Mikel Azpillaga, in memoriam

Uno de sus cuadros rotos

 Ayer se inauguró la exposición con las últimas obras del artista.

Fue un emotivo acto en el que Kristian, Julio Villar, Patxi txiki y sus más íntimos estuvieron rodeados de muchos amigos que le acompañaron en diversas fases de su vida.

La muestra estará expuesta en la Casa de Cultura de Loyola hasta el próximo día 19. Son 28  las obras que componen la exposición.

Lantxabe lamentar su pérdida y su deseo de que la obra de Mikel pueda exponerse en la Casa de Cultura de Ayete, en reparación de lo que no se pudo hacer en Katxola. (Muchos recordarán que, coincidiendo con la representación en Katxola de ¡AY CARMELA!, -el 28 de marzo del pasado año- Mikel Azpillaga estuvo viendo las posibilidades del caserío para colgar sus cuadros)

En el acto de homenaje de ayer, IÑAKI MIGUEL CAMIO  leyó el artículo que había publicado el DV el día anterior y que sintetiza la obra y la poesía del artista.

 «Sombra escondida, hombre mimético y con bastón, que se confunde con el color del día y con la esquina de la calle. Un monje que se hubiera inventado su propia orden, su propia religión, su propio país, un país en el que no hay más bandera que una paleta en la que él ha dispuesto todos sus colores». Así lo describía su amigo Julio Villar.

Mikel Azpillaga Camio (Loiola 1952-2010), fue el segundo de cuatro hermanos, artistas como él. Estudió en La Salle, y se crió en el barrio, junto con su amoña en Ciudad Jardín. Más tarde estudió Peritos en el barrio de Amara, donde conoció a Kristien, con quien contrajo matrimonio en 1972. Un año después nació su hija Muxika. Trabajó como dibujante publicitario en San Sebastián en los años setenta. También como impresor gráfico en Palencia en los ochenta, así como cartelista del Museo San Telmo de Donostia en los noventa, y numerosos trabajos y colaboraciones artísticas en diferentes lugares y entidades. Azpillaga militó en el PCE en los sesenta y setenta. A raiz de sus actividades contra el proceso de Burgos de 1970 tuvo que exiliarse a Francia, y a su vuelta, en otros acto de solidaridad -repartía octavillas en el cruce de las calles  Arrasate/Etxaide- recibió un disparo a manos de la Policía. Eran los últimos años de la dictadura.

 Desde niño le llamó el arte de dibujar, de pintar. «En su habitación dibujó un gran mural con la cara de un indio», recuerda su hermano Iñaki el bailarín. Su padre incentivaba aquellas expresiones artísticas que sus ya hijos desarrollaban durante su niñez. También amaba la música jazz, rhythm&blues. De hecho, en 1970 asistió al festival musical de la isla de Wight, donde pudo disfrutar de las actuaciones de Jimi Hendrix, Joan Baez o The Doors. Era un hippy de la época, un inconformista, un rebelde. «Nos fuimos a Amsterdam de viaje de novios y nos alojamos en un barquito», recuerda su ex mujer Kristien. Era también un enamorado de los libros. Le interesaba la historia, la política.

El artista loiolatarra se pasó toda la vida pintando. Utilizó todo tipo de técnicas y materiales en sus obras. Utilizaba pintura plástica, ceras, óleos, lápices de colores, acrílicos, chapas, y todo lo que él creyera necesario. Era autodidacta, y no tenía un estilo determinado. «No era un rompedor. Llevaba un ritmo particular. Era muy metódico», recuerda Iñaki. Hacía desde dibujos abstractos, pasando por paisajes, collage, o retratos. «Era un artistazo y un bohemio», asegura su amigo y también artista Patxi-txiki, quien afirma que su obra refleja en cierta manera la trayectoria de su vida. «Existe cierto paralelismo entre sus creaciones y su vida». «Era un cronista. A través de sus dibujos recogía muchas crónicas de San Sebastián, con su particular toque, a veces irónico. Dibujó muchos lugares, viejos caseríos ya desaparecidos, etcétera», recuerda Iñaki Azpillaga. Gran parte de sus cuadros muestran zonas de la ciudad y su día a día, y sobre todo reflejan su hogar: Loiola. Mikel se sentía muy apegado al barrio. También participó en la creación de diversos murales en dos fachadas de edificios de Altza, así como en la plaza nueva de Egia.

La exposición.

 La actual exposición, compuesta por 28 obras, recogen los últimos trabajos realizados en vida. Se pueden visualizar «obras que intentan romper la palabra cuadro». Así se puede disfrutar de lienzos con forma de óvalo, o cuadros rotos, piezas de mucho colorido. Como dice su amiga Elixabete, «los últimos años pintó más que nunca. Cuando se le detectó la enfermedad se abrazó a la vida». Su hermano Iñaki recuerda su última exposición en Tolosa. «Aquella exposición fue su motor de vida. El día que ésta terminó y los cuadros retornaron a su casa, Mikel falleció». El artista padecía cáncer.

Mikel era una persona observadora, que pasaba desapercibida, humilde. «Se crecía ante las dificultades que se le fueron presentando en el camino y se nutría de ellas. Sacaba fuerzas y arremetía en su trabajo con valentía y oficio», sentencian los que más le conocieron, y ensalzan que «vivió como quiso vivir». «Se conformaba con poco, pero no con cualquier cosa. Era humilde, modesto, claro. y terco. Él sabía por qué pintaba y no hacía concesiones ni a las modas, ni a la crítica, ni a la facilidad. Tras su fachada amable, afable y a veces desvalida, Mikel vivía para pintar y necesitaba pintar más que para comer».

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