Tras la tertulia mantenida el pasado jueves y después de asistir a la proyección del excelente film de Jack Clayton, The Innocents, pasaría a hacer algunas reflexiones sobre la adaptación que de la novela hace el director inglés.
En primer lugar quisiera señalar que así como en la novela el relato en primera persona nos está llevando a conocer los hechos desde el interior del personaje de la institutriz y desde la distancia de una mujer que escribe muchos años después de ocurridos los hechos del relato, en el cine esta primera persona ha desaparecido y también la distancia. Los acontecimientos son mostrados directamente, en presente, y por tanto la institutriz está viviendo toda la turbación, todo el desasosiego que le produce el ir descubriendo los extraños acontecimientos que se desarrollan en Bly; la extraordinaria interpretación de Deborah Kerr cumple a la perfección con las exigencias que el papel le impone.
Pero lo que quiero destacar ahora es que este desplazamiento del mundo del yo al de la historia
contemplada en directo, aunque sea en todo momento desde los ojos de Miss Guiddens, tiene como consecuencia que el resto de personajes del relato adquieran una densidad y un peso mayor que en la novela, fundamentalmente Miles y Flora, cuyas interpretaciones son también un valor a destacar, y que en el film crecen en protagonismo, en gesto, en dimensión, haciéndose quizás más evidente elementos como sus posibles traumas infantiles, aunque estos últimos quedan, como en el relato, solo apuntados, ambiguos, para que el lector o el espectador termine y construya con su propia imaginación lo que aquí sólo está sugerido. El propio título de la película Los inocentes supone un deslizamiento hacia la fuerza del protagonismo de los dos niños frente a Otra vuelta de tuerca, el título del relato, más general e impreciso.
El cine tiene sus propios recursos y eso lo sabe bien Jack Clayton y los guionistas de The Innocents entre los que se encuentra el escritor Truman Capote. El resultado de su trabajo va a ser una adaptación rica y creativa en la que, respetando lo fundamental de la novela, se le de un tratamiento creativo que haga llegar al espectador toda la fuerza de la historia que contempla. Llegados a este punto podemos preguntarnos, ¿ qué es lo fundamental?, ¿ qué quiso James transmitir cuando escribió en 1898 uno de los relatos más afamados y controvertidos de la literatura occidental? El escritor señaló en su prefacio a la Edición de Nueva York que lo que quería hacer al escribir este cuento de hadas era hacer llegar a los lectores toda la intensidad del mal,señalando a continuación que nuestra madurez e imaginación harían el resto.
El relato de Henry James es uno de los libros que más han sido sometidos a juicio e interpretación a lo largo del siglo XX y esto ha sido posible porque el escritor estadounidense (y británico al mismo tiempo) así lo deseaba. El quería jugar con la ambigüedad y lo consiguió; durante años las distintas interpretaciones de la obra se han sucedido y entre ellas las más conocidas y destacadas han sido el binomio que brevemente podríamos resumir como Apariciones / No Apariciones, o lo que es lo mismo, ¿son los fantasmas producto de la mente desequilibrada de la institutriz o están los niños poseídos por Miss Jessel y Peter Quint? La lectura de la novela deja abiertas estas dos posibilidades, permite las dos lecturas y, a nuestro juicio, la película también. Esta sería su mayor riqueza pues el director y los guionistas han sido capaces de captar la esencial ambigüedad de la obra de Henry James.
Pero quiero terminar refiriéndome al final de la película de Clayton, donde la creatividad llega a mi juicio a su cota más alta. ¿Qué significa el beso que Miss Guiddens da a Miles una vez muerto ? En un momento anterior en el desarrollo del film, es el niño el que besa a la institutriz, ambos besos son una innovación que la película aporta relato. El beso final podría ser también, a mi juicio, una vuelta de tuerca que en este caso aporta el cine a la literatura; porque si la muerte del niño es un dato que apunta en la dirección de que su alma estaba poseída por el fantasma de Peter Quint, ¿no es el beso la manifestación más expresa del deseo de la institutriz de pasar al mundo de los “poseídos”, de entregarse al “mal”, de romper con sus miedos y represiones ?
Parto de la base de que con esta peli no puede haber certezas porque se basa en la ambigüedad. Dicho esto, diré que para mí no es una historia de fantasmas.
En todo caso es la historia de la lucha de la reprimida institutriz protagonista contra sus propios fantasmas sexuales: Miss Giddens (maravillosa Deborah Kerr), está un poquito desesperada y necesitada, y se siente atraída por el niño al que debe cuidar. Pero para no enfrentarse con esa realidad, su cabeza va pergeñando toda esa historia de la posesión fantasmal: para no reconocer que ve en ese “niño” a ese “hombre” que tanto necesita, se inventa que ese niño está poseído por aquel apuesto capataz cuyo solo retrato la hace temblar, y con el que sueña en sus pesadillas presumiblemente húmedas. Argumentaré mejor ese marcado carácter sexual:
Miss Giddens está inmersa en uno de esos sueños que tiene, entre gemidos, con el recio y viril criado muerto… cuando de repente la ventana se abre violentamente, irrumpiendo en la habitación todas las humedades de la furiosa tormenta exterior… ¡un auténtico orgasmo!
También está ese lenguaje tan sensual que emplea para hablar de la pasión de Miss Jessel (la institutriz muerta) por Quint (el criado buenorro): dice que siente “hambre por él, por sus brazos, por sus labios…”. Está hablando de la antigua institutriz, pero la manera tan concupiscente en que lo hace deja traslucir que también está hablando de sí misma y de sus propias ansias.
Me gustó la ambigüedad total de Clayton (totalmente respetuosa con el espíritu de la novela de Henry James, que lleva la incertidumbre hasta el paroxismo).
Además del beso, esta película tiene ese algo diferente Quizás sea por la interpetración de la bellísima Deborah Kerr ¿Podía darse que fuera el niño el enamorado?, quizás sea por la mirada entre inocente y gélida de los niños (perfectamente interpretados) o sea por la atmósfera creada por la fotografía y la música de la película con la cancioncilla infantil
En ciertos momentos recordaba a esa gran mansión de la película «Rebeca» que también hemos visto –más del género gótico que esta- con su torre y grandes ventanas aislada del mundo en la que no hay mayor diversión que la curiosidad y la imaginación de sus inquilinos.
Tenían razón los que en la tertulia recordaban a Amenábar y «Los otros». Amenábar renovó y reinventó su propia historia de terror, Si no hubiera sido por «Suspense», Amenábar no habría dado vida a «Los otros».
Me gusta ese terror elegante, en blanco y negro, con actores sobresalientes y una trama sobrenatural. Me gusta esa ambientación de época, esos secretos mal sepultados que pugnan por revelarse. Me gusta notar ligeros escalofríos cuando oigo una dulce vocecita infantil cantando una triste canción de amor, que debería brotar de otros labios mucho menos inocentes. Sentir el latigazo del miedo en la espalda, a tientas por un corredor oscuro, y estremecerse con los crujidos de la madera y con los sonidos amplificados de la noche. Caminar por unas tinieblas que apenas retroceden ante el débil fulgor de las velas. Paralizarse de susto al mirar hacia una ventana y comprobar que lo que se ve al otro lado no es tu reflejo. Distinguir una silueta imprecisa que vaga como un alma en el purgatorio.
Y dos niños que no siempre son dueños de sus palabras ni de sus actos, y que en su desamparo han sido víctimas de hechos demasiado escabrosos para sus pequeños corazones. En constante e incierto peligro en su apartado rincón, perdido entre los paisajes más paradisíacos, y portador de oscuras penas, pasiones y desgracias que se resisten a disiparse.