Sería porque los viajeros de Lantxabe, en aquella fecha de 9 de julio de 2010, recorrieron Lyon, aquí donde nació el cine, o al menos los hermanos Lumière, que lo inventaron y que aquí en Lyon visitaron su museo en aquella fecha porque sabían que aquí, en Lyon, se lograrían muchas cosas, sería porque los hermanos Lumiére son dos, que el partido requería un par de artistas, esos que en las grandes películas se presentan como actores invitados, que suelen ser más importantes que los protagonistas. Sería porque los viajeros de Lantxabe son ellos mismos unos artistas o, al menos, van tan lejos como haga falta en busca del arte, por eso o por lo que sea, de pronto aparecieron Carlos Vela asistiendo y Griezmann definiendo de chilena junto a la media luna del área. Sería porque en una ciudad típicamente universitaria (le segunda de Francia, tras París) los futbolistas académicos e intuitivos al mismo tiempo tienen más posibilidades de sacar sobresaliente por lo uno y por lo otro, y de eso se contagian los viajeros de Lantxabe. Sería por lo que fuese, lo cierto es que la Real, la inexperta en estas lides frente a un Olympique con el gen de la Champions (84 partidos disputados) metido en el club, se adelantó en el marcador a la segunda llegada. La primera, del catedrático Carlos Vela, tropezó con el poste cuando se antojaba, por su currículo, un gol que diera en el hierro interno que sujeta la caída de la red para hacer los goles más bellos. A la segunda, la cazó Griezmann con una chilena ladeada de esas que los acongojados la mandan a la tribuna y los ilustrados a la red (otra vez vez vienen a la cabeza nuestros ilustrados viajeros)
Pero la película, en homenaje a nuestros queridos hermanos Luimière, cuyo museo visitamos hace algo más de dos años, guardaba otras escenas para el recuerdo. A Seferovic, un suizo de origen bosnio, aún por curtir y con un aire a Kovacevic por sus cadencias en el área, se le ocurrió pasar de debutante en la competición a promesa del cinematógrafo futbolístico. Su gol fue un acto de fe, una frase redonda dicha desde fuera del área, cuando nadie se la esperaba, como quien se arrebata de tanto trabajar los espacios y por fin se le antoja que la portería es un desierto que conviene explorar. Su zapatazo fue glorioso, impetuoso, valiente, como corresponde a un delantero centro de toda la vida, un nómada del área que cuando se da la vuelta, por fin, aprieta los dientes, mira al portero y lo ignora con un zapatazo que es un disparo automático, seco y violento.
Tan bellos goles como aquel detallado y gozozo viaje por la Champaña y la Borgoña, hace, recién cumplidos dos años como dos goles.
Si resulta comprensible la tentación de maquillar las biografías individuales de forma que todo cuadre y nada chirríe, cuánto más lo es el tuning en las hazañas colectivas en las que voluntariosamente nos gusta vernos reflejados como grupo. En estas horas de gloria realista, resulta fácil, ¿divertido? ¿agudo?, traer el viaje que hizo Lantxabe hace tres años hacia la Campaña y la Borgoña, y de regreso se pararan, para descansar, en Lyon. Fácil sí, pero es de buen gusto…