a tamaño real. El artista sabe que instintivamente nos vamos a poner del lado del más débil, el manifestante que ha caído al suelo y que está a punto de ser arrollado por las patas del caballo. El animal parece estar frenando para no pisarle, no sabemos si por propia iniciativa o por indicación del guardia civil, que no se sabe bien hacia donde está mirando.
La composición es tan extraordinaria, con la multitud moviéndose hacia los extremos del lienzo y los dos personajes principales descentrados, que nuestra mirada es incapaz de pararse quieta, saltando sin parar de estas dos figuras a la gente que huye, una y otra vez. Dinamismo pictórico y realismo social, una combinación poderosa diseñada para remover conciencias y hacernos pensar.
por Marga Fernández-Villaverde

6 comentarios en “Huelga general de febrero de 1902 en Barcelona”

  1. Elena Sarmiento de Piñedo

    Ayer, sin embargo, en las oficinas, escuelas, institutos, ambulatorios y hospitales dependientes de la Generalitat, el seguimiento del paro fue masivo, festivo, pacífico, con las fuerzas del orden y bomberos encabezando las manifas ¡Qué paz!
    Mucha gente se pregunta si se puede llamar huelga a no ir a trabajar porque la patronal te lo pide y además te paga el día como si hubieres trabajado.
    La ‘consellera’ del gobierno catalán ha justificado la concesión a los funcionarios de un permiso retribuido de un día al tratarse de “un paro nacional y no una huelga” convocado para “defender la democracia”. La Generalitat tiene 220.000 empleados que han podido participar en la movilización a gastos pagados. Está raro, todo está raro, raro, raro

  2. Larraitz Iturriaga

    Elena, con perdón, coge el rábano por las hojas. El quid de la cuestión no está en el carácter más o menos folklórico de la huelga, sino en como dar cauce, sentido, ‘poder’, a millones de catalanes que quieren vivir su país o nación de manera más propia o independiente.

  3. Muy interesante el cuadro y el comentario del lienzo que viene a continuación
    Una forma de saber historia y de relativizar relativamente los acontecimientos de estos días

  4. Pues qué quieren que les diga, a mí sí me gustó la largada del Borbón joven. De hecho, cada minuto que pasa, me relamo un poquito más evocando esos seis minutos de cháchara furiosa. Y eso que, como les ocurriría a tantos de ustedes, la primera reacción fue de gran cabreo al asistir a tal exhibición de desparpajo autoritario por parte de un gachó que parecía tonto cuando lo compramos en aquel birlibirloque que fue la abdicación de su viejo tras el episodio del paquidermicidio y la caída etílica en un bungalow de Botswana.
    Constitución a la que debe su chiringo. Vale, sobresaliente cum laude en lo de garante de la unidad de la patria, pero cero patatero en todo lo demás. ¿Papel de moderador y árbitro? Sí, igual que Mateu Lahoz cuando le pita al Athletic, no te joroba. Eso, sin mencionar el rostro que hay que gastar para que un tío que es lo que es por haber sido en su día un espermatozoide en los dídimos de su padre se permita echarle los perros a un gobierno como el de la Generalitat, legítimamente elegido por la ciudadanía de Catalunya.
    Para que luego digamos que Rajoy es una máquina de hacer independentistas; pues este no es manco. Por cierto, recuerden la columna de ayer. Ya ven que el cachazudo de Moncloa no es el único problema. Tras él hay toda una tramoya, el andamiaje de un régimen que no es el del 78, como le dicen, sino el régimen a secas. Hasta Isabel y Fernando debemos remontarnos. Pero que siga. Un día ojalá no muy lejano gritaremos en su honor: “¡Gracias, Felipe Sexto, contigo empezó todo!”.

  5. Hay de falso en Felipe VI que le impide la comunicación. Un aspecto que tiene que ver con la imagen y la credibilidad, con la voz y el convencimiento de lo que dice. Este monarca no tiene lo que hay que tener para atraer la cámara ni los micrófonos ni los renglones de sus discursos. No es que sea peor que su padre a la hora de leer los mensajes institucionales. No. No es eso. Su voz está igual de desgastada porque las relacionamos con esas chapas de entrega de premios donde nada de lo que dicen suena a realidad. Podrían ser cacofonías de discursos de algún político relamido de hace de un par de siglos. Entonces va y un 3-O, le estaba esperando el discurso de su vida. Algo para lo que en teoría se había preparado durante sus 49 primaveras. De pronto, tenía delante sus quince minutos de gloria como si el mismísimo Andy Warhol le hubiera escrito el guión. La historia se repetía: como su padre los tuvo un 23 de febrero de 1981 y los aprovechó. Pero Felipe, no. Arrancó carraspeando la voz intentando una modulación acorde al momento. Y no hubo forma. En realidad, muy pocas veces la ha encontrado cuando ha hablado en público. Usó solo siete minutos y su gloria se fue disipando debajo de aquel traje militar no se sabe si por el peso de algún espadón o por pura desgana. Hubo 12 millones de telespectadores. Todavía no he encontrado a uno normal que entendiera algo de lo que dijo.

  6. Daniel Innerarity

    Algo mejor que una victoria

    En el origen de lo que está pasando en Catalunya hay diversos errores de diagnóstico. Se equivocan radicalmente quienes pretenden gestionarlo como un problema de legalidad u orden público (aunque ambas cosas sean muy importantes) y no han entendido que es un asunto eminentemente político, que debe ser tratado con la fuerza imaginativa de la razón política, con la creatividad que desconocen los meros guardianes de la legalidad y con la diplomacia que requieren los conflictos especialmente complejos. Ha habido en estos años una explosiva mezcla de ineptitud, pereza y cobardía para aceptar el desgaste de nuestra arquitectura institucional y proceder a las correspondientes reformas. Se siguen manejando conceptos vetustos, incapaces de entender los cambios generacionales que han tenido lugar y algunos parecen además desconocer las lecciones más elementales de psicología colectiva.

    El resultado final es que el sistema político español y quienes tienen una mayor responsabilidad de protegerlo se muestras incapaces de resolver lo que podía ser solucionado (y espero que aún pueda) de manera pactada. Los espacios de encuentro y quienes podían haber ejercido una función mediadora no han sabido, no han podido o no se les ha dejado llevar a cabo esa tarea, en medio de unas fuerzas polarizantes que han privilegiado sistemáticamente a los mas radicalizados. Por si fuera poco, el Rey, con su discurso, ha renunciado a ejercer esa mediación, ya no simboliza ninguna unidad por encima de las partes y se ha situado fuera del alcance emocional de la mitad de los catalanes. Ningún gesto, ninguna palabra que acerque a quienes a partir de ahora comenzarán a considerarle como parte del problema. No sirve de disculpa que su margen de maniobra es escaso, desde el punto de vista constitucional y teniendo en cuenta el actual escenario, para tratar a quienes han convocado el referéndum y a quienes han participado en él como se dirigió su padre a los golpistas del 23-F. ¿Hace falta que le recordemos que no es lo mismo?

    Desde que comenzó el proceso he considerado que seguía teniendo sentido apostar por el pacto, por muy difícil que fuera, por la siguiente razón: las fuerzas del independentismo eran insuficientes para conseguir la independencia, pero suficientes como para el Estado se lo tomara en serio. Se debe pactar cuando los números del adversario no son ni abrumadores ni despreciables. No estamos ni ante un fenómeno de aclamación ni ante un suflé. La gran cantidad de personas que quieren un referéndum es un dato rotundo, pero también es muy insistente la realidad de que aproximadamente la mitad votaría que sí y la otra que no; el 1-O hubo una gran movilización, pero también fue muy amplio el número de personas que no quisieron participar en el referéndum; el reconocimiento internacional es insuficiente, pero no debe minusvalorarse y puede aumentar si continúan las torpezas del Gobierno central. Cuando las cosas están así, lo obligado es pactar, y no hacerlo será siempre una mala solución, un desgarro para muchos, una quiebra de la convivencia, sea cual sea el resultado final hacia el que todo esto se decante.

    El tiempo que ahora se abre es emocionalmente menos propicio al acuerdo, pero este es más necesario porque ya conocemos las fuerzas propias y ajenas. No soy tan ingenuo como para desconocer las dificultades antes las que nos encontramos. Podría allanar el camino reflexionar sobre lo que un pacto de verdad significa. Un pacto requiere que nadie se empeñe en humillar al adversario, por un lado, y que caiga cuanto antes en la cuenta de que, si es un verdadero pacto y no una imposición disimulada, exigirá concesiones mutuas; de esta no salimos sin algún tipo de renuncia que será dolorosa. ¿Vamos a seguir tensionando el problema con una solución al cincuenta por ciento o apelando a la soberanía indivisible? ¿Preferimos continuar con la trampa de invocar los cauces establecidos cuando es evidente que estos cauces dan sistemáticamente la razón a una de las partes? Ni siquiera ahora me parece imposible que un acuerdo en el que se reconozca la subjetividad política nacional de Catalunya, se repare el Estatut dañado y se establezca un procedimiento para una eventual secesión pueda contar con el consentimiento de una mayoría muy calificada de catalanes, mayor que la de quienes quieren la independencia y que la de quienes están satisfechos con la situación actual. ¿Por qué contentarse con una victoria cuando podríamos conseguir algo mejor: un pacto? Quien renuncie de antemano a intentarlo estará dando la razón a quienes, en el otro bando, defiende la simple imposición.

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