Los miembros de la Real Academia de la Historia, antes y después de cada junta general, se encomiendan a Dios. «Que el Espíritu Santo ilumine con su gracia nuestra inteligencia y nuestro corazón», es la oración que precede el inicio de las sesiones de los viernes. El breve rezo en latín es una herencia que la institución no ha desterrado de sus rituales. No es el único lastre que arrastra del pasado: otras son la presencia de un arzobispo (en la actualidad, monseñor Antonio Cañizares), el escaso número de mujeres, la hegemonía centralista (apenas hay académicos de la periferia), el predominio de especialistas en tiempos gloriosos de reyes y conquistadores y algunas funciones anacrónicas, como la de censor. Este cargo, que ahora desempeña el decano de la Real Academia de la Historia, Carlos Seco Serrano, parece simbólico en la práctica, pero podría no serlo. Todos los discursos de ingreso, recepción y contestación de los nuevos académicos son supervisados por él.
El Diccionario Biográfico Español ha costado casi tres siglos la tarea, pero algunos aspectos relacionados con la historia más reciente no brillan por su esmero en establecer hechos objetivos. «Si un admirador de un autor polémico hace su biografía, como el caso de Luis Suárez Fernández y Franco, siempre tendremos textos casi hagiográficos o muy benévolos hacia su gestión y conducta», señala el historiador Enrique Moradiellos. La fallida elección de algunos biógrafos es una de las razones de la controversia que ha generado el Diccionario Biográfico Español, pero el origen entronca con la propia composición de la RAH, donde no están representados especialistas en la historia más reciente.
La comisión de Historia Contemporánea de la Academia -que por extensión se ocupó de supervisar contenidos del Diccionario- está formada por Miguel Artola (respetadísimo historiador del siglo XIX), Vicente Palacio (colaborador de autores vinculados al franquismo como Ricardo de la Cierva y biógrafo del Rey), Miguel Ángel Ochoa Brun (historiador de la diplomacia y la política exterior) y Carlos Seco Serrano (autor de una vasta obra sobre Alfonso XIII y Eduardo Dato).
De la institución están ausentes algunos reputados historiadores como Santos Juliá, Josep Fontana, Jordi Nadal o Juan Pablo Fusi, por citar algunos nombres. Salvo recientes incorporaciones, la media de edad de los académicos es muy alta: 15 de los 36 tienen más de 80 años. «Habría que remozarla internamente, rebajar la edad media de sus integrantes y ampliarla en número y funciones», plantea Enrique Moradiellos.
sacado de El Pais
«¿De qué nos extrañamos? Lo extraordinario es que Luis Suárez escribiera otra cosa sobre Franco. Que él haya sido el elegido es la consecuencia lógica no solo del martilleo de pseudohistoriadores y pseudoperiodistas que llevan años tratando de legitimar el franquismo, también lo es del coqueteo de historiadores más serios con la equidistancia entre franquismo y República. Eso es lo preocupante. Es como si dentro de 50 años los diccionarios dijeran que ETA no era una organización terrorista sino un movimiento de liberación. Significaría que hemos perdido la batalla del discurso. Y no deberíamos perder la batalla del discurso sobre la dictadura después de años de trabajo muy serio. La visión benevolente, halagadora y mistificadora del franquismo es un maquillaje de la realidad que es moneda corriente en este país. Y es lo que sucede cuando emborronas los límites y dices que los dos bandos de la guerra eran lo mismo. A partir de ahí puedes mentir y no pasa nada. Sería preocupante que esa visión terminara en los manuales de las escuelas».
– Javier Cercas (escritor).