¿Quién dijo que no se podía pertenecer a dos partidos políticos simultáneamente?
El PP y el PSOE anunciaron ayer en la Moncloa la incorporación simultánea a sus partidos del líder turco Recep Tayyip Erdogan. El fichaje ha costado 60 millones de euros (correspondientes a la claúsula de rescisión) además de, un chalet en la Moraleja, un coche oficial (rojo y blanco, a petición del propio Erdogan), una chaqueta de pana marca Felipe González y un par de pantallas de plasma para ruedas de prensa.
Tanto Rubalcaba como Rajoy destacaron la importancia de Erdogan en la creación de «un gran pacto de Estado». Cuando los periodistas asistentes preguntaron acerca del contenido de dicho pacto, tanto Rajoy como Rubalcaba parecieron simular notificaciones de Whatsapp en sus teléfonos móviles mientras murmuraban como disculpando la falta de respuesta por estar ocupados atendiendo mensajes urgentes. Erdogan por su parte, sostenía en ese momento en su mano derecha un puro y en su mano izquierda un látigo de cuero (rojiblanco también).
Tras cinco tensos minutos en los que parecía que nadie diría nada relevante y sería como cualquier otra rueda de prensa, Erdogan alzo la vista y, con un dudoso acento español, dijo: «Estamos trabajando en ello». En ese momento pareció oírse la característica risa de Jose María Aznar. Y efectivamente así era, Erdogan decidió sacar su móvil, en el que, a través del sistema de manos libres, tenían al aparato al ex-presidente.
Erdogan y Aznar reían, mientras Rajoy y Rubalcaba, visiblemente nerviosos, trataban de desviar la atención y parecían comentar la fisonomía de las columnas que dan acceso a la Moncloa.
Disclaimer
Este post es un ejercicio de ciencia ficción. Lo paradójico del tema es que, aunque alejado de la realidad, algunas de las cosas que en él se narran no resultan descabelladas. La capacidad de escucha de Erdogan durante estas semanas de protesta en Estambul es muy parecida a la que muestran PP y PSOE aquí en Expaña. Así que probablemente su destino terminará siendo el mismo.
Hace unos días pregunté a un astuto observador político turco, recién llegado de Estambul, qué debían hacer los dirigentes europeos como reacción a “Taksim”. Su respuesta fue: nada. Que sean los propios turcos. Me mostré de acuerdo con él, pero hoy ya no puedo estarlo. Ante la arrogancia con que Erdogan intimida a su pueblo, los líderes europeos deben alzar la voz, aunque, como le sucedió al comisario de Ampliación de la UE, Stefan Füle, el aspirante a sultán se quite los auriculares de la traducción simultánea mientras está oyendo el mensaje.
No obstante, debemos encontrar un justo medio. Tenemos que mostrar una solidaridad total con quienes están defendiendo unos valores que compartimos, con esas jóvenes de las fotos a las que reconocemos de manera instintiva como parte de “nosotros”. De hecho, hay algunos que son verdaderamente “nosotros”, en el sentido estricto de que viven al menos parte del tiempo en Europa y son ciudadanos europeos.
Ahora bien, al mismo tiempo, debemos reconocer que no son ellos quienes ganaron las últimas elecciones ni probablemente ganarán las próximas. Desde el punto de vista político, un resultado realista es que venza el presidente actual, Abdullah Gül, junto con los moderados pertenecientes a su corriente del partido en el Gobierno. Incluso en una democracia liberal más genuina, el “modelo turco” no sería una especie de República Francesa en el Mediterráneo Oriental. En el mejor de los casos sería una combinación de laicismo y democracia, con el reconocimiento del islam como religión mayoritaria. Entonces podría volver a ser un polo de atracción para gran parte de Oriente Próximo, además de candidato serio a la Unión Europa. Si Turquía avanza en esa dirección en los próximos años, en parte como consecuencia de este momento en Taksim, los manifestantes reprimidos con gas no habrán derramado sus lágrimas en vano.
Timothy Garton Ash