En YouTube circula un vídeo en el que se identifica a los presuntos violentos de ayer ante el Parlamento de Cataluña. La éntrada es precisamente la del título ¿Quiénes son los violentos?
¿Se está cayendo en el inmenso error de infiltrar a provocadores en este movimiento de indignados pacifistas?
Al menos desde la edición de esta web se recomienda leer el comunicado de Democracia Real Ya.
A un mes de la inauguración de los campamentos del 15-M, y cuando los más representativos se encuentran ya en fase de desmantelamiento o reconversión, no conocemos a ninguno de sus líderes ni de sus portavoces. Quizá porque carecían de una cosa y otra. Durante el mes que ha durado la acampada, la pregunta recurrente era quién había detrás, cuando bastaba acercarse a cualquiera de las plazas para comprobar que lo que había detrás era lo que se veía delante.
El pensamiento convencional no puede funcionar sin la idea del «detrás», que es la variante paranoica del pensamiento jerárquico. El 15-M ha resultado, en fin, un puñetazo de horizontalidad en un mundo construido por cabezas verticales, y ello pese a que las empresas de vanguardia llevan tiempo ensayando distintas formas de relación horizontal con resultados excelentes. La cadena de mando, incluso sin necesidad de haber hecho la mili, se ha revelado como una cadena a secas, es decir, como una forma de esclavitud que, lejos de estimular el progreso, lo frena. Habrá que ver en el futuro cómo evoluciona esa horizontalidad, cómo se estructura (o se desestructura) y si es capaz de evolucionar sin verticalizarse. Si nos empeñamos en observar el fenómeno con la mirada de siempre, solo veremos lo que esperemos ver. Le ocurrió el otro día a la policía, cuando aseguró haber detenido a tres miembros de la cúpula de Anonymous, colectivo que se caracteriza precisamente por carecer de cúpula. Anonymous no tiene consejero delegado.
Cualquier acto masivo, desde un congreso mundial de ursulinas a la junta general de accionistas del Mangante’s Bank, es susceptible de acabar a hostia limpia. Basta con que un puñado de los asistentes -mandados por alguien o, simplemente, llegados por su propio pie con ganas de bulla- repartan los primeros mamporros. A partir de ahí, se ponen en marcha la adrenalina, la confusión y todos los instintos primarios descritos en miles de manuales de psicología de las multitudes. En un titá, el mobiliario vuela por los aires y tipos que de a uno no son capaces de matar una hormiga mutan en Conan el bárbaro. Un puñado de cámaras registrando primeros planos de furia y captando el rugido de la marabunta completa el trabajo.
Ocurrió tal cual anteayer en Barcelona, con la propina de unos helicópteros rescatando a los buenos y hasta el detalle chusco de unos gañanes tratando de guindarle el perro-guía a un parlamentario ciego. Era de libro que un movimiento que tenía de los nervios a los amos del calabozo terminaría así. Fracasados los intentos de presentarlos como una turba de ingenuos que no tienen ni puta idea de lo que vale un peine democrático o como unos haraganes refractarios a la higiene, solo quedaba el fácil recurso de retratarlos como una versión con rastas de las huestes de Atila.
¿Estoy dando pábulo a las teorías semiconspiratorias de los infiltrados policiales que encendieron el cirio? Hombre, que había unos madelmanes disfrazados de grotescos activistas es algo de lo que da fe Youtube. Pero no hay pruebas de que fueran ellos quienes empezaron la gresca. De hecho, no les hacía ninguna falta. Bastaba con dejar que actuaran los cuatro imbéciles que, sin otra ideología que buscar la boca, trashuman de lío en lío. El llamado Sistema no tiene mejores aliados que esos antisistema de atrezo. No los confundamos con quienes sólo piden que algo cambie.