¿Qué justificación tiene que los bancos cobren intereses cuando conceden préstamos y por qué hemos de pagarlos?
La respuesta es clara: no hay ninguna justificación y no deberíamos pagarlos porque proceden de dinero creado de la nada. Si los pagamos es solo porque los banqueros tienen un privilegio desorbitado que nos imponen gracias a su enorme poder.
Juan Torres López 24-10-2012
Cualquier persona que haya tenido que devolver un préstamo sabe lo que significan los intereses a la hora de pagarlo. Uno recibido, por ejemplo, al 7% supondría tener que devolver casi el doble del capital recibido al cabo de diez años.
Tanto es el peso de lo intereses que llevan consigo los préstamos que durante mucho tiempo se consideró que cobrarlos por encima de unos niveles determinados más o menos razonables se consideraba no solo un delito de usura sino una acción inmoral, o incluso un pecado grave que condenaría para siempre a quien lo cometiera.
Hoy día, sin embargo, casi todos los gobiernos han eliminado esa figura delictiva y a todo el mundo le parece natural que se cobren intereses legales de hasta un 30% (esto es lo que cobran en estos momentos los bancos españoles a los clientes que sobrepasen su línea de crédito) o que haya naciones hundidas en la miseria no exactamente por lo que deben sino por la cuantía de los intereses que han de pagar.
Los países de la Unión Europea renunciaron a tener un banco central que los financiara cuando necesitasen dinero y entonces tienen que recurrir a la banca privada en esas circunstancias. En consecuencia, en lugar de financiarse al 0%, o a un interés mínimo que simplemente cubra los gastos de administrar la política monetaria, tienen que hacerlo al 4, 5, 6 o incluso al 15% en algunas ocasiones. Y eso hace que cada año los bancos privados reciban entre 300.000 millones y 400.000 millones de euros en forma de intereses (¿tengo, entonces, que explicar quién estuvo y por qué detrás de la decisión de que el Banco Central Europeo no financiara a los gobiernos?).
Los economistas franceses Jacques Holbecq y Philippe Derudder han demostrado que Francia ha tenido que pagar 1,1 billones de euros en intereses desde 1980 (cuando el banco central dejó de financiar al gobierno) a 2006 para hacer frente a la deuda de 229.000 millones existente en ese primer año ( Jacques Holbecq y Philippe Derudder, La dette publique, une affaire rentable: A qui profite le système?, Ed. Yves Michel, París, 2009). Es decir, que si Francia hubiera sido financiada por un banco central sin pagar intereses se habría ahorrado 914.000 millones de euros y su deuda pública sería hoy insignificante.
En España ha ocurrido lo mismo. Nosotros hemos pagado ya, a cuenta de los intereses (227.000 millones en total desde entonces), tres veces la deuda que teníamos en 2000 y a pesar de ello ahora seguimos debiendo todavía el doble de lo que debíamos en ese año (Yves Julien y Jérôme Duval, España: ¿Cuántas veces tendremos que pagar una deuda que no es nuestra? ). Eduardo Garzón ha calculado que si un autentico banco central hubiese financiado los déficits de España desde 1989 a 2011 al 1%, la deuda ahora sería también insignificante, del 14% del PIB y no de casi el 90% ( Situación de las arcas públicas si el estado español no pagara intereses de deuda pública ) .
Y lo curioso es que estos intereses que cobran los bancos a las personas, a las empresas o a los gobiernos y que lastran continuamente su capacidad de crear riqueza no tienen justificación alguna.
Se podría entender que alguien cobrase un determinado interés cuando concediese un préstamo a otro sujeto si al hacerlo renunciase a algo. Si yo le presto a Pepe 300 euros y eso me impide, por ejemplo, pasar un fin de semana de vacaciones con mi familia podría quizá justificarse que yo le cobrase un interés por la renuncia que hago a mi disfrute. Pero es que eso no es lo que sucede cuando un banco presta.
Lo que la mayoría de la gente no sabe, porque los banqueros se encargan de disimularlo y de que no se hable de ello, es que cuando los bancos prestan no están renunciando a algo porque, como decía el Premio Nobel de Economía Maurice Allais, el dinero que prestan no existe previamente sino que lo crean ex nihilo, es decir, desde la nada.
El procedimiento es muy sencillo y lo explicamos Vicenç Navarro y yo en nuestro libro Los amos del mundo. las armas del terrorismo financiero (p. 57 y siguientes):
«Supongamos que Pedro se deja convencer por un banquero y deposita los 100 euros de los que dispone en un banco, a cambio de recibir un interés del 4% al año. En ese momento, el banco hace dos anotaciones en su balance, que es el libro en donde registra sus cuentas:
– Por un lado, anota que tiene 100 euros como un activo (los activos son los bienes o los derechos sobre otros que tiene alguien), y más concretamente en concepto de dinero metálico entregado por Pedro.
– Por otro, anota que tiene un pasivo (los pasivos son las obligaciones de alguien) de 100 euros, puesto que ese metálico es en realidad de Pedro y tendrá que devolvérselo en el momento en que lo reclame.
Al hacerse este depósito tampoco ha cambiado la canti- dad de dinero en la economía. Sigue habiendo 100 euros, aunque ahora estén físicamente en otro lugar, en la caja del banco.
Ahora supongamos que otra persona, Rebeca, necesita 20 euros y veamos qué ocurre en la economía si Pedro le presta esa cantidad o si es el banco quien lo hace.
Si Pedro tiene 100 euros y le da 20 en préstamo a Rebeca la cantidad de dinero existente en la economía sigue siendo la misma: 100 euros, solo que ahora 20 están en el bolsillo de Rebeca y 80 siguen en el de Pedro. El préstamo entre particulares no ha alterado la cantidad de dinero total aunque sí produce un efecto importante: Pedro ha renunciado a poder gastar una parte de su dinero, los 20 euros que le presta a Rebeca.
Pero ¿qué ocurre si no es Pedro quien le da un préstamo de 20 euros a Rebeca sino el banco?
Rebeca irá seguramente atemorizada a la sucursal banca- ria preguntándose si el señor banquero le hará el favor de concedérselo. Pero el banquero no tiene duda: desde que recibió el depósito de Pedro está pensando que este, con toda seguridad, no va a retirar la cantidad depositada de un golpe, de modo que si deja una parte de esos 100 euros depo sitados para atender a sus reembolsos y encuentra a otra per- sona que desee un crédito puede hacer un buen negocio siempre que le cobre más del 4%.
Cuando llega Rebeca a su banco, el banquero se frota las manos y, aunque seguramente le pondrá pegas para disimular quién hace el favor a quién, le concederá enseguida el présta- mo deseado de 20 euros a un tipo desde luego superior al 4%, pongamos que al 7%.
Supongamos que le pone esa cantidad a su disposición en un depósito a su nombre y que le entrega unos cheques o una tarjeta con los que puede utilizarlo.
¿Cuánto dinero hay en la economía en el momento en que se concede dicho crédito?
Como la inmensa mayoría de la gente piensa que el dinero es simplemente el dinero legal, contestará que sigue habiendo 100 euros. Pero si entendemos que el dinero es lo que es, es decir, medios de pago, veremos claramente que hay más: Pedro puede hacer pagos con su talonario de cheques por valor de 100 euros y Rebeca puede pagar hasta gastar los 20 euros que le han dado de préstamo. Por tanto, desde el mismo momento en que se hizo efectivo el préstamo, en la economía hay 120 euros en medios de pago. No se han crea- do ni monedas ni billetes (siguen existiendo por valor de 100 euros) pero sí medios de pago que llamamos dinero bancario por valor de esos 20 euros».
Así es como los bancos crean dinero desde la nada cuando dan un préstamo. El banco crea el dinero en la medida en que crea deuda, pero lo cierto es que esta también se crea desde la nada: simplemente anotando el banco en el activo de su balance que los 100 euros que Pedro había depositado ahora se convierten en 80 mantenidos en la caja y 20 en un préstamo concedido a Rebeca y que esta se obliga a devolver. Si no fuese así, si el dinero que crean los bancos no naciese de la nada, la cantidad de dinero no podría aumentar, puesto que un billete o una moneda no pueden reproducirse materialmente a partir de sí mismos.
Y si sabemos estas cosas tan simples ya podemos responder a la pregunta del título: ¿qué justificación tiene que los bancos cobren intereses cuando conceden préstamos y por qué hemos de pagarlos?
La respuesta es clara: no hay ninguna justificación y no deberíamos pagarlos porque proceden de dinero creado de la nada. Si los pagamos es solo porque los banqueros tienen un privilegio desorbitado que nos imponen gracias a su enorme poder. Una agencia pública podría crear esos medios de pago sin ánimo de lucro y sin apenas ningún coste, simplemente controlando que se mantenga la proporción adecuada entre actividad económica y medios de pago.
Pero cuando la creación de dinero se convierte en el negocio de la banca, es lógico que esta lo cree sin cesar, promoviendo la mayor generación de deuda posible. La banca privada tiende a aumentar así la circulación monetaria sin necesidad, artificialmente, y sin que al mismo tiempo esté aumentando la circulación de activos reales (porque esto obviamente no está a su alcance).
Esta es la razón de que aumente tanto la deuda y no el que vivamos por encima de nuestra posibilidades o porque se gaste mucho en educación o sanidad, como nos dicen siempre.
Ya sabemos entonces lo que hay que hacer para que la economía funcione mucho mejor: acabar con el privilegio de la banca e impedir que pueda crear dinero desde la nada aumentando la deuda.
Otro día explicaré la forma alternativa en que podría funcionar perfectamente el sistema bancario sin que los banqueros disfruten de este privilegio que nos arruina constantemente.
por Eduardo Montes de Oca
Decididamente, estoy por pensar que es al revés. Que la realidad imita al arte, y lo sobrepuja por amplio margen, al menos en alardes expresionistas. Cuan desvaídas, por ejemplo, lucen las más catastrofistas de las películas de Hollywood junto a la caterva de elementos resumidos por un colega, Eduardo Febbro, en una frase llegada para quedarse: “la humanidad vive a crédito”.
Sí, porque el 22 de agosto se alcanzó lo que la ONG Global Footprint Network (GFN) llama el Día del Exceso. Investigaciones científicas han derivado en la certeza de que para mantener el nivel de vida actual haría falta medio planeta suplementario. Los días que nos separan de fin de año los pasaremos…endeudados, pues se utilizarán stocks no renovables. El hecho de que desde los años 60 los recursos se hayan dividido por dos, mientras las necesidades se incrementaron en niveles extraordinarios, “al punto que se consume un 50 por ciento de lo que la Tierra es capaz de producir” (GFN), responde a las emanaciones de dióxido de carbono y a la explotación de natura.
Explotación con responsabilidad dispar, ya que EE.UU., pongamos por caso, alcanzó antes que nadie la fecha de la desproporción, el 26 de marzo. Nada, que si todos deglutiéramos a ese ritmo, serían menester 4,16 orbes para satisfacer la demanda. Solo que, conforme a la ONU, el 20 por ciento de la población, mil 320 millones, concentra en sus manos el 82 por ciento de la riqueza, en tanto los más pobres, mil millones, sobreviven con apenas el 1,4 por ciento. Lo cual introduce las variables política, económica, como principales.
Así que los problemas estructurales se sobran. Y las paradojas. Como señala el ensayista Frei Betto, si para facilitar la educación básica a todos los niños del globo bastarían seis mil millones de dólares, los Estados Unidos gastan cada año en cosméticos la friolera de ocho mil millones. “El agua y el alcantarillado básico de toda la población mundial quedarían garantizados con una inversión de nueve mil millones de dólares. El consumo de helados por año en Europa representa el desembolso de 11 mil millones de dólares. Habría salud elemental y buena nutrición de los niños de los países en desarrollo si se invirtieran 13 mil millones de dólares. Pero en EE.UU. y Europa se gastan cada año en alimentos para perros y gatos 17 mil millones; 50 mil millones en tabaco en Europa; 105 mil millones en bebidas alcohólicas en Europa; 400 mil millones en estupefacientes en todo el mundo; y más de un millón de millones en armas y equipamientos bélicos en el mundo”.
Estudiosos como Leonardo Boff no dudan en señalar el máximo culpable. Con respecto a la huella ecológica, “el peso comenzó con el capitalismo”. Sistema con el que “empieza a crearse otra realidad planetaria, con emisiones de gases causantes del calentamiento, devastación de bosques y selvas, empobrecimiento de la biodiversidad, uso indebido del suelo, fuerte urbanización, alteraciones profundas en los ciclos de nitrógeno y fósforo, contaminación del agua dulce, adelgazamiento de la capa de ozono y extracción excesiva de recursos naturales no renovables, que, a su vez, producen cantidades inauditas de basura”.
¿Las consecuencias más tangibles y urgentes? El cambio climático fruto de los gases de invernadero, expelidos más rápido de lo que pueden ser absorbidos por bosques y océanos, al extremo de que a mediados del mes de julio casi la totalidad del hielo de Groenlandia, el 97 por ciento, se derritió durante varios días. Algo inédito en 30 años de observaciones, pues la isla suele (solía) perder el 50 por ciento de la sempiterna capa.
Por eso, toda conciencia intocada por el hedonismo o por un pragmatismo a la postre suicida lo verá claro, si se empeña. Aquí subyace una desde antaño revelada contradicción. En palabras de un conocedor, las fuerzas productivas y las relaciones de producción capitalistas chocan con las condiciones de producción: con el ambiente y los homo sapiens, que no podrían sobrevivir a la destrucción de los ecosistemas. “Es imposible una expansión económica continua en una biosfera finita. Pero como el capitalismo no puede cambiar su lógica fundamental de ganancia y acumulación, la vida humana no será sostenible si no surge una sociedad basada en la cooperación recíproca y la protección de la naturaleza”.
¿Devendrá posible esta comunidad? He aquí una pregunta de la Esfinge. A lo sumo, constatemos con el célebre marxista Amir Samin que el monopolio generalizado genera una expansión de las desigualdades que se ha tornado inmanejable. Convendría que las diferentes fuerzas sociales comprendieran su condición de víctimas, en distintos grados, y lograran encontrar las formas adecuadas para negociar entre ellas una alternativa común, que tome en cuenta los diversos intereses involucrados. Y sin olvidar que ningún crédito deviene infinito.