Las casetas los libreros guipuzcoanos volverán a tomar este lunes los arcos de la Plaza de Gipuzkoa para conmemorar el Día Internacional del libro.
Por lo visto, los ciudadanos, habituados a las boutiques con atronadora banda sonora incorporada, se sienten amedrentados ante la posibilidad de entrar en una librería y toparse de bruces con el silencio o las conversaciones de los clientes.
Para ellos se inventó el Día del Libro, en el que las novedades se sacan a la calle en busca de esas gentes que, en el caso de encontrarse con algún conocido en tan embarazosa situación, siempre podrán disimular, alegando aquello de «no estoy mirando, ¿eh?, tan sólo pasaba por aquí», como le dijo Gabriel Celaya al encontrarse con Pelay Orozco en la inolvidable Internacional.
Las campañas en favor de la lectura se basan en una premisa falsa o, al menos, incompleta.
Leer no te hace feliz, sino que te proporciona placer; no te hace mejor persona, pero te impide resignarte; no te salva de nada, excepto de ti mismo. No todo el mundo es capaz de convertirse en lector, igual que el bricolage no está al alcance de todos. Esto no significa que aquéllos sean más tontos, ni que éstos carezcan de habilidades manuales. Simplemente, todo se reduce a una cuestión de tendencias y pulsiones.
Si ningún libro te llama, no te molestes en acercarte. Siempre te quedarán la tablet, el iPad o incluso el iPhone. Hay cosas mucho peores que no haber leído nunca un libro: haber leído sólo uno.
Internet es la cruz y la oportunidad de salvación de los libreros de viejo. Quienes se dedican a la comercialización de libros antiguos (del siglo XVIII para atrás), de viejo (con más de 25 años) y de saldo han encontrado su modo de supervivencia en la Red. Cada vez son menos las personas que se acercan a los establecimientos en los que se arrumban obras impresas en un caos solo aparente. En cambio, el asentamiento de portales como Iberlibro y Uniliber, que acumulan en su catálogo cientos de millones de volúmenes, ha permitido que muchas librerías salgan adelante en tiempos difíciles. Los investigadores y coleccionistas ya no tienen necesidad de ir a la caza del libro raro peregrinando por estas tiendas con sabor de almoneda. De hecho, en muchas librerías el 80% de las ventas se ejecutan por Internet. Hoy, que se celebra el Día del Libro, el gremio se queja de que su público mengua y envejece. Mientras se avecina el imperio de la tinta electrónica, nadie se imagina un recambio generacional de los clientes asiduos a estos negocios vetustos.
Los libros del siglo XIX, hechos con papel de mala calidad y componentes químicos que los hacen perecederos, están bastante depreciados. No ocurre lo mismo con los del XVIII. El Siglo de las Luces constituye la edad de oro de la imprenta. Los libros de la Ilustración son los más codiciados por los coleccionistas. No en vano, fue en esa época cuando mejor se editaba, con márgenes amplios y excelentes materias primas. Si además se hallan bien encuadernados, con estampaciones y encuadernaciones cuidadas y atractivas, los precios pueden ser exorbitantes. Una obra que apetece poseer a cualquier bibliófilo es la primera edición de ‘El Quijote’ publicada por la Real Academia en 1780. Entonces se convocó un concurso para ilustrar la novela, al que se presentó Goya con dos estampas que al final fueron desechadas. Esta obra que los coleccionistas ambicionan ronda los 15.000 euros.