Konstantinos Gavras, nacido en Lutra-Iraias, Atenas, el pasado 13 de febrero de 2013 ha cumplido, los 80 años. Su vida ha sido el cine de denuncia total, como un francotirador, en su medida, contra el fascismo, las dictaduras militares totalitaristas, contra las injusticias sociales, contra la poderosa Iglesia, contra elementos estatales como la C.I.A., contra las dictaduras de las poderosas mafias financieras, no ha tenido temor de nada y a buen seguro que se ha granjeado muchísimas enemistades, no todas sus películas han tenido el éxito esperado.
Sin embargo, todos reconocen en “Z” una excelente película. El éxito y la repercusión internacional supusieron una clamorosa condena a la Junta de Coroneles que por los años 65 gobernaba Grecia. La película de Gavras estuvo prohibida hasta 1.974 en nuestro país, pero con el paso del tiempo se ha convertido en un auténtico hito, que marco a toda una generación y por el que aún hoy sigue siendo recordada. Es la única película en la que se advierte de que “cualquier parecido con la realidad no es fruto del azar”, y en su breve pero devastador epílogo se muestra la sinrazón y catadura moral de las dictaduras (incluidas las dictaduras financieras y las de mercado). La cinta trata cuestiones que tanto en su momento, como hoy en día, están de rigurosa actualidad: el asesinato político, el poder, la corrupción y la manipulación enfrentados a la justicia, así como la lucha por conseguir la libertad de expresión.
Nos hacemos eco de los participantes en esta web al destacar la música de Mikis Theodorakis, y las magníficas interpretaciones de Yves Montand, Irena Papas, Jean Louis Trintignant, Jacques Perrín, Francois Perier, Renato Salvatori, etc., que dan como resultado una película que despierta sensibilidades y conciencias, para la causa de la verdad y la justicia, todo lo cual no es poco dado los tiempos que vivimos y padecemos.
Ha fallecido Damiano Damiani, director que aunó compromiso y éxito popular
Disfrutamos en el Topaleku, aquel invierno de 2009, de “El día de la lechuza” con Claudia Cardinale y Franco Nero, que él dirigió en 1968, adaptación del clásico sobre la mafia de Leonardo Sciascia, cuya novela conocimos a fondo en la tertulia.
El cineasta italiano inscribe parte de su obra en la tradición neorrealista
Lucia Magi 8 MAR 2013
Escritor, actor y sobre todo un director de cine y de televisión que siempre concilió el éxito popular con el compromiso cívico. Así era Damiano Damiani (Pasiano di Pordenone, norte de Italia, 1922), fallecido en la noche del jueves a los 90 años en su casa romana por una insuficiencia respiratoria. Llevaba al menos una década retirado y alejado de los focos. De él queda una variada producción brotada en la época del neorrealismo y madurada en los años setenta, como denuncia de las contradicciones y opacidades del sistema. El suyo fue un cine siempre político, como El día de la lechuza (1968), con Claudia Cardinale y Franco Nero, adaptación del clásico sobre la mafia de Leonardo Sciascia, o como la serie para la televisión La piovra (1984), todo un hito para Italia que se sorprendió pegada a la caja negra, para seguir con aprensión, una vez a la semana, las complicada aventuras del comisario Cattani, interpretado por un espléndido Michele Placido, rostro del hombre justo probado por un mundo violento y contaminado por la Cosa Nostra y sus miles de tentáculos políticos.
Pasional, curioso, polémico y con gusto para la discusión, Damiani empezó a trabajar junto a otros colegas como Comencini, Lattuada o Ermanno Olmi. En su primera película, El pintalabios (1960), dirigió a Pietro Germi en el papel de un comisario de policía. Esa fue la década de oro para Damiani, cuando cautivaba a los críticos, al público y a la izquierda, sin duda su bando político. Cesare Zavattini, guionista y amigo también de Vittorio de Sica, colaboró con él en la adaptación de La isla de Arturo, novela firmada por Elsa Morante. Con Tonino Guerra (otro guionista excelente, pilar —entre bastidores— del cine de Federico Fellini) traslada a la gran pantalla El tedio de Alberto Moravia. También hace una incursión en el género más ligero de los spaghetti western con ¿Quién sabe?, aunque el guión acaba alejándose del esquema típico de una película del Oeste a la europea: el protagonista, Klaus Kinski, interpreta un bandido que se redime y decide defender a los débiles. Damiani no conseguía aligerar sus obras de este halo de empeño cívico que fue siempre su registro. Empujado por esa misma urgencia de denuncia, en 1968 aproa el rodaje de la novela más famosa del escritor siciliano Sciascia, El día de la lechuza: toda una revelación en una época en la cual hablar de la Cosa Nostra ni se contemplaba. En el filme se narra cómo el poder mafioso y el poder político conviven y se compenetran en el mismo pequeño pueblo, sostenidos por el silencio cómplice o asustado de los ciudadanos, hasta que un joven capitán de los carabineros trata de imponerse sobre la corrupción.
En 1970, descubre a Ornella Muti, a la que dirige en su estreno cinematográfico en La esposa más guapa. Dos años más tarde, elige a otro actor fundamental, Nino Manfredi, que en Girolimoni interpreta la historia del “monstruo de Roma”, un fotógrafo que en los años veinte fue acusado de asesinar a niñas. Aparte de las numerosas películas con Franco Nero, actor amado también por Sergio Leone, con su rostro esculpido para el western, Damiani dirigió a Gian Maria Volonté, Leonora Giorgi o Harvey Keitel, entre muchos otros.
Los años ochenta le regalaron el éxito al que sobre todo se vincula su nombre: La piovra, una serie producida para la televisión pública RAI, que abrió la pista a un verdadero género, el de los policías o carabineros rectos empeñados en la lucha contra los malos: los mafiosos de la Cosa Nostra pero también algunos pilares de la sociedad libres de toda sospecha pero en realidad podridos por el contacto con la Mafia. Tras La piovra I vinieron la II, la III y hasta la IX, rodadas por otros directores. Aunque después siguió trabajando en la pequeña y en la gran pantalla, Damiani nunca volvió a conocer un éxito tan rotundo y a partir de 2002 se dedicó a su pasión secreta, la pintura.