La quema de Donostia-San Sebastián durante el sitio de 1813 ha sido tema de intenso estudio y debate en el pasado y lo sigue siendo en la actualidad. No obstante, nuestra intención no es volver a insistir en el curso de los acontecimientos, suficientemente conocidos y desarrollados por autores como Olaechea, Murugarren, Fernández Albaladejo, Artola, Rilova, Sada, Muñoz Echabeguren o Guirao Larrañaga. Lo que más nos interesa en esta ocasión y creemos que más puede aportar a los lectores, es tratar de desentrañar porqué se produjo un acontecimiento como ese, esto es, situarlo en su contexto y entorno históricos, más allá de acusaciones sin fundamento que tratan de buscar falsas responsabilidades, que poco o nada aportan al conocimiento histórico.
Una abundancia de estudios sobre ese hecho que, sin embargo, no ha ahorrado controversias sobre el mismo. Especialmente centradas en la autoría del incendio y saqueo de la ciudad después de la toma de la misma por las tropas británicas y portuguesas bajo mando de Sir Thomas Graham. Recientes teorías sin respaldo documental alguno, han querido achacar ese acto de guerra a una supuesta conspiración urdida por los generales Castaños y Álava –especialmente por el primero de ambos- para “escarmentar” a la ciudad de San Sebastián por supuestas faltas cometidas durante la Guerra de la Convención (1794-1795), alineándose con los revolucionarios franceses contra España. Desde el punto de vista de la Historia como ciencia no hay la menor certeza, dados nuestros actuales conocimientos documentales, de que tal cosa haya ocurrido. De hecho, esas afirmaciones parten de un desconocimiento o ignorancia deliberada de determinadas fuentes -por ejemplo correspondencia del general Castaños que lo muestra alejado de ese frente y completamente ajeno al mando de las tropas que perpetran el incendio y saqueo (Soraluce, 1897: 361)-, así como de la realidad de la época en la que conductas como las supuestas no tienen sentido. El incendio y saqueo de San Sebastián, dada la documentación disponible a fecha de hoy, sólo se puede explicar desde un contexto histórico en el que la guerra llena de cortesías propia del siglo XVIII ha sido reemplazada por una guerra brutal, que busca la aniquilación del contrario. Situaciones como la que vive Donostia-San Sebastián en el año 1719 (Tellechea Idigoras, 2002), en otro de los asedios que sufre, son meros vestigios en esa nueva situación inaugurada por la guerra general en Europa contra la revolución francesa en 1792, y en la que la aniquilación del enemigo por todos los medios posibles vuelve a considerarse como adecuada, tal y como ocurría durante la Guerra de los Treinta Años (1612-1648). Por otra parte, no resulta verosímil desde el punto de vista de la nobleza de la época -como era el caso de los generales Álava y Castaños- encargar una suerte de venganza personal a terceros -en este caso el ejército británico y portugués- para, además, ni reivindicarla y ni justificarla después, ni asumir, incluso con orgullo, las consecuencias de esa venganza.
Además, la ausencia de violencia deliberada y sistemática tanto en la provincia como en los suburbios de Donostia-San Sebastián -Antiguo, San Martín, cerro de San Bartolomé…- en los que se asientan tropas bajo el mando de Álava y Castaños en las semanas previas a la toma de la ciudad, debería llevarnos a considerar como muy remota la posibilidad de que la destrucción del casco de la ciudad fuera también sistemática y deliberada y, sobre todo, inducida por generales españoles que, como mínimo, podrían haber afrontado un consejo de guerra por esa injustificada destrucción de bienes nacionales como lo era un emporio comercial como San Sebastián. Por otra parte, debemos considerar que los más afectados, claro está al margen de los habitantes del casco urbano de la ciudad, fueron los vecinos y moradores extramuros, los que vivían en torno a San Bartolomé, El Antiguo, el Chofre, donde se situaron destacamentos franceses y se produjeron una serie de escaramuzas, o San Martín y Santa Catalina, que fueron quemados por los franceses. Para entonces, por supuesto, la mayor parte de sus habitantes había huido a las localidades cercanas de Pasaia, Lezo, Errenteria, Oiartzun, Astigarraga o Hernani. Ellos son los verdaderamente damnificados y, por supuesto, los habitantes del casco que quedaron “atrapados” intramuros, los que no tenían a dónde ir, al contrario de lo ocurrido con la mayor parte de potentados donostiarras, que pudieron huir a sus posesiones, solares y caseríos del entorno.Fueron precisamente esos potentados, que no presenciaron ni sufrieron los hechos, los que desde Zubieta redactarían el manifiesto que describía la destrucción y propugnaba la reconstrucción de la ciudad. Como ocurre en la mayor parte de las guerras, es la población civil, ajena además a los intereses políticos, identitarios o económicos, la que se lleva la peor parte y en nombre de la cual se realizan reclamaciones y exigencias, tanto en el momento en el que se producen los hechos como a posteriori. Además de la destrucción de sus casas, hubieron de asistir al requisado de sus ganados, bienes y cosechas, que no habían podido recoger debido al inicio del sitio. Perdido todo lo que poseían, expulsados de sus habitaciones, los que pudieron echaron mano de sus lazos familiares, fraternales y de amistad para alojarse en los caseríos y casas de los pueblos circunvecinos, en espera de que las acciones militares concluyesen y pudiesen rehacer sus vidas. Se ha de tener en cuenta que por aquél entonces Donostia-San Sebastián contaba con unos 10.478 habitantes en 1799 (Artola, 2000: 212), de los cuales unas 1.500 familias, esto es, 6.000-7.000 personas, vivían intramuros. Teniendo en cuenta que muchos salieron de la ciudad hasta la víspera del asalto y que hubo unas 1.200 víctimas contabilizadas, podemos decir que sobrevivieron en torno a las 3.500-4.000 personas (Olaechea, 1973: 22).
Se debe destacar que el incendio y destrucción de la ciudad se inició en la Calle Mayor a la altura de la casa Echeverria o Soto, precisamente donde estaban todas las casas de los comerciantes, que fueron destruidas, así como la casa del Consulado. Este hecho, al que se le ha dado escasa importancia, junto, por ejemplo, a la destrucción de la Casa de China en Madrid, sede de la Real Compañía de Filipinas, nos habla de un interés comercial en esta sistemática destrucción por parte de los británicos. Si bien el motor principal de estos hechos parece haber sido el descontrol de la soldadesca británica y portuguesa, tal vez en el ánimo de los mandos británicos, para no controlarla o permitirla, pudo estar el acabar, por el mismo precio, con un competidor comercial y con un puerto que en un futuro inmediato volvería a ser aliado francés y enemigo de la flota de Su Británica Majestad; más aún vista la experiencia de la Guerra de la Convención (1794-1795). Durante ese conflicto se produjo la entrega de Donostia-San Sebastián a las tropas revolucionarias francesas sin un solo disparo. Dentro de la ciudad quedó la mayor parte de la burguesía comercial y entre ellos los comerciantes vascofranceses y bearneses que desde comienzos del siglo XVIII se habían asentado en ella. Pues bien, estos comerciantes colaboraron activamente con los franceses, sin duda, a fin de salvaguardar sus intereses comerciales, sobre todo los que dependían del buen funcionamiento de la red que unía Donostia-San Sebastián y Baiona. Una prueba de ello es que las relaciones comerciales entre ambas no se cortaron a pesar de la actividad bélica y se siguieron enviando barcos desde Donostia-San Sebastián a Baiona y viceversa. Otra prueba es el informe enviado por Domec, jefe de distrito del Departamento de las Landas, en 1795 a la Convención -mucho antes por tanto del proyecto de Nueva Fenicia de Garat (Goyhenetxe, 1993: 64-65)-, en el que consideraba que, caso de que las tres provincias vascas pasasen a formar parte de la Francia revolucionaria, Donostia-San Sebastián y Pasaia serían buenos emplazamientos para establecer un Departamento de Marina desde el que combatir a los británicos, y que el comercio de las tres provincias se asimilaría al de la República, por los mutuos intercambios, suponiendo ventajas para la República y perjuicios para los ingleses, quienes serían privados de comerciar y de la posesión de una rica colonia (Aragón, 2012)
La reunión de Zubieta, en la que participaron los potentados donostiarras que habían huido de la ciudad antes de que fuera tomada, muestra el espíritu de las gentes de la ciudad que, a pesar de la destrucción, la continuidad de la guerra y las inmensas dificultades de aquel momento histórico, quisieron recuperar el dinamismo de la ciudad, sobre todo el comercial, auténtica alma de la misma. No es casual la rápida recuperación de la actividad comercial desde los puertos de Donostia-San Sebastián y Pasaia ya para la década de los años veinte del siglo XIX (Aparicio, 1991: 223-238).
En cualquier caso, y a manera de conclusión provisional en el análisis de un hecho histórico tan controvertido como la toma y destrucción de San Sebastián en 1813, es evidente que aún falta una investigación mucho más sistemática de la documentación disponible sobre el tema, mucha de ella completamente inédita, como lo muestran, y es un sólo ejemplo, los fondos documentales del Archivo General de Gipuzkoa relacionados con las operaciones militares en San Sebastián y en torno a la zona inmediata a ella, en los que se revela una preocupación casi constante de los mandos aliados por evitar, mitigar y compensar las posibles pérdidas de la población civil guipuzcoana. Pauta que se aprecia especialmente en documentos firmados por el general Castaños durante su periodo de servicio en Gipuzkoa antes de ser retirado de ese frente.
Carlos Rilova Jericó-Álvaro Aragón Ruano