No nos cansamos de comprobar cómo el orden narrativo de la ficción sirve para tranquilizarnos del caos dela vida. Esalgo que los políticos solo practican durante la campaña electoral, cuando elaboran autoficciones sobre su dedicación, trayectoria, esfuerzo.
Trasladado a la política esta estrategia particular nos proporciona un balcón perfecto para comprender por qué los últimos casos de corrupción, caos, desinformación y estafa, están provocando tanta indignación en la ciudadanía (Más de la que ellos creen, más de la que reflejan las encuestas).
Finales fallidos, conclusiones escapistas, evasión de responsabilidades… la crisis está trasmitiendo una sensación de abuso y desvergüenza insoportables. En este panorama de perplejidad ciudadana el rescate de Bankia es el colmo de la desfachatez, el descaro y la indecencia
Se ha elegido al Banco de España y a su director (MAFO) como el elemento sacrificable de la función (le recodaremos como el pájaro de la ley del embudo empeñado en eliminar derechos a los trabajadores sin hacerse cargo de lo suyo). Pero nadie rastrea los créditos concedidos y las razones ocultas que los justificaron, conduciendo a la ruina, en este caso dela entidad Bankia, pero todo el mundo sospecha que no es más que la punta del iceberg. Tienen el cinismo, además, de decir, que una vez saneado, el banco se privatizará de nuevo. (¡Cuánta insolencia, atrevimiento, procacidad, impudicia y deshonestidad!).
El paciente y perplejo ciudadano, condenado a la ignorancia, es masacrado por casi todos los grandes medios de comunicación que forman piña con este maléfico poder. Nos queda Forges, el Roto, y otras preclaras figuras.
El nuevo orden mundial es de naturaleza medicante. Ahora comprendemos que las ordenanzas municipales no obedecen a criterios estéticos, sino que tienen por objetivo prohibir la mendicidad callejera en un intento de eliminar competencia y evitar que se extienda el buen ejemplo. Vivimos inmersos en una estafa piramidal de dimensiones globales, cuya salida -de producirse- pasará a los libros de Historia bajo la vibrante denominación de ‘La aventura del hombre en busca de la liquidez económica’.
Las empresas exigen contención salarial a los trabajadores, los colegios piden adelantos los padres, las universidades reclaman matriculadas más elevadas a los alumnos, la sanidad decreta que los enfermos se paguen dos veces sus medicamentos, los pensionistas descubren que su jubilación tras cuarenta años cotizados fue una decisión precipitada, los bancos reivindican sus rescates, los banqueros, sus indemnizaciones, los gobiernos recurren al Banco Central Europeo, éste llama a las puertas del Fondo Monetario, el cual, guiña un ojo al Banco Mundial, y todos al unísono coinciden en que el contribuyente debería pagar más impuestos por su propio bien.
Hay veces en las que sólo es posible acabar con las termitas pegándole fuego a la casa; en este caso, la sostenibilidad pasa por el derribo y desescombro de un porcentaje de ciudadanos aún por determinar. Faltan contribuyentes, pero sobran preceptores. Hay expresiones que ninguna persona honrada debería llegar a conocer a lo largo de su vida porque su existencia atenta contra el Derecho Humano a una vida decente, pero las circunstancias -un eufemismo para evitar la engorrosa enumeración de responsables con nombres y apellidos- mandan: activos tóxicos, sanear balances, blindaje contractual, inmdemnización millonaria, Paul Krugman, excedente de producción, ingeniería fiscal, Expediente de Regulación de Empleo, reflotamiento financiero…
En el epicentro de toda la hiperinflación del lenguaje que ha llevado el valor de las palabras a cotizar en mínimos históricos se situán conceptos tan arraigados en el imaginario colectivo como nocivos para el equilibrio psicológico individual: “Me debo a mi empresa, que es la que me da de comer” es una sencilla frase de apariencia inocua que, en rigor, sólo está en condiciones de pronunciar aquél que perciba un sueldo a cambio de quedarse en su casa. No obstante, sigue teniendo éxito, una vez suprimida de la ecuación la idea de ‘trabajo’.
Esta mutación perversa del verbo ‘dar’ es la que ha alumbrado una nueva conciencia de clase, en concreto, la de la clase mendicante, firmemente persuadida de que la sanidad, la enseñanza, la pensión por jubilación, la baja por enfermedad, la prestación por desempleo, la cuenta naranja o los préstamos a interés variable eran cosas que se daban. Sólo había que pedirlo, no importaba a quén. Ahora ya sabemos que a nosotros mismos o, para ser más precisos, contra nosotros mismos.
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Aún a sabiendas de que los mercados emulan las pautas de comportamiento de cualquier organización terrorista y no vacilan en interpretar cualquier signo de debilidad como un signo de debilidad, Rajoy ofreció ayer la mejor versión de la que ha sido la especialidad deportiva a la que ha consagrado su vida: el titubeo.
Si la rueda de prensa que el presidente del Gobierno ofreció ayer hubiera respondido a la comisión de un atentado, el estado yacería hoy postrado en cualquier mesa de negociación, ya fuera en Argel, Zurich o Loiola. La firmeza democrática también tiene sus limitaciones y se quiera o no, el “no habrá rescate bancario” carece de la contundencia esférica del ‘o bombas o votos’, al menos a oídos de los mercados. Si el principio de “a más concesiones, mayores exigencias” es correcto, el Gobierno lleva trabajando para el enemigo desde el 20-N y aún antes. Su alergia a la intemperie ha derivado en una terrible confusión: eso que aún llamamos techo es tan sólo en realidad la suela de la bota que nos pisa.
“Si no eres parte de la solución es que eres parte del problema”. He aquí otro ‘mantra’ antiterrorista que sirvió para perpetrar unos cuantos atropellos democráticos y que, sin embargo, daremos por bueno. Bien, en este caso, no parece que un Rajoy convertido en el hombre que mejor se repliega sobre sí mismo vaya a ser quien encuentre una salida a todo esto. “Melifluo” quizás no sea la palabra exacta, pero es la primera que te viene a la cabeza, una vez que España se ha convertido en el apestado oficial cuyo nocivo ejemplo mencionan todos los líderes europeos, en un último y estéril intento de no perder, uno tras otro, sus respectivas elecciones.
Mientras tanto, el pueblo habla por boca de sus líderes naturales, pero da la sensación de que ninguno de ellos termina de acertar en el diagnóstico. Cuando Argiñano califica de “gánsteres” a los líderes macroeconómicos mundiales evidencia una ingenuidad impropia de alguien que se supone que conoce a qué temperatura se fríe un huevo. Los hampones acostumbran a extorsionar a cambio de protección y, por desgracia, no es ése el escenario en el que nos ha tocado movernos. Los nuevos mafiosos son injertos del tejido institucional hasta el punto de que resulta imposible separar a los unos del otro. Esta circunstancia explica por qué muchos ‘capos’ acabaron declarando ante una comisión de investigación, cuando no en un tribunal de justicia, mientras que aquí ésa es una opción que ni se contempla.
En este contexto, reconozco que cuando ayer por la mañana vi las imágenes de una multitud histérica y bañada en lágrimas se empecinaba en saltar una verja para acceder a un recinto acotado lo primero que pensé fue que por fin había estallado el ‘corralito’. Finalmente, resultó ser una cosa llamada la ‘madrugá’. No importa, he interiorizado la interpretación de que fue un ensayo general previo al gran estreno.
El Roto y su lugar en el realismo crítico-social español
Paredón, tinta roja en el gris del ayer. Tu emoción de ladrillo feliz sobre mi callejón con un borrón pintó la esquina. Tinta Roja, tango (1941) de Sebastián Piana y Cátulo Castillo
En una de las primeras entradas de Minima Moralia Adorno, comentando la esquela de un hombre de negocios aparecida en un periódico alemán de los años treinta, se asombra de la exageración en la que incurren los afligidos deudos al escribir en dicha esquela que “la anchura de su conciencia rivalizaba con la bondad de su corazón”. Escribe el pensador alemán al respecto, entre otras muchas perlas dejadas caer a lo largo de toda la entrada significativamente titulada “Última claridad”, que “toda responsabilidad concreta desaparece en la representación abstracta de la injusticia universal”, para finalizar el balance que le inspiró tal glorificación al difunto con esta demoledora coda final, tampoco desprovista de un radicalismo en el juicio muy propio de los extremismos lingüísticos de la década en cuestión: “Por falta de objeto apto, el burgués apenas sabe dar expresión a su amor de otra forma que odiando al no apto, por lo que ciertamente acaba semejándose a lo odiado. Pero el burgués es tolerante. Su amor por la gente tal como es brota de su odio al hombre recto”.
Si tuviera que definir con una sola frase el ideario estético de El Roto (alias de Andrés Rábago, Madrid-1947, el mismo artista que también se oculta con otro famoso alias, OPS) no sería otra que la obsesión por que no desaparezca la responsabilidad del Poder, individual o comunitario, diluida dicha responsabilidad en la representación abstracta de la injusticia universal. Pero ER posee una tenacidad mayor, anterior a la de “responsabilidad”, que no sería otra que su preocupación, o fascinación, por el cómo de la representación cuando esta está “obligada” a ofrecer, desde el realismo más crudo e inclemente, una imagen tan revulsiva y crítica como piadosa, del ser humano en la despiadada selva en la que se han convertido las grandes ciudades occidentales –y las no occidentales, también. La obra de ER es un ejercicio radical, y por una vez otorguemos a esta cualidad su sentido más noble y más alejado de veleidades falsamente radicales, de cómo construir una producción visible de lo invisible, o mejor: de cómo hacer visible aquello que se nos es hurtado no tanto a la mirada como a la visualización crítica de toda situación establecida desde la ilegalidad y la injustica.
Baudelaire fue el primero en categorizar entidades estéticas (o conseguir que devinieran “estéticas” lo que con anterioridad a él eran simples “formas de vida”) que ayudaran al sujeto de la primera modernidad a verse y situarse en un nuevo contexto social. Pues bien es cierto que a partir de ese momento inaugural solamente sería posible vivir esa “realidad nueva” desde la experiencia traumática del shock. Baudelaire entendió que si el arte quería sobrevivir a la ruina de la tradición, y esta idea ha sido analizada por Giorgio Agamben en El hombre sin contenido, el artista tenía que intentar reproducir en su obra esa misma destrucción de la transmisibilidad que estaba en el origen de la experiencia del shock. En ER el shock no es tanto extremar una determinada corriente realista de la tradición pictórica española, o de documentalismo gráfico, como el conseguir que el sujeto que centraliza todas y cada una de sus viñetas sea el dueño de su propia historicidad; el propietario, con otras palabras, de su lugar en el mundo. Vivir en la realidad de su propia sustancia, no vicariamente bajo la presión inclemente del Poder. Que la representación de esa realidad, en definitiva, no obedezca tanto, que también, a su relación con determinada corriente estilística dentro de la figuración social española o internacional, como al deseo y voluntad de lograr una catarsis de la representación, y donde la semántica de la imagen adquiera su más pleno sentido en la eficaz interrelación de pensamiento y acción, no necesariamente correspondiendo al pensamiento la desnuda frase que aparece en todas y cada una de sus viñetas y la acción a la brutalidad expresiva del dibujo. En ER ambas cualidades se intercambian mutuamente tácticas y procederes, estilos y conductas, caracteres y formas.
En la primavera del pasado año se celebró una exposición colectiva en el CAAC de Sevilla comisariada por Alicia Murría, Mariano Navarro y Juan Antonio Álvarez Reyes, director del centro, y que llevaba por afortunado título Sin realidad no hay utopía, participando en ella ER. Que yo recuerde era la primera vez que se otorgaba a ER, desde los actores, sujetos y medios que conforman la profesión, la categoría que siempre tuvo: el ser un extraordinario artista. Resulta complicado no sustraerse a la tentación de creer y pensar que la obra entera de ER sea el destilado representativo de que sin realidad no puede haber utopía, o que sin la seguridad de un contexto social determinado, si nos asustan determinados conceptos así “utopía”, no podemos aspirar a la fantasía posible de un mundo mejor. Pero no debemos dejarnos engañar por la falsa simplicidad de las frases y dibujos de ER, pues el tratamiento que otorga a la experiencia del shock posee cualidades y complejidades menos visibles, no por ello menos valiosas. Todo lo contrario.
En un viejo artículo de Roland Barthes, 1959, comentando la primera película de Claude Chabrol, El bello Sergio, y que en castellano apareció en la recopilación de textos sueltos La torre Eiffel- Textos sobre la imagen, se pregunta, nada más y nada menos, sobre si existe un cine de derechas y otro de izquierdas. Escribe Barthes: “llamo arte de derecha a esa fascinación por la inmovilidad que hace que describamos resultados sin preguntarnos jamás, no digo por las causas (el arte no puede ser determinista), sino por las funciones”. Podemos estar de acuerdo con Barthes en que sí existe una constante inmovilista, o conservadora, en un tipo de arte que jamás se pregunta por la función concreta de esa producción estética, siendo así que una parte nada desdeñable de la producción estética contemporánea española de artistas de menos de cuarenta años producen, paradójicamente, un arte “de derechas”, en la medida que rara vez esa producción se preocupa por los fines concretos que hagan necesaria esa producción. Pero nos resulta complicado aceptar que un artista como ER no parta de una idea determinista de su propio hacer como artista, pues su constante interrogación por la causa y su función le lleva a la consideración, auténtica razón de ser de toda su producción, que la verdad está en el estilo y que tanto forma como contenido son alternativas funcionales de esa misma verdad, ya sin cualidad estética, únicamente moral. Pero también: ER no esquiva la acción devastadora de la belleza, pues la asume y se apropia de ella, la desmonta sin pudor ni caridad algunos; la reinterpreta, en efecto, así en el dolor y la crueldad. De ahí que en sus viñetas, especialmente en las más dotadas de densidad interpretativa, esté siempre presente una obvia acción performativa: se actúa y discute sobre la belleza del horror, sin jamás crearla intencionalmente. De ahí que los solitarios seres humanos que aparecen en sus viñetas no se muestran como tales, pero sí como cuerpos, o “anatomía expandida” en tanto que fisiología de la belleza.
La relación privilegiada que ER establece con el lenguaje tendría su punto de inflexión más determinante en la seguridad (implacable) de que ese flujo lingüístico, más caudaloso cuanto más escueta y desnuda es la frase, no cesa de deslizarse sobre aquello a lo que remite, pero a lo que remite es mucho menos la imagen brutal que contemplamos como a la trampa de la lógica inherente a todo “realismo”. Arte paradójico es su esencia más funcional, ER parece hacer suya la famosa definición de “paradoja” que Deleuze ya expuso en su Lógica del sentido: “La paradoja es primeramente lo que destruye el buen sentido como sentido único, pero luego es lo que destruye el sentido común como asignación de identidades fijas”. Para ER toda representación, y más allá del grado o nivel implícito en lo concerniente a la comprensión de esa “estructura de conocimiento” que en sí misma es toda representación, al menos ontológicamente hablando, supone asumir una invisibilidad (triunfo absoluto de la paradoja) cuyo resultado no sería otro que “lo visible” (si bien oculto), o lo que también podríamos definir como “el régimen ético de la palabra”. Para ER la representación es siempre un logos que hace una utilización inteligente y muy pudorosa de los atributos propios de la lengua y la palabra escrita, pero a su vez también es consciente que toda representación es siempre la puesta en práctica, abismada, de una tensión dialéctica que se debate entre el absolutismo radical que pretende toda acción que se vale del valor metonímico de la imagen, y la distancia que ER obliga al espectador a tomar con respecto a la voracidad invasora a la que aspiran todas las imágenes del mundo. En todas y cada una de las viñetas de ER la imagen enfría lo que las palabras enardecen y provocan: el pensamiento se excita al mismo tiempo y velocidad que se congela el rictus facial.
La obra entera de ER posee cualidades morales propias de la imagen fotográfica: un mismo abandono melancólico, la misma paciente espera ante una catástrofe inminente, o la desolación cuando ésta ya ha sucedido, su falta de atributos en tanto que imagen “primordial”, pero también como territorio donde se lleva cabo el experimento de un sujeto sin consistencia ontológica, o la infinita duda entre la apariencia y la aparición. Por supuesto, todo ello vendría en un a posteriori de la gran cuestión que sobrevuela toda la obra de ER: lo Real y su compromiso con lo Social, y dónde poner el límite para que ambos estamentos no se anulen mutuamente, e incluso dónde trazar la demarcación donde “lo real” y “lo social” mantengan ambos la economía del discurso foucaltiano en torno al “poder-decir” existente en toda manifestación de arte, sea un lienzo, una viñeta o la página en blanco. Un “poder-decir” que se extiende por toda la ciudad a modo de una pintada infinita por desmontes, baldíos y paredones. Las obras de ER reintroducen en la crítica cultural aquella acción que para Lukács era función esencial de toda cultura en tanto que universo vivo: la insubordinación de lo concreto contra el reino brumoso de la Abstracción. La mirada de ER, heredera directa de la mirada triste (y convulsa) de Benjamin, desea hacer suya la célebre frase de Freud de que “la cultura es el producto de un crimen cometido en común”, frase, por cierto, que prologa, o directamente es la misma con otras palabras, la no menos célebre afirmación benjaminiana de que todo documento de cultura es también un documento de barbarie.
ER, al igual que Marlowe en el fondo negro de la selva, también grita ¡El horror, el horror!, y siendo ésta la respuesta (real, cultural) a la angustiosa idea de Freud de que “la verdad tiene siempre estructura de ficción”. Parece mentira, nos oímos decir a nosotros mismos casi siempre que vemos una imagen de ER, parece mentira que existan tantas formas de mostrar la devastación que ocasiona todo naufragio. Tinta roja para significar el gris del ayer y más roja aún para alertar del inmoral y triste gris del presente.
Que las lágrimas no te impidan ver el show.
A este paso acabaremos en una sociedad de castas, como en la India. La casta de los intocables, la impura, será la que denominas «mendicante», o sea, que vive de las prestaciones del Estado Social pero no pude aportar nada mas que rendimientos de su trabajo (y cada vez más exiguos). La escala piramidal social en España sería: políticos, aristocracia, clero, militares, banqueros, empresarios sin escrúpulos.. y el resto, chusma a extinguir
Estoy de acuerdo. Eso sí: a banqueros y empresarios sin escrúpulos los pondría en lo alto de la pirámide y sustituirá militares por antidisturbios, hoy por hoy, más necesarios que los ‘pringados’ que andan haciendo escuelas y ambulatorios por Afganistán
Atención!
Rajoy: «haré lo que tenga que hacer, aunque dijera que no lo iba a hacer». Estos me parecen los versos más redondos en lengua castellana de las últimas décadas, un microrrelato a la altura de los de Monterroso
Hemos de asumir que hay que sufrir a los votantes sectarios del PP y del PSOE. Esa gente está perdida para la razón. Son esos que son incapaces de reconocer que Rajoy y su equipo no están capacitados para dirigir el país en estos momentos. Son esos que no reconocen la incompetencia de ZP y sus gobiernos. Los que no ven que el PP y el PSOE están dirigidos por una pandilla de sectarios iluminados que odian a la otra mitad del país. Hay excepciones, pero son eso, excepciones. La dirección y las listas del PP y PSOE están llenas de vividores de la política, gente incompetente que no sería capaz de trabajar en algo donde tuvieran que rendir cuentas. El resto de ciudadanos, quienes ya nos hemos dado cuenta de que el PP y PSOE son PARTE IMPORTANTE DEL PROBLEMA, somos quienes tendremos que sacar esto hacia adelante. Ignorando sus intentos de atraernos a su secta, y votando a otros partidos (el que sea) en las próximas urnas. Y solo cabe esperar que no dejen el país hecho un erial, que lo están consiguiendo.
Sobran bancos, cajas y sucursales con sus correspondientes empleados. Sobran diputaciones, administraciones, duplicidades autonómicas y funcionarios. Sobran radios, periódicos y periodistas. También sobran escuelas y profesores, alumnos y aulas. Sobran universidades porque hay licenciados de sobra. Sobran médicos, hospitales, ambulatorios y, por encima de todo, sobran enfermos. Sobran pediatras porque no nacen tantos niños, y sobran pensionistas, jubilados y prejubilados. Sobran trabajadores, de la minería, de los astilleros y de los juzgados. Sobran políticos y, más que nada, sobran partidos, porque con dos es suficiente si van a ser iguales. Y sobran sindicatos, porque ya no hay trabajadores. Sobran impuestos, pero falta recaudación; sobran defraudadores, pero faltan inspectores. Sobran pisos y quienes los que los construyeron, así como quienes contruyeron y transportaron los materiales con los que se construyeron tantos pisos. Sobran hipotecas y buena parte de quienes las suscribieron. Sobran investigadores, becas y becarios. Sobran centros de cultura, museos y fábricas de creación. Sobran artistas, actores, directores de cine y películas. Sobran cocineros y restaurantes tres estrellas, así como también sobran comidas de trabajo y dietas. Sobran coches oficiales y coches en general, quienes los hacen y quienes los venden. Sobran agencias de calificación dado que ya todo es incalificable. Sobran Bruselas y sus recomendaciones, Alemania y sus órdenes, sobran monedas únicas y elecciones en los países rescatados, ante el riesgo de que se equivoquen. Sobran riesgos, sobran primas de riesgo y otros parientes lejanos. Sobran activos tóxicos y pasivos nocivos. Sobran pensamientos únicos, economistas de todo tipo y Paul Krugman, y también sus Premios Nobel, o al menos, les sobra dotación económica. Por cierto, sobran galardones literarios, festivales de cine, festivales de música y festivales de todo orden. Sobran competiciones deportivas y ya sin salir del fútbol, sobran equipos en Primera, la temporada se hace muy larga. Sobran aeropuertos, aviones, pilotos, controladores aéreos y pasajeros. Sobran Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, no tenemos delincuentes como para satisfacer tanto mercado. Tanto es así, que sobra la seguridad privada. Por cierto, sobran escoltas. A la Familia Real le sobran parientes, si es que no es la Familia Real entera la que sobra. Sobran Gibraltar, Ceuta y Melilla, y el condado de Treviño. Sobra territorio, en definitiva. Sobran palacios, palacios de congresos, congresos y especialistas en lo que sea, de hecho, sobran materias sobre las que especializarse. Sobran inmigrantes y otras “gentes venidas de fuera a robarnos el trabajo” que antes nos sobraba. Sobran festivos y fines de semana, estos últimos les sobran en especial a sus muy viajeras señorías del Tribunal Supremo. Sobran canales de televisión, vendedores a domicilio y teleoperadores. Sobran trabajos remunerados, derechos laborales y reivindicaciones salariales. Sobran Europa, los países emergentes y media población mundial. Sobran políticas de austeridad y faltan estímulos al crecimientos, o al revés, dependiendo de a quién preguntes. Y, por último, sobran expertos financieros que, tras largos años de estudios y análisis, y con todos los datos en la mano, sólo saben proponer que se recorte ‘todo lo que sobra’, que habitualmente suele ser todo.
AM