Grecia se enfrenta al sexto año de la peor crisis económica europea con un desempleo del 30 % (el 52 % en el caso de los jóvenes) que está deshaciendo su tejido social; el índice de suicidios se ha disparado y más del 80% de la población ha visto reducido su nivel de vida.
Las relaciones familiares e intergeneracionales han quedado muy resentidas y las certezas anteriores han desaparecido. Se producen protestas masivas a diario causadas por la incertidumbre, el miedo y la ira. Se han convocado más de una docena de huelgas generales en las que han participado desde escolares a octogenarios que luchan desesperadamente para conservar los últimos restos de dignidad y su supervivencia material.
La Unión Europea y sus colaboradores griegos saquean el tesoro público, liquidan el empleo, los salarios y las pensiones, ejecutan hipotecas de hogares y elevan los impuestos. Los presupuestos familiares se reducen a la mitad o la tercera parte de niveles anteriores.
Cada vez es más habitual que tres generaciones convivan bajo el mismo techo, y a duras penas sobrevivan con las pensiones menguadas de los abuelos y algunos hogares están al borde de la miseria. La prolongada depresión capitalista –que nunca acaba y sigue empeorando- ha provocado una profunda ruptura en el ciclo de vida y en las experiencias vitales de abuelos, padres e hijos. Este artículo se centrará en ello.
Los hijos: ¿quién trabaja?
La inmensa mayoría de los hijos está desempleada: a comienzos de 2013, más del 55 % no ha tenido nunca un empleo. Su número aumenta día a día y semana tras semana, mientras familias enteras se empobrecen y los hogares se desintegran. La asistencia escolar ha disminuido, mientras las posibilidades de empleo se desvanecen y el espectro del desempleo masivo de larga duración acecha cada día. Las posibilidades de que los jóvenes formen parejas estables y nuevas familias han desaparecido.
Se ha multiplicado la «cultura de la calle» y los salones recreativos se han convertido en un lugar de encuentro más que de juego. Se ha reducido la asistencia a conciertos pop y se acude masivamente a las manifestaciones de protesta. Ahora, la creciente politización y radicalización de los hijos comienza en la escuela media y se profundiza en las escuelas técnicas y secundarias y en la universidad.
Muchos jóvenes cercanos a los treinta nunca han tenido empleo, ni se han marchado de casa de sus padres o sus abuelos, por lo que no pueden planear un matrimonio futuro o formar una familia. La falta de experiencia laboral supone la ausencia del compañerismo ligado al trabajo y de afiliación sindical. En su lugar ha cobrado importancia la solidaridad informal del grupo de semejantes. Las perspectivas de trabajo se centran en la emigración, o en la búsqueda ajetreada de un trabajo ocasional miserable o en unirse a la lucha. Hoy en día vagabundean por las calles llenos de ira, desesperación y una profunda frustración. A medida que pasan los años, los hijos cada vez votan más por la Izquierda (Syriza) pero están hartos de la ineficaz oposición parlamentaria, las manifestaciones rituales y los foros sociales sin trascendencia, por los que desfilan conferenciantes radicales locales y extranjeros que exponen teorías sobre la crisis, pero que siempre han tenido un trabajo y un sobre a fin de mes. La inmensa mayoría de jóvenes sin empleo cree que «prometer no cuesta nada». Los intelectuales, los políticos de nueva izquierda y los griegos del extranjero no tienen nada que ver con su experiencia cotidiana ni les ofrecen soluciones tangibles. Por eso los hijos se han unido a la guerrilla urbana anarquista. De momento, son pocos los hijos desempleados que han acudido a la llamada neonazi del Amanecer Dorado. Pero no simpatizan mucho con el apoyo de la Izquierda a los inmigrantes en busca de empleo, especialmente cuando en sus barrios sufren los abusos de camellos y proxenetas albaneses, de Oriente Próximo y de los Balcanes.
Los hijos y la política del «No future»
Los hijos han alcanzado la mayoría de edad política sin ninguna experiencia previa de lucha o de movilidad ascendente. Están atascados al fondo o en perpetuo descenso. Al no haber tenido nunca trabajo ni oportunidad alguna, pasan a la acción para afirmar su existencia, su presencia y su capacidad de reaccionar ante las sucesivas oleadas de ataques salvajes a su vida cotidiana respaldados por la UE. Se unen a padres y abuelos en marchas multitudinarias que afirman la solidaridad intergeneracional. Pero solo ellos llevan la carga de no haber pertenecido nunca a ningún partido político o sindicato ni haber experimentado «la buena vida». Nunca recibieron préstamos ni favores políticos, pero ahora se les exige que sacrifiquen su futuro con el fin de enriquecer a los acreedores, los evasores de impuestos y los cleptócratas. Su sabiduría política se basa en el conocimiento visceral de que toda la clase política está podrida; y tienen sus propias dudas sobre aquellos políticos que abandonaron el Pasok, se unieron a Syriza y ahora dicen ser sus salvadores. Dieron la espalda a esos politólogos y periodistas que hablan una lengua y elaboran un discurso completamente al margen de su experiencia cotidiana. Se preguntan, francamente, si el lenguaje fabulado de un filósofo italiano muerto (Gramsci) podrá sacarles de la catástrofe. Los teóricos extranjeros vienen, se van, y la vida cada vez se hace más desesperada. Algunos creen que solo quienes arrojan un cóctel Molotov pueden aportar cierta luz temporal al oscuro túnel de su experiencia diaria. Los hijos más combativos participan en batallas callejeras y se apuntan al bloque negro (black bloc). Los menos audaces buscan en Internet formas de reubicarse; piensan que es preferible emigrar a los centros imperiales que sufrir toda la vida en esta colonia saqueada y devastada.
Los hijos: La familia está donde la encuentras
Las familias se han convertido en algo sombrío, ya no son un refugio frente al duro mundo exterior: en casa siempre hay motivos para quejarse. Los hijos vienen y se van. Escuchan música solos en su habitación. ¿Quién quiere llevar a la novia a un dormitorio diminuto, bajo la mirada de desaprobación de la abuela y caras largas por todas partes? Se van a la esquina, bajan al centro de Atenas, al barrio de Exarchia1 y pasan el rato en un portal o un salón recreativo, o se echan al hombro una bandera negra en una manifestación contra toda la podrida mierda, contra los ladrones, banqueros y acreedores. Si su profesor se atreve a hablar de «democracia y deberes cívicos» –muy pocos lo hacen, pues incluso sus empleos están en peligro- una tímida risilla da paso a un tsunami de carcajadas e insultos; las clases se interrumpen y los compañeros de colegio se juntan para compartir ratos de amistad íntima, ausente en la sombría austeridad de sus hogares desintegrados.
¿Quién anima a su equipo de fútbol? ¿Quién se burla del farsante Papandreu, de la cara de cerdito de Venizelos2, de los vampiros Stournaras y Samaras3…? Los políticos apestan como un pescado podrido al que no se acerca ni el gato más hambriento. Los hijos asisten a los mítines de Syriza. Todo está muy bien, hacen claras denuncias con llamadas a la acción… pero ¿otra manifestación? ¿Otro llamamiento para «captar jóvenes”? Los hijos piensan: «Nos sentamos por aquí, nunca en las primeras filas; les escuchamos, parecen conocerse unos a otros; hablan en códigos que solo comprenden ellos… Así que salimos, damos vueltas, nos fumamos un porro, gorroneamos una cerveza, o nos juntamos con los amigos y hablamos de lo nuestro».
El paternalismo, el patriarcado y la devoción filial están acabados. Las relaciones ocasionales sin perspectivas a largo plazo son la nueva realidad.
El ocio: los hijos y la lucha en la calle
Era divertido ir por ahí después de la escuela: los chistes, los porros, los abrazos y besos en público… Los viajes en ferry con mochilas y los ratos estudiando con los amigos… los exámenes, los cursos difíciles y la ansiedad por tener que elegir una carrera dentro de unos años. Esas «preocupaciones» han desaparecido. La catástrofe ha eliminado el «curso difícil», las dudas a la hora de escoger carrera… ahora hasta los profesores se han ido de las aulas –una liberación involuntaria- los despidos han reducido las ofertas. El futuro de los hijos está echado a perder… así que cualquier «carrera» puede servir.
«Los mayores ladrones no son los que roban un banco, sino los dueños del banco», contaba un estudiante de filosofía a una multitud de hijos mientras les enseñaba cómo fabricar un cóctel Molotov. Otro estudiante, éste de ciencias exactas, calculaba el número de veces que los académicos revolucionarios locales y extranjeros habían mencionado la «crisis» en una hora y planteaba una ecuación que equivalía a cero resultados positivos. La pérdida de perspectivas de futuro y el peso de una vida hogareña sombría están eliminando cualquier resto de respeto por un sistema político y legal que impone miseria, indignidad y humillaciones para poder pagar a los acreedores extranjeros. «Les pagamos, de modo que puedan sentarse al sol en nuestras playas, comprar nuestras casas, comer nuestra comida, bañarse en bolas en nuestro océano y decirnos que somos perezosos y que nos merecemos la miseria que tenemos».
Los hijos tímidos, joviales o asustadizos están creciendo rápidamente. La madurez empieza a los quince. La asistencia a manifestaciones antes aún. Luego las ideas políticas radicales. ¿Y después qué, «hombrecito»?
Los hijos forman un ejército cada vez mayor de desempleados y están madurando rápidamente. En la actualidad están dispersos. Algunos quieren salir, irse de Grecia… pero la mayoría se quedarán. ¿Conseguirán organizarse e ir más allá de la actual oposición electoral, diseñar un nuevo movimiento radical que rompa con el podrido sistema electoral represivo? ¿Se convertirán en los militantes de un nuevo movimiento de resistencia heroico? ¿Cuál de los nietos escalará las paredes del parlamento desafiando a los colaboradores coloniales y a sus amos de la Troika? ¿Quién levantará la bandera de una nueva Grecia libre, independiente y socialista?
Grecia se enfrenta al sexto año de la peor crisis económica europea con un desempleo del 30 % (el 52 % en el caso de los jóvenes) que está deshaciendo su tejido social; el índice de suicidios se ha disparado y más del 80% de la población ha visto reducido su nivel de vida.
Las relaciones familiares e intergeneracionales han quedado muy resentidas y las certezas anteriores han desaparecido. Se producen protestas masivas a diario causadas por la incertidumbre, el miedo y la ira. Se han convocado más de una docena de huelgas generales en las que han participado desde escolares a octogenarios que luchan desesperadamente para conservar los últimos restos de dignidad y su supervivencia material.
La Unión Europea y sus colaboradores griegos saquean el tesoro público, liquidan el empleo, los salarios y las pensiones, ejecutan hipotecas de hogares y elevan los impuestos. Los presupuestos familiares se reducen a la mitad o la tercera parte de niveles anteriores.
Cada vez es más habitual que tres generaciones convivan bajo el mismo techo, y a duras penas sobrevivan con las pensiones menguadas de los abuelos y algunos hogares están al borde de la miseria. La prolongada depresión capitalista –que nunca acaba y sigue empeorando- ha provocado una profunda ruptura en el ciclo de vida y en las experiencias vitales de abuelos, padres e hijos. Este artículo se centrará en ello.
Los hijos: ¿quién trabaja?
La inmensa mayoría de los hijos está desempleada: a comienzos de 2013, más del 55 % no ha tenido nunca un empleo. Su número aumenta día a día y semana tras semana, mientras familias enteras se empobrecen y los hogares se desintegran. La asistencia escolar ha disminuido, mientras las posibilidades de empleo se desvanecen y el espectro del desempleo masivo de larga duración acecha cada día. Las posibilidades de que los jóvenes formen parejas estables y nuevas familias han desaparecido.
Se ha multiplicado la «cultura de la calle» y los salones recreativos se han convertido en un lugar de encuentro más que de juego. Se ha reducido la asistencia a conciertos pop y se acude masivamente a las manifestaciones de protesta. Ahora, la creciente politización y radicalización de los hijos comienza en la escuela media y se profundiza en las escuelas técnicas y secundarias y en la universidad.
Muchos jóvenes cercanos a los treinta nunca han tenido empleo, ni se han marchado de casa de sus padres o sus abuelos, por lo que no pueden planear un matrimonio futuro o formar una familia. La falta de experiencia laboral supone la ausencia del compañerismo ligado al trabajo y de afiliación sindical. En su lugar ha cobrado importancia la solidaridad informal del grupo de semejantes. Las perspectivas de trabajo se centran en la emigración, o en la búsqueda ajetreada de un trabajo ocasional miserable o en unirse a la lucha. Hoy en día vagabundean por las calles llenos de ira, desesperación y una profunda frustración. A medida que pasan los años, los hijos cada vez votan más por la Izquierda (Syriza) pero están hartos de la ineficaz oposición parlamentaria, las manifestaciones rituales y los foros sociales sin trascendencia, por los que desfilan conferenciantes radicales locales y extranjeros que exponen teorías sobre la crisis, pero que siempre han tenido un trabajo y un sobre a fin de mes. La inmensa mayoría de jóvenes sin empleo cree que «prometer no cuesta nada». Los intelectuales, los políticos de nueva izquierda y los griegos del extranjero no tienen nada que ver con su experiencia cotidiana ni les ofrecen soluciones tangibles. Por eso los hijos se han unido a la guerrilla urbana anarquista. De momento, son pocos los hijos desempleados que han acudido a la llamada neonazi del Amanecer Dorado. Pero no simpatizan mucho con el apoyo de la Izquierda a los inmigrantes en busca de empleo, especialmente cuando en sus barrios sufren los abusos de camellos y proxenetas albaneses, de Oriente Próximo y de los Balcanes.
Los hijos y la política del «No future»
Los hijos han alcanzado la mayoría de edad política sin ninguna experiencia previa de lucha o de movilidad ascendente. Están atascados al fondo o en perpetuo descenso. Al no haber tenido nunca trabajo ni oportunidad alguna, pasan a la acción para afirmar su existencia, su presencia y su capacidad de reaccionar ante las sucesivas oleadas de ataques salvajes a su vida cotidiana respaldados por la UE. Se unen a padres y abuelos en marchas multitudinarias que afirman la solidaridad intergeneracional. Pero solo ellos llevan la carga de no haber pertenecido nunca a ningún partido político o sindicato ni haber experimentado «la buena vida». Nunca recibieron préstamos ni favores políticos, pero ahora se les exige que sacrifiquen su futuro con el fin de enriquecer a los acreedores, los evasores de impuestos y los cleptócratas. Su sabiduría política se basa en el conocimiento visceral de que toda la clase política está podrida; y tienen sus propias dudas sobre aquellos políticos que abandonaron el Pasok, se unieron a Syriza y ahora dicen ser sus salvadores. Dieron la espalda a esos politólogos y periodistas que hablan una lengua y elaboran un discurso completamente al margen de su experiencia cotidiana. Se preguntan, francamente, si el lenguaje fabulado de un filósofo italiano muerto (Gramsci) podrá sacarles de la catástrofe. Los teóricos extranjeros vienen, se van, y la vida cada vez se hace más desesperada. Algunos creen que solo quienes arrojan un cóctel Molotov pueden aportar cierta luz temporal al oscuro túnel de su experiencia diaria. Los hijos más combativos participan en batallas callejeras y se apuntan al bloque negro (black bloc). Los menos audaces buscan en Internet formas de reubicarse; piensan que es preferible emigrar a los centros imperiales que sufrir toda la vida en esta colonia saqueada y devastada.
Los hijos: La familia está donde la encuentras
Las familias se han convertido en algo sombrío, ya no son un refugio frente al duro mundo exterior: en casa siempre hay motivos para quejarse. Los hijos vienen y se van. Escuchan música solos en su habitación. ¿Quién quiere llevar a la novia a un dormitorio diminuto, bajo la mirada de desaprobación de la abuela y caras largas por todas partes? Se van a la esquina, bajan al centro de Atenas, al barrio de Exarchia1 y pasan el rato en un portal o un salón recreativo, o se echan al hombro una bandera negra en una manifestación contra toda la podrida mierda, contra los ladrones, banqueros y acreedores. Si su profesor se atreve a hablar de «democracia y deberes cívicos» –muy pocos lo hacen, pues incluso sus empleos están en peligro- una tímida risilla da paso a un tsunami de carcajadas e insultos; las clases se interrumpen y los compañeros de colegio se juntan para compartir ratos de amistad íntima, ausente en la sombría austeridad de sus hogares desintegrados.
¿Quién anima a su equipo de fútbol? ¿Quién se burla del farsante Papandreu, de la cara de cerdito de Venizelos2, de los vampiros Stournaras y Samaras3…? Los políticos apestan como un pescado podrido al que no se acerca ni el gato más hambriento. Los hijos asisten a los mítines de Syriza. Todo está muy bien, hacen claras denuncias con llamadas a la acción… pero ¿otra manifestación? ¿Otro llamamiento para «captar jóvenes”? Los hijos piensan: «Nos sentamos por aquí, nunca en las primeras filas; les escuchamos, parecen conocerse unos a otros; hablan en códigos que solo comprenden ellos… Así que salimos, damos vueltas, nos fumamos un porro, gorroneamos una cerveza, o nos juntamos con los amigos y hablamos de lo nuestro».
El paternalismo, el patriarcado y la devoción filial están acabados. Las relaciones ocasionales sin perspectivas a largo plazo son la nueva realidad.
El ocio: los hijos y la lucha en la calle
Era divertido ir por ahí después de la escuela: los chistes, los porros, los abrazos y besos en público… Los viajes en ferry con mochilas y los ratos estudiando con los amigos… los exámenes, los cursos difíciles y la ansiedad por tener que elegir una carrera dentro de unos años. Esas «preocupaciones» han desaparecido. La catástrofe ha eliminado el «curso difícil», las dudas a la hora de escoger carrera… ahora hasta los profesores se han ido de las aulas –una liberación involuntaria- los despidos han reducido las ofertas. El futuro de los hijos está echado a perder… así que cualquier «carrera» puede servir.
«Los mayores ladrones no son los que roban un banco, sino los dueños del banco», contaba un estudiante de filosofía a una multitud de hijos mientras les enseñaba cómo fabricar un cóctel Molotov. Otro estudiante, éste de ciencias exactas, calculaba el número de veces que los académicos revolucionarios locales y extranjeros habían mencionado la «crisis» en una hora y planteaba una ecuación que equivalía a cero resultados positivos. La pérdida de perspectivas de futuro y el peso de una vida hogareña sombría están eliminando cualquier resto de respeto por un sistema político y legal que impone miseria, indignidad y humillaciones para poder pagar a los acreedores extranjeros. «Les pagamos, de modo que puedan sentarse al sol en nuestras playas, comprar nuestras casas, comer nuestra comida, bañarse en bolas en nuestro océano y decirnos que somos perezosos y que nos merecemos la miseria que tenemos».
Los hijos tímidos, joviales o asustadizos están creciendo rápidamente. La madurez empieza a los quince. La asistencia a manifestaciones antes aún. Luego las ideas políticas radicales. ¿Y después qué, «hombrecito»?
Los hijos forman un ejército cada vez mayor de desempleados y están madurando rápidamente. En la actualidad están dispersos. Algunos quieren salir, irse de Grecia… pero la mayoría se quedarán. ¿Conseguirán organizarse e ir más allá de la actual oposición electoral, diseñar un nuevo movimiento radical que rompa con el podrido sistema electoral represivo? ¿Se convertirán en los militantes de un nuevo movimiento de resistencia heroico? ¿Cuál de los nietos escalará las paredes del parlamento desafiando a los colaboradores coloniales y a sus amos de la Troika? ¿Quién levantará la bandera de una nueva Grecia libre, independiente y socialista?