10 comentarios en “Esta crisis debe servirnos para replantearnos nuestros valores (Roca)”

  1. Me quejo con todos los que no se atreven a quejarse por miedo a que les quiten lo poco que les queda, me quejo de los pusilánimes que temen levantar la voz, me quejo de los cobardes que están en la piscina llena de porquería y le piden a la virgencita que no haga olas, me quejo de los que siguen trabajando por una miseria y sin contrato y le reafirman al sinvergüenza de turno de que este es un país de esclavos disfrazados de lo que sea.
    Me quejo de la gente que se queja en la barra del bar y no hace nada, me quejo de los que critican y ponen a parir al Gobierno y les sigue votando, me quejo de quienes hablan y hablan por no callar pero que siguen alimentando las fauces que nos están devorando desde hace años. Me quejo de todo lo que no me he estado quejando en los últimos tiempos y como tengo quejas acumuladas por eso sale la parrafada como el agua del grifo, que nada arrastra, aunque quisiera que mi queja fuera lava de volcán y obligara a desalojar el circo que se han montado los que mueven los hilos impunemente.
    Pero más me quejo todavía de los “de abajo”, de los que sufren en silencio cuando deberían levantar la voz, me quejo de los ancianitos jubilados que están comiendo congelado porque tienen miedo de perder un pequeñísimo tanto por ciento de su pensión, me quejo de que no se quejen, de que no aporreen con sus bastones las puertas de quienes les oprimen.
    Me quejo también de los jóvenes que siguen botelloneando como si toda esta desgracia no tuviera nada que ver con ellos, como si las cosas se fueran a solucionar por arte de magia, sin que ellos protesten, sin que ellos luchen, como luchamos nosotros, esta “generación bocadillo” de los que pasamos de los cincuenta y estamos teniendo que recoger las sobras putrefactas de toda aquella lucha que nos movió el alma y nos calentó el cuerpo en los setenta, cuando la gente estaba en la calle pegando gritos (y recibiendo palos) en vez de estar en casa viendo fútbol o en la playa ligando cáncer de piel.
    Y finalmente, me quejo de mí misma, por ingenua cuando tuve ideales, por cobarde cuando no los supe defender, por egoísta cuando pensé en lo mío únicamente y en lo de mis hijas, por tibia porque no he sido ni fría ni caliente, ahora mismo que debería elegir entre esgrimir lo único que tengo, la palabra, para lanzársela a la cara a los canallas que están hundiendo mi país, o callarme…

  2. La prensa habla de que hará falta un segundo rescate para España, pero no solo es cuestión de dinero: hace falta un rescate moral de este país si no queremos que se hunda en un pantano.

  3. La utopía está en el horizonte. Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Por mucho que yo camine, nunca la alcanzaré. ¿Para qué sirve la utopía? Para eso sirve: para caminar.

  4. Volver a declararnos
    Según el filósofo Alain Badiou, el amor es del orden del acontecimiento: una ruptura en la normalidad que propone una nueva manera de estar en el mundo. Es un regalo maravilloso, pero también inquietante. Porque no sabemos muy bien de qué se trata, qué nos pasa, adónde nos lleva. Es necesaria en primer lugar una apertura: dejarlo entrar. No es fácil. No podemos escoger del otro lo que nos encaja y abandonar el resto. Es todo o nada. Se pone en cuestión nuestro yo soberano: calculador, egoísta, autosuficiente. Sin generosidad y confianza no hay amor.
    Pero el hecho de que el amor nos elija a nosotros, y no nosotros al amor, no significa pasividad. Somos arrebatados en las circunstancias más inesperadas (“love is an accident”), pero la recepción es una posición activa. Implica una invención. El éxtasis del encuentro no basta, no se trata de fusión. Hay que construir una relación en el elemento de la diferencia (ya no de la identidad). Es lo que Badiou llama “fidelidad”, un proceso puntuado por algunas pruebas (el sexo, los hijos, la casa, las vacaciones, etc.) que nos exigen actualizar el amor una y otra vez: volver a declararlo.
    El 15-M nos hicimos entre todos un regalo parecido: la posibilidad de reinventar nuestro modo de ser y estar en el mundo. Maravillosa y también inquietante, porque nos requería cantidades desacostumbradas de generosidad con la diferencia y confianza en el otro desconocido. Las plazas eran lugares demasiado incomprensibles, demasiado extraños, ¿dónde están los líderes, los intelectuales, el programa, la organización? Hubo gente que se marchó disgustada porque había mucho de esto y poco de aquello. Como si pudiésemos diseñar los acontecimientos a nuestro gusto, con final feliz asegurado.
    Ahora nos queda lo más difícil: construir una relación. Un proceso de fidelidad. Badiou explica que la fidelidad tiene dos enemigos fundamentales: renuncia y repetición. Volver a lo fácil: líderes que nos dirijan, intelectuales que nos piensen, organizaciones que nos organicen, programas que nos programen. Y volver a lo mismo: repetir sin más los gestos y las palabras de la primera vez.
    Fidelidad no es seguir o continuar, sino más bien recrear, reinventar, traducir. Incluso “traicionando” las antiguas formas: “traductor, traidor”. Aceptar las pruebas de la realidad y actualizar una y otra vez el espíritu de las plazas: activación de la gente cualquiera (no sólo los especialistas de la política) para hacerse cargo en común de lo común (no sólo pedir o demandar) produciendo nueva realidad (no sólo criticando la que hay). Volver a declararnos.
    Amador Fernández Savater

  5. En provecho de todos

    El aire, la biodiversidad, el genoma, el lenguaje, las calles, Internet… Los bienes comunes no nos rodean. Nos atraviesan y constituyen, nos hacen y deshacen. De todos y de nadie, sostienen el mundo, son el mundo. En el cuidado y enriquecimiento del procomún nos jugamos la vida misma. Es un asunto demasiado importante como para dejarlo en manos del Estado o del mercado. Nuestro desafío es hacernos cargo en común de un mundo común.
    La lógica privatizadora (patentes, copyright restrictivo, industria cultural…) solo beneficia a una estrecha minoría. Desde el crowdfunding hasta la ciencia abierta, desde el copyleft hasta las plataformas en defensa del agua, desde la Puerta del Sol hasta Zuccotti Park, una constelación amplísima de comunidades en movimiento ensayan hoy otros modos de producir, decidir y convivir. Abiertos y colaborativos, incluyentes, acogedores y sostenibles, ni estatales ni privados (aunque no necesariamente antiestatales ni antimercantiles). Por y para el 99%, como dice el movimiento norteamericano Occupy.
    Pero ajenos a la belleza de la cooperación, desde arriba nos repiten que lo común es un caos y hay que regularlo, como si la alternativa estuviese entre la ley Sinde o la guerra de todos contra todos. Hacen trampa: la constelación del procomún inventa sus propias formas de autorregulación (como Creative Commons). No autoritarias, sino horizontales, comunitarias, distribuidas. Lo que ocurre es que no tienen apenas amparo institucional, suelen ser invisibilizadas, trabadas por los marcos jurídicos, criminalizadas incluso.
    Lo público-estatal solo puede recuperar su función al servicio de las personas si deja de subordinarse al mercado y apoya los procesos de autoorganización social de lo común. No apuntan por ahí las actuaciones del nuevo ministro de Cultura. Otra vez los tópicos sobre la convivencia y la creación cultural en peligro. La torpe equiparación de la propiedad intelectual con la propiedad física y, por tanto, de la copia con el robo. Los clichés denigratorios («nuevos bárbaros», «papilla anarco-comunista iletrada»). El PSOE propuso más de lo mismo y acabó como acabó. En provecho de todos, ¿por qué no atreverse a escuchar, pensar y explorar otras vías?
    Amador Fernández-Savater

  6. Cuando el Banco Central Europeo ofrece a España la compra ilimitada de deuda a cambio de que pida el rescate lo que está haciendo es seguir de forma estricta el protocolo de actuación de los vampiros, que no pueden penetrar en el domicilio de su víctima sin mediar previa invitación de ésta A la espera de que Rajoy conteste que sí, los banqueros ultiman sus exigencias porque en este intercambio de fluidos en el que consiste la economía financiera, el mundo se divide entre los que prestan y dicen cómo, y los que piden perdón y esperan instrucciones. Una vez más, nos ha tocado el segundo grupo.

    A estas alturas ya nadie se cree que los rescates sirvan para algo que no sea reactivar la pujante industria de la soga, dado que cada candidato al ahorcamiento debe presentar su solicitud de suicidio acompañada de su correspondiente cuerda con nudo corredizo. Mientras tanto, el antaño se definiera como “si algo soy es fiable” se veía en la humillante situación de contemplar impávido a Merkel mostrándose “impresionada” por las intensidad de sus reformas mientras se retocaba la manicura, una escena calcada a la que ya padeció hace dos años el denostado Zapatero. Ves a Rajoy, miras a Merkel y en el acto comprendes que estás ante dos personas condenadas a olvidarse antes de incluso de haberse despedido.

    “La muerte es un maestro venido de Alemania”, escribió Paul Celan, pero no hace falta ponerse tan tremebundista. Los germanos comparten con los españoles la percepción de que aquí se ha derrochado, pero a diferencia de nosotros, ellos sí parecen saber hasta qué punto. La democracia funciona en este caso como agravante: cada euro de más invertido en el despilfarro fue dilapidado por al menos un cargo electo. Fabra hubiera seguido ganando comicios hasta que los mayas hubiesen dicho basta. El hundimiento económico fue aprobado por el Congreso, así que las condiciones del rescate se pactarán al margen de esta cámara. La soberanía nacional queda reducida así a la potestad de decidir si a todo esto aún le seguiremos llamando democracia, una cuestión formal irrelevante, tal y como hace meses que el propio Mario Monti está en condiciones certificar.

  7. La zanahoria y los palos

    Con independencia de los problemas concretos del programa de compra de bonos del BCE recién señalados hay una cuestión de fondo mucho más profunda y sobre la que el mismo sigue sin entrar. Y es que puede que éste sea un instrumento eficaz para salvar al euro en una situación en la que las tensiones sobre el mismo se han intensificado hasta un punto casi insostenible por la gravedad que tendría el mantenimiento de la tensión sobre España e Italia, pero ¿en qué medida la situación de la economía de la Eurozona se ve afectada por dicho programa?

    La respuesta a esa pregunta, como podrán imaginar, es rotunda: en nada.

    El BCE ha movido ficha en el ámbito monetario reforzando la posición de quienes más daño están haciendo al crecimiento de la Eurozona –los partidarios radicales de la austeridad- y, con ello, a la posibilidad de dejar atrás esta crisis. Ha tratado la crisis de los países periféricos como un problema de liquidez y se la ha enfrentado con medidas de corto plazo; pero, ¿qué ocurrirá cuando, tras la euforia inicial, los mercados vuelvan a cuestionar la solvencia de la economía española, por ejemplo? ¿Puede creer alguien que la caída de más del 30% de la inversión extranjera en deuda pública que ha ocurrido en nuestro país desde principios de año obedece exclusivamente a que esos inversores creen que en España existe un problema de liquidez? ¿A nadie se la ha ocurrido pensar que a los mismos cada vez les preocupa más la solvencia de una economía española que se encuentra en caída libre como explicaba recientemente?

    Es cierto que ahora tienen un aparente motivo para la tranquilidad: saben que el BCE les comprará la deuda que mantengan en su poder. Pero también saben que si a una economía como la española, en recesión descontrolada, se le da una nueva vuelta de tuerca imponiendo más austeridad por la vía de un segundo rescate, las consecuencias serán desastrosas y su solvencia más que cuestionada.

    Y todo ello porque sigue planteándose la crisis de la Eurozona como una crisis fiscal, responsabilizándose a los Estados de sus excesos presupuestarios y centrándose la atención sobre su dimensión financiera. Si por un momento cundiera la lucidez entre tanta inteligencia acumulada como debe existir a nivel de instituciones europeas y se considerara la posibilidad de que la crisis de la economía europea no es una crisis de deuda soberana sino que obedece, entre otras razones, a los problemas de competitividad interna entre los Estados centrales y los Estados periféricos y que, por lo tanto, el problema de la Eurozona se encuentra en el propio diseño de la misma; en la obsesión por el control de las variables monetarias y financieras y en el absoluto desprecio por la evolución de las variables reales de la economía, tal vez otro gallo nos cantaría.

    Pero como ese no es el caso, el programa anunciado por Draghi la pasada semana sólo viene a reforzar la tesis de quienes creen que lo que necesitan los países periféricos es una zanahoria mientras le siguen lloviendo los palos.
    ALMENDROS

  8. Esta semana nos han contado otro cuento más de la guerra del euro. Narran los juglares mediáticos que el campeón del BCE, Mario Draghi, ha salido con su caballo blanco al terreno de batalla tronando que el euro es irreversible, y que, mal que les pese a las huestes germanas (1), ayudará con ilimitada munición financiera a los países cerditos que reclamen su auxilio para defenderse del asedio tenaz al que les tienen sometidos los insaciables mercados. También nos refieren del fervoroso aplauso que tan anhelada empresa ha desencadenado en el circo bursátil, que ha dado saltos alcistas de alegría.
    Sin embargo, quienes entienden de guerras económicas, dicen que lo de Draghi de hazaña tiene poco, pues llega tarde y, sobre todo, porque no aclara en qué consisten esas condiciones “estrictas” del rescate. Después de omitir socorro durante dos años en que las zapas y catapultas de los mercados atacaban las sólidas paredes del castillo de derechos que la historia había levantado en el Viejo Continente, va Draghi ahora y propone muy diplomático una rendición total so pena de ataque final de los mercados.

    Europa se ha convertido en una fortaleza, y no sólo para quienes en el intento de entrar en ella mueren en el mar ahogados o acaban encerrados en campos de concentración, sino también para quienes, desde dentro, dudan o quieren salir de ella. Por ello, dos de los paladines de este castillo europeo del Capital, Mario Monti y Herman Van Rompuy, proponen celebrar en Roma una Cumbre extraordinaria de la Unión Europea cuyo objetivo sería reforzar los muros de la Unión, ante la amenaza de los “populismos” y el “antieuropeísmo”. Motivos para estar preocupados no les faltan. Hay miembros de la eurozona como Finlandia que pierden más que ganan quedándose dentro. Ya se habla de una posible salida de la UE de Reino Unido después de las elecciones de 2015 (2). Es cierto que el sentimiento antieuropeísta cobra vigor día a día, y no sólo en Finlandia o en Reino Unido, sino también en Italia, donde la Liga Norte propone un referéndum, en la Francia de Le Pen… Estar en el ImpEuro parece que ya no es tanto chollo, y miembros que deseaban entrar en el como Bulgaria se han echado atrás y descartan ahora la idea.

    La moraleja de este largo cuento mal contado siempre es la misma: la crisis de Europa se resuelve con «más Europa», más «integración política y fiscal». Traducido: más austeridad. Y es ahí, al final de la historia, donde los ciudadanos nos rebelamos ante el maldito cuento mal contado.

    Hay otra versión del cuento: que vivimos sitiados en la Fortaleza Europa, donde gobierna pisoteándonos un caballo de Troya, el BCE, dueño del Tiempo, que rescata ahogando muy lentamente. Cuanto más se prolonga este estado de sitio, más fácil resulta acabar con la resistencia de las soberanías nacionales al saqueo. Después de Atenas, Dublín, y luego Lisboa, y luego Madrid, y luego Roma, adelante con el Saco de Europa, hasta llegar, finalmente, a la torre infranqueable: el bastión francés, donde Hollande anuncia recortes por valor de 30.000 millones. Ayer se conocía la noticia del caballero Bernard Arnault, el hombre más rico de Francia desea adquirir la nacionalidad belga, aunque pagará impuestos en Francia. Que la noticia fuera primera en portada del Financial Times, ¿acaso indicará que se ha dado el pistoletazo de salida para la fuga de capitales de Francia?

    No se pierdan los próximos capítulos de otra semana crucial de este largo cerco: el miércoles habrá elecciones en Holanda, y llegará también el temido veredicto del Tribunal Constitucional de Karlsruhe sobre la legalidad del fondo permanente de rescate de la eurozona.
    Gorka Larrabeiti

  9. “Más Europa”, más viento

    ¡Pobres palabras! Son las primeras víctimas de los dirigentes europeos, que usan y abusan de ellas hasta el punto de que acaben por no querer decir ya nada.

    Por «solidaridad» el alemán entiende lo siguiente: «Ahí vienen esos molestos europeos del sur a pedirme dinero». Por «solidaridad» el griego entiende: «Ahí vienen esos molestos alemanes a imponerme más sacrificios». Para ciertos agentes políticos, «federalismo» es una palabra vacía que les sirve para darse aires de moderno; para otros, una palabra vacía que sirve para meter miedo. Pero ni para los unos ni para los otros tiene «federalismo» su sentido original de descentralización y democracia.

    Sarkozy llegó incluso a emplearla como sinónimo de sistema intergubernamental, cuando es justo lo contrario. Y cuando faltan las palabras, se dice que es necesario que haya «más Europa», expresión que no quiere decir en sentido estricto nada: quizá necesitemos más democracia, más integración, más cohesión: de todo esto se sabe qué quiere decir. Pero más Europa, yo no sé qué es.

    Objetivos nefastos

    Justo antes del verano, el «crecimiento» conoció su hora de gloria. Nuestros eurojefes hicieron una «cumbre del crecimiento», y los socialistas en particular vociferaron por el crecimiento. Hollande lo avisó: solo firmaría el nuevo pacto fiscal con la condición de que lo acompañara un plan para el crecimiento. Hubo un momento en que se anunció que se iban a dedicar poco más de cien mil millones de euros a proyectos que sostendrían el crecimiento y el empleo. Es decir, una décima parte de lo que se prestó a los bancos en dos días, pero en fin…

    Casi, casi nos engañan, ¿a que sí? Unos meses después, Francia está dispuesta a firmar el tratado fiscal, que vacía de sentido al Parlamento Europeo, fija objetivos irreales, incluso nefastos, y esboza un modelo que, si se lleva a cabo, acabará por destruir la Unión por el supuesto bien del euro, y no salvará ni al uno ni al otro, ¿Y los fondos de crecimiento? De creer las últimas noticias que circulan por el Consejo de la UE, Francia se negaría a poner su parte.

    Sería solo triste si no fuese tristísimo. Cada país de la Unión juega con el destino de los otros países sin comprender que se trata también del suyo.

    Oídos sordos

    El ejemplo más claro es el de la evasión fiscal. Como todo el mundo sabe, la casi totalidad de las veinte mayores empresas de la Bolsa de Lisboa, a fin de escapar de sus obligaciones contables y de los impuestos que se les exigen aquí, tienen su domicilio fiscal en los Países Bajos. Los Países Bajos hacen oídos sordos a las reclamaciones de los países víctimas, entre ellos Portugal, que de todas formas, a decir verdad, no hacen gran cosa contra el problema.

    Eso sí, ha sido muy oportuno que se descubriese en plena campaña electoral que la compañía ferroviaria holandesa (pública, por encima del mercado) practica también la evasión fiscal, en Irlanda. Los políticos holandeses se conmocionan, se indignan, de que se pueda hacer exactamente lo que su país les deja hacer a otros.

    Y Holanda no es ni siquiera el ejemplo más indecente. En el otro extremo de Europa, geográfica y políticamente hablando, Chipre, dirigida por un Gobierno del Partido Comunista, ha cerrado con Rusia un acuerdo que permite a los oligarcas rusos escapar de la imposición fiscal en su país y hasta blanquear dinero sucio. En Chipre no solo es fácil abrir una cuenta bancaria, pues no es obligatorio dar el nombre, sino que lo es abrir un banco. Los rusos, como es natural, sacan provecho de ello; toda coincidencia con el tráfico de armas rusas hacia Siria es, claro está, puramente fortuita.

    ¿Y no se puede hacer nada? Las prioridades las fija la presidencia del Consejo. Sin embargo, esa presidencia le corresponde ahora a Chipre… Y le sucederá Irlanda.
    Rui Tavares

  10. Cuatrocientos euros (400) del subsidio cobran los parados de larga duración. 40 millones (40.000.000) un equipo alemán ha pagado por un jugador del Athletic. Las dos cantidades empiezan igual, pero la primera acaba mucho antes, como seguro que se acaba enseguida cada mes ese subisidio, seguro que da para poco. En cuanto a la otra suma, no sabría decir para todo lo que da; sí, en cualquier caso, que me produce la sensación de un desajuste, de una avería en la maquinaria social.

    El que ambos tipos de ingresos puedan convivir en el seno de la misma sociedad, mayormente sin debate o como si fuera algo normal, debe verse, en mi opinión, como un signo de alerta, como uno (otro) de esos problemas estructurales que afectan a nuestro país y que ahora mismo nos están pasando las facturas. Entiendo que la colosal desproporción entre un subsidio de estricta supervivencia y las ganancias estratosféricas que se manejan en algunos ámbitos, como el futbolístico, no puede dejar de verse como el símbolo de una claudicación, de una renuncia a buscar un equilibrio progresivo en la calidad de vida de todos ciudadanos; a ir cerrando las brechas entre los que más y los que menos tienen; a consolidar así la igualdad de oportunidades que permite que nadie quede fatalmente encerrado en las condiciones de su origen

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