“Al coronar la cima del puerto, Renzo vio aquella gran máquina del Duomo sola sobre el llano, como si no estuviera en medio de una ciudad, sino que surgiese de un desierto; y se detuvo, olvidando todos sus problemas, a contemplar de lejos aquella octava maravilla de la que tanto había oído hablar desde niño”.
Así, hace casi dos siglos, describía Manzoni, en Los novios, la vista de la catedral de Milán desde las colinas que ascienden hacia los Alpes.
El pasado 11 de abril se reunió en Aiete la tertulia sobre “Los novios” . En aquella fecha se iniciaba el ciclo que el próximo 4 de julio, por la tarde, vivirá una singular experiencia; como Renzo, cuatrocientos años antes, nos quedaremos boquiabiertos ante la colosal catedral de Milan.
Como explicaba Lola Arrieta la novela “Los Novios” “nos recuerda los pesares de esta hoy rica región en el siglo XVII cuando bajo la dominación de los Borbones españoles padeció duros momentos, golpeada por las conspiraciones del poder, la guerra, el terror de los poderosos, la tortura, el hambre y la peste. Con páginas -y capítulos enteros- escalofriantes, extremadamente duros, pero rigurosamente históricos y de una gran riqueza literaria (¡Qué semejanzas nos vinieron entonces!). Los novios es la primera novela histórica italiana; trata, además, una variedad de temas: la cobardía, la hipocresía, la heroica santidad, la fuerza inquebrantable del amor entre Renzo y Lucía (los novios) y ofrece agudas observaciones sobre los meandros de la mente humana”.
Euskeraz “Italiar literaturan lan garrantzinuetariko gisa hartua, XVII. mendean dago girotua Lonbardian. Renzo eta Lucia bikotearen arteko maitasun istorioa kontatzen du, zorigaitzez bananduak eta beraien arteko maitasunaren alde borrokatuko dutenak”.
Renzo Tramaglino es un joven de origen humilde prometido a Lucía, quien lo ama profundamente. Al principio es bastante ingenuo, pero se va haciendo más hábil a lo largo de la novela, según va enfrentándose a muchas dificultades: es separado de Lucía y luego injustamente acusado de untador de la peste.
Entre 1499 y 1540, Milán fue ocupada por los franceses para frenar la expansión territorial de España en Italia y evitar que el reino estuviese rodeado de territorios gobernados por los Habsburgos españoles. Tras cuatro guerra francoespañolas en suelo italiano entre los reyes franceses Carlos VIII y Francisco I y Carlos I, rey español y emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, la victoria militar de este último sobre el ejército de Francia en la batalla de Pavía en 1525, supuso la renuncia francesa al Ducado de Milán y su integración en la España de los Habsburgos.
Entre 1540 y 1706 Milán se sometió a la administración española. Esta nueva potencia promovió, de la mano de sus gobernadores, un nuevo recinto de murallas (2º anillo de boulevares del centro histórico), además de impulsar el nombramiento de dos arzobispos muy activos como mecenas y filántropos y vinculados por lazos familiares: San Carlos Borromeo (1563-1584) y su primo Federico Borromeo (1595-1631). (Los Borromeos de “los novios”) Ambos refuerzan la huella renacentista que proporcionaron los Sforza en el siglo XV. El estallido en 1700 de la Guerra de Sucesión Española (1700-1714) implicó la pérdida del Milanesado para la Corona española y su integración en el Imperio Austriaco, de acuerdo con lo decidido en el Tratado de Utrecht (1714) y en atención al equilibrio entre Habsburgos y Borbones.
Entre 1706 (año en que la ciudad fue invadida por tropas austriacas) y 1797 la ciudad es objeto de una administración austriaca.
(De todo esto nos habló Lola en la tertulia de Abril)
Duomo
El término italiano “Duomo” deriva de las palabras latinas “Domus”: (casa) y Dei (de Dios) y en este caso identifica el edificio religioso más importante de la ciudad y la catedral gótica más relevante de Italia. Conforma el centro nuclear de la ciudad y se levanta en un solar que ocupó desde el siglo V la basílica de San Ambrosio y desde el siglo IX la iglesia de Santa Tecla, ambos templos destruidos por un voraz incendio en 1075.
El edificio tiene unas enormes dimensiones de 157 metros de largo, lo que le convierte en la segunda catedral gótica más grande de Europa después de la de Sevilla. Posee planta de cruz latina con cinco naves longitudinales separadas por 52 pilares (uno por cada semana del año) con capiteles decorados con temas hagiográficos, un transeptum de 3 naves, y un ábside poligonal con girolas imple, que alberga el coro. La nave central es muy alta, con 45 metros de altura, solo superada por la incompleta nave central de la catedral francesa de Beauvais (Picardie) con 48 metros. Su interior puede albergar hasta 40.000 personas. La construcción es de ladrillo recubierto con mármol rosa y resalta el precioso bosque pétreo de pináculos y estatuas de su cubierta.
La historia de la catedral milanesa es una de las más complicadas que se conocen en esta tipología arquitectónica. Obedeció a un proyecto monumental, simbiosis de arquitectura gótica y renacentista, que iniciado en 1386 no concluye oficialmente hasta el siglo XX y en el que intervienen multitud de directores de obras italianos, franceses y alemanes. De proporciones colosales y poseedora de una falsa unidad estilística, debido a lo prolongado de su construcción, no deja de constituir un conjunto deslumbrante e imponente.
Y Renzo también se encontró de sopetón con esta enorme catedral
Bajo el dominio español el edificio resultó utilizable aun cuando el interior permanecía sin terminar y faltaban algunos tramos de la nave y el transeptum.
En 1552, se encargó la construcción de un gran órgano a Giacomo Antegnati que se colocó en el coro norte, y Giuseppe Meda proporcionó cuatro de las dieciséis columnas que decoraron el área del altar mayor (el trabajo fue completado a fines del siglo XVI por el arzobispo Federico Borromeo). En 1562 se colocaron la insólita e inquietante escultura firmada del apóstol San Bartolomé desollado, del artista lombardo Marco d’Agrate, y el famoso candelabro Trivulzio (s. XII), obra maestra del orfebre Nicola da Verdun decorado con escenas del Antiguo Testamento y de los Reyes Magos dirigiéndose a la Virgen entronizada.
La diócesis registró significativas modificaciones bajo la prelatura de dos relevantes administradores del siglo XVI. El arzobispo San Carlos Borromeo, sobrino del Papa Pío IV, dirigió la diócesis entre 1563 y 1584. Partícipe en las últimas sesiones del Concilio de Trento, quiso implantar rápidamente las conclusiones conciliares en su diócesis: fundó el Seminario Diocesano, dividió la diócesis en 12 circunscripciones para mejorar su administración, veló por la integridad de los funcionarios y la gratuidad de los servicios religiosos, impuso el uso sistemático de los libros parroquiales, fundó el Colegio Helvético para suizos católicos y la Universidad Jesuítica de Brera, el Colegio de Nobles de Milán, etc. Fallecido en Milán 1n 1584, su cuerpo se conserva incorrupto en la cripta de la catedral, encerrado en una soberbia caja de plata, regalo del rey Felipe IV de España. Fue canonizado el 1 de noviembre de 1610. Su fiesta se celebra el 4 de noviembre. San Carlos Borromeo fue el responsable de introducir el arte renacentista en la catedral gótica de Milán, al nombrar maestro de obras a Pellegrino Tibaldi (“Il Pellegrini”), arquitecto y pintor italiano, discípulo de Sabastiano Serlio y que había trabajado en la decoración pictórica de la biblioteca y de los claustros de San Lorenzo de El Escorial. Puesto que la fachada permanecía en su mayor parte incompleta, Pellegrini diseñó una de estilo clásico con columnas de orden gigante, obeliscos y un gran tímpano. Este diseño nunca fue llevado a cabo, pero la decoración del interior continuó: entre 1575 y 1585 el presbiterio fue reconstruido mientras que se añadían nuevos altares y el baptisterio. En 1577, el arzobispo Carlos Borromeo consagró finalmente el edificio completo como un templo nuevo, ahora con importantes intervenciones renacentistas.
El segundo prelado fue Federico Borromeo, arzobispo de Milán entre 1595 y 1631, primo de San Carlos Borromeo. Siguió la política reformista de su antecesor, promoviendo la disciplina del clero, fundando iglesias y universidades financiadas con sus propios bienes y aplicando con rigor los principios aprobados en el Concilio de Trento. En 1609 fundó la Biblioteca Ambrosiana, y la Bodleiana en Oxford, la primera biblioteca pública de Europa y participó en el embellecimiento de la catedral de Milán donde quería ser enterrado. Son reconocidos sus notables esfuerzos para paliar la hambruna que sufrió Milán entre 1627 y 1628. En 1685, los milaneses erigieron una estatua en su honor cerca de la puerta principal de la Biblioteca Ambrosiana. Federico Borromeo aparece caracterizado como un inteligente humanista en la novela Los Novios, de Alessandro Manzoni. Durante su prelatura se realizó un coro de madera para el altar mayor de la mano de Francesco Brambilla, un trabajo terminado en 1614. A comienzos del siglo XVII, con la colaboración de los arquitectos Francesco Maria Richini y Fabio Mangone, promovió la construcción de la fachada occidental. Los trabajos continuaron hasta 1638 con la construcción de cinco portales y dos ventanas centrales. Sin embargo, en 1649, el nuevo arquitecto jefe introdujo una innovación notable: la fachada proyectada regresó al estilo gótico original, incluyendo los detalles ya acabados de las grandes pilastras góticas y los dos enormes campanarios.
En 1682 se terminaron las cubiertas.
No dejéis de tomar el ascensor que sube a las terrazas del Duomo (8 euros), un espectáculo que recomiendo a todo el mundo. Es impresionante ver la ciudad desde allí arriba y poder observar todos los detalles de los pináculos y arbotantes, pasearse por el tejado y disfrutar de la piazza del Duomo a tus pies
Pinacoteca de Brera, a las 18.30 se admite el último turno de visitas para la pinacoteca (cinco euros). No hay que perderse el Cristo yacente de Mantegna.
Daría algo por poder visitar Milán antes de que fuese asolada por los bombardeos de la II Guerra Mundial. Con Roma declarada città aperta y privilegiada por el respeto de los aliados, y la nula condición de ciudades estratégicas ostentada por Florencia y Venecia, Milán se convirtió en blanco de los proyectiles. Buena parte de las joyas arquitectónicas de la ciudad fue víctima de los explosivos, pero otras sobrevivieron a la suerte y a la historia. Por eso, cuando uno pasea por Milán, es conveniente estar alerta: en cualquier esquina, en cualquier calle, se yerguen edificios fastuosos entre horrores arquitectónicos fruto de la prisa y la desidia. Eso es Milán: una mezcla de belleza y caos, de pasado y presente, de mal gusto y diseño exquisito. Un día en la ciudad, no basta para verlo todo; sólo para aproximarse a una urbe complicada que merece sucesivas visitas
Es una buena idea subir al bar PIU, en la séptima planta de los grandes almacenes Rinascente, y hacer allí un almuerzo ligero mientras se contempla una inigualable perspectiva de la catedral, que casi puede tocarse con la mano. Es caro, pero merece la pena.
Después es el momento de visitar el Duomo y subir a sus tejados, donde podremos vagar a nuestras anchas por entre las más de 3.000 estatuas que coronan esta joya cuya construcción se inició en 1386. A las tres de la tarde sonarán las campanas de la catedral: escucharlas desde la terraza es toda una experiencia.
Aiete – Lantxabe – Katxola – Ayete » Blog Archive » Viajeros boquiabiertos, como Renzo, al ver la catedral de Milán , es adictivo, desde que os recibo no puedo parar de mirar todas vuestras sugerencias y me alegra cuando recibo uno más, sois lo mejor en español, me encata vuestra presentación y el curre que hay detrás. Un beso y abrazo,GRACIAS POR VUESTRO TRABAJO, nos alegrais la vida.