El reto de cualquier clásico está en su capacidad de motivación y de renovación, manteniendo la calidad y los aspectos esenciales del proyecto.
El “Ciclo de literatura llevada al cine” de Aiete es un clásico donostiarra (siete años itinerantes: Topaleku-Katxola-Topaleku-Casa de Cultura). La misma naturaleza de ciclo nómada ya le otorgaba el sello de la novedad
tanto en la presentación de las novelas elegidas como en los artilugios de reproducción de la película y las formas de asistencia y participación.
Ayer, en la tertulia, la organización (vale decir la organizadora) dio “una vuelta de tuerca” (las comillas son un homenaje, en clave interna para los asiduos al ciclo, a Henry James) e introdujo nuevas técnica de exposición basadas en las tecnologías de la información.
Lo cierto es que también la asistencia y la participación en los debates se multiplicaron. Llama la atención el incremento de la presencia masculina, tan residual en este tipo de eventos (Se puede ver en las fotos).
Muchas de las personas asistentes tomaron la palabra. Seguramente Unamuno consiguió su objetivo: el personaje poliédrico y controvertido de Gertrudis (La tía Tula) fue visto de manera distinta por cada uno de los que pidieron la palabra.
El remate final fue la audición, en vídeo, de la tieta de Serrat.
Precioso
La tía Tula es una mujer especial. ¿Mística? ¿Reprimida? ¿Tímida? Pocos, pero sí alguno, han dicho que es una personalidad reprimida en su homosexualidad
Pues bien: Los homófobos están firmemente persuadidos de que las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo ofenden a su dios, pero como hasta ellos mismos son conscientes de que no se puede ir por la vida con esos argumentos -que al resto ni nos van ni nos vienen-, se aferran a otras cuestiones, igual de peregrinas pero desprovistas del tufazo a superstición, en este caso, las semánticas. En cualquier caso, son gentes sin palabra: prometieron que la masturbación, el divorcio, las parejas de hecho, el aborto y la vida en pecado acabarían con la familia tradicional española y ahí están ellos para demostrar que, por desgracia, no ha sido así. Nos han engañado demasiadas veces como para ilusionarnos ahora.
Lo peor de los siete años transcurridos entre la aprobación de ley de matrimonios homosexuales y el aval del TC es la certeza de que el recurso fue impulsado por alguien al que todo esto -es decir, la vida de los demás- se la refanfinfla. Rajoy recurrió víctima del aburrimiento que le producen sus votantes del ala demenciada del PP, fue una concesión a cambio de que le dejaran en paz, el hueso de goma que se le tira al perro para que se vaya a freír espárragos. Fiel al eje central de su pensamiento político -nada dogmático excepto en un punto: “no quiero líos”-, Rajoy prefería que el Constitucional avalara la ley aprobada por Zapatero que lo contrario, igual que rezaba por que Obama se impusiera a Romney.
En cuanto a los gays y lesbianas, enhorabuena, no saben dónde se han metido. Podrán mantener a partir de ahora relaciones prematrimoniales e incluso extramatrimoniales y también pinchar a Benito Lertxundi en los banquetes de sus propias bodas. A cambio, deberán enfrentarse tarde o temprano al cisma latente en esa temible pregunta que es: “cariño, ¿es que no piensas pedirme nunca que me case contigo?”
EL pasado 17 de octubre , con motivo de la celebración del primer aniversario de la Conferencia de Aiete, tuve ocasión de ver el estreno del documental Hablan los ojos, en el que se ve dialogar, cara a cara, víctimas de un lado y otro del conflicto que parece haber visto el final definitivo. El documental explicita dos aspectos que tienen gran importancia en cuanto a la forma de encarar el futuro: la reconciliación y el relato, y, por encima de ambos, el diálogo.
Creo que lo que en realidad está en juego es la verdad. Cada cual cree estar en posesión de la suya. Pero al mismo tiempo, el ser humano es un buscador de la verdad y, como la verdad no existe como absoluta, se tiene que conformar con verdades compartibles. Claro que para ello es necesaria la previa actitud positiva de acercarse a otras visiones. El estudio, la lectura, pueden ser formas de hacerlo. El diálogo es otra forma. Decía el filósofo Gadamer que, a falta de verdades absolutas, la verdad aparece en el diálogo. Y tal diálogo puede servir para la reconciliación y para el relato.
En cuanto a la reconciliación, el documental expone de una manera sencilla, nada pretenciosa, la magia que en algunos casos puede surgir del diálogo, del intercambio de ideas y sentimientos entre dos personas que en un principio podrían considerarse antagónicas e irreconciliables. Pero, claro, en el diálogo hace falta aceptar hablar y escuchar y puede que al mismo se acuda con buena voluntad pero con la intención de no cambiar un ápice algunas verdades, o de no dejarse llevar más allá de los límites previamente autoimpuestos. Es decir, que alguno de los interlocutores, por las razones que sean, no esté dispuesto a tocar algún aspecto que le resulte demasiado espinoso, doloroso o escabroso. Y puede que lo consiga. Y es respetable.
También es posible que, en el transcurso de la conversación, bien por las razones o sentimientos expuestos por el otro interlocutor, quien previamente no estaba dispuesto a pasar de una autoimpuesta línea roja se vea superado por la situación y, liberado de alguna rigidez, se sienta más capaz de soltar ideas, emociones retenidas y comunicarse más fácilmente, más humanamente, con quien tiene enfrente y comprenderlo, incluso de abrazarse. Es lo que tiene el diálogo, que no sabemos qué vamos a encontrar ni en los otros ni en nosotros mismos. En el documental se ve algo de esto. Esta suerte de, llamémoslo magia, puede o no darse en ese momento, pero se trata de intentarlo. Cada diálogo puede no ser definitivo, pero sí ser una gota que va calando y formando parte de nosotros, de nuestra forma de ver el fenómeno, y haciendo más fácil la comprensión de los otros. Es algo que conviene a quienes han sufrido una u otra forma de violencia y a la sociedad entera.
El segundo aspecto es el del relato. Parece que hay quienes ven preciso encontrar el relato total. Como si tuviéramos que aceptar que solo hay un relato y levantar acta de ello. Esto tiene algo de reminiscencia religiosa, una especie de nostalgia de la verdad absoluta divina que, a pesar de haber sido arrumbada por el descreimiento, aparece de otras maneras. Buscar el verdadero único relato total o historia de lo acontecido en las últimas décadas es legítimo, aunque sea imposible.
Se ha repetido hasta la saciedad que cada uno de nosotros, como individuos, conocemos (o creemos conocer) la realidad histórica a través de unas gafas invisibles, que no son otra cosa que los sentimientos, prejuicios o intereses. Por eso unos ven lo que no ven otros, o lo ven de diferente color. Decía Pascal que no solo pensamos con la razón, también con las vísceras. Pues lo mismo ocurre al mirar la realidad. De modo que pueden escribirse tantos relatos como individuos perceptores. No hay un relato único verdadero que se pueda imponer al resto.
Solo tenemos retazos parciales, aristas más o menos imperfectas de lo ocurrido, que esperan completarse en un diálogo sincero, abierto, con unos y otros, duradero en el tiempo, casi eterno. Cada vez nos acercaremos más, sin llegar nunca a ello, a la verdad. Y en ese dialogar se facilita la convivencia, la reconciliación. Quizá sea más importante el camino que el punto de llegada. Por eso el documental es una oportunidad para descubrir el diálogo no solo como instrumento sino también como contexto en el que nos acerquemos a reconciliaciones y a relatos compartidos
Diálogando con Unamuno y Picazo.
El interesante diálolo iniciado en la tertulia del jueves prosiguió con viveza tras la proyección de la película de Picazo, La Tía Tula. La lectura del director andaluz acerca en el tiempo el drama de Tula hasta los años 50-60 en una ciudad provinciana española. En la Tula que nos ofrece Hay, en mi opinión, menos complejidad explícita que en la de Unamuno; no se centra Picazo ni en la problemática maternidad-virginidad ni en las ansias de perduración y maternidad de la heroína unamuniana.
En la Tula de Picazo brilla ante todo la represión sexual que esta mujer ejerce sobre sí misma y sobre los hombres que le rodean, fundamentalmente sobre Ramiro, un Ramiro al que vemos sufrir y reaccionar brutalmente, adquiriendo una dimensión quizás superior a la del personaje novelesco.
Hay que decir también que en la película, Tula no está sola, que su actitud es frecuente en la sociedad en que se mueve, y ahí la vemos, cogida del brazo de sus amigas (magníficas por cierto) paseando por la Calle Mayor o en la despedida de soltera… y es que la película tiene una dimensión social explícita, y, en este sentido, el personaje femenino puede ser también representación de toda la sociedad de aquel momento.
El final del film merece también, a nuestro juicio, breve mención. Tula se queda sola en la estación y pronuncia el nombre de Ramiro mientras el tren se va. No pronuncia el nombre de los niños sino el de su cuñado y en su mirada yo creí ver el arrepentimiento, el asumir su fracaso vital. Es un tren que no ha cogido y que, como sabemos, ya no volverá a pasar.
Es un final más duro por ello que el de la novela, en la que Unamuno, que no condena a la Tia Tula, hace que asistamos a la pervivencia de la memoria de Gertrudis después de muerta en la familia, donde es recordada como una autoridad y un símbolo de referencia para aquellos a quienes crió y educó.