Los expertos en política y en comunicación saben bien que el llanto es extremadamente mediático. Cuanto más poderoso es el protagonista, mayor es el atractivo. Las lágrimas de la ministra Elsa Fornero se han convertido en el icono del durísimo plan de ahorro italiano, que posiblemente por eso será mucho más recordado que los de Grecia o Irlanda. Pero, entrando en detalles, los especialistas discrepan sobre el significado de esas lágrimas, sobre cuán reales eran y sobre las consecuencias que tendrán, si las tienen.
Uno puede romper a llorar por motivos muy diversos. Yo no sé si en esta ocasión es por tristeza o impotencia, pero en todo caso refleja una sensibilidad y un dolor que humaniza a quien debe tomar las duras decisiones. La catedrática Fornero hace más creíbles las medidas que anuncia y las refuerza, justifica la necesidad de tomarlas. Esas lágrimas ponen más el acento en quien decide y aplica las medidas (de ahorro) que en quien las sufre.
Sim embargo un pensionista o un desempleado, contrarios a los ajustes, verán en el llanto una impostura. No estarán de acuerdo con los que dicen que las lágrimas de una mujer denotan debilidad y las de un hombre, sensibilidad.
La realidad es que a los más humildes les toca pagar la factura debida a la corrupción y la inepcia de los gobernantes y a la codicia sin límites de las grandes corporaciones y de los especuladores. Estos planes de recorte de la Fornero o de Rajoy busca asegurarse su futuro personal, sin incomodar a los verdaderamente ricos y poderosos y sin renunciar a sus prebendas. Lloriquean para que seamos siendo inofensivos y dejarnos esquilmar sin una queja, mientras nos llevan a un descenso drástico de vuestros niveles de vida y desmantelan nuestro muy precario estado del bienestar.
Y ello no niega que a la ministra Fornero le den pena los trabajadores, los parados, los pensionistas, los jóvenes cuyo futuro se volatiliza y las familias modestas a los que va a sacrificar para complacer a quienes le pagan sus servicios.
La pereza mental en política es nociva… y peligrosa. El resultado de las elecciones catalanas del #25N, por ejemplo, puede alimentar esta actitud mental tan perniciosa en democracia. El batacazo (el fracaso, el ridículo, el castigo…, según se lean algunos periódicos) de Artur Mas puede actuar como un estúpido placebo. Hay quien cree que todo ha terminad, que Mas ha fracasado. O que fracasará otra vez, intente lo que intente. Y es cierto, en parte. Quería una mayoría excepcional (situaciones excepcionales, medidas excepcionales, mayorías excepcionales) y el resultado ha sido un serio revés personal y político. Pero aquí no acaba todo, más bien empieza.
La pereza política puede hacer creer a nuestros principales dirigentes que la inacción resuelve los conflictos, que el tiempo lo arregla todo o que la imposibilidad legal de una consulta (por ejemplo) cercena el derecho a decidir. No se puede ser más ciego. La pereza mental es mala consejera. Provoca parálisis, pudre situaciones, atenaza la acción política y limita su capacidad de llevar la iniciativa, fundamental en política.
La pereza es todo lo contrario a la resistencia. Mariano Rajoy ha dicho a Artur Mas que le recibirá “cuando él se lo pida” y que “estará, como siempre, dispuesto al diálogo”,aunque ya le ha advertido de sus prioridades (la crisis económica) y sus límites (la Constitución). Pero no se trata de hablar, sino de comprenderse. No se trata de esperar, sino de anticiparse. Los apriorismos mentales inhiben la política y la reducen a una correlación de fuerzas, peligrosa cuando hablamos de materias sensibles. España necesita un ejercicio colectivo de open mind (mente abierta). Sin creatividad política, sin generosidad y sin visión no hay soluciones a nuestros retos. “Adivinar el futuro no tiene sentido” afirma Rajoy, pero leer bien los síntomas de nuestra sociedad y comprender las tendencias de fondo sí que tiene todo el sentido. ¿Puede Rajoy pensar diferente (y mejor), pensando con nuevas bases y miradas?
Mariano Rajoy tiene una especial habilidad: cree que pasar de puntillas por los temas es no hacer ruido y pasar desapercibido. Pero el suelo de madera está más reseco y ruidoso que nunca. En relación con Catalunya, por ejemplo, no quiere hacer nada y prefiere esperar, siguiendo su tradicional estilo inmóvil y, con ello, provoca un estruendoso crujido. De un Presidente se espera acción y determinación, no inmovilidad e indefinición. Esta incapacidad exaspera y desespera.
Gobernar es algo más que el control del BOE. La mayoría silenciosa está agotada, que no es lo mismo que complaciente. Su formación y su profesión como registrador de la propiedad le han dejado una fuerte impronta cultural y han alimentado un modelo de gestión que se ajusta a su personalidad. Lo que no está escrito no existe (y no puede existir). Hay una actitud casi religiosa respecto a la norma y una fascinación por la capacidad reguladora. Pero la política en España empieza a escribirse en los márgenes, entre líneas, y con una demanda inaplazable de abrir nuevos capítulos, con nuevas ideas.
Pupol
Hola, amigos. Cómo será de pobre la mentalidad polìtica del actual jefe de gobierno que recurre a los muchos viajes que ha hecho para decir que está haciendo mucho, que ha trabajado mucho, que más no se le puede pedir. Pues hombre, a mí me gustaría escucharle el tono de seguridad, de aplomo, de luminoso análisis que ofrecía cuando criticaba al gobierno socialista desde la oposición. Daba gusto escucharlo, hablara o leyera. Pero le pasa lo de siempre a los que están en la oposición: ofrecen los mejores análisis de los problemas, pero cuando llegan al gobierno, piden comprensión y paciencia porque no saben qué hacer. ¡Ay, políticos! ¡Pobres ciudadanos!
Me recuerda el poemilla de nuestro clásico:
Tantas idas y venidas,
tantas vueltas y revueltas,
quiero, amiga, que me diga:
¿son de alguna utilidad?
Y es que Rajoy recuerda a la ardilla trepada en el palo: corre, va, viene, sube, baja, mira asustado a todas partes, vuelve a subir y vuelve a bajar, y, finalmente, se esconde.
Cordial saludo
A mi me da pereza oír a Rajoy.
Todos los días me despierto con ganas de dimitir. O dicho con palabras sabias de Sánchez Ferlosio, de hace unos años: “No ha de extrañar que el ánimo en que me pone la mañana sea, cada día más decididamente, el de correr en el acto a presentar mi dimisión irrevocable. Pero no puedo darme tal satisfacción, porque no existe el organismo idóneo para una dimisión como la mía”.
Los que sí saben dónde presentar su dimisión son los médicos madrileños. Es admirable la decisión de más de 120 directores de centros de atención primaria de dimitir en bloque para rechazar la privatización sanitaria. Ayer se sumaron miembros de juntas técnicas y comisiones de servicio en hospitales, y se espera que otros muchos renuncien a sus cargos en los próximos días, dado que el presidente madrileño se niega a retirar su plan de venta de la sanidad pública.
Varios miles de médicos también llevan varias semanas dimitiendo por la vía de no acudir a sus puestos de trabajo, pues una huelga también es una forma de renuncia, aunque sea temporal. Y con un coste altísimo, pues cada uno ha perdido la mayor parte de su sueldo del último mes por su huelga indefinida, lo que hace más valioso y valiente su gesto.
No son los únicos dimisionarios temporales, pues en los últimos meses se acumulan las huelgas prolongadas o indefinidas en cualquier sector y en varias ciudades: conductores de autobús, trabajadores de limpieza, de recogida de basuras o de Telemadrid, y de no pocas empresas privadas, en una ola de protestas que impulsaron en un primer momento, no los olvidemos, los trabajadores de la enseñanza madrileña que el curso pasado sostuvieron un pulso contundente contra el desguace de la educación pública, a costa también de perder muchos días de sueldo, y que en cualquier momento volverán a unirse a esta nueva oleada de conflicto.
Junto a ellos, se multiplica la desobediencia civil, que también es una forma de dimisión: activistas que paralizan desahucios y liberan corralas para los que no tienen techo; médicos que atienden a los inmigrantes sin papeles al margen de la ley; ciudadanos que rechazan repagar medicamentos o tarifas abusivas en el metro o en los peajes; economistas que proponen no pagar la deuda de España por ilegítima y desobedecer los mandatos de la troika; o quienes proponen formas de insumisión más amplias y permanentes frente a gobiernos y bancos.
Todas son formas de dimitir, de proclamar que no estamos dispuestos a colaborar, que no cuenten con nosotros para seguir adelante por ese camino al precipicio, que no estamos dispuestos a administrar la miseria. Una bola de nieve que no deja de crecer, y que hoy parece la única lucha posible: dimisiones de quienes tengan donde presentar la carta de renuncia; huelgas indefinidas y con apoyo solidario del resto de ciudadanos; insumisión ante decisiones injustas.
Me recuerda a aquel lema antimilitarista que triunfó en los años de lucha contra el servicio militar obligatorio: “Imagina que hay una guerra y no va nadie”. Pues de eso se trata ahora, en esta guerra social que vivimos: los generales solos no pueden hacer la guerra, necesitan a la tropa, y a los oficiales intermedios. El presidente madrileño no puede cambiar el modelo sanitario sin contar con los profesionales y sin los directivos, no encontraría esquiroles bastantes para tanta deserción, y eso mismo vale para muchos sectores.
El “Yo dimito” puede convertirse hoy en el nuevo “Yo acuso”. Yo dimito, yo me voy, no cuenten conmigo, búsquense a otro, yo no colaboro en su infamia. Ya que ellos, teniendo motivos más que de sobra, no tienen la vergüenza suficiente para dimitir, tendremos que ser nosotros los que dimitamos y nos vayamos
José Antonio Martín Pallín
En el año 1787 el gran filósofo y humanista Jeremías Bentham se pronunciaba, de forma categórica, en defensa de la usura como motor de la economía. Como buen liberal utilitario sostenía que poner límites a los préstamos era un atentado contra la libertad. Reflexivo y autocrítico se propuso indagar sobre cuales podrían ser las causas que justificarían reducir los tipos de interés en los préstamos. Manejaba varias claves: la prevención de la usura, la prevención de la prodigalidad, la protección de la indigencia contra la extorsión, la contención de la temeridad de los promotores y la protección de la simpleza contra el engaño.
Las reflexiones de Jeremías Bentham que tan valiosas aportaciones han hecho a las ciencias sociales y jurídicas, se producían en el contexto social de su época. Es una lástima que no pueda proyectar su pensamiento sobre las reglas económicas que rigen nuestro mundo globalizado.
El que presta dinero quiere obtener una rentabilidad en forma de intereses y una garantía que cubra los perjuicios que se derivan de su impago. En España los Montes de Piedad, nacieron para atender las demandas de las clases sociales más necesitadas concediéndoles préstamos gratuitos sin interés, garantizados con joyas y ropas para suavizar los abusos de la usura. La no devolución del préstamo otorga a la entidad la propiedad del collar o del anillo, liberando al que lo empeñó de cualquier otra responsabilidad.
Los préstamos garantizados con bienes inmuebles debieran haber seguido la misma tónica pero el rendimiento económico del suelo destinado a la construcción de viviendas en régimen de propiedad horizontal, ha roto todas las reglas y pautas legales. La hipoteca no es ya una garantía, se ha transmutado en un negocio disfrazado de producto financiero que actúa sobre un sector económico que fue el motor de muchas economías.
Cuando las cosas se mutan el riesgo de cáncer esta garantizado. Las últimas ramificaciones las estamos viviendo de forma dramática en los desahucios de cada día. Las consecuencias se aceleraron cuando el mundo de las finanzas comprendió que tenía un maná entre sus manos. Pero no carguemos exclusivamente las culpas sobre los banqueros, también el suelo era rentable para los municipios, las viviendas para las haciendas públicas y los contratos un artilugio para hacer circular dinero negro o para blanquear capitales procedentes del delito.
Los poderes políticos y financieros endosan la crisis a los pródigos y disolutos ciudadanos
Tanto atractivo no podía dejar a nadie indiferente. Los bancos, en realidad, no prestaban dinero a los que querían adquirir una vivienda, les vendían hipotecas y otros productos adosados como seguros de vida y cantidades adicionales.
Para llegar a este escenario ficticio se comienza por desligar la hipoteca de su función originaria. Deja de utilizarse para cubrir la deuda mediante la dación en pago. Las leyes la convierten en un instrumento dinamizador del mercado inmobiliario. Cuando se llega a este nivel de ficción, las metástasis invaden el sistema financiero de forma masiva. Para sobrevivir acuden a una terapia agresiva e ineficaz, crean productos milagrosos (subprimes), cuando los efectos del tumor eran ya prácticamente inevitables. Una vez sentadas las bases de la metamorfosis el resultado es el previsible. Los bienes hipotecados se transforman en mercancías de un alto contenido tóxico para la economía real.
El comprador que necesita la vivienda no adquiere un piso sino una carga económica casi de por vida. Pero la vida casi nunca responde a las expectativas y si, por desgracia, un día le llega la notificación del desahucio le habrán despojado de su vivienda y le seguirán exprimiendo con intereses de demora que alcanzan cotas inadmisibles, ética y jurídicamente
La mutación ha hecho crisis y los jueces se han dado cuenta de que lo que tienen entre manos no es una ejecución por impago de hipoteca sino un conglomerado de relaciones jurídicas que deben someter a los principios de la buena fe y de la equidad. Las cláusulas abusivas que deben ser expulsadas del mundo de los contratos.
La adaptación legal de las hipotecas era una necesidad urgente para amoldarla a las circunstancias económicas que surgían de las prodigiosas promociones inmobiliarias. Ya en 1855 los legisladores recordaban que las reformas en el orden civil y económico eran de más interés y urgencia que las leyes hipotecarias.
Todo lo que se estaba tejiendo alrededor de un llamado préstamo hipotecario era tan irreal, imaginario, gravoso e ineficiente que los restos del naufragio han tenido que pasar a una entidad artificiosa, conocida como Banco malo, para refugio de las basuras que ha generado el sistema. El reciclaje de los residuos puede ser un buen negocio para unos pocos.
Las consecuencias personales más dramáticas las estamos contemplando en estos días. Las económicas nos han llevado, aquí y en otros países, a la crisis que los poderes políticos y financieros endosan a los pródigos y disolutos ciudadanos que, según sus infalibles diagnósticos, han vivido por encima de sus posibilidades. Pretenden transportarnos resignados hacia la ensoñación de un mundo al revés como el que describe la poesía de José Agustín Goytisolo: Érase una vez un lobito bueno al que maltrataban todos los corderos.
José Antonio Martín Pallín es abogado, magistrado emérito del Tribunal Supremo y comisionado de la Comisión Internacional de Juristas (Ginebra).
Muerte a los sindicatos
Iñaki Gabilondo
Enviado a la página web de Redes Cristianas
Nueva moda. Rajar de los sindicalistas. Algo fácil y barato, por cierto. Lo llevan en la solapa ciertos políticos, lanzando mensajes subliminales sobre su actual falta de utilidad para los trabajadores, politización, corrupción, derroche económico.
Resulta curioso: Los mismos que alientan al escarnio público, suelen lanzar piedras cargadas por sus propias mezquindades.
Además, la destrucción del sindicalismo hace mucho más fácil la labor de los gobernantes, sin movilizaciones ni huelgas, especialmente la de quienes dirigen tras la cortina. Qué bien estaríamos si no existieran los sindicatos, piensan algunos.
El problema es que esa frase por la que suspiran los gobernantes “Qué bien estaríamos sin sindicatos” empieza a calar entre la gente de a pie, con un discurso cargado de improperios, gritos, oportunismo, mala leche y, sobre todo, un enorme vacío de argumentos que se resume en: “Para lo que hacen, mejor que no hagan nada”, “Por mi los echaba a todos y los ponía a trabajar”, “Están vendidos, no se mueven, no están con los trabajadores”. Luego terminan reservándote para el final el placer de oír la raída historia de: “Conozco a uno que está de liberado sindical.”.
Confesar ser liberado sindical, en estos tiempos que corren, es un auténtico pecado capital. Mejor inventar cualquier otra cosa antes de que te descubran.
Te pueden acechar en cualquier esquina, a cualquier hora: sacando dinero, haciendo la compra, recogiendo a tus hijos en el colegio. Cualquier lugar y excusa es buena, para utilizar como insulto la palabra “sindicalista”.
Se puede ser banquero chupasangre, se puede ser político en cualquiera de sus muchos cargos (concejal, alcalde, o delegado provincial) y trincar todo lo que se quiera, aceptar sobornos y trajes, realizar chantajes, revender terrenos públicos, recortarle el sueldo a los trabajadores o directamente despedirlos sin indemnización. Se puede, incluso, aumentar el recibo de la luz a los pensionistas hasta asfixiarlos, o salir en fotos besando niños y ancianos mientras los colegios y asilos se caen a trozos, cobrar dos o tres sueldos en tres cargos diferentes, declarar a hacienda que se está arruinado mientras se cobra de mil chanchullos distintos, para que su hijo obtenga la beca que le permita comprarse una moto a costa del Estado.
En este maldito país se puede ser lo que se quiera, pero no sindicalista.
Nadie se acuerda ya de la última huelga, aquella en que nadie de la empresa fue, excepto los dos afiliados que perdieron el sueldo de aquel día, para que luego se firmara un acuerdo que les subió el sueldo a todos. Incluso a aquellos que escupieron sobre la huelga.
O de Luís, ese hombre que estuvo 30 años cotizando, y que gracias a la pre-jubilación que se consiguió en su momento, puede ahora, con 60 años y despedido de su puesto, tirar para adelante sin necesidad de buscar un trabajo que nadie le ofrecería.
Recuerden también a Marta, la chica de 23 años que estuvo aguantando un jefe miserable con aliento a coñac, que le obligaba a hacer más horas extras para tener un momento de intimidad donde poder acosarla mientras le recordaba cuándo le vencía el contrato. Hasta que su mejor amiga la llevó al sindicato y, gracias a una liberada sindical, ahora el tipo ha tenido que indemnizarla hasta por respirar.
Son muchos los que les deben algo a los sindicatos, y a los sindicalistas: El maestro que pudo denunciar al padre que le pegó en la puerta del colegio, los trabajadores que consiguieron que no les echaran de la RENAULT, la chica que pudo exigir el cumplimiento de su baja por maternidad en su supermercado. Porque también fue una liberada sindical la que se puso al teléfono el día en que despidieron a Julia, la chica de la tienda de fotos, y le ayudó a ser indemnizada como estipulan los convenios; y aquel otro joven que movió cielo y tierra para arreglarle los papeles al abuelo para procurarle una paga medio-decente, porque los usureros de hace 30 años no lo aseguraban en ningún trabajo. Para qué recordar las horas al teléfono escuchando con paciencia a cientos de opositores a los que no aprobaron, gritando e insultado porque en el examen no les contaron 2 décimas en la pregunta 4. O el otro compañero sindicalista, el que denunció a la constructora que se negaba a indemnizar a la viuda de su amigo Manuel, que trabajaba sin casco.
Ya nadie se acuerda de dónde salieron sus vacaciones, los aumentos de sueldo que se fueron consensuando, el derecho a una indemnización por despido, a una baja por enfermedad, o a un permiso por asuntos propios.
Esta sociedad del consumo, prefiere tirar un saco de manzanas porque una o dos están picadas, por muy sanas que estén el resto. Los precedentes televisivos: entrenadores de fútbol, famosos de la exclusiva en revistas, y demás subproductos, se convierten en clinex de usar y tirar dependiendo de las modas. Ahora, en un momento en que los trabajadores deben estar más juntos, arropados y combatientes contra quienes realmente les explotan, aparecen grietas prefabricadas en los despachos de los altos ejecutivos, ávidos de hincar más el diente en el rendimiento de la clase trabajadora.
¿Quién tirará la primera piedra?. ¿Serán los políticos gobernantes, o los banqueros quienes hablarán de dejadez o vagancia?. ¿Tendrán capacidad moral los jueces o los periodistas, de hablar de corrupción en las demás profesiones?. ¿Serán más idóneos para iniciar lapidaciones, los super-empresarios del ladrillo?. ¿En qué profesión se puede jurar que no existen vagos, corruptos, peseteros, o ladrones?. ¿Preguntamos mejor entre la Iglesia o la Monarquía.?. Pero qué fácil resulta rajar en este país. Siembra la duda, y obtendrás fanatismo barato.
Qué bien asfaltado les estamos dejando el camino a quienes realmente nos explotan cada día. ¡Acabemos con los sindicatos!. Sí. Dejemos que la patronal y los bancos regulen los horarios, las pensiones, los sueldos, las condiciones laborales y los costes del despido. Verán cómo nos va a ir con la reforma del mercado laboral, cuando los sindicatos dejen de existir y no puedan convocarse huelgas ni manifestaciones.Verán qué contentos se pondrán algunos cuando sepan que ya no estarán obligados a pagar las flores de los centenares de trabajadores que mueren todos los años, a costa de sus mezquindades.
Marcos Roitman Rosenmann
La capacidad para adjetivar las políticas de recortes antisociales y antidemocráticos no tiene límite. Tampoco el cinismo y la hipocresía con que actúa la clase política gobernante. Mariano Rajoy, presidente del gobierno; María Cospedal, pluriempleada, secretaria general del Partido Popular y presidenta de la Comunidad Autónoma de Castilla la Mancha, y Alberto Ruiz Gallardón, ministro de Justicia, se emplean a fondo. Hablan de dolor a la hora de aplicar las políticas de ajuste presupuestario. Para ejemplarizar cuál es su estado de ánimo, Gallardón ha puesto de moda una frase que está en boca de muchos ministros y de Rajoy: Gobernar consiste en repartir dolor. Pero en la repartición hay quienes lo infringen y administran y otros que lo reciben y padecen. En esta crisis las decisiones no afectan por igual a unos y otros. Torturador y torturado no son lo mismo. Pensar en el sufrimiento y el dolor ajeno para quienes se benefician del mismo no deja de ser un comportamiento rayano en la enfermedad patológica. Ellos sienten el dolor ajeno, aunque no hacen nada para remediarlo. Gracias a sus lumbreras, la vida cotidiana en España se llena de dolor. Veamos.
Los bancos de alimentos se han convertido en alternativa para miles de familias en paro. Sin ingresos estables ni prestaciones sociales, ni tarjeta sanitaria, con hijos en edad escolar, sin becas ni ayudas, acuden a ellos para recibir una cuota de alimentos para sobrevivir. Pasta, leche, huevos, azúcar, arroz, galletas y alguno que otro enlatado. También se aprovisionan de artículos de limpieza y aseo personal. No pierden la dignidad y salen adelante. Asimismo, las campañas navideñas de organizaciones no gubernamentales (ONG), caracterizadas por ubicar sus objetivos solidarios en África, Asia o América Latina, hoy demandan alimentos para bancos y comedores sociales en España. Sus peticiones dejan al descubierto la desarticulación del estado de bienestar. La brecha entre ricos y pobres se profundiza. España se torna dual. Las diferencias sociales se hacen visibles. Imágenes de la posguerra civil, en los años 40, con cartillas de racionamiento, hambre y pobreza vuelven a estar presentes. Se trata de gente pidiendo en las calles, semáforos, el Metro, durmiendo entre cartones, yendo de casa en casa solicitando algún producto para alimentar a la familia o trabajo. Ya no son vagabundos o marginales. Son trabajadores desahuciados, despedidos de su trabajos que viven en coches con su prole y no reciben prestaciones. Vuelve la España dual, excluyente, caciquil y oligárquica.
La ilusión de una sociedad moderna se difumina. La Constitución es papel mojado. Ni social ni democrática ni de derecho. Las pensiones se congelan, la educación se torna confesional. Se impone la asignatura de religión católica en los colegios públicos. La vivienda es un lujo al alcance de pocos. Pero los bancos mantienen cerradas más de medio millón de viviendas. La justicia sigue el mismo camino, los ciudadanos, por recurrir sentencias o acudir a los tribunales, deberán pagar elevadas tasas. Se elimina el concepto de justicia redistributiva y garantista. Sólo tendrán justicia quienes tengan dinero. El turno de oficio se restringe. La sanidad se entrega a empresas cuyo fin consiste en obtener ganancias. Ninguno de los beneficiarios de las privatizaciones de hospitales y centros de salud pertenecen a la esfera sanitaria. Son empresas afincadas en la construcción, coresponsables de la burbuja inmobiliaria. Ahora, en medio de la crisis, trasladan su codicia a la sanidad. La salud, si se privatiza, se convierte en un buen negocio para especuladores sin escrúpulos. Los beneficiaros son conocidos. Dragados y Contratas, Sacyr, Acciona, Hispania o FCC. Pertenecen a bancos como BBVA, BSCH y similares. Así administran dolor.
Mientras se pone a la venta el sistema sanitario, la justicia, la educación, las compañías aéreas, las universidades, los aeropuertos e infraestructuras, algo inédito comienza a extenderse por Europa. Familias noruegas, danesas y suecas inician un plan de apadrinar familias españolas en situación de exclusión. Son decenas los beneficiarios. Les pagan el alquiler de la vivienda y les mandan dinero para hacer frente a la educación de sus hijos.
En otras esferas el problema es similar. Los fondos para investigar se han reducido 75 por ciento, con el consiguiente cierre de laboratorios y líneas de investigación. Trabajos pioneros sobre sida, cáncer, genoma humano, etcétera, se tiran a la basura. Se disuelven equipos interdisciplinarios y los profesionales desilusionados, con sueldos de miseria, abandonan por impotencia. En los años 80 muchos de ellos, con carreras prometedoras en el extranjero, regresaron bajo el compromiso de obtener contratos y una inversión amplia en I+D. Se sienten engañados. La fuga de cerebros se generaliza en todas las disciplinas. Física, química, ingeniería, medicina, ciencias ambientales, nuevas tecnologías, etcétera. Muchos de ellos hacen maletas. La juventud, sin futuro, busca fuera una opción de vida digna. No importa en qué ni cómo. Pero la ministra de Trabajo lo interpreta como resultado del espíritu de aventura y afán de conocimiento de una juventud llena de vida.
Los trabajadores han sido las víctimas propicias de esta política de repartir dolor. Los empresarios acumulan, reciben beneficios, se dan la gran vida, pero exigen austeridad y moderación salarial. El despido libre se generaliza. La reforma laboral, desde su aplicación, ha visto aumentar las cifras de paro en más de medio millón de personas. Suma y sigue. La criminalización de las protestas da un salto cualitativo. La policía tiene orden de tomar datos a manifestantes y pasarlos al Ministerio de Interior. De manera aleatoria se pide la documentación y en una o dos semanas reciben una multa de entre 300 y 500 euros por disturbios o resistencia a la autoridad.
La avalancha de estudiantes, maestros, médicos, enfermeras, jueces, fiscales, abogados, pensionistas, minusválidos, jornaleros, obreros, funcionarios, bomberos, asociaciones de vecinos, amas de casa, consumidores y parados crece y se extiende. Políticos mediocres, agazapados en un discurso ramplón, recurren al argumento de la fuerza. Reprimen. La policía, local o nacional, toma las calles de ciudades y pueblos. Intimidan, increpan, disparan balines de goma, bombas de humo y a los detenidos los maltratan y torturan. Los grupos especiales antidisturbios no llevan identificación a la vista, aspecto obligatorio. El gobierno los protege, archiva las causas en caso de acusaciones o los indulta directamente si son condenados por la justicia. Esa es la forma de administrar dolor. En otras palabras: el que parte y reparte se lleva la mejor parte. Unos nacen para mandar y otros para obedecer. El señor sea con nosotros. Amén.
¿Nacerán más cooperativas?
Cortaremos calles.
Dimitirán algunos, no sabemos cuántos. ¿Saldrán otros por la puerta de atrás, dirección a empresas, a vender recopilaciones de contactos, agendas, certidumbres?
Nacerán personas que vivirán en mundos que no se parecerán en nada a éste.
Dejarán este mundo personas que hicieron lo que pudieron, hasta dónde pudieron. Que lo dieron todo. La vida al completo.
¿Nos enfadaremos mejor? ¿Invocaremos dragones alados?
Pasarán las cosas que impulsemos con nuestros cuerpos. Pararemos penaltys.
Consumiremos alcohol y drogas, series de televisión y canciones. A veces pagando, a veces no.
¿Nos contaremos historias?
Haremos el amor, a veces mal, a veces bien. ¿Con quién queramos, con quien podamos? A veces solas, a veces con compañía. ¿Lo haremos?
¿Nos reiremos de la televisión, del estadista, de las promesas de mejoras? ¿Y del ventrílocuo que las hace?
Haremos planes.
Creceremos de angustia y de potencia.
Habrá mudanzas, rupturas y enamoramientos. Lluvias de maletas.
¿Todos los años son iguales?
¿Todos los años son distintos?
No sabemos lo que va a pasar este año.
¿No lo sabemos?
No sabemos más que la respiración y la angustia y la renta y el salario. No sabemos más que las cuerdas y el equilibrismo.
¿Abriremos casas cerradas?
¿Haremos Crack o les haremos hacer Crack?
¿Afinaremos el equilibrismo? ¿Compartiremos las cosas?
Intentarán detenernos. Perderán. Quizás no lo parezca.
Dirán que ya casi está. Que casi se apaga ya el tedio.
¿Impulsaremos la vida contra la muerte?
Nos llenaremos los pulmones.
¿Lucharemos contra la desesperación?
Fracasaremos, quizás. No sabemos.
¿No sabemos lo que va a ser 2013?
El poder nos quiere tristes.
¿Haremos entonces risas, fuegos de campamento, asaltos?
Haremos grupos. Corros de la patata
¿Se convertirán en Corros de la granada?
Gritaremos cosas.
¿Nos venderán algo que nos cure todo? Será caro.
¿Crearemos hashtags? ¿Nos crearán más angustias?
Habrán revoluciones y encerronas Lo contrario también.
Nos dirán que es igual, que siempre es igual. Nos dirán que el ciclo, la rueda, la rueca.
Pero no será igual.
¿Habrá nostalgia de hace cinco minutos?
¿Haremos más listas? ¿Tendremos nuevos héroes y heroínas? ¿Nos harán falta?
Dirán que todo es igual. Que todo se repite. Que da lo mismo.
¿No sabemos nada?
Ellos no saben nada.
¿Estamos en el punto máximo de incertidumbre? ¿No avanza la acción conforme a un plan?
El año espera.
Hagamos algo.
Ahora toca hacer algo.
¿Salir a la realidad y aporrearla? ¿Darle forma? Tocarla.
Salir.
Hacer algo.
¿No desesperar?
No rendirse.
El mundo se disuelve ante nuestros ojos. ¿Los llena de angustia…? Y de oportunidad.
¿Seguro que es el mundo? (O es nuestra manera de ver el mundo)
¿Somos frágiles? Somos vulnerables y fuertes.
Por favor, no romper.
Por favor, tocar.
Vale.
Ya.
Que empiece el baile.
Esperantza Egonarri
Es ya común decir que la política ha quedado devorada por la economía, entendiendo con esto que aquella no tiene ya el poder de decidir sobre asuntos económicos, los movimientos de capital, el gigantismo financiero, las líneas de inversión. Esto es en gran parte verdad, siempre que quede claro que aquella no ha sido desposeída de los mencionados poderes por una guerra externa o por un golpe de estado interno sino que ha sido despojada por su propia elección, a través de normas y leyes de sus parlamentos, en general solicitadas por sus ejecutivos. La primacía de lo económico ha sido en suma una elección de la política, como fueron los acuerdos de Bretton Woods y el “compromiso capital-trabajo” tras la segunda guerra mundial en Europa. Lo recordamos porque a la antipolítica de derecha y de izquierda, en su polémica alterna con los partidos y el grupo de notables que mantiene las riendas de los mismos, les gusta olvidarlo. Gran parte de las nuevas siglas antipartido que están hoy presentes, no solo en Italia, se consideran vírgenes de la influencia de las viejas camarillas nacidas en el seno de los partidos o de los sindicatos, que han dado lugar a las corruptelas o, cuando menos, a los personalismos hoy imperantes.
El eslogan de Alba “Dejemos que todos se expresen antes de decidir algo” y, el no muy diferente de todos los “Se puede cambiar” y de la desconfianza de muchos movimientos hacia cualquier forma de organización, da por descontado que el principal vicio de partidos y sindicatos se basa no en sus programas sino en sus cúpulas directivas, incluso cuando éstas son elegidas de la forma más democrática. Cualquier poder superior a otro, aun delegado y a pesar de que esté otorgado para una duración transitoria, se convierte en opresión, sostenía Bakunin contra Marx, el cual tampoco iba más allá de un sistema de consejos.
Pero esta tesis, que para Bakunin conducía a un anarquismo sistemático, hoy lleva a distintas siglas a consultar a todos de manera preliminar antes de que una mayoría tome una decisión final, como si una sociedad no fuera más que la simple suma de sus componentes. Cada uno de estos puede ser bien intencionado y sin embargo la suma de las intenciones particulares no corresponde al interés principal de la sociedad de la que estos son miembros — no se trata simplemente de una diversidad de tamaño entre el individuo y la sociedad de la que forma parte sino de la distancia entre el interés individual y el de una colectividad de iguales derechos pero no de iguales necesidades y deseos.
De aquí surge la necesidad de tener cuerpos intermedios que regulen el tránsito de las necesidades y deseos de los individuos a los del grupo, los cuales se forman — como por lo demás también ocurre en lo individual— por la trama de intereses materiales (de clase, de proletarios o no) e inmateriales (ideas de sociedad, ideologías, primacía de la aristocracia o de la igualdad, de una cultura laica e insertada en su tiempo, o bajo el mandato inmutable de una religión, etc.). Desde hace una treintena de años se han venido despreciando las ideas de sociedad y de justicia —catalogadas bajo las fórmulas negativa de “ideologías”— sustituyéndolas por el de la mayoría matemática de las necesidades o deseos, en lugar de una elaboración de unos y de otros; y esto está en la base de la actual confusión de lenguajes, a los que sólo les queda en común el rechazo de cualquier verificación histórica y la reducción de la democracia a la suma de las espontaneidades e inmediateces individuales. De ahí el odio al partido o al sindicato, como a cualquier forma de organización que se atribuya un mandato y unas reglas, basándose por un lado en una suma de experiencia, es decir de historia y cultura, y por otro en una escala de valores ligada a una tradición más o menos laica o religiosa, (relacionadas, pero difícilmente sincrónicas.)
De ahí la complejidad de las relaciones entre el yo y la sociedad. Estas son múltiples y afectan sobre todo a la izquierda. La derecha siempre se identifica con el principio de desigualdad, si no política sí de medios, de situaciones, de saber entre una persona y otra; es más, no sólo entre personas sino también entre países: el más fuerte siempre se presenta como el que sometía al más débil para civilizarlo. En estos días se celebra el cincuentenario de la independencia de Argelia, y toda Francia siente la necesidad de discutir si es justo o no pedir perdón a los argelinos por haberles oprimido durante casi un siglo y medio. ¿Cuándo se ha visto esto? Como mucho se puede reconocer que no hacía falta llevarlos a la miseria, el acto de prepotencia de la colonización tiene miles de razones, pero ninguna excusa ni arrepentimiento. Y además, tampoco los argelinos fueron muy considerados al liberarse de quien les había hecho, durante más de un siglo, esclavos, y cuando se rebelaron se desencadenaron ocho años de guerra sucia.
Pero volvamos a la izquierda, que por el contrario se identifica con el principio de igualdad de derechos y —al menos como posibilidad— de propiedad y de valores (el respeto intercultural). De forma similar al mercado, que se apoya sobre datos cuantitativos, también ella se dice que la suma de deseos de los individuos realizaría el de la “sociedad”. El partido más partido de todos, el comunista, ha sido sustituido por el de la mayoría de aquellos que se definen democráticos o simpatizantes. Son las famosas primarias, y es obvio que ya no hablamos del asunto interno de un grupo político preciso en el análisis y en el programa, sino de cualquiera que se considere vagamente interesado en eso.
¿Cómo se ha producido este cambio? Seguramente por la insuficiencia de reglas democráticas en los partidos, ausencia de la que por otro lado no se indica ni su origen ni su historia. Entre el partido comunista, abominado por su jerarquía inmutable, y el Partido Democrático, concebido como absolutamente democrático, es evidente que, a pesar del fatal “centralismo democrático”, en el primero se daba por supuesto un flujo del centro a la periferia y de esta al centro seguramente más consistente que en el partido actual, en el que ese flujo falta completamente. El pretendido “centralismo democrático” era detestable, sólo que no ha sido sustituido por la aplicación de reglas que ofrezcan garantía a los derechos del individuo inscrito, excepto con la vaguedad de límites y reglas de un partido de opinión; esto es, no sujeto a ningún programa preciso. El ser, también, similar a un ejército en guerra —guerra de clase— lo “protegía” —al centralismo democrático— de muchos procedimientos que habrían disminuido la eficacia… argumentos que conocemos.
Pero no se ha caminado hacia un examen más atento de los procedimientos, se ha ido hacia la liquidación del proyecto de sociedad con el que se identificaba un partido, con el cual uno se adhería o no. Yendo más al fondo, la preeminencia que se daba al programa de sociedad respecto del de la persona, llegando hasta negar la especificidad, indujo por primera vez al movimiento del 68 a poner el acento en la persona, incluso dando mayor responsabilidad a la persona que al partido o la sociedad. Muy raramente un partido socialista o comunista ha visto surgir de golpe a sus líderes carismáticos como sí ha sucedido con los grupos extraparlamentarios de los años 70. Una parte de la, por otro lado transitoria, simpatía suscitada por Mario Segni venía de este tipo de argumentos. A través del proyecto, de la idea, de la ideología, los que cuentan son él o ella, amados y respetados o censurables o castigables. Hemos llegado al extremo de los vicios de la democracia representativa.
La crítica a la forma partido ha llevado al añadido innecesario de algo que ni es el yo ni es el nosotros de un perímetro social sino un personaje construido en gran medida en el imaginario y expresión más de sensaciones y emociones que de un razonar sobre conceptos bien examinados, pensados y repensados.
Que en Italia esta demonización de la política haya llevado a todo el parlamento a entregarse a la “tecnicidad” en el gobierno, a poner en primer lugar las cifras, bajo el control de los parámetros europeos, no puede por tanto sorprender. Es el recíproco de la opinión, una política exclusivamente contable y monetaria: ¿qué cosa es más indiscutible que un equilibrio presupuestario? Si esto lleva consigo el desmantelamiento de los servicios que ayudan a vivir, a desplazarse o a curarse a los menos afortunados, y a todos los jóvenes a estudiar, no es cosa que esté relacionada con las matemáticas y con el saldo final tras la resta. Si lo que se ha sustraído a lo público se cede a bajo precio a lo privado esto, desde unos objetivos contables, puede parecer incluso un enriquecimiento de lo público, confundido con el estado. La densidad de las vidas, el poco espacio que queda para la salud y el descanso, el retroceso cultural no son léxico de un presupuesto y no tienen nada que ver con su cualidad “técnica”. Otra idea de la política, en relación con esta innovación, es la que la está disolviendo en lo efímero de las imágenes o en lo abstracto de la contabilidad.
Rosana Rosanda
Traducción de J. Aristu y Antonio Delgado Torrico
«En la Unión Europea (UE), el año 2013 será el peor desde que empezó la crisis. La austeridad como credo único y los hachazos al Estado de bienestar continuarán porque así lo exige Alemania que, por primera vez en la historia, domina Europa y la dirige con mano de hierro. Berlín no aceptará ningún cambio hasta los comicios del próximo 22 de septiembre en los que la canciller Angela Merkel podría ser elegida para un tercer mandato.
En España, las tensiones políticas aumentarán a medida que la Generalitat de Catalunya vaya precisando los términos de la consulta a los catalanes sobre el futuro de esa comunidad autónoma. Proceso que, desde Euskadi, los nacionalistas vascos seguirán con el mayor interés. En cuanto a la situación de la economía, ya pésima, va a depender de lo que ocurra… en Italia en las próximas elecciones (el 24 de febrero). Y de las reacciones de los mercados ante una eventual victoria de los amigos del conservador Mario Monti (que cuenta con el apoyo de Berlín y del Vaticano) o del candidato de centroizquierda Pier Luigi Bersani, mejor colocado en las encuestas. También dependerá de las condiciones (sin duda brutales) que exigirá Bruselas por el rescate que Mariano Rajoy acabará pidiendo. Sin hablar de las protestas que siguen extendiéndose como reguero de gasolina y que acabarán por dar con algún fósforo encendido… Podrían producirse explosiones en cualquiera de las sociedades de la Europa del sur (Grecia, Portugal, Italia, España) exasperadas por los matraqueos sociales permanentes. La UE no saldrá del túnel en 2013, y todo podría empeorar si, además, los mercados decidieran cebarse (como los neoliberales les están incitando a hacerlo) (1) con la Francia del muy moderado socialista François Hollande».
Comparecencia de Mariano Rajoy, el pasado sábado, 2 de febrero. Asunto, caso Gürtel-Bárcenas. Formato elegido: Máximo blindaje y mínima credibilidad. Dijo el presidente, “quiero que en este asunto operemos con la máxima transparencia, el máximo rigor y la máxima diligencia”. Pero a continuación las maneras venían a desmentirle. Porque de las ruedas de prensa sin preguntas se ha pasado a un escalón superior. Ahora, los periodistas han dejado de ser testigos, ni siquiera comparten lugar con el compareciente. Recluidos en otra sala, solo les llega una señal de televisión realizada por los servicios del partido. Una cámara fija ofrece el plano único del presidente Rajoy, que lee en un atril.