La asociación de vecinos Lantxabe de Aiete ha mostrado su malestar por la negativa del Ayuntamiento de Donostia a incluir dentro de su programa de ayudas sendas subvenciones económicas para el desarrollo de dos propuestas. Éstas fueron presentadas al programa que ofrece el departamento de Barrios y Participación Ciudadana y, según la entidad vecinal, «encajan como un guante» en las condiciones exigidas en las bases de la convocatoria de ayudas, por lo que piden al Consistorio que reconsidere su decisión.
Uno de los proyectos propone el fomento del uso y la participación de la casa de cultura de Aiete, cuyas actividades arrancarán el próximo año, mientras que el segundo trata sobre el fomento del uso y disfrute de los tres parques del barrio, con especial hincapié en el de Miramon, haciendo que se cumpla, de una vez, el convenio de mejora de los caminos, regatas e instalaciones deportivas, firmado por la gerencia del parque y el Ayuntamiento.
La comisión de valoración municipal ha resuelto que ambos proyectos «no son objeto de subvención de esta convocatoria» y añade que aún no se ha agotado todo el presupuesto para las ayudas y que quedan 7.864 euros de remanente.
Lantxabe recuerda que desarrolla múltiples actividades en el barrio y que su papel fue también muy activo a la hora de reclamar la casa de cultura del barrio y que se ubicará en los jardines de Aiete. Respecto a Miramon, recalca que el caserío Katxola, que gestiona la entidad vecinal, «ocupa un lugar privilegiado en dicho parque desde donde se puede pilotar una gran iniciativa de uso y regeneración».
noticias de gipuzkoa – Viernes, 29 de Octubre de 2010
Chillida Leku
Juan Pablo Escalante escribe: «¿Quo vadis Chillida Leku? A mucha gente le parecerá una salida de tono, pero lo de Chillida Leku, además de triste, debería plantearnos cuál es el sistema de prioridades de Donostia. Me explico, se nos ofrecen dos opciones. Primera, apostar por la gestión privada de la cultura. Si ésta es la opción, había que tomarla sin trampas. Por ejemplo, el fracaso de la gestión del museo privado Chillida Leku no lo deben pagar los contribuyentes, es el mercado quien está vaciando el museo. Segunda, hacer un análisis muy serio de lo sucedido con esta oferta museística privada y, quizás, apoyar un sistema cultural propio. Un sistema bien gestionado, bien organizado, de acuerdo con la demanda de los donostiarras y apoyándose en iniciativas ciudadanas sin ánimo de lucro, de las que tenemos varias decenas en Donostia. Las autoridades municipales ensimismadas con Donostia 2016 deberían pararse a pensar qué está pasando, de verdad, con la cultura en Donostia. Lo de Chillida Leku es grave pero al igual es lamentable la situación por la que pasa Tabakalera o por la que atraviesa la red de casas de Cultura que, dicen, apenas tienen recursos para funcionar y si es así, ¿dónde está la prioridad? ¿En las iniciativas lucrativas –aunque se llamen Chillida Leku– o en aquellas que son para beneficio de la ciudadanía?».
BERNARDO ATXAGA
La cultura y la crisis económica
Cosas que desaparecen
Cuando no hay más lógica que la económica y solo ella dicta las normas, muchas cosas desaparecen. Desaparece la gente de las ventanas, porque el tiempo que hasta mediados del siglo XX se empleaba para ver pasar a la gente por la calle o para escuchar el canto de un pájaro se necesita ahora para hacer algo provechoso, es decir, para ganar algunos euros, o para preparar un examen, o para solucionar un asunto, o dos asuntos. Desaparece también la conversación, porque, al haber siempre un quehacer, la gente lo deja para otro día, otro sábado, otro verano. Desaparece igualmente la amistad, porque es difícil quedar, porque la gente tiene la agenda rellena. Por la misma razón desaparece la vida familiar. Como decía un tango, la gente llega a casa deshecha por la máquina, sin más gana que la de ver televisión. Además, siempre hay una llamada telefónica pendiente.
Chillida-Leku era un lugar donde los amigos o la familia podían pasear tranquilamente, contemplando el paisaje y las esculturas y hablando de lo que, en general, no se toma en cuenta. De la ingravidez que el artista confería a la materia, por ejemplo, o del contraste entre la hierba y el hierro, o de la tradición de los herreros y ferrones del País Vasco. Pero, ¿quién podía permitirse el lujo de ir hasta allí y pasar la tarde? Resultaba difícil incluso para la gente de San Sebastián, porque diez kilómetros son diez kilómetros, y treinta esculturas -treinta esculturas abstractas- como ochenta o como cien, porque no puedes mirarlas y exclamar: «¡Una vaca!». Sin esa clase de expansiones, las dos horas que requería la visita daban la impresión de ser 12 o 14. Aunque, en realidad, aunque las dos se quedaran en dos, ¿no era mucho tiempo? Ah, quién pudiera ser vaca, y disfrutar de la bonita tarde o de la bonita mañana, y rumiar, y mugir despreocupadamente.
El caserío de Chillida-Leku se llama Zabalaga. Estuve allí con el escultor cuando todavía estaba en ruinas. Hablamos del «país» y de sus problemas, y de la marcha del arte vasco. Le vi un poco triste, y tuve el impulso de hacerle una confidencia. Había estado aquella semana en una reunión de artistas vanguardistas vascos, y uno de ellos había dicho: «No coincido con Chillida en muchas de sus posturas, pero como artista le admiro profundamente». A esa declaración le habían seguido otras, todas en el mismo sentido. Insistí con vehemencia: no estaba solo, no más de lo que suelen estarlo los verdaderos artistas.
Apareció un campesino que trabajaba para él, un hombre mayor, y Chillida lo saludó efusivamente. Me pareció que estaba emocionado: «¿Sabes? Yo siempre he querido mucho a mi país. Por eso quiero hacer esto. Será mi aportación, una forma de corresponder». El recuerdo resulta ahora descorazonador. Como dicen los ingleses, ninguna buena acción queda impune.
No ha muerto Chillida-Leku por ninguna desidia, ni por la mala cabeza de nadie, sino por un aire que corre y que todo traspasa, por esa lógica económica que nos promete el paraíso y que sin embargo, aún en el mejor de los casos, nos quita lo único importante, el tiempo. Si esta materia preciosa vuelve al mundo, el museo resucitará, y con él muchas cosas maravillosas del pasado, ahora desaparecidas.