Las sequoias de Ayete. Crónica de Ernesto Alberich (año 1954)

El Palacio de Ayete , en el extenso parque que lo rodea, posee una variada colección de hermosos árboles lo mismo autóctonos, del país vasco o del contorno peninsular, que exóticos, de lejanas tierras ultramarinas. El pasado año de 1953, un fuerte corrimiento del terreno provocó la caída de algunos de los más espléndidos ejemplares, entre los que se hallaban representantes del roble, del olmo, del castaño y un esbelto tulipán de Virginia (Liriodrendon tulipifera), especie afín a la magnolia. Al mismo tiempo que se extraían de allí estos gigantes derribados, se aprovechó la ocasión para quitar también otros que habían quedado secos por diversas causas.

Entre estos últimos, se destacaban por sus grandes dimensiones, lo mismo en el ancho de su diámetro que en el largo de su fuste, dos ejemplares de Sequoia gigantea End.

 Esta especie es originaria de California, en donde, bajo las condiciones óptimas que allí tienen,

alcanza alturas increíbles y correlativamente, espesores sorprendentes. Es clásica la estampa de estos gigantes, el mayor de los cuales, ya desaparecido, alcanzó cerca de los 135 metros, cruzados por una carretera que atraviesa su tronco. Se conservan todavía cerca de cien que pasan también el centenar de metros de altura. Las medidas efectuadas en los dos ejemplares de Ayete dieron las siguientes cifras: uno tenia un metro de diámetro y 3,14 de perímetro a la altura del pecho de un hombre y en la base pasaba de 1,50 metros de diámetro y 4,70 metros de perímetro. Su altura era de 27,50 metros, medida bastante exacta realizada una vez apeado el árbol. El otro ejemplar, de dimensiones transversas algo menores, dió una altura también menor, de 26,60 metros. Es típica de las sequoias esta forma “neiloide” de su tronco, cilíndrico en toda su longitud pero que se ensancha rápidamente hacia la base, poco antes de hundirse en la tierra y ceder su puesto a las potentes raíces que lo sustentan. Para darnos cuenta de la considerable estatura de nuestros sequoias de Ayete podremos compararlos con un edificio cuyos pisos fueran de tres metros y medio de altura: el uno llegaría al octavo piso; el otro al séptimo. Debemos estimar sorprendente esta altura excepcional, teniendo presente las condiciones climáticas de nuestro país, tan distintas a las del originario de California y que nos llevan a suponer que de haber seguido viviendo, estos ejemplares hubieran superado, acaso, a otros ejemplares, ya célebres por su tamaño, que existen en los jardines de La Granja (Segovia).

 En uno de ellos atribuimos su muerte al rayo, porque en su tronco se apreciaba una veta carbonizada y si bien no debió extinguirse en seguida, su vida fué languideciendo hasta secarse por completo.

En el otro ejemplar es difícil averiguar la causa de su muerte, ya que no se apreciaba ninguna causa externa, física ni biológica, de enfermedad producida por insectos, hongos, etc. De este último mandamos preparar un disco, que ha pasado a formar parte de la “Colección de Maderas” de la Sección de Botánica del Museo de Ciencias Naturales del País Vasco, instalado en el Museo Municipal de San Telmo de San Sebastián.

 Conocida de todos es la admirable disposición en anillos concéntricos que presenta la madera de los árboles, formados año tras año y separados netamente unos de otros. En nuestro ejemplar, un rápido examen de sus anillos nos hace contar hasta noventa de éstos y deducimos así que, por lo menos, el coloso había alcanzado cerca de los cien años, edad, sin embargo, muy temprana y se recuerda que en California se han contado hasta cerca de los tres mil anillos y que esta misma cifra se ha registrado en los sequoias fósiles hallados en Europa central.

 Es interesante anotar aquí algunos datos sobre las sequoias de Ayete que debemos a la amabilidad de don Alfredo Peña Ducasse. Según el señor Peña, su abuelo, don Pedro Ducasse, jardinero mayor que fué del Ayuntamiento de San Sebastián, hizo la plantación de varios árboles, entre los que se contaban las sequoias, en el parque del Palacio de Ayete, solicitado por su entonces propietario, el buque de Bailén. La fecha más probable de la plantación la calcula el señor Peña de los veinte a los veinticinco años antes del 1875, año durante el cual el señor Ducasse vivía en el mismo Palacio y bajaba a la ciudad con las precauciones impuestas por la guerra civil. Este dato verifica así la edad resultante de la cantidad de anillos contados hasta ahora en el disco de la sequoia y muestra la regularidad con que estos árboles han ido formándolos hasta llegarles la muerte por accidente.

Las sequoias corresponden al grupo botánico que incluye también otras especies de su gigantesco porte; por su aspecto general, por sus finas hojas apizaradas, son afines a los cipreses y a las tuyas.

 Su madera, oscura y dura, es muy apreciada. En su tierra de origen, California, después de una época de indiferencia y brutal tala, se hallan protegidos, como monumento nacional, por las leyes del Estado. Tan hermosos árboles merecen, en efecto, esta medida extrema porque, lo mismo que muchas otras especies, lo mismo de vegetales que de animales, son los últimos representantes, a modo de “fósiles vivientes”, de los géneros que vivieron en remotísimas épocas geológicas, durante las cuales poblaban países situados mucho más al norte de California. Se han hallado restos de formas afines en los sedimentos del período cretácico de Groenlandia o en los terciarios de Alemania.

 

Para los naturalistas, la sequoia es así un árbol sagrado, lo mismo que el ginkgo biloba y tantos otros, también supervivientes de épocas geológicas anteriores a la humana. El ginkgo, como se sabe, es árbol sagrado en China, donde adorna la entrada a los templos.

 

 

1 comentario en “Las sequoias de Ayete. Crónica de Ernesto Alberich (año 1954)”

  1. La asociación ecologista Haritzalde convocó ayer a las 19.00 horas una concentración pacífica frente al instituto Peñaflorida para pedir que se salven los 45 árboles que se encuentran allí.

    El proyecto de edificación del nuevo instituto no contempla la conservación de las citadas plantas. Por ello, hace unas semanas el Ayuntamiento de Donostia intentó negociar con el Gobierno Vasco el traslado de esa arboleda. Al final, el Consistorio decidió asumir el traslado de tres grandes secuoyas, las únicas de sus características en la ciudad, a la rotonda de Morlans.

    Haritzalde consideró «un paso» que el Gobierno luchase por el traslado de los especímenes, pero no le pareció suficiente. A su juicio, el proyecto de construcción actual debería desecharse y redactarse uno nuevo que contemple que se mantengan las dos arboledas. Según explicaron, los árboles no solo tienen valor naturalístico, sino también personal, dado que fueron plantados durante décadas por profesores y alumnos del instituto.

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