El legendario zaguero, adalid de la preparación moderna para la pelota en el siglo XX, en su centenario cumpleaños rodeado de elegancia, recuerdos, del cariño y reconocimiento de todos nosotros.
La ría, en la desembocadura del Urumea, está brava. Silba, sopla y se choca con las rocas. Está revoltosa. El cielo gris sobre Donostia parece que se va a romper en un horizonte trazado por una pluma. El agua, torcida, se pone espumosa. Son los resquicios de un febrero helado que cambia el pie al paisaje tan fresco de las tardes de verano. La realidad invernal, con lluvia, con viento, con aroma a sal, asoma con la sensación de que no hay un lugar mejor que el interior de un hogar.
En el calor, con las cortinas descorridas para ver cómo baila, Miguel Gallastegi se aposenta en un sillón beige que le abraza las caderas sobre las que posó el gerriko hace ya mucho, mucho, mucho tiempo.
“No me trate de usted, que todavía soy joven”, es Gallastegi, es la leyenda. Don Miguel, algo menos de dos metros de hombre con los recuerdos a flor de piel, relata la vida como si fuera un libro. Es un trovador de historias que se conoce como si las leyera en cada parpadeo. Así es la vida, que tiene idas y venidas, que tiene traqueteo, que tiene “aventuras y desventuras”, que dice con otra sonrisa.
La compañía de Gallastegi es oro puro, una enciclopedia, una palmada a la historia. La perpetua sonrisa, que solo se frena con algunos temas más duros, que los hay, porque la vida es así, porque estuvo casi cinco años como soldado y vivió la Guerra Civil. Y lo que vino después. Pero también los hay grandes, legendarios, de amistad pura, como la que vivió con Atano III en un cambio generacional que marcó la pelota a mano pretérita. Era la del Manomanista cada dos años, la del dominio del tercero de la saga azkoitiarra con mano de hierro, hombre de puños sobre la mesa en la cancha y sencillez fuera de ella. La historia se retuerce como la vida. Los capítulos se esconden y aparecen. Un puzzle. Lo compone Gallastegi. El destino lo armará de leyenda.
En su centenario, Miguel se rodea de la familia, los amigos, los admiradores, -entre los que nos encontramos los de Lantxabe- que le alicatan la vida. Nacido el 25 de febrero de 1918 en el caserío Asoliartza, del valle de Mandiola, pronto comenzó a destacar: por fortaleza, por sapiencia, por bravo.
Pasan las fotografías con los rompientes como música de fondo, impenitente, que se rasga con las burbujas del agua de lluvia en una superficie marrón. Día revuelto. Reconoce Don Miguel que en la vida hubo muchas cosas, que ha “vivido” mucho, pero que la pelota a mano ha sido “fundamental”. “Cuando éramos pequeños nos dedicábamos a portar las maletas de los pelotaris profesionales que jugaban en el frontón Astelena de Eibar. Cuando tenía trece años, en junio, se realizó una gran reunión con todos los grandes pelotaris del momento. Allí estaba yo”, reconoce. Era el único aficionado. Sobre la cancha, en la que hoy en día hay una imagen del propio Miguel, escuchó a Mondragonés y a Atano III cómo hablaban. CalificabanLa Catedral como el “mejor sitio del mundo” para jugar a pelota a mano. Aquellos grandes del frontón le vieron crecer. “Me decían que iba a ser un chicarrón”, afirma. Creció y creció. Se convirtió en un hombre fuerte y dotado. En tiempos de necesidad, que se asomaban a la inmensidad del hierro de la guerra, Gallastegi se acercaba al 1,90. Pocos días antes de que bailaran las balas en un trienio de masticar tierra y parpadeos de polvo, el eibartarra debutó con Marino el 29 de junio de 1936. Los que habían contemplado el tránsito de niño a hombre se mostraron “orgullosos”.
“Dos semanas después de mi estreno tuve que ir al frente”, cuenta. El Ejército franquista se levantó contra la Segunda República el 17 de julio.
Y la defensa de la legalidad republicana se fue organizando, se crea el Batallón Amuategui, compuesto por milicianos del Frente Popular, en su mayoría socialistas eibarreses. Miguel se enroló el batallón Amuategi
Los del Amuategui se encargaron de frenar a las tropas franquistas en las puertas de Eibar, además de participar en diversas batallas en los montes cercanos o en puntos de Bizkaia. Consiguieron mantener su objetivo hasta el 26 de abril de 1937, cuando Eibar cayó en manos de las tropas de Franco
Aquilino Amuategui Acha nació en Eibar en 1877, y es considerado como uno de los políticos vascos más destacados de la primera mitad del siglo XX. Fue una figura relevante del socialismo vasco en el que destacó por su discurso, tanto en castellano como en euskera. Mantuvo relaciones directas con Pablo Iglesias y fue íntimo amigo del doctor José de Madinabeitia y de Tomás Meabe.
Gallastegi tuvo que servir en Aguilar de Campoo. “Nos tocaba ir por Peñas Blancas y Picos de Europa hasta Gijón”, recuerda. Después, cayó enfermo de sarampión, cuestión que le tuvo ingresado en el hospital de Mondariz. Y, como muchas veces en la noria de la vida, la casualidad tomó la mano de Miguel. “Allí había una monja de Tolosa, con la que empecé a hablar en euskera. Ella me preguntó qué quería hacer y le dije que ir a Gasteiz, porque estaba cerca de casa”, desvela. Miguel jugó un partido estando aún en el hospital. Ganó. En el segundo, sacó “a pelotazos” al rival. “Gustó mucho mi estilo”, añade. El director del centro médico le llamó. Su mujer era de Elgoibar y le conocía. “Me dijo que no podía jugar mientras estaba internado”, recuerda. Le mandaron “cinco meses” a casa. “Estuve cinco años como soldado”, afirma.
El campo forjó sus manos. Todos los días cortaba troncos durante veinte minutos para fortalecerlas. Ayudaba mucho a su ama, Ceferina, porque su aita, Pablo, “estaba enfermo”. Sin cumplir veinte años, Gallastegi pesaba 100 kilogramos. “Notaba el cansancio. Me empecé a preparar más que mis compañeros. Bajé peso y me sentí mucho mejor”
Azkoitia -y ayer estaba Román Sodupe como testigo y representación de su aita- la que le abrió las puertas al deporte de la pelota. Jugó con Txikuri ante Martínez y Agirre. Era invierno. “Fue un gran partido”, manifiesta. Y llegaron las loas. Y las victorias. Y las txapelas. Y la rivalidad en la cancha con Atano III. Y una “gran amistad” fuera. Dos genios.
Precisamente el punto álgido, relata Miguel, fue en los enfrentamientos ante Atano III. “Un día en Eibar se comentaba en un bar que igual era capaz de ganar a Atano. Allí estaba el intendente, que primero pensó que no era posible. Al consultarlo con la almohada vio que podía haber negocio. Y lo montaron”, dice el eibartarra. “Gané siendo soldado. Fue un exitazo”, sostiene. Era 1942. El desafío acabó 22-16. El mago de Azkoitia llevaba 17 años como monarca de la especialidad.
Instalado entre los mejores, en 1944 quedó apeado en las semifinales del Manomanista. A Zurdo de Mondragón le pasó lo mismo. “Estábamos con mucho juego, pero perdimos. Los empresarios vieron un filón y prepararon un partido. Jugamos en Gros y gané 22-0”, evoca Miguel. En las dos semanas que quedaban para la revancha, Gallastegi enfermó. Tuvo que pasar por el quirófano. Dijo que no podía disputar la contienda, que iba a esperar a estar bien y lo primero que haría era enfrentarse al Zurdo. “Jugamos un partido a izquierdas inmenso. Espectacular. Uno de los mejores de la historia”. Se llevó el gato al agua (22-16). Eguzkitze, el betsolari que ayer rememoraba capítulos fundamentales de la vida de Miguel, narró -con la audiencia cerrando los ojos- una simulación del final de aquel partido.
A lo largo de su trayectoria no siempre tuvo una buena relación con los empresarios. Antes, le programaban con delanteros “de Segunda” y se medía a otros que cobraban “el doble” que él. A veces, salía con sangre en la orina del esfuerzo. Solicitó que le mejoraran los emolumentos. “Pasé a ser delantero y me subieron el sueldo. Lo igualaron. Como vieron que ganaba a todos, me volvieron a alinear de zaguero. Eso sí, cobrando como las figuras”, afirma.
La primera txapela llegó en 1948 ante el propio Atano III. Fue en Bergara. “Gané 22-6. Los dos sufríamos cuando teníamos que jugar en contra porque éramos amigos. Aquel día, Atano me dijo que teníamos que comer juntos. Estuvimos con mi madre. Fue fenomenal”, analiza. Después, ganó dos títulos más, los dos ante el vizcaino Akarregi, en 1950 y 1951, otro “gran amigo”. Genio y figura, en 1953 renunció a disputar el cetro.
Gallastegi, mientras la ría rompe impenitente, recuerda cientos de partidos hasta su retirada en 1960. Fue el primero en superar la centena en un curso y viajaba mucho: de Donostia a Salamanca, a Madrid, a Barcelona, a Baiona y de vuelta a casa. Todo en poco más de una semana. “El frontón estaba a rebosar. Al acabar, me contrataban para el año siguiente”, añade entre risas. El grandísimo manista se acostumbró a los duelos por parejas y a tríos. Fue el primer pelotari moderno. Se preparaba más que nadie. “La pelota era mi vida”, define. Después, dedicó su vida a ser empresario.
“Aparte de una fortaleza que me viene de nacimiento, siempre me he cuidado”. Es un leitmotiv en Eibar. Siempre se ha dicho que Don Miguel se “cuidaba”. Era cierto. Él trajo la modernidad: gimnasia, troncos y frontón. Por algo sopla cien velas con el cielo gris martilleando sobre Donostia. Siempre con una sonrisa, esa que aliña unas ensaladas de tomate que le encantan. El agua está valiente. Gallastegi, frente al Kursaal, es como el Coloso de Rodas. Legendario.
Trabajo basado en un reportaje de Igor G. Vico, publicado en Noticias de Gipuzkoa
Gipuzkoa tiene ya a su octavo campeón del Manomanista tras Atano III y nuestro Gallastegi, Soroa, Arriaran II, Atano X, Tolosa -amezketarra como Altuna III- e Irribarria. Pero no solo eso. Hay en ciernes un pelotari llamado a marcar una época.
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