Los “viajeros de Lantxabe” estarán (o habrán estado) el 7 de julio (¡San Fermín!) en Canterbury. Dedicando todo el día a conocer el excepcional patrimonio histórico y artístico de la capital de Kent, visitarán en especial su catedral, en donde se localizan los sepulcros de Santo Tomás Becket (asesinado a instancias del rey de Inglaterra Enrique II Plantagenet en 1170) y del Príncipe Negro (hijo del rey de Inglaterra Eduardo III fallecido sin reinar en 1376). Esta magnífica catedral desde el siglo XIV mantiene su impresionante estilo gótico vertical coronada por una impresionante torre normanda de 91 metros de altura.
La ciudad de Canterbury ha cumplido a lo largo de su longeva existencia importantes roles para la historia británica. La población fue centro administrativo romano (como vimos en las conferencias celebradas en la Casa de Cultura), capital del Reino de Kent, sede del arzobispo primado de Inglaterra y actualmente se considera el principal centro religioso del Reino Unido, por ser la sede del arzobispo de Canterbury.
Canterbury se sitúa sobre el río Stour a 97 kilómetros de Londres.
Para estos viajeros Canterbury ha sido una principal referencia desde que hace cuatro años iniciaron sus itinerarios culturales con la Vía Francigena, recorrieron un tramo de Italia, pero eran sabedores que esa vía se iniciaba en dicha ciudad.
Canterbury es pues, para ellos, un símbolo de lo que entienden por actividad cultural. Hace cuatro años una parte del ciclo de cine, la literatura y expresión artística que estudiaron y disfrutaron en Katxola, tenía su centro en Canterbury y en la Vía Francigena (Bocaccio, Chaucer), posteriomente visitaron Siena, San Geminianno, Pisa, la abadía sacra di San Michele
Esta vez, después de atravesar Francia, parándose en Rouen y así disfrutar de la catedral y las viejas calles (de nuestra Madame Bovary), cruzarán el canal de la Mancha, para iniciar la ruta de la campiña inglesa precisamente en Canterbury.
Posteriormente recorrerán -o ese es su propósito- el sur de Inglaterra de punta a punta,
desde Canterbury hasta la Península de Lizard
¡Happy trip! ¡Ongi ibili! ¡Bon voyage! ¡Buen viaje!
Lo que hizo Pirlo el domingo en la tanda de penaltis contra Inglaterra confirma una frase que repetía Rafael Azcona para cabreo de algunos: «Las mayores demostraciones de inteligencia las he visto en algunos lances del fútbol». Lo que hizo Pirlo fue utilizar la habilidad para voltear el estado de ánimo. Su equipo había llegado a la ruleta de los penaltis después de jugar mejor y se encontraba en desventaja tras el fallo de un compañero. El portero contrario, Hart, decidió exhibir una especie de tonta altanería para achantar a los rivales. Así que Andrea Pirlo lo vio tan crecido y tan seguro que intuyó que no bastaba con marcar el gol, había que invertir el estado de ánimo. Así que ensayó una cucharita a lo Panenka y logró que el balón entrara suave y despacito por el mismo centro de la portería. Unos se vinieron abajo, los otros arriba.
El fútbol se ha convertido en una ceremonia tan invasiva que es imprescindible protegerse de él como del sol en verano. La atención desmedida que recibe en un panorama tan demoledor como el actual es un insulto a la sensibilidad social. Pero sería estúpido perderse esos estallidos de ingenio por culpa del prejuicio que convierte en irritante lo que se hace en exceso popular. En esa inteligencia para cambiar la dinámica está la más elocuente denuncia de quienes insisten en la demolición de derechos, conquistas y protección ciudadanos, pero siguen enfrascados en no se sabe muy bien qué, pero que podríamos definir como la política del patadón a seguir.
La Eurocopa nos ha dejado la imagen de Merkel y Rajoy viviendo los partidos con bastante más intensidad que viven las cumbres financieras. La nueva publicidad sobre la selección española se apoya en anuncios de estilo argentino sobre la patria unida y el éxito colectivo que bordean lo cursi. Las hermanas Telecinco y Telecuatro, tras años en que desde la cadena se insistía en la falta de rentabilidad del fútbol televisado, se aplican en su estilo. Pero todo eso se puede soportar gracias al gesto de alguien como Pirlo, cuyos 33 años de futbolista, equivalen en la edad de las personas normales a unos 80.