3 comentarios en “…con el ala a tus cristales jugando llamarán”
Krugman
Este es el panorama que se avecina según afirma Krugman en su post, cuyo texto íntegro se reproduce a continuación:
«Algunos de nosotros hemos estado hablando del tema, y creemos que el final del juego será algo como esto:
1. Salida griega del euro, muy posiblemente el próximo mes.
más información
Los líderes griegos afrontan hoy una última reunión abocada al fracaso
La prima de riesgo toca máximos por el recrudecimiento de las dudas
2. Cuantiosas retiradas de fondos de los bancos españoles e italianos, a medida que los depositantes tratan de llevar su dinero a Alemania.
3a. Tal vez, solo posiblemente, se impondrán controles de facto, con los bancos prohibiendo transferir depósitos fuera del país y limitando la retirada de dinero en efectivo.
3b. Alternativamente, o tal vez a la vez, el BCE realizará fuertes inyecciones de crédito para evitar el derrumbe de los bancos.
4a. Alemania tiene una elección. Aceptar indirectamente las reclamaciones que se hacen sobre Italia y España —además de realizar una drástica revisión de su estrategia— básicamente, para darle a España alguna esperanza y poner en marcha garantías a la deuda para mantener bajos los costes de endeudamiento y permitir una mayor inflación en la eurozona para posibilitar el ajuste de precios relativos, o:
4b. Fin del euro.
Y estamos hablando de meses, no de años, para que esto ocurra.
El verso que definía a la juventud como un divino tesoro dejó de resonar hace tiempo salvo para evocar la melancólica pérdida del esplendor. Nuestra forma de progreso, definida como sistema a falta de mejor nombre, colocó en las manos de los jóvenes tanto poder adquisitivo, decisión e influencia sobre el gusto general que desde entonces, interesadamente, solo se entona el verso siguiente: juventud, divino botín. Las maniobras para hacerse con ella son casi siempre toscas, pero la más sutil se ha basado en la adulación. Si uno mira la publicidad directa y también la indirecta, la que se transmite bajo la imagen del éxito, el reparto en los concursos y la idea dominante de joven voceada por los medios, descubrirá un taimado ejercicio de adulación. Y como toda adulación, lo que persigue de su objeto es poseerlo y desactivarlo.
Por eso los jóvenes que salen a las calles en toda España lo que intentan, y ojalá les salga bien, es sacudirse la imagen de chicos de macrocentro comercial cuyo único ídolo es un futbolista cachas y su dinero. Pero en lugar de dejarse mecer por la adulación fácil de una sociedad que los necesita como agua de mayo para lavarse la culpa, estaría bien que desconfiaran de los elogios y comprendieran que una gran parte de su revuelta es contra ellos mismos. Puede que los políticos representen el último eslabón de la perversa inercia que está degradando a pasos agigantados los ideales democráticos europeos, incluida la propuesta de bienestar y protección, pero ellos también forman parte indisoluble de esa cadena.
En Los juegos del hambre, película popular a día de hoy, la autoridad está retratada como pérfida red corrupta defendida por la fuerza policial. El resto de la sociedad es imbécil y cursi, abotargada frente a la tele que emite concursos de talentos que en su última expresión obligan a competir por la supervivencia a víctimas, siempre jóvenes sin futuro, que ganan la competición volviendo al estado salvaje. De fiarse por el diseño de esta superproducción, la adulación ahora adopta el vestido revolucionario. Ante la enorme frustración general, los jóvenes tienen que pelear contra sí mismos, descubrir que la frustración es la cara real de los anhelos que les invitan a soñar.
TRUEBA
Por Amador Fernández Savater
Según el filósofo Alain Badiou, el amor es del orden del acontecimiento: una ruptura en la normalidad que propone una nueva manera de estar en el mundo. Es un regalo maravilloso, pero también inquietante. Porque no sabemos muy bien de qué se trata, qué nos pasa, adónde nos lleva. Es necesaria en primer lugar una apertura: dejarlo entrar. No es fácil. No podemos escoger del otro lo que nos encaja y abandonar el resto. Es todo o nada. Se pone en cuestión nuestro yo soberano: calculador, egoísta, autosuficiente. Sin generosidad y confianza no hay amor.
Pero el hecho de que el amor nos elija a nosotros, y no nosotros al amor, no significa pasividad. Somos arrebatados en las circunstancias más inesperadas (“love is an accident”), pero la recepción es una posición activa. Implica una invención. El éxtasis del encuentro no basta, no se trata de fusión. Hay que construir una relación en el elemento de la diferencia (ya no de la identidad). Es lo que Badiou llama “fidelidad”, un proceso puntuado por algunas pruebas (el sexo, los hijos, la casa, las vacaciones, etc.) que nos exigen actualizar el amor una y otra vez: volver a declararlo.
El 15-M nos hicimos entre todos un regalo parecido: la posibilidad de reinventar nuestro modo de ser y estar en el mundo. Maravillosa y también inquietante, porque nos requería cantidades desacostumbradas de generosidad con la diferencia y confianza en el otro desconocido. Las plazas eran lugares demasiado incomprensibles, demasiado extraños, ¿dónde están los líderes, los intelectuales, el programa, la organización? Hubo gente que se marchó disgustada porque había mucho de esto y poco de aquello. Como si pudiésemos diseñar los acontecimientos a nuestro gusto, con final feliz asegurado.
Ahora nos queda lo más difícil: construir una relación. Un proceso de fidelidad. Badiou explica que la fidelidad tiene dos enemigos fundamentales: renuncia y repetición. Volver a lo fácil: líderes que nos dirijan, intelectuales que nos piensen, organizaciones que nos organicen, programas que nos programen. Y volver a lo mismo: repetir sin más los gestos y las palabras de la primera vez.
Fidelidad no es seguir o continuar, sino más bien recrear, reinventar, traducir. Incluso “traicionando” las antiguas formas: “traductor, traidor”. Aceptar las pruebas de la realidad y actualizar una y otra vez el espíritu de las plazas: activación de la gente cualquiera (no sólo los especialistas de la política) para hacerse cargo en común de lo común (no sólo pedir o demandar) produciendo nueva realidad (no sólo criticando la que hay). Volver a declararnos.
Este es el panorama que se avecina según afirma Krugman en su post, cuyo texto íntegro se reproduce a continuación:
«Algunos de nosotros hemos estado hablando del tema, y creemos que el final del juego será algo como esto:
1. Salida griega del euro, muy posiblemente el próximo mes.
más información
Los líderes griegos afrontan hoy una última reunión abocada al fracaso
La prima de riesgo toca máximos por el recrudecimiento de las dudas
2. Cuantiosas retiradas de fondos de los bancos españoles e italianos, a medida que los depositantes tratan de llevar su dinero a Alemania.
3a. Tal vez, solo posiblemente, se impondrán controles de facto, con los bancos prohibiendo transferir depósitos fuera del país y limitando la retirada de dinero en efectivo.
3b. Alternativamente, o tal vez a la vez, el BCE realizará fuertes inyecciones de crédito para evitar el derrumbe de los bancos.
4a. Alemania tiene una elección. Aceptar indirectamente las reclamaciones que se hacen sobre Italia y España —además de realizar una drástica revisión de su estrategia— básicamente, para darle a España alguna esperanza y poner en marcha garantías a la deuda para mantener bajos los costes de endeudamiento y permitir una mayor inflación en la eurozona para posibilitar el ajuste de precios relativos, o:
4b. Fin del euro.
Y estamos hablando de meses, no de años, para que esto ocurra.
El verso que definía a la juventud como un divino tesoro dejó de resonar hace tiempo salvo para evocar la melancólica pérdida del esplendor. Nuestra forma de progreso, definida como sistema a falta de mejor nombre, colocó en las manos de los jóvenes tanto poder adquisitivo, decisión e influencia sobre el gusto general que desde entonces, interesadamente, solo se entona el verso siguiente: juventud, divino botín. Las maniobras para hacerse con ella son casi siempre toscas, pero la más sutil se ha basado en la adulación. Si uno mira la publicidad directa y también la indirecta, la que se transmite bajo la imagen del éxito, el reparto en los concursos y la idea dominante de joven voceada por los medios, descubrirá un taimado ejercicio de adulación. Y como toda adulación, lo que persigue de su objeto es poseerlo y desactivarlo.
Por eso los jóvenes que salen a las calles en toda España lo que intentan, y ojalá les salga bien, es sacudirse la imagen de chicos de macrocentro comercial cuyo único ídolo es un futbolista cachas y su dinero. Pero en lugar de dejarse mecer por la adulación fácil de una sociedad que los necesita como agua de mayo para lavarse la culpa, estaría bien que desconfiaran de los elogios y comprendieran que una gran parte de su revuelta es contra ellos mismos. Puede que los políticos representen el último eslabón de la perversa inercia que está degradando a pasos agigantados los ideales democráticos europeos, incluida la propuesta de bienestar y protección, pero ellos también forman parte indisoluble de esa cadena.
En Los juegos del hambre, película popular a día de hoy, la autoridad está retratada como pérfida red corrupta defendida por la fuerza policial. El resto de la sociedad es imbécil y cursi, abotargada frente a la tele que emite concursos de talentos que en su última expresión obligan a competir por la supervivencia a víctimas, siempre jóvenes sin futuro, que ganan la competición volviendo al estado salvaje. De fiarse por el diseño de esta superproducción, la adulación ahora adopta el vestido revolucionario. Ante la enorme frustración general, los jóvenes tienen que pelear contra sí mismos, descubrir que la frustración es la cara real de los anhelos que les invitan a soñar.
TRUEBA
Por Amador Fernández Savater
Según el filósofo Alain Badiou, el amor es del orden del acontecimiento: una ruptura en la normalidad que propone una nueva manera de estar en el mundo. Es un regalo maravilloso, pero también inquietante. Porque no sabemos muy bien de qué se trata, qué nos pasa, adónde nos lleva. Es necesaria en primer lugar una apertura: dejarlo entrar. No es fácil. No podemos escoger del otro lo que nos encaja y abandonar el resto. Es todo o nada. Se pone en cuestión nuestro yo soberano: calculador, egoísta, autosuficiente. Sin generosidad y confianza no hay amor.
Pero el hecho de que el amor nos elija a nosotros, y no nosotros al amor, no significa pasividad. Somos arrebatados en las circunstancias más inesperadas (“love is an accident”), pero la recepción es una posición activa. Implica una invención. El éxtasis del encuentro no basta, no se trata de fusión. Hay que construir una relación en el elemento de la diferencia (ya no de la identidad). Es lo que Badiou llama “fidelidad”, un proceso puntuado por algunas pruebas (el sexo, los hijos, la casa, las vacaciones, etc.) que nos exigen actualizar el amor una y otra vez: volver a declararlo.
El 15-M nos hicimos entre todos un regalo parecido: la posibilidad de reinventar nuestro modo de ser y estar en el mundo. Maravillosa y también inquietante, porque nos requería cantidades desacostumbradas de generosidad con la diferencia y confianza en el otro desconocido. Las plazas eran lugares demasiado incomprensibles, demasiado extraños, ¿dónde están los líderes, los intelectuales, el programa, la organización? Hubo gente que se marchó disgustada porque había mucho de esto y poco de aquello. Como si pudiésemos diseñar los acontecimientos a nuestro gusto, con final feliz asegurado.
Ahora nos queda lo más difícil: construir una relación. Un proceso de fidelidad. Badiou explica que la fidelidad tiene dos enemigos fundamentales: renuncia y repetición. Volver a lo fácil: líderes que nos dirijan, intelectuales que nos piensen, organizaciones que nos organicen, programas que nos programen. Y volver a lo mismo: repetir sin más los gestos y las palabras de la primera vez.
Fidelidad no es seguir o continuar, sino más bien recrear, reinventar, traducir. Incluso “traicionando” las antiguas formas: “traductor, traidor”. Aceptar las pruebas de la realidad y actualizar una y otra vez el espíritu de las plazas: activación de la gente cualquiera (no sólo los especialistas de la política) para hacerse cargo en común de lo común (no sólo pedir o demandar) produciendo nueva realidad (no sólo criticando la que hay). Volver a declararnos.