Aunque nos falta distancia para analizar el movimiento del 15-M, todo apunta a que no estamos ante un hecho anecdótico. Hoy se abren algunos interrogantes. Qué aporta este movimiento y hacia dónde puede evolucionar. Consciente de que hay tantas respuestas como miradas, esto es lo que a mí me parece ver.
Ni marginal, ni violento, ni apolítico, el movimiento ofrece claras propuestas de regeneración cívica.
El 15-M ha mostrado de nuevo la potencialidad de la Red para propiciar la confluencia de diferentes iniciativas y como instrumento organizativo, aunque su expansión ha llegado con la presencia en la calle y la difusión por los medios. Es esta interacción de diferentes formas de comunicación la que ha potenciado fuertes vínculos emocionales y la implicación de gente muy diversa en variadas formas de participación, cooperación y socialización de vivencias. Importante en unos momentos en que la indiferencia, la resignación o el individualismo han atrapado a buena parte de la sociedad, el 15-M ha conseguido abrirse hueco en una agenda comunicativa cada vez más cerrada. Más complejo ha sido evitar el enmarcado que algunos medios han querido dar del movimiento, situándolo como subalterno de las elecciones del 22-M.
Estos días se ha generado un potente imaginario que ha ganado las mentes de muchas personas, rompiendo los estereotipos criminalizadores que desde el poder se han querido dar de los movimientos sociales. Ni marginal, ni apolítico, ni violento. El comportamiento en las acampadas, la respuesta a la intervención policial de Barcelona y la inteligente organización de la convivencia con los aficionados del Barça son muy ilustrativos.
Además de potentes vínculos emocionales, el 15-M aporta reflexiones con fuerte carga ideológica. La democracia sin contrapoderes sociales es débil, y sin democracia económica, no es real. Vínculo emocional e ideología son factores clave para movilizar a la ciudadanía en cualquier ámbito, social o político, como bien sabe la derecha española.
En contra de lo que pretenden sus detractores, el movimiento supone una clara reivindicación de la democracia y la política -en su sentido primigenio- como medios imprescindibles para dar respuesta a un sistema social gobernado por los mercados financieros y unas instituciones políticas impotentes; y al mismo tiempo defiende una manera no clientelar de entender la política y de tratar a la ciudadanía.
En esta línea, el 15-M aporta propuestas de carácter marcadamente regeneracionista, que son reformistas y subversivas al mismo tiempo. La reforma de la ley electoral, la exigencia de una efectiva división de poderes, espacios y formas de participación de las personas no intermediadas por las instituciones, el establecimiento de límites a la propiedad privada para garantizar su función social y el acceso a derechos sociales básicos como la vivienda, son propuestas reformistas y al mismo tiempo profundamente subversivas. El 15-M abre posibilidades a la aparición de un nuevo sujeto social que no puede analizarse con los parámetros propios de las organizaciones sociales estructuradas u otras formas de participación.
Ahora aparecen algunos interrogantes a los que no es fácil responder: cómo dar continuidad al espacio social que se ha generado, cómo evitar los riesgos de dilución con el paso de los días, qué tipo de acciones pueden mantener activo al movimiento y cómo continuar desempeñando un papel de contrapoder social.
Las formas utilizadas, la cultura que comporta sus prácticas participativas, han demostrado su riqueza y potencialidad, que ahora se están poniendo a prueba en los debates sobre cómo evitar los riesgos de deterioro o desfiguración del propio movimiento.
En los próximos días podremos analizar si la indignación se dirige solo a la política o bien sitúa a los poderes económicos entre sus objetivos. Una de las contradicciones de estos tiempos es la elusión de responsabilidades por parte de los poderes económicos, que no se sienten aludidos ni interpelados por lo que está pasando. A diferencia de la política, los mercados no necesitan legitimarse ante la ciudadanía, solo responden ante los accionistas y los inversores y su fuente de legitimidad son los beneficios. Parece como si el conjunto de la sociedad, y en esto el 15-M no ha supuesto ninguna ruptura, hubiera interiorizado que los poderes económicos son irresponsables, en el sentido de que no deben dar explicaciones y tampoco cabe pedírselas.
Algunas voces pretenden medir la utilidad del 15-M por las reivindicaciones que consiga a corto plazo, pero todo apunta a que los impulsores del movimiento afrontan el proceso con mentalidad de corredor de fondo, posiblemente porque saben que el cortoplacismo es uno de los cánceres de nuestra sociedad y de la política institucional.
Pero no cabe menospreciar lo que supondría para su consolidación como sujeto social que algunas de sus propuestas encontraran vías de avance. Esto depende de cómo evolucione el movimiento generado a partir del 15-M y las complicidades que puedan establecerse con otras organizaciones de prácticas y culturas distintas, pero los mismos objetivos. También cabe pensar que la única función posible es la de ofrecer un espacio para que la ciudadanía actúe como contrapoder social, y que desde fuera y desde dentro del movimiento no se puede pretender nada más.
Por Joan Coscubiela es investigador del seminario Comunicación y Sociedad Civil de la Universidad Abierta de Cataluña (UOC).
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