¡Convocan un referéndum en la cuna de la democracia!

Convocar un referéndum popular en la cuna ateniense de la democracia no debería sacar de quicio a esa Europa que presume de gozar del menos malo de los sistemas de convivencia. Yorgos Papandreu no es el primer mandatario que se plantea pedir la opinión ciudadana antes de cargar con la responsabilidad exclusiva de decisiones que marcarán el futuro de varias generaciones de compatriotas. En su día lo hicieron, por ejemplo, Felipe González o François Mitterrand, y también pusieron de los nervios a la comunidad internacional. Será discutible el momento elegido por el jefe del Gobierno griego para anunciar la consulta, pero no su derecho a convocarla. Papandreu busca legitimidad interna para aplicar precisamente las medidas que le imponen los socios del euro y el FMI como condición previa a la concesión de nuevas ayudas. Sabe que la mayoría de los griegos rechazan los draconianos recortes aunque tampoco quieren quedarse fuera de la moneda única, porque significaría más calamidades aún de las que ya sufren. Así que el resultado de este órdago de Grecia, si no cae antes el propio Papandreu, dependería mucho de la redacción literal de la pregunta, convertida en ultimátum para que los ciudadanos elijan “susto o muerte”. Lástima que no se observe la misma presión sobre Merkel para que levante su veto a los eurobonos o a un papel más activo del BCE contra los ataques al euro. Esa actitud sí que es irresponsable, y no la de consultar al pueblo

4 comentarios en “¡Convocan un referéndum en la cuna de la democracia!”

  1. Las autoridades financieras advierten a Grecia que la democracia perjudica seriamente a la economía. Tiene su simbolismo que la simple petición de un referéndum para que los griegos puedan tomar por sí mismos la decisión más importante en varias generaciones levante este maremoto bursátil. Los críticos con la propuesta de Papandreu argumentan (con razón) que, si la respuesta es un “no”, Grecia puede caer en bancarrota, salir del euro y, por el camino, complicar aún más las cosas para el resto de la maltrecha UE. Hay también algo de oportunismo en Papandreu, que busca en el referéndum su propia supervivencia política. No pongo en duda el peligro de la idea: no hay más que ver el tamaño de las olas desatadas. Pero, ¿cómo hemos llegado hasta este Titanic? ¿En qué momento la democracia se convirtió en una amenaza para la economía?

    Conozco parte de la respuesta. El gobierno griego mintió con sus cuentas. Y gastó más de lo que tenía. Y vendió hasta su alma y, con ella, su soberanía. Pero las mentiras contables de Grecia tuvieron sus cómplices necesarios. Concretamente, Goldman Sachs: ejecutivos como Mario Draghi o Antonio Borges, que fueron vicepresidentes de este banco que montó la ingeniería financiera con la que Grecia escondió su enorme deuda. Draghi es ahora el presidente del Banco Central Europeo. Borges dirige el FMI en Europa.

    Los antiguos trileros son hoy los hombres justos que van a salvar a Grecia de la ruina. Las “ayudas”, por ahora, sólo han servido para hundir aún más su economía. No me extraña que entre los griegos sea tan amplio el rechazo ante un rescate que allí muchos ven de otro manera: como un chantaje que, de una forma u otra, les condena a la miseria. ¿Conocen algún náufrago que quiera votar “no” a que le lancen un salvavidas?

  2. ¿Por qué Grecia?

    Grecia no puede dejar de formar parte integral de Europa sin que ésta se vuelva una caricatura grotesca de sí misma, condenada al más estrepitoso fracaso. Ella es el símbolo de Europa
    Mario Vargas Llosa 3 JUN 2012 – 00:05 CET
    En aquella cena, hace ya varios años, me sentaron junto a una señora de edad que cubría sus ojos con unos grandes anteojos oscuros. Era amable, elegante, hablaba un francés exquisito y, pese a que hacía grandes esfuerzos por disimularlo, en todo lo que decía y opinaba se traslucía una enorme cultura. Sólo a media cena advertí, por las grandes precauciones con que manejaba los cubiertos, que era ciega o, cuando menos, que su visión era mínima. Sólo después de despedirnos, averigüé que Jacqueline de Romilly era una gran helenista, catedrática de griego clásico en la École Normale y en la Sorbona, la primera mujer en ser elegida miembro del Colegio de Francia y una de las pocas representantes del género femenino en la Academia Francesa.

    El primer libro suyo que leí, Pourquoi la Grèce?, me deslumbró tanto como su persona. Aunque lo que dice y cuenta en él ocurrió hace 25 siglos, es de una extraordinaria actualidad y su lectura debería ser obligatoria en estos días para aquellos europeos que, espantados con lo que está ocurriendo en Grecia, su deuda vertiginosa, su anarquía política, su empobrecimiento pavoroso y la ascensión de los extremismos fascista y comunista en sus últimas elecciones, creen que la salida de ese país de la moneda única, e incluso de la Unión Europea, es inevitable y hasta necesaria.

    El libro cuenta cómo la joven Jacqueline leyó en sus años escolares a Tucídides y cómo la impresión que hizo en ella uno de los dos fundadores de la disciplina histórica (con Heródoto) orientó su vocación a los estudios de la Grecia clásica, a la que dedicaría su vida. El ensayo pasa revista, de manera clara, entretenida y profunda —rara alianza para una especialista— a ese milagroso siglo V antes de nuestra era en el que la historia, la filosofía, la tragedia, la política, la retórica, la medicina, la escultura alcanzan en Grecia su apogeo y sientan las bases de lo que con el tiempo se llamaría la cultura occidental. Homero y Hesíodo son bastante anteriores al siglo V, desde luego, y hay artistas, pensadores y comediógrafos posteriores a ese marco temporal. El ensayo no vacila en retroceder o avanzar para incluirlos en el legado griego, aunque el grueso de lo que llama “una visita guiada a través de los textos” se concentra en ese pequeño período de 100 años en que en el reducido espacio del mundo heleno hay como una eclosión frenética, enloquecida, de creatividad en todos los dominios del espíritu, con ideas, modelos estéticos, patrones intelectuales, inventos y descubrimientos, gracias a los cuales la civilización del logos tomaría una distancia decisiva respecto a todas las otras culturas del pasado y de su tiempo y, sin pretenderlo ni saberlo, cambiaría para siempre la historia del mundo.

    Jacqueline de Romilly muestra que en Grecia nacieron, o cobraron una realidad y dinamismo que nunca tuvieron antes en la vida social de pueblo alguno, los factores determinantes del progreso humano, como la democracia, la libertad, el derecho, la razón y el arte emancipados de la religión, las nociones de igualdad, de soberanía individual, de ciudadanía, y una manera absolutamente nueva de relacionarse el hombre con el más allá y con los dioses, además, por supuesto, de una idea de la belleza y de la fealdad, de la bondad y la maldad, de la felicidad y la desdicha, que, aunque con los inevitables matices y adaptaciones que ha ido imponiéndoles la historia, siguen vigentes.

    Los diálogos socráticos y platónicos enseñaron que conversar es una manera más civilizada de convivir
    Maravilla que un pueblo tan pequeño y tan poco cohesionado políticamente, hecho de unas cuantas ciudades y colonias repartidas por Europa y el Asia Menor, que conservaban un enorme margen de autonomía entre ellas, un pueblo tan instintivamente reticente a conformar un imperio, a practicar el imperialismo y a someterse a la prepotencia de un tirano (como hicieron todos los otros) haya sido capaz de dejar en la historia de la humanidad una huella tan honda, tan presente todavía tantos siglos después, en tanto que casi todos los otros grandes imperios o civilizaciones —los persas y los egipcios, por ejemplo— sean ahora sobre todo, sin olvidar ninguna de sus maravillas, piezas de museo.

    No fue un accidente, ni obra del azar, hubo razones para ello y el libro de Jacqueline de Romilly las hace desfilar ante nuestros ojos con la misma desenvoltura, belleza y elegancia con que su conversación me hechizó a mí aquella noche. Los diálogos socráticos y platónicos, además de una manera de filosofar, nos explica, enseñaron a los seres humanos que conversar, hablar en grupo, es una manera más civilizada y ética de convivir que dando órdenes u obedeciéndolas, una forma de la comunicación que reconoce o establece de entrada una igualdad de base, una reciprocidad de derechos, entre los interlocutores. Así fue surgiendo la libertad, desanimalizándose el hombre, naciendo de verdad la humanidad del ser humano.

    Esta demostración en Pourquoi la Grèce? no aparece como un discurso abstracto, sino a través de comentarios y de citas literarias, porque, como su autora no se cansa de repetirlo, todo aquello que constituye una cultura está esencialmente representado en sus obras literarias, y la verdadera crítica es aquella que escudriña la poesía, la narrativa, el drama, los ensayos que una sociedad produce en busca de esas verdades recónditas que alimentan su imaginación e impregnan las aventuras y los personajes a que sus artistas dieron vida para aplacar la sed de absoluto, de vivir otras vidas, de sus gentes.

    “Sin saberlo, respiramos el aire de Grecia a cada instante”, dice en una de sus páginas. No es la menor de las paradojas que los griegos, que nunca conquistaron a pueblo alguno y sólo combatieron en defensa de su libertad, hayan dominado luego discretamente al mundo entero, empezando por Roma, cuyas legiones creyeron apoderarse de Grecia sin esfuerzo, cuando, en verdad, sería el pueblo vencido el que terminaría por infiltrarse en la mente, el espíritu y hasta la lengua del conquistador. (El ensayo revela que, durante buen tiempo, fue de buen gusto entre las familias romanas contemporáneas de Cicerón y de Virgilio hablar en lengua griega).

    Lo sorprendente es que haya todavía tantos griegos que sigan creyendo en la democracia
    Es verdad que la Grecia de nuestros días es muy distinta de aquella donde se construyó el Partenón, en la que peroraba Solón y esculpía Fidias sus estatuas. En los 25 siglos intermedios su pueblo ha experimentado acaso más infortunios y catástrofes que la mayoría de los otros: guerras externas e internas, ocupaciones que por siglos acabaron con su libertad, tiranías y segregaciones que varias veces amenazaron con desintegrarla. Esta mañana leo en el International Herald Tribune una espeluznante descripción del estado de su economía, los grotescos privilegios de que han gozado en todos estos años sus armadores, banqueros y empresarios más prósperos, exonerados de pagar impuestos, y las fortunas que han fugado y siguen fugando del país hacia Suiza y los paraísos fiscales más seguros del planeta, en tanto que el pueblo griego se sigue empobreciendo, viendo encogerse sus salarios o pasando al paro, a la mendicidad y al hambre.

    Ante este panorama, lo que debería sorprender no es que muchos griegos hayan votado en las últimas elecciones por nazis y extremistas de izquierda; sino, más bien, que haya todavía tantos griegos que sigan creyendo en la democracia, y que las encuestas para la próxima elección señalen que los partidos de centro izquierda, centro y centro derecha, que defienden la opción europea y aceptan las condiciones que ha impuesto Bruselas para el rescate griego, podrían obtener la mayoría y formar gobierno.

    Mi esperanza es que así sea porque, simplemente, Grecia no puede dejar de formar parte integral de Europa sin que ésta se vuelva una caricatura grotesca de sí misma, condenada al más estrepitoso fracaso. Europa nació allá, al pie de la Acrópolis, hace 25 siglos, y todo lo mejor que hay en ella, lo que más aprecia y admira de sí misma, incluyendo la religión de Cristo —una de las páginas más hermosas del ensayo de Jacqueline de Romilly explica por qué buena parte de los Evangelios se escribieron en lengua griega—, así como las instituciones democráticas, la libertad y los derechos humanos tienen su lejana raíz en ese pequeño rincón del viejo continente, a orillas del Egeo, donde la luz del sol es más potente y el mar es más azul. Grecia es el símbolo de Europa y los símbolos no pueden desaparecer sin que lo que ellos encarnan se desmorone y deshaga en esa confusión bárbara de irracionalidad y violencia de la que la civilización griega nos sacó.

    Por Mario Vargas Llosa, 2012.

  3. Todo este remedo de democracia es tragicomico, por un lado eso de los 50 diputados de regalo es soberanamente ridículo, tercermundista, por otro lado los resultados obtenidos son muy parecidos a los de hace un mes, ¿que ha cambiado? nada, por otro lado ¿como va a reaccionar un país cuyo gobierno ha sido prácticamente impuesto desde Alemania? seria muy raro si en los próximos meses no vemos disturbios violentos en la calle y un agravamiento de todos los males pues el proceso ha sido así: Pusieron a las zorras a cuidar el gallinero, las zorras se comieron a casi todas las gallinas y volvieron a ponerlas de nuevo ¡así funciona este mundo que no se distingue por su inteligencia!

  4. En las elecciones griegas la presión externa ha sido máxima, con el Financial Times pidiendo el voto para el centro-derecha y un ministro británico, la expulsión del país del euro. Las estrategias para incidir en el voto no siempre resultan eficaces. El partido Syriza, que surge tras el fracaso de la izquierda moderada, suele invocar un detalle nada marginal. Expulsar a un país del euro sin su acuerdo es una tarea muchísimo más complicada que la que se ha propagado desde el poder central del continente, por tanto, el único futuro es la negociación, establecer condiciones desde ambas partes y sacudirse, en la medida que sea posible, la sensación de imposiciones macroeconómicas para un país que está al borde, y esta es una realidad, del estallido social.

    El cuento griego contiene lecciones útiles para los españoles. Alexis Tsirpas es el líder surgido del desencanto y su biografía apunta a una generación central en esta crisis. Nacido días después de que regresara la democracia a su país en 1974, presenció el crecimiento económico y disfrutó de él durante su juventud, pero sus votos nacen del descrédito democrático por el uso partidista de las instituciones y el desaprovechamiento de la bonanza financiera para reforzar la igualdad y la honestidad.

    Es protagonista periférico de la generación que comienza a estar harta del mecanismo burocratizado, el inmovilismo de los partidos tradicionales y sus pocos reflejos para entender que nos hallamos ante una crisis política más profunda que la que los datos económicos, desoladores, dejan traslucir. La austeridad sobrevenida es incomprensible para quienes han crecido bajo estrategias que se erigían en el alfa y omega de la economía mundial. La reforma que castiga a las clases medias provoca una rabia social peligrosa, que los encorbatados tecnócratas no quieren escuchar, convencidos de que si ellos fueron causantes de la enfermedad sabrán mejor que nadie encontrar la vacuna. Pero Grecia siembra de dudas este dogma, que hasta ahora gana las elecciones en el resto de Europa.

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