Tradizioan udaren hasiera markatu duen San Juan eguna bihar izango da; honenbestez, gaurkoa izango da ere gaurik laburrena, eta festarako egokienetakoa. Ideia hori bera dute hiriko hainbat gunetan.
El 23 de junio, víspera de San Juan, se encienden hogueras y se limpian las fuentes en muchos lugares de Euskalerria. Se supone representan al sol. Estas hogueras o fogatas las encienden los vecinos aún en las ciudades y aún se baila alrededor de ellas. En algunos lugares además de la leña, maderas y malezas se queman hojas de laurel bendito y otras yerbas y plantas.
Caro Baroja dice que al saltar por encima de la fogata, aspirar su humo y bailar en derredor se puede obtener algo de todo esto:
1. La preservación de determinadas enfermedades.
2. La curación de las mismas.
3. La expulsión de los productores de la enfermedad a otras regiones.
4. La preservación de los maleficios de las brujas y la expulsión de éstas y de los ladrones.
5. La preservacón de animales dañinos (perros, culebras, etc.).
6. La preservación de contratiempos más fortuitos.
7. La garantía de un matrimonio próximo, si salta de un modo determinado.
Lo que más me gusta de las fiestas es el día después. Esas mañanas silenciosas en las que el territorio se divide en dos bandos: los que duermen después de haber disfrutado y los que disfrutan después de haber dormido. Los primeros porque tienen que reacondicionar el cuerpo después de la juerga y el trasnoche y los segundos porque se hacen dueños indiscutibles de un espacio privado, ausente de ruidos, de bronca, de gente molesta…
La víspera de San Juan nos fuimos a cenar fideos tostados, enhiestos, bañados en el jugo de los pescados sazonados En una noche asío te encierras en un bunquer o te sumas a la fiesta, hay que aceptar las cosas como son, sigue siendo absurdo intentar cambiar una realidad de miles, qué digo miles, decenas de miles de personas, en grupos, en familia, en tribus y hasta en pareja, dedicados todos ellos a convertir en humo una buena cantidad de petardos, cohetes, bengalas y ramilletes más o menos vistosos de fuegos artificiales.
Entre la fiesta musical y los mojitos bien preparados y generosamente bautizados, la playa en la noche, las hogueras, la mar bailando al ritmo que le imponían, el tiempo se deslizó liviano y la noche nos dio lo que nunca rechazamos: alegría y bienestar en buena compañía.
No hizo falta esta vez quemar nada en la hoguera porque el “curso” ha sido fructífero en aprendizajes y las rémoras se fueron quedando por el camino entre un otoño con la piel cambiada, el invierno reflexivo y confortable y una primavera que nos ha florecido por dentro de la mejor manera imaginada. Ni quemamos nada, ni pedimos deseos: todo está bien como está y hay un orden que nos alcanza y al que recibimos con los brazos abiertos.
Pero esta mañana, después de la fiesta, sorteando el marasmo de restos quemados, la playa me ha ofrecido una larguísima caminata en silencio, compartido únicamente con unos pocos caminantes que, como yo, disfrutaban de la ausencia de ruido… y ese tiempo fresco, limpio, descansado y consciente ha sido lo mejor de toda la fiesta.