1 comentario en “Hay otros modos, sólo se necesita desearlos”

  1. ¿Qué hago, me cabreo o me pongo triste?
    Enfadarse, cabrearse, con una persona concreta o con el mundo en general supone un gasto de muchísima energía vital que puede afectar al hígado y predispone a estados emocionales tan poco agradecidos como el resentimiento, la irritabilidad, la frustración, la cólera, la indignación, la animosidad, la amargura y la ira contenida.
    De ahí vienen los dolores de cabeza y en el cuello, o los acúfenos o los mareos, por no contar con el enrojecimiento de la cara. Y parece ser –dicen los que saben- que este estancamiento de energía se localiza en el hígado pudiendo invadir el estómago y el bazo, sobre todo cuando alguien se enfada durante las comidas.
    Aunque si te dejas llevar por la tristeza no lo tienes mucho mejor porque la energía mal encauzada producirá cansancio, falta de apetito o ardor de estómago. Eso sin contar con que la tristeza afecta directamente a los pulmones, bloqueando su energía y produciendo síntomas como: ansiedad, disnea, cansancio y depresión.
    En resumen: que tanto si me dejo llevar por el famoso “cabrearse como un mono” como si me permito “hundirme en la miseria” mi cuerpo lo va a acusar
    Es por eso que estoy aprendiendo a dejar de lado las ganas de enfadarme cuando considero que soy objeto de una injusticia y a no permitir que la tristeza se enseñoree en mi interior cuando algún afecto me es retirado o un pretendido desaire se abalanza sobre mi persona.
    No se trata de quedarme “indiferente” sino abrir puertas y ventanas de par en par, “hacer que corra el aire” y dejar que todo pase.

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