1. ¿Qué clase de unión es Europa cuando resulta incapaz de solucionar una crisis provocada por el rescate de un país tan pequeño como Grecia, que sólo supone el 2% del PIB europeo?
2. ¿Por qué se ponen condiciones leoninas para el rescate a los ciudadanos griegos (unos 110.000 millones en préstamos) y, sin embargo, fue incondicional el salvavidas lanzado a los banqueros europeos (311.400 millones en inyecciones directas de capital y un total de 3,7 billones de euros sobre la mesa, si contamos también avales, préstamos y otras ayudas)?
3. ¿Por qué no se exigieron “reformas estructurales” al irresponsable sector financiero?
4. Después de casi tres años de sacrificios para “calmar” –sin éxito– a los mercados, ¿qué más pruebas necesitamos de que esta política de la austeridad anoréxica no funciona? Si el problema fundamental es el miedo de los inversores a un impago por la falta de crecimiento, ¿cómo puede ser la solución una política de ajustes que congela el gasto público y, como consecuencia, gripa la recuperación de la economía?
5. ¿Cuántos “lunes negros” más son necesarios para que Angela Merkel afloje la mano y permita a la UE y al Banco Central Europeo hundir a los especuladores? ¿Harán falta dos nuevas Guerras Mundiales y otra gran depresión para recuperar la solidaridad europea?
Tomadas de Ignacio Escolar
La situación de Europa es grave, muy grave. ¿Quién habría pensado que el primer ministro británico, David Cameron, haría un llamamiento a los gobiernos de la zona del euro para que se armaran de valor a fin de crear una unión fiscal (con un presupuesto y una política fiscal comunes y una deuda pública garantizada en común)? Y Cameron sostiene también que la única forma de detener la desintegración del euro es una mayor integración política.
¡Un primer ministro británico conservador! La casa europea está ardiendo y Downing Street hace un llamamiento en pro de una reacción racional y resuelta por parte del cuerpo de bomberos.
Lamentablemente, el cuerpo de bomberos está dirigido por Alemania y su jefe es la canciller Angela Merkel. A consecuencia de ello, Europa sigue intentando apagar el fuego con gasolina —la austeridad impuesta por Alemania—, con lo que, en tan sólo tres años, la crisis financiera de la zona del euro ha llegado a convertirse en una crisis existencial europea.
No nos engañemos: si se desintegra el euro, lo mismo ocurrirá a la Unión Europea (la mayor economía del mundo), lo que desencadenará una crisis económica mundial que la mayoría de las personas vivas actualmente nunca han padecido. Europa está al borde del abismo y sin duda caerá en él, a no ser que Alemania —y Francia— cambien de rumbo.
Ahora los alemanes deben preguntarse si ellos, que han sido quienes más se han beneficiado de la integración europea, están dispuestos a pagar el precio que entraña o preferirían dejarla fracasar
Las recientes elecciones celebradas en Francia y en Grecia, junto con las locales en Italia y la continua zozobra existente en España e Irlanda, han mostrado que el público ha perdido la fe en la estricta austeridad que les ha impuesto Alemania. La cura de caballo de Merkel ha chocado con la realidad… y la democracia.
Una vez más estamos aprendiendo a base de palos que, cuando se aplica en plena crisis financiera grave, esa clase de austeridad sólo conduce a la depresión. Esa idea debería haber sido dominante; al fin y al cabo, fue una enseñanza fundamental que se desprendió de las políticas de austeridad del presidente Herbert Hoover en Estados Unidos y del canciller Heinrich Brüning en la Alemania de Weimar a comienzos de los años treinta del siglo pasado. Lamentablemente, Alemania, precisamente ella, parece haberla olvidado.
A consecuencia de ello, el caos se cierne sobre Grecia, como también la perspectiva de pánicos bancarios posteriores en España, Italia y Francia… y con ello una avalancha financiera que enterraría a Europa. ¿Y después? ¿Acaso debemos desechar lo que más de dos generaciones de europeos han creado: una inversión en masa en una construcción institucional que ha brindado el período más largo de paz y prosperidad en la historia del continente?
Una cosa es segura: la desintegración del euro y de la UE entrañaría la salida de Europa del escenario mundial. La política actual de Alemania es tanto más absurda en vista de las graves consecuencias políticas y económicas que afrontaría.
Corresponde a Alemania y a Francia, a Merkel y al presidente François Hollande, decidir el futuro de nuestro continente. La salvación de Europa depende ahora de un cambio fundamental en la posición en materia de política económica de Alemania y de la de Francia en materia de integración política y reformas estructurales.
Francia tendrá que aceptar una unión política: un gobierno común con control parlamentario común para la zona del euro. Los gobiernos nacionales de la zona del euro ya están actuando al unísono como gobierno de facto para abordar la crisis. Se debe llevar adelante y formalizar lo que está llegando a ser cada vez más cierto en la práctica.
Por su parte, Alemania tendrá que optar por una unión fiscal. En última instancia, eso significa garantizar la supervivencia de la zona del euro con la fuerza y los activos económicos de Alemania: adquisición ilimitada de bonos estatales de los países en crisis por parte del Banco Central Europeo, europeízación de las deudas nacionales mediante eurobonos y programas de crecimiento para evitar una depresión en la zona del euro e impulsar su recuperación.
Podemos imaginar fácilmente cómo se despotrica en Alemania contra esa clase de programa. ¡Aún más deuda! ¡Pérdida de control de nuestros activos! ¡Inflación! Sencillamente, ¡no funciona!
Pero sí que funciona: el crecimiento de Alemania, basado en la exportación, se debe a esa clase de programas precisamente en los países en ascenso y los Estados Unidos. Si China y EE.UU. no hubieran bombeado dinero financiado en parte con deuda en sus economías a comienzos de 2009, la economía alemana habría recibido un golpe muy duro. Ahora los alemanes deben preguntarse si ellos, que han sido quienes más se han beneficiado de la integración europea, están dispuestos a pagar el precio que entraña o preferirían dejarla fracasar.
Además de la unificación fiscal y política y políticas de crecimiento a corto plazo, los europeos necesitan urgentemente reformas estructurales encaminadas a restablecer la competitividad de Europa. Cada uno de esos pilares es necesario para que Europa supere su crisis existencial.
¿Entendemos nosotros, los alemanes, nuestra responsabilidad paneuropea? Desde luego, no lo parece. De hecho, raras veces ha estado Alemania tan aislada como ahora. Prácticamente nadie entiende nuestra dogmática política de austeridad, que contradice toda experiencia, y se considera que hemos perdido el rumbo en gran medida, o que vamos como en un coche en dirección contraria a la del tráfico. Aún no es demasiado tarde para cambiar de dirección, pero ahora sólo nos quedan días y semanas, tal vez meses, en lugar de años.
Alemania se destruyó a sí misma –y el orden europeo– en dos ocasiones en el siglo XX y después convenció a Occidente de que había sacado las conclusiones oportunas. Sólo de ese modo, reflejado con la mayor claridad en su aceptación del proyecto europeo, obtuvo Alemania la anuencia para su reunificación. Sería a un tiempo trágico e irónico que una Alemania restaurada por medios pacíficos y con la mejor de las intenciones provocara la ruina del orden europeo por tercera vez.
Joschka Fischer, ministro de Asuntos Exteriores y Vicecanciller de Alemania de 1998 a 2005, fue un dirigente del Partido Verde alemán durante casi veinte años.
Durante siglos, la mitología sirvió para explicar cómo y por qué actuaban las fuerzas desconocidas de la naturaleza en ausencia de un discurso racional que aportara las respuestas. La antigua Grecia es prolija en este tipo de relatos que trataban de ofrecer modelos de actuación, pautas de comportamiento, ante los recurrentes problemas del ser humano.
La Grecia de hoy en día no se ha alejado tanto del espíritu que alumbró aquella visión del mundo: por un lado, el pueblo sigue sufriendo los embates de unas fuerzas desconocidas e incorpóreas (los mercados) que, como los antiguos dioses olímpicos, parecen existir y actuar al margen de valores y virtudes humanas tales como la justicia, la sabiduría o la honestidad; por otro, los tiranos continúan recurriendo al pensamiento pre-lógico para tratar de aplacar esas potencias arbitrarias y caóticas, que únicamente pueden ser sosegadas -y solo temporalmente- mediante constantes sacrificios y hecatombes realizadas en su nombre.
Es por ello que los antiguos mitos se prestan en el contexto actual como la mejor forma de explicar los males sociales y económicos que abaten el país. La espiral de austeridad, los continuos memorandos, las deudas y los plazos, la permanencia o la salida de la eurozona, se presentan en los mismos términos que las leyendas arcaicas sobre la prosperidad y la ruina, el orden y el caos o la venganza de los poderosos.
A estas alturas, los ciudadanos griegos se sienten como el antiguo rey Sísifo, fundador de la ciudad de Corinto, condenado por los dioses a empujar una roca montaña arriba para dejarla caer por la otra vertiente. Un castigo cíclico y eterno pues cuando está a punto de lograrlo se ve obligado a retroceder debido al peso de la malvada piedra, que vuelve a caer hasta la parte más baja de la ladera.
Los recortes en los sueldos y las pensiones, el aumento de impuestos o la paulatina desaparición de las coberturas sociales sirven para expiar el pecado original de quienes pensaron un día ser partícipes de eso que se dio en llamar el «estado del bienestar», y nos recuerdan al mito del titán Prometeo, aquel que robó el fuego a los dioses para beneficio de la humanidad. También el escarmiento para cuantos se oponen a la iniquidad de las nuevas deidades es diario y eterno. Cada mañana, los medios de prensa anuncian las últimas medidas pergeñadas la víspera y que, como el buitre hacía con el hígado del héroe, se encargan de devorar las vísceras de los ciudadanos, posteriormente regeneradas durante la noche para poder enfrentarse a una nueva jornada.
Que se sepa, nadie ha robado por el momento a esa santísima trinidad -o troika- integrada por la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional. Pero sus concesiones, a semejanza de lo ocurrido con la Pandora ofrecida por Zeus, han conseguido esparcir todos los males de este mundo. Cuando los gobernantes griegos recibieron de esos seres superiores el «rescate» que solucionaría su penosa situación no tuvieron presente la insensata acción de Epimeteo, cuando al abrir la vasija de la bella Pandora liberó todas las calamidades que podían malograr la felicidad del ser humano, tales como la vejez, la fatiga, la enfermedad, la demencia o el vicio. Del mismo modo imprudente, los Samarás y los Venizelos, contra toda lógica y razón, han infectado a la sociedad griega de todo aquello que constituye la esencia del capitalismo: explotación, pobreza, marginación, barbarie y fascismo.
Hesiodo, uno de los primeros cronistas de los mitos griegos, explicaba que el mal de los hombres y de las mujeres radicaba en su torpeza a la hora de actuar y no en la injusticia divina. Decía el poeta que «muchas veces, hasta toda una ciudad carga con la culpa de un malvado cada vez que comete delitos o proyecta barbaridades». Tres mil años después, solo hemos variado cuantitativamente, ahora las injusticias de un buen número de poderosos acaban con naciones enteras.
Basta que Draghi se rasque el testículo izquierdo por la mañana para que los inversores interpreten el inoportuno picor como una señal inequívoca de que se avecinan turbulencias financieras y me disparen hacia los más alto; si ya por la tarde el director del BCE tiene a bien aclarar obedecía más a un tic, tipo el de Nadal, que a una enfermedad venérea, voy y me relajan. La Reserva Federal se toca el lóbulo izquierdo y subo; la troika comunitaria se pasa la lengua por los labios y bajo; el FMI se mesa los cabellos y otra vez me disparo; el Banco Mundial anuncia fiestuki y me desplomo. En las raras ocasiones en las que Obama telefonea a Rajoy es como si llamara la ‘línea caliente’. A veces intentan reanimarme con placebos: un día son los candados en los contenedores de los supermercados, un intento de estimular el consumo entre los pobres, sector especialmente reacio a sumar esfuerzos en pro de la recuperación del consumo; otro, el anuncio de que a los inmigrantes ‘ilegales’ les será aplicado el peaje sanitario. Esto último no figuraba en el programa electoral del PP, pero el Gobierno está ya en esa fase en la que no reconoce más autoridad monetaria que la de los Santos Evangelios, en donde se aconseja claramente introducir recortes en la sanidad pública o, en su defecto, incentivar la contratación de seguros privados, especialmente entre los pobres. Lázaro resucitó por encima de nuestras posibilidades
Lozas Como Pozas