El alcalde me nombró asesor…

Da cierto sonrojo criticar a los políticos porque es tan fácil como pegar a un niño. Es un lugar común, un tema aburridísimo por lo evidente. Que nuestra clase política está en uno de los momentos más zafios de la historia democrática es una obviedad

 No es de extrañar que, ante estos comportamientos bochornosos, la confianza de los españoles en los políticos esté por los suelos. Según la encuesta del CIS de marzo, los consideramos nuestro tercer problema más grave; además, un 67% piensa que los políticos son malos o muy malos (solo un 3,9% piensa que son buenos o muy buenos: digo yo que serán sus familiares). Pese a ello sigo teniendo la plena certidumbre de que la democracia es el sistema con menos problemas. Cuidado con la añoranza de las dictaduras, que pueden parecer más limpias por el simple hecho de que ocultan sus atropellos (la venta de niños del franquismo no ha emergido hasta ahora, por ejemplo… Quién sabe, a lo mejor resulta que los anarquistas tenían razón y que no se necesitan políticos.

 Juan López Ruidera

2 comentarios en “El alcalde me nombró asesor…”

  1. El mejor candidato es aquél que brilla por su ausencia

    Que a tres días de que se cierre el plazo para la presentación de las listas electorales, los partidos aún guarden con celo su composición obedece estrictamente a razones de lógica política. El hecho de que en los comicios municipales, por encima de las siglas, se vote a las personas explicaría el ejercicio de ocultismo. Con eso ya está dicho todo, se comprende el impenetrable muro de silencio. A día de hoy, no hay mejor campaña que la consistente en no abrir la boca, ni mejor candidato que aquél que brilla por su ausencia. En rigor, lo más atinado sería preservar los nombres de los candidatos hasta una vez cerrados los colegios electorales, de forma que podamos exclamar «¡anda, si he votado una lista con dos ineptos y tres incompetentes!», sin que nadie nos pueda acusar de haber actuado desde la irresponsabilidad democrática.

    A nadie le interesa conocer cuáles son las principales actuaciones previstas por los candidatos, nos ha enseñado que los políticos ya no se conforman con incumplir sus promesas, sino que se empeñan en traicionarlas

  2. Nos hallamos inmersos en un ambiente moral caracterizado por el infantilismo más agudo. Ello explica los tres falsos debates abiertos en los medios a raíz del reciente ojo por ojo practicado a Bin Laden.

    Uno: fue justicia o fue venganza. Para que haya justicia tiene que haber una actuación judicial, una detención y un proceso. Fue venganza. Es cierto que un juicio de este tipo corría el peligro de provocar a los terroristas; pero los pequeños españoles nos arriesgamos a ello, juzgando a los autores del 11-M. Que no es justicia lo avala ampliamente el hecho de que, aparte de Barack Obama, esgrimen tal argumento los conocidos juristas Bush hijo y Aznar, que le ha mandado un telegrama al sucesor de su amigo.

    Dos: si es lícito utilizar cierto tipo de tortura en cierto tipo de casos. La respuesta es no y nunca. Aparte de que, en vez de echarle tanto sangriento teatro al asunto, les habría bastado, a esa plana mayor que se mordía las uñas viendo en directo el vídeo de la intervención de sus muchachos, con hacerle un poquito de extorsión al Gobierno paquistaní, buen conocedor de que Bin Laden se escondía en su territorio.

    Tres: ¿debemos ver o no las fotos? ¿Herirán estas nuestra sensibilidad? ¿Provocarán las iras de los fanáticos? Hablar de sensibilidad a estas bajuras del asunto me parece francamente obsceno; en cuanto a los fanáticos, bueno, puede que estén ya muy motivados por esa guerra y ocupación de Afganistán que tiene lugar desde hace 10 años, y que se declaró para buscar infructuosamente a Bin Laden; total, para finalizar teniendo que largarse, tras pactar con los talibanes.

    Es repugnante. Pero comprendo la alegría de los norteamericanos: como escribía ayer aquí Ariel Dorfman, han visto volar de nuevo a Superman sobre los heridos rascacielos de Nueva York.

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