Seis preguntas a Rodrigo Irurzun, coordinador del área estatal de energía de Ecologistas en Acción (coautor de “Agrietando el futuro. La amenaza de la fractura hidráulica en la era del cambio climático”
- ¿En qué consiste el fracking ? ¿De dónde procede esta tecnología? ¿A qué se debe el boom del fracking?
En términos muy simples, se trata de extraer gas o petróleo de rocas porosas, que se fracturan con agua a presión más arena y diferentes aditivos químicos. El objetivo es liberar el gas o el petróleo a la superficie. Esta tecnología procede de Estados Unidos, donde lleva utilizándose cerca de 15 años.
Actualmente se produce el boom del fracking por una cuestión de costes. La extracción de petróleo y gas en roca es más cara, pero los precios de mercado están a unos niveles que a las empresas les compensa utilizar esta tecnología. Hay que agregar a ello los factores geoestratégicos. Mientras que el gas convencional se encuentra muy localizado en determinadas zonas, el gas en roca (esquisto) se halla mucho mejor repartido por el mundo. Por eso Estados Unidos, primero, y después Europa, han emprendido su explotación. Pero existe un tercer factor. Los estados pretenden asegurarse su independencia energética y evitar, por ejemplo, hechos como los ocurridos en 2009, cuando Ucrania cortó el suministro de gas ruso destinado a Europa.
- ¿Quién ha decidido agrietar el futuro agrietando la tierra, es decir, el fracking?
El caso del fracking es igual que la extracción del petróleo en aguas profundas; la quema de carbón o extraer uranio para su uso en centrales nucleares. El beneficio de estos procesos no revierte en la sociedad, sino en las elites que controlan los oligopolios energéticos. Por ejemplo, las cinco grandes eléctricas (Endesa, Iberdrola, Gas Natural-Fenosa, E.ON y EDP Hidrocantábrico) no sólo generan el 80% de la producción eléctrica, sino que también controlan el 90% de la distribución. Son los que le dictan las leyes al gobierno. En el caso del gas, tres empresas (Empresa, Iberdrola y Naturgas) suman el 80% de la comercialización en el mercado minorista. Son los grandes beneficiarios del modelo.
- ¿En qué marco legislativo se impulsa el fracking?
La Ley de Hidrocarburos regula todo lo relacionado con las extracciones. Si se extrae menos de ciertas cantidades, la legislación no obliga a una Declaración de Impacto Ambiental (DIA). Y ello plantea un problema con el fracking pues, a pesar de que haya casos en que no se realicen grandes extracciones, no deja de ser una actividad contaminante y que se debería someter a DIA. Cuando el proyecto afecta a una autonomía, son las consejerías las que han de autorizarlo (si afecta a varias, compete al gobierno central la autorización). En el ámbito local, los ayuntamientos conceden las licencias de obra. Se dan casos en que las empresas disponen de los permisos de investigación del ministerio y las consejerías, pero que luego los ayuntamientos deniegan.
- ¿Cuáles son los territorios más afectados? ¿Y los principales focos de oposición?
Se han localizado yacimientos susceptibles de explotación en el País Vasco, Cantabria, Burgos, Cataluña, Murcia, Castellón y Andalucía. La mayoría de los permisos se han otorgado para las fases de investigación y exploración. Por otra parte, se está dando una oposición fuerte en el ámbito local. De hecho, decenas de municipios de Araba, Gipuzkoa, Bizkaia, Burgos, Soria y Cantabria se han declarado libres de fracking. Y esto ha sido posible gracias a la presión ciudadana, articulada en torno a plataformas con grupos ecologistas, movimientos sociales y ciudadanos. Se han constituido plataformas en Castellón, Burgos, Vitoria y zonas de Cataluña y Cantabria, es decir, en todos los lugares donde se plantean estas iniciativas tan agresivas.
- ¿Cuáles son los principales impactos ambientales del fracking?
La contaminación de aguas (superficiales y subterráneas), del aire y la tierra. Además, algunos de los productos químicos que se añaden al agua para extraer el gas de la roca son muy nocivos. También estos proyectos implican gran ocupación del territorio. Depósitos, plataformas, carreteras para el transporte de mercancías peligrosas acompañan a cada iniciativa de fracking . Otra cuestión es el riesgo de fugas de gas en las extracciones, hacia los acuíferos o hacia la atmósfera. Y hemos de considerar, en ese sentido, que el gas metano (el que se obtiene de la roca) tiene mayor impacto de efecto invernadero que el CO2. También han de tenerse en cuenta los enormes recursos económicos que, al destinarse al fracking , no se dedican a las energías limpias. Respecto al consumo de agua (un recurso ya muy escaso), son necesarios unos 25 millones de litros por pozo y cada plataforma de fracking puede contar con 6, 8 ó 10 pozos.
- ¿Consideras que hay alternativas?
Las alternativas pasan por un cambio en el modelo de consumo energético, que prime el ahorro. Si se potenciaran mecanismos de ahorro y eficiencia (sin un cambio profundo en el estilo de vida), podría ahorrarse un 35% de energía eléctrica. Pero habría que introducir cambios. Por ejemplo, la inversión en el aislamiento de las edificaciones o el uso de biomasa para las calefacciones. Se trata, asimismo, de potenciar las energías renovables. Al ritmo actual, y con medidas de ahorro, en 2020 podrían reducirse al 25% (tomándose como índice 100 el año 2009) la producción de gas natural para la generación de energía eléctrica.
Como saben, la fractura hidráulica o fracking es una técnica utilizada para liberar gas o petróleo de rocas sedimentarias de muy baja porosidad y permeabilidad (shales) a base de inyectar en el subsuelo agua a presión, junto a pequeñas cantidades de arena y productos químicos. El uso de esta técnica ha suscitado una viva polémica que desde una perspectiva desapasionada, estrictamente científica, revela mucha más opinión y convicción que conocimiento y espíritu crítico. Algo que no resulta sorprendente en una sociedad que vive inmersa en un proceso acelerado de trivialización y simplificación de los temas complejos, como es el caso de la sostenibilidad energética.
Esta pasa por la resolución de un trilema, definido por tres retos íntimamente relacionados entre sí y que no pueden solventarse uno a uno, independientemente de los otros dos. Podemos decir que la sostenibilidad energética se dirime en tres frentes de batalla simultáneos, que dibujan un triángulo con vértices definidos por la e de la economía, la e de la energía (o de seguridad de suministro) y la e de la ecología (o del medio ambiente-cambio climático). Lo aconsejable en política energética es buscar el baricentro de este hipotético triángulo. Si adoptamos medidas muy decantadas hacia uno de los vértices, corremos el riesgo de descuidar los otros dos frentes de batalla y perder la guerra. Esto quiere decir que debemos aspirar a un mix energético lo más limpio, barato y seguro posible. No nos podemos conformar con disponer de un suministro abundante a precios competitivos, pero medioambientalmente sucio. Sin embargo, tampoco resulta recomendable aspirar a un suministro limpio, a costa de descuidar la seguridad y/o los costes.
En este contexto, parece lógico pensar que un análisis riguroso de la técnica de fracturación hidráulica requiere, como mínimo, revisar el balance arrojado en cada uno de los tres frentes citados. Algo que solo puede hacerse para el caso de Estados Unidos: a fin de cuentas, la producción comercial de petróleo y gas mediante dicha técnica se restringe prácticamente a este país y de manera accesoria a Canadá.
Por lo que respecta a la seguridad de suministro, la Agencia Internacional de la Energía (AIE) señala que el repunte de la producción de petróleo y gas en Estados Unidos, impulsado por la tecnología de la fracturación hidráulica, está en vías de redibujar el mapa energético global. La Agencia prevé que Estados Unidos se convierta hacia 2020 en el mayor productor mundial de petróleo, desplazando temporalmente, hasta mediados de la década de los veinte, a Arabia Saudí. Esto, unido a los efectos de las nuevas medidas de eficiencia energética previstas para el sector del transporte, comportaría una caída continuada de las importaciones de petróleo, hasta el punto que hacia 2030 Norteamérica se habría convertido en una región exportadora neta de este hidrocarburo. Y algo similar sucede con el gas natural. Las previsiones de la AIE son que en el año 2035 algo más de la mitad de la producción de gas en Estados Unidos se obtenga mediante la aplicación de técnicas de fracturación hidráulica. Esto haría que el país, que en 2010 importaba cerca de un 10% de su consumo, pudiera transformarse a medio plazo en un exportador neto.
En conjunto, las proyecciones apuntan a que Estados Unidos, que día importa cerca del 20% de su demanda total de energía, se convierta hacia 2030 en prácticamente autosuficiente, lo que supone una diferencia radical respecto a la tendencia prevista para el resto de los países que actualmente son importadores de energía. En este sentido, merece la pena destacar que, durante el mismo periodo, la dependencia de las importaciones de petróleo y gas de la Unión Europea podría haberse incrementado a porcentajes cercanos al 90%.
La situación en el frente de la economía también revela un balance positivo. No cabe duda de que el repunte de la producción de petróleo y gas en Estados Unidos mediante el uso de la fracturación hidráulica está impulsando la actividad económica del país, creando una nueva industria, generando puestos de trabajo y abaratando los precios del gas y de la electricidad. Un factor este último que, además de un alivio para la economía doméstica, supone un importante atractivo para la implantación de nuevas industrias y una mejora de la competitividad de las ya existentes.
Aunque existen dudas sobre la persistencia en el tiempo de los bajos precios del gas en Estados Unidos —hay quien incluso habla de una burbuja a punto de estallar— las previsiones de la AIE son que durante el periodo 2010-2035 el precio del gas en dicho país será entre tres y dos veces más barato que la media de la Unión Europea, mientras que los precios de la electricidad en esta zona serán de cuatro a cinco veces más caros que en Estados Unidos, lo que sin duda supondrá un pesado fardo para la competitividad de la industria del Viejo Continente.
En contraposición a los dos frentes analizados, el del medio ambiente presenta un balance bastante menos halagüeño, aglutinando el grueso de las críticas de los opositores a la fracturación hidráulica. Hasta la fecha se han perforado un millón largo de pozos en Estados Unidos utilizando dicha técnica y, como no podía ser de otra manera, la curva de aprendizaje, iniciada hace tres décadas por compañías pequeñas y con poco margen económico, aparece jalonada por incidentes fruto del proceso de ensayo-error y de las malas prácticas inherentes al nacimiento de cualquier nueva industria. A esto debe añadírsele otros impactos intrínsecos a la técnica de fracturación hidráulica, tales como una intensiva ocupación del territorio, un importante consumo de agua dulce y la generación ocasional de microseísmos. Todo ello sin olvidarnos de la necesidad de gestionar adecuadamente un volumen creciente de los fluidos recuperados tras el proceso de fracturación, así como de las emisiones de dióxido de carbono originadas, en algunas regiones, por la quema del gas asociado a las explotaciones de petróleo no convencional.
Los oponentes a la técnica de la fracturación hidráulica también hacen hincapié en la frecuente e inevitable contaminación de acuíferos por la migración de parte de los fluidos inyectados en el subsuelo, así como por el metano liberado de las rocas. Sin embargo, las evidencias recogidas en la literatura científica apuntan a que, salvo en el caso de accidentes provocados por malas prácticas durante las perforaciones, no existen pruebas concluyentes sobre la realidad de ambos fenómenos, básicamente por la ausencia de estudios solventes al respecto. Esta carencia es atribuida a que las operaciones de las compañías perforadoras están protegidas legalmente por cláusulas de confidencialidad, a la dificultad de que las investigaciones científicas puedan acompasarse al ritmo frenético impuesto por la industria (en el conjunto de Estados Unidos se perforan varias decenas de miles de pozos por año) y a la falta de una financiación adecuada para la investigación.
Parece, pues, que en Estados Unidos la ciencia no ha podido seguir el ritmo impuesto por la industria en el tema de los impactos ambientales de la fractura hidráulica, particularmente en el caso de las pautas de migración de los fluidos inyectados o liberados en el subsuelo. Estamos hablando de un ritmo endemoniado, posiblemente alimentado por la codicia: no en vano, en la mayor parte de Estados Unidos, el propietario de un terreno también lo es de las potenciales riquezas escondidas debajo, en el subsuelo.
Mi opinión es que Estados Unidos no ha resuelto satisfactoriamente el trilema formulado al comienzo de este artículo. Simplemente se ha limitado a dejar actuar al mercado sobre el eje economía-seguridad de suministro. Es hora de que las Administraciones, de la mano de la ciencia y con la complicidad de las organizaciones sociales, busquen un mayor compromiso con el medio ambiente a través de la regulación.
Algo similar a lo que acaba de ocurrir en el Estado de Illinois donde, tras una inusual colaboración entre la industria y algunos grupos ambientalistas, se ha aprobado la regulación más estricta de Estados Unidos con el propósito de crear miles de puestos de trabajo en ciertas zonas económicamente deprimidas.
De un tiempo a esta parte, y amparándose en la dependencia energética que padecemos, determinadas instituciones, en su día con el lehendakari Patxi López a la cabeza, parecen empeñadas en hacernos ver las bondades del sistema de extracción de gas no convencional mediante fractura hidráulica (fracking). La técnica consiste en extraer el gas que está en la roca madre, normalmente pizarra de muy baja porosidad y a gran profundidad (entre los 400 y los 5000 metros), mediante la inyección a gran presión de grandes cantidades de agua acompañadas de arena y otros productos químicos necesarios para el proceso, en perforaciones primero verticales para llegar a la roca madre y posteriormente horizontales. La técnica implica también el uso de explosivos para fracturar la roca.
Hay aspectos de esta técnica que cabe resaltar. En primer lugar, que es menos rentable que yacimientos convencionales de gas debido a las grandes inversiones económicas que conlleva. Contemplando el coste medioambiental, podemos afirmar que no es rentable en absoluto. Se exigen infraestructuras y carreteras para el transporte del gas, lo que aumenta la inversión allí donde no existan. Sólo EEUU explota el fracking de forma masiva, y debido a las enormes inversiones necesarias frente al precio final del gas, diversos expertos en la materia se replantean la rentabilidad de la técnica. Un replanteamiento que se está realizando con infinidad de plataformas y pozos ya abiertos y habiendo generado ya un enorme impacto ambiental.
Aparte de esto, el fracking tiene graves consecuencias en el medio ambiente, siendo la más preocupante la contaminación del agua. Los acuíferos subterráneos pueden resultar contaminados por los productos químicos que se añaden al agua a presión y su objetivo es hacer el proceso más eficiente. Entre estos productos se encuentran más de 500 sustancias, la mayoría de ellas con propiedades altamente contaminantes e incluso algunas cancerígenas y mutágenas. El fluido de retorno también puede hacer aflorar a la superficie sustancias muy peligrosas de las propias capas de pizarra, como mercurio o plomo. Las aguas de superficie se pueden ver afectadas por derrames y filtraciones de los fluidos de fractura, tanto durante su transporte como durante su almacenamiento. En este sentido, la Universidad de Manchester afirma en un informe que existe un considerable número de casos en EEUU en los que esto se habría podido producir.
Hay otros efectos no menos importantes, como las excesivas emisiones de gases de efecto invernadero, principalmente metano y CO2 derivados de la evaporación de los gases disueltos en los fluidos de retorno, de la maquinaria de perforación y del tráfico de camiones. Otros efectos adversos son el excesivo consumo de agua necesario, que puede llegar incluso a perjudicar los suministros locales, la dificultosa gestión de los residuos generados o la posibilidad de aparición de terremotos asociados a la técnica, entre otros.
Todos estos peligros han llevado a varios países a prohibir el fracking, como ha ocurrido en Francia, o al menos a instaurar una moratoria. Mientras tanto, en Euskadi y en otros puntos del Estado se han concedido varios permisos de investigación, cuyos promotores son fundamentalmente compañías extranjeras.