El jardín de los Finzi-Contini por Lola Arrieta

Continuando con la programación de este trimestre en la que nos centramos en los países del mediterráneo sur, los pigs, abordamos este mes de febrero  la vecina Italia deteniéndonos en el escritor Giorgio Bassani y en el film Lamerica (1994) de Gianni Amelio

LOLA

La narrativa italiana de la década de los 50 del pasado siglo, en su esfuerzo de búsqueda de nuevos caminos tras el agotamiento del neorrealismo, nos  ofrece obras de autor, de gran calidad narrativa como Metello ( 1955) de Pratolini, El maldito embrollo de la calle Merulana (1957) , de Gadda; Il Gatopardo (1958) de Tomasi de Lampedusa,El día de la lechuza (1959) de Sciascia -que estudiamos en un ciclo anterior- y la que hoy nos ocupa, El jardín de los Finzi Contini (1962), de Giorgio Bassani.

Si hay autores u obras que pueden relacionarse de inmediato con una ciudad, Bassani es uno de ellos. Su obra narrativa, ni extensa ni de excesivos temas, se centra en la ciudad de Ferrara, en la que él mismo vivió su infancia y juventud. Tras la publicación en 1959 de Las historias de Ferrara, que recogía  lo mejor de su producción narrativa hasta ese momento, la aparición en 1962 de El jardín de los Finzi Contini supuso su mayor éxito editorial, consiguiendo ese mismo año el Premio Viareggio. En 1980, Bassani se dedicó a reescribir toda su producción narrativa como si se tratara de una sola novela en su forma definitiva, dándole el título de La novela de Ferrara.

En El jardín de los Finzi-Contini,auténtico fresco de la alta burguesía judía de Ferrara,  asistimos a un relato en primera persona, de un narrador del que no sabemos ni siquiera el nombre.  Es una evocación de sus años de infancia y juventud, hecha desde la distancia, con rasgos claros de novela de crecimiento personal de ese joven que se abre a la vida, a la madurez, y sobre todo a su historia de amor con la joven Micol, sin duda personaje femenino cumbre de la literatura italiana contemporánea.

Son años duros, de preguerra y luego de guerra, de represión y exterminio de miles de judíos y de otros ciudadanos perseguidos en la Italia fascista. A lo largo del relato vamos asistiendo al ascenso de las leyes raciales impuestas a la comunidad judía, a su endurecimiento. Y en medio de esta situación, en ese jardín de Ferrara, es como si se hubiera detenido el tiempo para que el presente se pueda vivir  en toda su intensidad y en toda su libertad, quizá porque sus habitantes presienten que, para ellos, no hay futuro, no hay esperanza.

El hecho de que Vittorio De Sica, en 1970, llevara al cine El jardín de los Finzi Contini , y aunque el autor no quedara, al parecer, muy satisfecho de la adaptación, no hizo sino favorecer el conocimiento y la valoración de la obra literaria.

Lamerica del calabrés Gianni Amelio, es, sin duda una de las grandes películas del nuevo cine italiano, obra maestra que narra el drama de miles de albaneses que en 1991 emigraban hacia la soñada Italia, para ellos Lamerica , huyendo del caos en que se había convertido su país.

                                                                Febrero 2013

 

1 comentario en “El jardín de los Finzi-Contini por Lola Arrieta”

  1. VÍCTOR GÓMEZ PIN

    Retorno a Ferrara I
    En mis años de estudiante en París, leí El jardín de los Finzi-Contini de Giorgio Bassani, que es mucho más que una esplendida novela. Sintetizo el núcleo del relato:
    En esos años 38-39 en los que la guerra se intuía, y las leyes raciales iban mermando los derechos de los ciudadanos italianos de origen hebreo (muchos de ellos no obstante afiliados desde el origen al partido fascista), Giorgio, un joven estudiante de letras hijo de la pequeña burguesía, al ser excluido de la biblioteca pública encuentra refugio en la biblioteca privada de una privilegiada familia, los Finzi-Contini, que parece no ser afectada por la segregación. El joven comparte también las partidas de tenis en el jardín con los hijos del profesor Ermanno (el propietario), Alberto y Micòl por la que experimenta una gran atracción. Mas adelante, las leyes raciales se radicalizan y acaban por arrastrar también a la familia Finzi- Contini al abismo, siendo deportada a los campos de concentración.

    Bassani declaró en cierta ocasión que él no había inventado la temática ni los personajes, sino que estos le habían interpelado, como exigiendo que se les contemplara y escuchara. De ahí que, efectivamente, más que una ficción, el relato parezca constituir una crónica sobre acontecimientos sucedidos en la Ferrara de los años de infancia y primera juventud de Bassani, lo cual lógicamente no excluye cambios en los nombres y recurso a los procedimientos literarios consistentes en sintetizar rasgos de personas diferentes en una sola, en especial en lo que concierne a una de ellas:
    Poco antes de morir, Bassani reconoció explícitamente que los personajes eran auténticos, excepto …Micòl, una creación de su mente «Riassume un certo numero di donne che Bassani ha amato e frequentato» declaró al diario La República (13 de junio 2008), la escritora ferrarense Roseda Tumiati.

    Los estudiosos que han tenido acceso al archivo nazi de Bad Arolsen nos indican que (catalogado como protocolo número 598504) consta el nombre de Silvio Finzi- Magrini hijo de Mosé y Fausta Artom (en la novela Mosé y Josette Artom) nacido en Ferrara el 8/1 1881, quien sería sin lugar a dudas el profesor Ermanno, mientras que bajo los nombres Alberto y Micòl, se encubrirían, parcialmente al menos Giuliana y Uberto, hijos de Finzi- Magrini.

    Pero el nombre Magrini no es arbitrariamente sustituido por el de Contini. En el cementerio hebraico de Via delle Vigne en Ferrara se encuentra hoy la tumba del propio Giorgio Bassani, no lejos de la cámara mortuoria dedicada a la memoria de los conducidos a los campos de exterminio. Antiguamente llamado Orto-degli Ebrei, el terreno fue adquirido por la comunidad hebrea en el siglo XVI, y el portal de la entrada fue restaurado en 1911 por el arquitecto Ciro Contini. Cabe pues conjeturar que los nombres mismos de los protagonistas son (parcialmente al menos) intersección de nombres de personas de la comunidad hebraica, habitantes de la ciudad o que la visitan periódicamente, concretamente desde Venecia.

    Alterados quizás también los nombres de la esposa del profesor Ermanno y de la madre de esta, en la novela respectivamente Olga y Regina, de la familia de los Herrera venecianos, que incluye también a otros dos personajes del relato, los tíos de Micòl y Alberto, Giulio y Federico Herrera, que a intervalos visitan Ferrara.

    «Da Giovanni, Ristorante Italia», que Giampi Malnate (el otro protagonista ajeno a la familia) frecuenta en la novela, existía ya en las inmediaciones del Castello de Ferrara, De hecho el local, acogedor en su clasicismo y severidad, aun seguía activo cuando visité la ciudad en un gélido diciembre de 1973, con Ferrara semiparalizada en razón de la crisis petrolífera de ese invierno, que había llevado a las autoridades a restringir la circulación y los hoteles economizaban al máximo la calefacción.

    Y en esta segunda lectura de este entrelazamiento emblemático de emoción subjetiva y tragedia colectiva que es «El jardín de los Finzi- Contini», percibí con mayor acuidad la importancia de que los protagonistas arrastren el destino de españoles sefarditas, arraigados en Ferrara y en Venecia, como resultado en última instancia de un episodio trágico, una llaga nunca suturada, que ha marcado profundamente nuestra historia (ya fuera como obsesiva denegación de pertenencia), consistente en haber repudiado una de las comunidades constitutivas, me atrevo a decir, de nuestra alma.

    Este vínculo, operando de manera más o menos inconsciente es quizás una de las claves del singular impacto que en los lectores de nuestro país tuvo El jardín de los Finzi-Contini. Recuerdo una evocación casi emocionada del poeta Narcís Comadira (creo recordar que de visita en París) en conversación con el filósofo y biólogo Ferrán Lobo.

    Hablaban de esa Ferrara provinciana y cargada de historia como si fuera un lugar connatural, y de esa familia hebrea cerrada sobre sí misma que eran los Finzi- Contini, como si de un origen propio cargado de especular prestigio se tratara.

    Judíos, políticamente au dessus de la mêlée, y sin embargo víctimas del fascismo, distanciados de la Italia cotidiana, pero participando de su cultura profunda, entremezclada con la cultura universal. Micòl Finzi Contini proyectando un doctorado sobre Emily Dickinson en Ca Foscari, la universidad de Venecia, ciudad dónde sus tíos, los hermanos Herrera (respectivamente ingeniero y médico tisiólogo) guardaban la memoria de su origen y en la sinagoga el uno hacía advertencias al otro «mezzo in véneto mezzo in spagnolo (Giulio alevantate, ajde! E procura de far star in pie anca il chico…Edición Feltrinelli Universali Economica, Milano 2012 p. 31).

    Pero a fin de captar hasta qué punto nuestra lengua es uno de los trasfondos del relato, hasta qué punto se halla presente una España perdida para los protagonistas y para nosotros, he de hacer referencia a una variante respecto al final de la novela:
    El lector recordará que el protagonista Giorgio, tras vagabundear de noche sin meta por la ciudad, llega hasta la casa de los Finzi- Contini, salta el muro y se acerca a la cabaña dónde sospecha que su amada Micòl puede estar en compañía de su amigo común, el comunista Giampi Malnate. Sin embargo este encuentro amatorio no pasa de ser una conjetura pues «estimando que ya era hora de serenar mi alma (…) dando la espalda a la Hütte me alejé entre las plantas del lado opuesto» (traducción de Juan Antonio Méndez, Acantilado 2017 página 292).

    En el film de Vittorio de Sica en el que Micòl, interpretada por Dominique Sanda, al percibirse de la presencia de Giorgio en la ventana, enciende la luz, mostrando su cuerpo desnudo, con una expresión de dureza en el rostro, a fin de que Giorgio asumiera las palabras que meses atrás le había dirigido, a saber que Giorgio estaba ‘a su lado’, ¿entendía?, no ‘frente a ella’, mientras que el amor (…) era cosa de gente decidida a superarse mutuamente. Un deporte cruel, feroz, mucho más cruel y feroz que el tenis» (idem pgs.24-25).

    En esta divergencia respecto al texto reside quizás una de las claves de que Bassani afirmara no reconocer su novela en la película, sentimiento que habrán experimentado muchos lectores, que preferirán el «quien sabe» con el que el narrador responde en el epílogo a la pregunta «¿qué hubo en fin entre ellos dos?» Pues bien:

    El profesor Sergio Parussa, del Wellesley College de Boston, que ha investigado en los archivos de la fundación Giorgio Bassani de Ferrara, fue autorizado a hacer público en el Corriere della Sera del 18 de junio de 2018, fragmentos de un cuaderno en el que el final es diferente. El narrador se acerca efectivamente a la cabaña, acerca su oído a la pared y puede oír la conversación entre los dos amantes, de hecho (como indica el profesor Parussa) Micòl imparte a Malnate «una breve lezione di lessico amoroso» que como veremos no es necesario traducir:
    » I capelli sono los ‘caveos’ » diceva Micòl (…) gli occhi, ‘los ojos’, le orecchie, ‘las orejas’ (…) questo qui e ‘la nariz», rispondeva Micòl accentuando il suono fricativo de la zeta (…) i denti sono ‘los dientes’, il petto ‘el pecho’, la pancia ‘la tripa'(…)se dice ‘tengo dolor de tripa’. In casa diciamo esattamente così» .

    «E questa?», domandó Malnate «Avra pure un nome, no?» (…) «la ‘delantera’ si chiama (…) e il tuo coso, li, sai come si chiama? ‘La huàia'».

    En el evocado film de Vittorio Da Sica (a mi juicio bellísimo, no hay por qué compartir todos sentimientos de un escritor admirado), Los Finzi-Contini son reunidos por la policía fascista junto a los otros miembros de la comunidad hebraica, a cuyos ojos parecían tan altivos, en una escuela desde la que se divisa la ciudad, y una canción sefardita acompaña a la cámara que se desliza sobre los techos de Ferrara. La escena parecía dirigirse a los españoles de mi generación que, leyendo la novela de Bassani, también nos sentíamos parte del grupo que «frecuentavano la casa di corso Ercole I d’ Este a Ferrara».

    Retorno a Ferrara II

    Evocaba en la pasada columna algunos aspectos de la conmovedora novela El jardín de los Finzi- Contini. El padre del narrador afiliado al partido fascista desde los orígenes pese a su condición de hebreo, intenta conllevar la reciente promulgación de las leyes raciales con la voluntad de engañarse, diciéndose a sí mismo que en realidad, a diferencia de lo que ocurría en Alemania, la situación italiana era tolerable. Tolerable pese a la prohibición de los matrimonios mixtos, de que los jóvenes de raza hebrea quedaban excluidos de formación en escuelas, institutos y universidades públicas y asimismo quedaban exentos del «honor» de cumplir el servicio militar. El narrador describe el altercado con su padre:
    -«Espero que no vayas a contarme otra vez la historia de siempre-le interrumpí al llegar aquí, moviendo la cabeza
    -¿Qué historia?
    -La de que Mussolini es mejor que Hitler.
    -Ya, ya -dijo él- Pero tienes que admitir que Hitler es un loco sanguinario, mientras que Mussolini, mira será lo que sea, maquiavélico y chaquetero si quieres , pero…»
    «Spero che tu non voglia ripetermi la solita storia», lo interrupppi a questo punto, scuotando il capo-
    «Quale Storia?»
    «Che Mussolini e più buono di Hitler»
    «Ho capito, ho capito, fece lui «Pero deve ammetterlo. Hitler è un pazzo sangunario, mentre Mussolini sarà quello che saraà, machiavellico e voltagabbana fin che vupoi, ma…»
    ( Il giardino dei Finzi-contini.Universali economica Feltrinelli, Milano 1912. P.51. Traducción en español a cargo de Juán Antonio Méndez, Acantilado 2017 p.70).
    Y el narrador recuerda entonces a su padre un artículo de Leon Trotsky publicado en 1931 en la Nouvelle Revue Française en la que el teórico y revolucionario ruso sostenía que, en fase de expansión imperialista, el capitalismo debía inevitablemente mostrarse intolerante con las minorías nacionales. Y dado que la comunidad hebrea era la minoría emblemática, el ascenso verdadero de Hitler (que tenía lugar ese mismo año 31) presagiaba el devenir de los hebreos… en Alemania como primer paso, en la Italia de ese 1938, y en la turbia Francia de Pétain unos años más tarde.
    Una de las paradójicas consecuencias de la derrota de los países del llamado socialismo real y consiguiente desprestigio (al menos durante unos años) del análisis social de inspiración marxista, fue que el fenómeno del nacional-socialismo dejó de ser contemplado en términos racionales, es decir: dejo de ser considerado como la manifestación en un país concreto (Alemania para el caso) de un recurso general del capitalismo cuando la democracia formal se volvía peligrosa, pasando a ser contemplado como un fenómeno… casi genuinamente alemán.

    Restringido así esa calamidad a una de sus proyecciones y erigida en El mal haciendo abstracción de sus causas sociales, lógico es que la «compañía de Hitler» (expresión del poeta catalán Pere Quart en «Correndes d’ exili») quedara de alguna manera relegada. Sin duda no es (¿aún?) compatible con las formas políticas estándar reivindicarse de Pétain, Salazar, Franco, Mussolini o el siniestro fascista belga Léon Degrelle. Pero se han hecho pinitos al respecto en todos y cada uno de los países respectivos de estos redentores de patrias, (mientras que la amenazante Alternative für Deutschland evita – al menos en las declaraciones formales y símbolos- la vinculación a la figura de Hitler).

    Personajes todos ellos que, al igual que el Führer, tuvieron a un momento respaldo popular y apoyo parlamentario suficientes para alcanzar el poder. Excepción es sin duda el caso de Degrelle, quien sin embargo en las elecciones de 1937 obtuvo casi el 20 por ciento de los votos, unidos fascistas wallones y nacionalistas flamencos del racista Vlaamsch Nationaal Verbond (VNV) (¡curioso que el odio al débil hubiera logrado aunar a estas dos comunidades tan sobrecargadas de prejuicios mutuos que las separan!) . Fundador de un movimiento llamado Christus Rex, Degrelle llegó a ser miembro de la Waffen SS, dentro de una división valona. Cuando era inminente la derrota de Alemania, consiguió refugio en España dónde, (cobijado por el régimen, sordo a las órdenes de detención por crímenes contra la humanidad) obtuvo la nacionalidad española y acabó su vida en Málaga en 1994. Cierto es que no más lúcidos respecto a la diferencia entre nazis y otros supremacistas fueron los que vivieron en los países afectados, quizás ya no en los momentos álgidos de la ferocidad fascista, pero sí en los albores.

    Me refería antes al impacto que «Il giardino dei Finzi- Contini» tuvo en jóvenes de mi generación que accedieron a la misma. Una de las razones era quizás que, crecidos en franquismo , como Micòl, Alberto y Giorgio lo fueron en el fascismo, la calima que envolvía la bella y serena Ferrara, la inserción de su cultura e historia en pomposas construcciones ideológicas, la canalización del sentimiento de identidad de sus habitantes por la erección grotesca de la latinidad en arianismo, constituían un espejo en el que reconocíamos la situación quizás de las propias ciudades españolas: ciudades también cargadas de historia y cargadas asimismo de distorsión de esta historia por la mentira cutre que llegaba a evocar montañas nevadas en tierras de secano.

    Il Giardino dei finzi-Contini es sin lugar a dudas una gran novela política, lo cual no excluye que sea indisociablemente uno de los más punzantes relatos sobre la reducción de los seres a memoria, y sobre la imposible solución del nudo que agarrota en el vínculo afectivo. De ello me ocuparé en la próxima columna.

    [Publicado el 16/10/2020]

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