Un drama familiar con no demasiada trascendencia. Es lo que pensé en mi primer contacto con esta obra. Sin embargo, según profundicé en el texto. No me quedó más remedio que rendirme a la evidencia: El tiempo y los Conway es una historia maravillosa. Estrenada en Londres en 1937, forma parte de una trilogía que aborda la problemática del tiempo, algo que inquietó a Priestley a lo largo de su vida, siendo la obra que van a ver, de las tres, la favorita del autor.
En el Tiempo y los Conway Priestley escribe bajo la influencia de la teoría serial de J. W. Dunne, quien sostiene que el tiempo no es lineal sino multidimensional, que no existe el futuro, sólo el presente y, por tanto, como explica Alan Conway en el segundo acto que el tiempo no destruye nada ó, simplemente nos empuja a lo largo de la vida por un inmenso círculo, del que nosotros vemos no sólo una parte. Bajo la influencia de esta teoría asistimos, sin poder evitarlo, a la decrepitud de unos personajes llenos de vida, de ilusiones y de esperanzas que, con el paso de los años, dejan lugar a la amargura y el desasosiego.
Primero, una ligera comedia de salón. Más adelante, un drama familiar que, desgraciadamente, no nos asombra.
Seguro que ustedes conocen casos reales. Es el hecho de ver el futuro de los personajes lo que nos deja conmovidos al leer su obra. Ver que las dos familias que tenemos delante son la misma. Ese es el drama, el auténtico drama. Los Conway sólo ven su presente, sólo ven una parte del círculo, los lectores completan el círculo.
Les propongo un ejercicio: piensen en ustedes mismos hace uno, cinco, veinte, cuarenta años y obsérvense ahora. Conózcanse de verdad. Somos una acumulación de presentes.