Los tambores acabaron al final con los violines. La Tamborrada comenzó con una memorable remontada de la Real ante el Barça. El arrebato donostiarra tuvo la épica propia de las tardes históricas de la Liga. El partido anunciaba una nueva victoria azulgrana, tan cómoda como muchas de las 10 alcanzadas en cancha ajena, y acabó con un espectacular triunfo blanquiazul.
Los tambores de la Real acallaron a los violines del Barcelona. Y no pareció injusto. Aunque se perdieron los azulgrana, merecieron ganar los donostiarras
Con Guardiola. Y con Tito. En Anoeta, el Barça entra en un misterioso triángulo de las Bermudas donde no hay explicaciones futbolísticas para derrumbarse siempre de la misma manera. Al inicio, ha dominado el encuentro con tal autoridad que se lo ha creído. Demasiado. Lo ha visto tan fácil, producto de su buen juego, que no ha pensado en la caída posterior.
Por cierto desde entonces los violines empezarona desafinar, empezando por su virtuoso primer violinista
En ocasiones, el pasado y el pesado coinciden en el tiempo pluscuamperfecto. Como ahora, cuando Mourinho está a punto de partir de pos de nuevos retos, quién sabe, quizás esta vez gane alguno. A sus espaldas deja tres años repletos de enseñanzas absurdas. Nunca antes necesitó alguien de tanto aparataje dialéctico y marrullería gestual para acabar perdiendo igualmente. El único entrenador que contagia más desdicha cuando gana -rara vez- que cuando pierde -casi siempre- parece alimentarse de rabia, entendida ésta como la acumulación de casquetas infantiles.
Ya se sabía que la victoria exige sacrificio, pero se ignoraba que la derrota también y, sobre todo, tanto. Sacrificados han sido jugadores y técnicos, directores deportivos y cocineros. Nunca antes perder resultó tan agotador. El hombre ha convertido cada competición que ha tocado en un interminable carrusel de partidos entre Amigos de Mourinho y Selección Resto del Mundo hasta que a medida que se le iban agotando los primeros, se evidenciaba cuán grande le quedaba el segundo. Consiguió poner en su contra a árbitros, UEFA, Unicef, prensa, media afición y toda la plantilla. Percibió o creyó percibir el odio hacia su persona hasta en los cuatro postes de las porterías del Bernabéu.
Lo negará con vehemencia, pero Mourinho deja la Castellana Madrid domesticado. Puede que en el futuro continúen los aspavientos, pero tan sólo serán atrezzo porque o empieza a ganar o pasará de ‘the special one’ a ‘the ordinary who?’. Las presidencias de los clubes de fútbol tienden a la inestabilidad. Pueden apostar el cargo contra un palmarés abrasador, nunca contra un repertorio de maullidos lastimeros. Agotadas las formas de perder, el portugués se va sin otra aportación teórica al mundo del fútbol que la del ‘falso Karanka’, el único muñeco que habla sin que le metan un brazo por la espalda. Mourinho también se creyó que todas las canciones hablaban de él, por más que en las pizarras se vendan en la sección de accesorios y complementos.
Y, sin embargo, lo peor de todo es que aterrizó con aires de tremebundo y se va implorando el cariño puerta a puerta, qué cansina resulta la orden medicante de los que no se sienten queridos, más si perciben esos sueldos de siete dígitos que conllevan la obligación de vernirse ya querido de casa. Ayuno de títulos, Mourinho vive ya exclusivamente del ‘relato’ entendido como una colección de anécdotas que intentará elevar a categoría: nadie había alardeado antes de perder tantas semifinales seguidas. Lo cierto es que ningún entrenador blanco ganó menos en tres años. En cuanto a las formas, si Guardiola meaba colonia, no resulta difícil adivinar con qué fluido se aromatiza Mourinho.
AM