Somos lo que somos gracias a los viejos

La frivolidad con la que la clase política dirigente encara los rigores de la crisis se evidencia en su acendrada costumbre de amedrentar a la tercera edad a base de inquietantes insinuaciones sobre la necesidad de recortar, si no sus enfermedades, al menos sí sus tratamientos, para añadir a continuación que ellos también ajustarán al máximo las dietas, reduciendo las comidas de trabajo al mínimo imprescindible para salvar el país. “No construiremos el ambulatorio en Aiete, pero no se alarmen que peor es lo mío: sueldazo congelado y sin paga de Navidad”.

Cabe recordar que sobre los hombros de los que ahora llamamos viejos recayó el esfuerzo fiscal que permitió a los nuevos españoles crecer en talla y porte, a la vez que aumentar su esperanza de vida en tres lustros en los últimos treinta años. Ser un anciano hoy en día significa haber conocido a este país en estado de guerra -ese eufemismo que se utiliza para referirse al bombardeo de civiles- y en postguerra, en donde el hambre no era sinónimo de apetito gastronómico, sino de desnutrición permanente. A la cartilla de racionamiento había que sumarle la hoja parroquial católico-integrista que se colaba hasta en el dormitorio. Desde entonces, se ha mejorado mucho mediante un sistema económico que ahora, en el momento de venirse abajo, se revela idéntico a la pirámide de Madoff.

La gente a la que se privó del derecho a votar hasta casi cumplidos los cincuenta años se ha puesto mayor de repente y España, esa patrona despiadada a la que los poetas líricos del régimen de turno disfrazan “a veces de madre, a veces de madrastra”, vuelve a mostrar su boca desdentada y sus manos armadas de batidoras.

Un dirigente vasco celebraba la victoria electoral de su partido confesando que hasta ahora los políticos habían actuado como si el dinero público no fuera de nadie. Se agradece el rapto de sinceridad pero, por poner las cosas en su sitio, lo cierto es que han actuado como si fuera de los demás, es decir, los otros, es decir, nosotros. Y lo que es peor: los que nos hemos comportado como si ese dinero nuestro no tuviera propietario hemos sido el resto

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