Son días de vacaciones y Donostia vuelve a llenarse de gentes que quieren conocer la ciudad, que la fotografían, que intentan esa aventura imposible de verlo todo en un par de días, empeño propio de cualquiera que haya sido turista alguna vez.
El donostiarra vive las visitas como si estuviera a punto de recibir a alguien importante en su propia casa. Barrer el salón, (leasé el entorno de la Bahía) es labor del Ayuntamiento, pero ejercer de guía, recomendar rincones como los jardines del palacio de Aiete y sobre todo, palpar que «estaba todo a tope» es tarea ciudadana. Claro que, cuanto más contenta está esa gente que vibra con el índice creciente de turistas, cuanto más convencida está de la capacidad de atracción de lo suyo, llega el jarro de agua fría de los hosteleros, que aseguran que esos llenazos no significan nada. «La gente gasta menos», lamentan a pesar de que un vistazo desde la puerta muestra barras abarrotadas. Queda siempre el comentario complaciente de, «¡chica! y luego dicen que hay crisis» o el «no te creas, que casi todos son franceses». Mientras tanto, un matrimonio cuarentón comenta: «Aquí la gente debe ser rica», después de abonar un par de crianzas y dos pintxos.
Pero siempre nos quedan nuestros jardines y la casa de cultura ¡Qué semana de sol! ¡Cómo se disfruta a la sombra!