5 comentarios en “Unas vacaciones con Julio Cortázar”
Javier
A principios de verano cumplió medio siglo Rayuela y abundaron los elogios escritos a esa novela, quizá la más conocida de Julio Cortázar. Pese a ello, desde hace años tengo la fuerte impresión de que el crédito de Cortázar en general y de ese libro emblemático en particular es, sobre todo entre los escritores en español, bastante escaso, y por eso sospecho que una de las pocas opiniones discrepantes que escuché en los días del aniversario, la de Damián Tabarovsky – según el cual Rayuela “nació cursi, remanida, llena de recursos demagógicos”–, es la que mejor expresa la opinión de muchos escritores sobre la obra de Cortázar. ¿Es eso verdad? ¿Es Rayuela una novela cursi? Puede ser, o puede que nos lo parezca, pero también nos parece ahora cursi –no pongo el ejemplo al azar– el Mayo del 68, con todo su idealismo juvenil, y cabría preguntarse qué sería hoy de nosotros sin él; puede que Rayuela sea cursi, pero es que a los 18 años, cuando tantos la leímos con la intensidad alucinada con que sólo se lee a los 18 años, todos somos un poco cursis, igual que, según el célebre verso de Pessoa, todas las cartas de amor son ridículas. Una de las formas de aquilatar la importancia de un libro consiste en preguntarse qué hubiera ocurrido si no existiese; la respuesta, en este caso, parece obvia: sencillamente, una parte nada desdeñable de la mejor literatura escrita desde entonces en español no existiría, o al menos no existiría como la conocemos. La de Roberto Bolaño, sin ir más lejos: al fin y al cabo, Los detectives salvajes puede leerse como una puesta al día de Rayuela . Menciono adrede a Bolaño: como él ahora, Cortázar fue idolatrado por sus seguidores, que lo consideraban superior a Borges (cosa que a Cortázar debía de darle risa, como le hubiera dado risa a Bolaño que sus seguidores lo consideren superior a Cortázar); como Bolaño ahora, Cortázar suscitó legiones de jóvenes imitadores. Ambas cosas obraron en contra de Cortázar (como pueden obrar en contra de Bolaño), sobre todo la segunda: no en vano muchos de los detractores actuales de Cortázar son en realidad vástagos emancipados de su tutela. O dicho de otro modo: ahora estamos defendiendo a Cortázar de antiguos cortazaritos (igual que pronto habrá que defender a Bolaño de antiguos bolañitos). Sea como sea, una cosa es segura: en su momento, Rayuela supuso una revolución para la literatura en español; de hecho, si fuera posible mezclarla con Tres tristes tigres y añadirle de paso unas gotitas de Tiempo de silencio, el resultado sería lo más parecido a lo que, 40 años antes, representó para el inglés el Ulysses: una inyección de libertad desconocida hasta entonces.
El tema de ‘Rayuela’ es sencillo: un letraherido porteño llamado Horacio Oliveira busca el paraíso; todo el libro no es en el fondo sino un vagabundeo metafísico-humorístico en torno a ese núcleo. Por supuesto, el paraíso que busca Horacio es un paraíso terrenal, inalcanzable, pero años más tarde Cortázar creyó alcanzarlo en la revolución cubana, o en la revolución a secas. Cortázar siguió siendo el mismo –nadie ha escuchado hablar mal de Cortázar a una persona decente: él no era de este mundo, y por eso buscaba otro con tanto ahínco–, aunque su escritura se resintió, se destensó, se volvió previsiblemente cortazariana; a él no le importó, o eso creo, porque había decidido ponerla al servicio de una causa que consideraba superior. Un cliché muy extendido sostiene que sus novelas han envejecido mal, pero sus cuentos no; como tantos clichés, éste tiene su parte de verdad: yo al menos creo que perdurarán algunos cuentos de Bestiario, de Las armas secretas, de Todos los fuegos el fuego. Los escritores tendemos a la ingratitud, pero en nuestra lengua pocos la merecen menos que Cortázar.
El gran libro de los insultos’. ‘La raza catalana – 2ª Parte: La invasión de los ultracuerpos’. ‘Misterios sin resolver’. ‘Claves de la transición (para adultos)’. ‘Para acabar con todas las guerras’. ‘El manual del dictador’. ‘Cómo hacer bien el mal’. ‘El caso Bárcenas’. ‘Historia de la guerra del Peloponeso’. ‘El manicomio catalán’. ‘Qué hacer con España’. ‘La vida Pim Pam’. ‘El paraíso está a los pies de las mujeres’. ‘Mezcla de lejía y crema (y otros relatos sobre mi primera vez’). ‘El oso hormiguero de su majestad’. ‘Quién te ha visto y quién te ve, Mary’. ‘España contra pronóstico’. ‘Yo, que sí corrí delante de los grises’. ‘Pídeme lo que quieras o déjame’. ‘Ya eres líder’. ‘Cómo salir de ésta’. ‘Cómo preparar un plan de social media marketing’. ‘Descubra la auditoría (La vida en una Big Four)’. ‘El liderazgo centrado en principios’. ‘España, destino tercer mundo’. ‘¡Que se entere todo el mundo!’. ‘Declaración de la renta 2012 para Dummies’. ‘El perro positivo – Descubre el poder de ser positivo’. ‘Coaching para todos’. ‘Descubrir tu pasión lo cambia todo’ (con prólogo de Eduardo Punset). ‘¡Cómo pensar como Sherlock Holmes?’. ‘La pelota no entra por azar’. ‘Vender me gusta’. ‘Vender es humano’. ‘Movilízate’, de Toni Cantó.
AM
Las palabras tienen vida propia. Seguimos diciendo que el Sol sale por el Este aunque sabemos desde hace siglos que el Sol no sale por ninguna parte porque es la Tierra la que se mueve a su alrededor. Por eso, aunque también sepamos que quedan pocas islas desiertas y que nuestras posibilidades de terminar en alguna de ellas sean más que remotas, cada tanto escuchamos una pregunta clásica: ¿qué libro te llevarías a una isla desierta?
El mero hecho de pensar que nos llevamos ese dichoso libro equivale a imaginar que lo metemos en la maleta antes de salir de viaje y lo sacamos al llegar a nuestro destino, es decir, que vamos de vacaciones, pero basta con escuchar juntas las palabras desierta e isla para que, irremediablemente, pensemos en naufragio. Mejor, en un náufrago: Robinson Crusoe. Que ese sea, además del título de la célebre novela de Daniel Defoe, el nombre de una isla chilena es otra demostración de que las palabras caminan por su cuenta. Hasta que en los años sesenta, y con la inestimable ayuda del Servicio Nacional de Turismo de Chile, la literatura triunfó sobre la geografía, las islas del archipiélago Juan Fernández llevaban el nombre que les había puesto el mismísimo Fernández, un navegante portugués del siglo XVI que, perdido en el Pacífico, se topó con tres ínsulas a las que llamó Más Afuera, Más a Tierra y Santa Clara.
Hoy las dos primeras reciben el nombre de Isla Alejandro Selkirk e Isla Robinson Crusoe, algo así como si Oviedo hubiera pasado a llamarse Vetusta a partir de la consagración de Clarín. O mejor, si unos llamasen a Oviedo Ciudad Regenta y otros, Ciudad Ana Ozores, porque el Selkirk real y el Robinson ficticio son el mismo. Selkirk fue un marino escocés que, tras rebelarse contra su capitán, fue abandonado en Más a Tierra en 1704. Allí pasó cuatro años solo hasta que un barco lo devolvió a Europa. Poco después Daniel Defoe construyó con sus aventuras la primera novela en lengua inglesa, la epopeya de un hombre moderno, es decir, de un individualista.
Defoe publicó su obra en 1719 y casi tres siglos más tarde, en el otoño de 2010, uno de los representantes más ilustres de la estirpe inaugurada por él, Jonathan Franzen, viajó hasta el archipiélago chileno para aislarse —qué si no— tras la extenuante promoción de Libertad y para esparcir allí parte de las cenizas de otro joven ilustre: su amigo David Foster Wallace, suicidado dos años antes. La crónica de aquel viaje está recogida en un volumen que lleva por título el viejo nombre de la isla Selkirk: Más Afuera. La editorial Salamandra lo publicó hace unos meses en traducción de Isabel Ferrer. Sabemos que, junto a las cenizas de Foster Wallace, Franzen llevaba una edición de bolsillo de Robinson Crusoe. La elección parece obvia —es el libro de la isla desierta al cuadrado—, pero tan solo sirve para un lugar así. Por eso sigue en pie, por los siglos, esa pregunta a la que, socarrón, G. K. Chesterton respondió diciendo que a la famosa isla él se llevaría un manual para la construcción de veleros.
A los curiosos que se hayan preguntado si Robinson tenía algo que leer en su bendita isla les diremos que sí. En el capítulo cuarto del relato, el náufrago rescata de su barco encallado —al personaje no lo abandonan: la ficción es menos cruel que la realidad— varios mapas, tratados de navegación, devocionarios, un puñado de libros portugueses cuya identificación sigue entreteniendo a los eruditos 300 años después y tres biblias.
La Biblia es clave, y no solo por ser el libro de los libros o porque sea el único que supera a Robinson Crusoe como el más leído de la historia en inglés; es clave porque es un fijo de las islas desiertas. Y más si son misteriosas como, efectivamente, La isla misteriosa, la novela que Julio Verne publicó en 1875 y cuyos protagonistas llegan accidentalmente en globo a la isla Lincoln, por cierto, inexistente. Allí les hará llegar el Capitán Nemo un arcón con un atlas, un diccionario de lenguas polinesias, una enciclopedia de ciencias naturales y, por supuesto, una Biblia. Chesterton firmaría esa lista.
En el fondo, el inefable libro de la isla desierta tiene algo de aviso de la fragilidad de todo lo que necesita enchufes, ebooks incluidos. También algo de antídoto contra el dulce veneno de los récords mundiales: lo más visto, lo más vendido, los fologüers de Twitter… Julio Verne nos cuenta que Nemo guardaba en el Nautilus 12.000 volúmenes. La mitad que el propio Verne en su vivienda de Amiens, pero un número astronómico si pensamos que en la supuesta casa natal de Leonardo se exhibe una lista con los libros que, Gutenberg mediante, formaron su biblioteca. Solo son 75, pero no faltan Tito Livio, Plinio, Ovidio, Lucano o San Agustín. Destilada por la pobreza o por la inteligencia, la del genio de Vinci se parece mucho a aquella biblioteca que recordaba Monterroso en sus memorias de infancia: era tan mala que solo tenía libros buenos. De wifi, por supuesto, ni hablamos.
Amazon ha triunfado en el mundo a base de reproducirlo a su imagen y semejanza. Los más feroces ataques a internet circulan por las redes sociales; las taras del último dispositivo táctil se formulan desde iPhones; los mejores estudios sobre adicción a la red se cuelgan en formato pdf. En esta línea, Bezos se ha hecho rico vendiendo desde una página que incluye las más demoledoras críticas a sus productos por parte de los propios compradores.
Es probable que Bezos jamás se haya internado en ’The Washington Post’, más allá de la sección de Economía. Lejos de ser un inconveniente, su ignorancia es una ventaja. Hace tiempo que el centro de gravedad de los periódicos se desplazó desde la redacción hasta la administración, del director al director financiero, en un proceso paralelo al que llevó del afán por hacer periódicos a la necesidad por hacer dinero. Podríamos situar esta transformación en el momento en el que los medios creyeron que podrían cotizar en Bolsa, otro error no informativo, sino económico. Actualmente, la industria de las conferencias y cursos sobre periodismo arroja muchos más beneficios que el propio ejercicio del periodismo.
En principio, Bezos no tiene ni repajolera idea de medios de comunicación, lo cual redobla nuestras esperanzas en que su gestión alumbre el milagro. Sería una enorme decepción descubrir que tiene su propia teoría sobre la supervivencia de los medios. Hay que tener en cuenta que los gurús -y a día de hoy son más numerosos que los periódicos rentables- ya nos han arrastrado sucesivamente por las teorías del ‘nuevo modelo de negocio’: el futuro pasaba por los periódicos gratuitos, luego por los periódicos de pago, a continuación por la publicidad en webs abiertas y más tarde, por la suscripción a webs encriptadas. Ya sólo estamos dispuestos a depositar nuestra confianza en lo extravagante. Dicen que casi todos los enfermos desahuciados pasan por esa etapa. Por de pronto, la noticia ya no es qué periódico se ha vendido, sino quién lo ha comprado, algo inédito en los últimos años.
La conversación entre varios escritores latino americanos en las primeras dé cadas del siglo XX sobre la situación en el continente, alcanzó el compromiso de escribir una novela cada uno sobre las dictaduras a las que estaban sometidos sus pueblos. Era la época en que el imperio estadounidense, el que se autoproclama democracia por excelencia, atizaba el continente americano con bala sin que hubiese resistencia suficiente para frenar o vencer a los golpistas o invasores.
Miguel Ángel Asturias, escritor comprometido políticamente, que participaba de su tiempo, solidario con su pueblo , fue el primer escritor que entregó una novela sobre un dictador, “El señor Presidente”, con ella mostraba una dictadura que, para más actualidad, tiene elecciones que llaman democráticas. Parece preguntarnos hoy, ¿un nuevo modelo, o un viejo modelo?, ¿qué define al régimen, el aspecto formal con que lo viste el imperio, o el contenido, el quehacer diario de quien tiene el gobierno y el poder?.
Miguel Ángel Asturias metió en sus páginas sin nombrarlo al tirano Manuel Estrada, que se hizo con el poder tras el asesinato de su precedente. Fue apoyado, cómo no, por el gobierno de eeuu cuyo brazo United Fruit Company privatizó Guatemala construyendo su estado-empresa. ¿Pueden ser demócratas los asesinos de las clases trabajadoras, o quienes atentan contra los Derechos Humanos?. Miguel Ángel Asturias, Premio Lenin de la Paz (1966), Premio Nobel de Literatura (1967), Premio Montsegur, en Francia, escribe “El señor Presidente” entre 1922 y 1933, la termina en París, observen que son años en los que hitler, mussolini y franco, condenados como asesinos de la Humanidad, todavía no han accedido al poder. Lo que estos representan en el mundo y la difusión de su carácter, ha venido muy bien a otros dictadores para difuminar las tiranías anteriores y las que ellos promueven hoy con el adjetivo, el barniz, de democracia.
La novela de Miguel Ángel Asturias no fue publicada hasta 1946, y en México. México, entonces tenía un gobierno respetuoso con los Derechos Humanos, y, como vemos, lo hacía de manera muy adelantada, tanto p or la situación en la que estaba el mundo -desde España aún recordamos la acogida a nuestros exiliados- como por la situación en la que nos encontramos hoy, con el parlamentarismo como cebo, mientras el imperio con todo su aparato, militar, financiero, propagandístico, implanta el terror y corrompe las sociedades.
Miguel Ángel Asturias nace en 1899 y muere en 1974, un año antes que franco, que dejó sucesor y situación apropiada. Voten al presidente y su régimen, así facilitan a la contrata dirigente el que les revienten su existencia.
En “El señor Presidente” el autor hace su discurso sobre el terror de un gobierno que se dice democrático y es propiamente corrupto y empobrece al pueblo, que además reprime y asesina. Eso sí, convoca elecciones y lleva a cabo sus campañas y todo.
La novela se abre en medio de la noche con el redoblar de las campanas de la catedral, y Miguel Ángel Asturias hace una onomatopella empleando el nombre del demonio para nombrar al presidente, “Alumbra, lumbre de alumbre, Luzbel de pi edralumbre, sobre la podredumbre! …” Tras esto el dibujo de los más pobres durmiendo sobre la basura y los sueños que recorren sus cuerpos, basura y sueños en nombres de objetos e imágenes, conforme alguno grita, llora, o los soldados arrastran a un prisionero político, la enumeración, en cualquiera de los casos, está indicando la vida rutinaria, redundante. Tan sólo la muerte de un general que se burla del más desgraciado, un loco, hará que la tiranía descargue sobre el pueblo, en medio de la existencia miserable y sufriendo una persecución selectiva, todo su peso de terror, para terminar castigando como el asesino de su general a un ciego, manco y sin piernas. Y si la enumeración rutinaria alude a la vida desgraciada, el final de la novela repite la presencia de un loco, creando una narración circular, todo vuelve al punto que habíamos dejado atrás, pero no en la misma circunstancia.
El dictador demócrata aprovecha la muerte de su general para eliminar a quien le critica, lo que levanta contra él a otro gen eral que no le es afín, y prepara la manera de hacer frente a ese presidente, a su aparato y su sistema: “Y volvió el puño … abriendo y cerrando los dedos como para estrangular no sólo a aquél bandido con título, sino a todo un sistema social que le traía de vergüenza en vergüenza.” La esperada lucha del militar se verá truncada por el envenenamiento del general rebelde: “… creían soñar despiertos al oír lo que contaba el jinete. El general Canales había fallecido de repente, al acabar de comer, cuando salía a ponerse al frente de las tropas. … “¡Algo le dieron, raíz de chiltepe, acitillo que no deja rastro cuando mata, que qué casual que muriera en ese momento!” -observó una voz. “¡Y es que se debía haber cuidado!”, con lo que la solución queda en manos del pueblo.
Miguel Ángel Asturias ha ido construyendo una alternativa a la dictadura desde la resistencia, desde la sociedad civil, desde los detenidos en la cárcel, y de éstos encontramos un diálogo que invita al futuro: “- ¡Hablen, sigan hablando; no se c allen por lo que más quieran en el mundo; …” “- Es mejor rezar …” “-Recemos.” “-Pero el estudiante se interpuso: ¡Qué es eso de rezar! ¡No debemos rezar! ¡Tratemos de romper esa puerta y de ir a la revolución!. … ¡Hablen, sigan hablando, sigan hablando”.
El porvenir se encuentra con una nueva dinámica, la repetición del terror dictatorial ya no pasa por la misma circunstancia; los jóvenes, los estudiantes, los que aprenden de la Historia no repiten, quieren la revolución, saben que es el camino que acab a con la dictadura que aún convoca elecciones: “Como ciudadanos,… como hombres de bien, … ¡proclamamos! … la REELECCIÓN DE NUESTRO EGREGIO MANDATARIO Y NADA MÁS QUE (EN) SU REELECCIÓN! ¿Por qué aventurar la barca del Estado en lo que no conocemos …?”.
De spués de tachar de loco al que no vote por el tirano presidente demócrata y pedir que a ese que no le vota se le juzgue por traición, termina: ¡¡¡ CONCIUDADANOS, LAS URNAS OS ESPERAN ¡VOTAD POR NUESTRO CANDIDATO! ¡QUE SERÁ! ¡REELEGIDO! ¡POR! ¡EL! ¡PUEBLO!!!”.
Miguel Ángel Asturias compone una novela con situaciones terroríficas y personajes esperpénticos, rasgos de humor negro, vida social sumergida en la usura, en el engaño, y en cierta parte amor sobre el que la venganza psicológica, el chivateo y la trai ción caen con una crueldad de grandes dimensiones, impregnada de religiosidad. La dictadura, en la trama, aparece con vínculos al imperi estadounidense.
Miguel Ángel Asturias descompone el lenguaje para hacerlo más significativo, busca sonidos, imágenes, m ovimiento, sugerencias, plasma la poesía trabajando el flujo de conciencia, con la disociación de ideas presenta el estado anímico, los sueños, ilumina con la metáfora, con la comparación, con la superposición de escenas, … trabaja desde el realismo mágico y el surrealismo, “el afilador se afila los dientes para reírse”, . En los años en que Miguel Ángel Asturias escribe ésta gran novela, las búsquedas literarias eran parte de la duda del siglo XX, del rechazo al pasado que había dejado la peor guerra conocida hasta entonces y que continuaría en una segunda guerra. Miguel Ángel Asturias escribía literatura crítica, literatura de su tiempo, su obra en conjunto ha sido un estímulo para las conciencias que quieren cambiar el mundo, su obra es una búsqueda en una situación de crisis generalizada.
Un elemento a tener en cuenta es que el dictador demócrata casi no aparece, es un rey que vive en la oscuridad, con lo que el terror del Estado forma parte de la vida, como la cosa más normal, diríamos que hemos caído e n el infierno y lo asimilamos como democrático.
Mientras la oscuridad cubre el tiempo de la novela y la luz ocupa muy poco, ésta ofrece una salida, con lo que la oscuridad y la luz adquieren carácter simbólico, por ejemplo un momento de amor, el capítulo “ Luz para ciegos”, se produce cuando el sol alumbra plenamente.
La primera y la segunda parte están trabajadas en paralelo, con la particularidad en todo el texto de ir trenzando los capítulos, de este modo la acción se ve contenida, creando expectativas y enriqueciendo los varios desarrollos. A ello hay que sumar otro aspecto organizativo que da en el tema, si la primera parte necesita tres días y la segunda cuatro, para entrar en la tercera se nos advierte que en ella transcurren “semanas, meses, años …”, con lo que nos deja ver que, aunque pase el tiempo que pase, el pueblo se enfrentará a la dictadura que se viste de demócrata.
A principios de verano cumplió medio siglo Rayuela y abundaron los elogios escritos a esa novela, quizá la más conocida de Julio Cortázar. Pese a ello, desde hace años tengo la fuerte impresión de que el crédito de Cortázar en general y de ese libro emblemático en particular es, sobre todo entre los escritores en español, bastante escaso, y por eso sospecho que una de las pocas opiniones discrepantes que escuché en los días del aniversario, la de Damián Tabarovsky – según el cual Rayuela “nació cursi, remanida, llena de recursos demagógicos”–, es la que mejor expresa la opinión de muchos escritores sobre la obra de Cortázar. ¿Es eso verdad? ¿Es Rayuela una novela cursi? Puede ser, o puede que nos lo parezca, pero también nos parece ahora cursi –no pongo el ejemplo al azar– el Mayo del 68, con todo su idealismo juvenil, y cabría preguntarse qué sería hoy de nosotros sin él; puede que Rayuela sea cursi, pero es que a los 18 años, cuando tantos la leímos con la intensidad alucinada con que sólo se lee a los 18 años, todos somos un poco cursis, igual que, según el célebre verso de Pessoa, todas las cartas de amor son ridículas. Una de las formas de aquilatar la importancia de un libro consiste en preguntarse qué hubiera ocurrido si no existiese; la respuesta, en este caso, parece obvia: sencillamente, una parte nada desdeñable de la mejor literatura escrita desde entonces en español no existiría, o al menos no existiría como la conocemos. La de Roberto Bolaño, sin ir más lejos: al fin y al cabo, Los detectives salvajes puede leerse como una puesta al día de Rayuela . Menciono adrede a Bolaño: como él ahora, Cortázar fue idolatrado por sus seguidores, que lo consideraban superior a Borges (cosa que a Cortázar debía de darle risa, como le hubiera dado risa a Bolaño que sus seguidores lo consideren superior a Cortázar); como Bolaño ahora, Cortázar suscitó legiones de jóvenes imitadores. Ambas cosas obraron en contra de Cortázar (como pueden obrar en contra de Bolaño), sobre todo la segunda: no en vano muchos de los detractores actuales de Cortázar son en realidad vástagos emancipados de su tutela. O dicho de otro modo: ahora estamos defendiendo a Cortázar de antiguos cortazaritos (igual que pronto habrá que defender a Bolaño de antiguos bolañitos). Sea como sea, una cosa es segura: en su momento, Rayuela supuso una revolución para la literatura en español; de hecho, si fuera posible mezclarla con Tres tristes tigres y añadirle de paso unas gotitas de Tiempo de silencio, el resultado sería lo más parecido a lo que, 40 años antes, representó para el inglés el Ulysses: una inyección de libertad desconocida hasta entonces.
El tema de ‘Rayuela’ es sencillo: un letraherido porteño llamado Horacio Oliveira busca el paraíso; todo el libro no es en el fondo sino un vagabundeo metafísico-humorístico en torno a ese núcleo. Por supuesto, el paraíso que busca Horacio es un paraíso terrenal, inalcanzable, pero años más tarde Cortázar creyó alcanzarlo en la revolución cubana, o en la revolución a secas. Cortázar siguió siendo el mismo –nadie ha escuchado hablar mal de Cortázar a una persona decente: él no era de este mundo, y por eso buscaba otro con tanto ahínco–, aunque su escritura se resintió, se destensó, se volvió previsiblemente cortazariana; a él no le importó, o eso creo, porque había decidido ponerla al servicio de una causa que consideraba superior. Un cliché muy extendido sostiene que sus novelas han envejecido mal, pero sus cuentos no; como tantos clichés, éste tiene su parte de verdad: yo al menos creo que perdurarán algunos cuentos de Bestiario, de Las armas secretas, de Todos los fuegos el fuego. Los escritores tendemos a la ingratitud, pero en nuestra lengua pocos la merecen menos que Cortázar.
El gran libro de los insultos’. ‘La raza catalana – 2ª Parte: La invasión de los ultracuerpos’. ‘Misterios sin resolver’. ‘Claves de la transición (para adultos)’. ‘Para acabar con todas las guerras’. ‘El manual del dictador’. ‘Cómo hacer bien el mal’. ‘El caso Bárcenas’. ‘Historia de la guerra del Peloponeso’. ‘El manicomio catalán’. ‘Qué hacer con España’. ‘La vida Pim Pam’. ‘El paraíso está a los pies de las mujeres’. ‘Mezcla de lejía y crema (y otros relatos sobre mi primera vez’). ‘El oso hormiguero de su majestad’. ‘Quién te ha visto y quién te ve, Mary’. ‘España contra pronóstico’. ‘Yo, que sí corrí delante de los grises’. ‘Pídeme lo que quieras o déjame’. ‘Ya eres líder’. ‘Cómo salir de ésta’. ‘Cómo preparar un plan de social media marketing’. ‘Descubra la auditoría (La vida en una Big Four)’. ‘El liderazgo centrado en principios’. ‘España, destino tercer mundo’. ‘¡Que se entere todo el mundo!’. ‘Declaración de la renta 2012 para Dummies’. ‘El perro positivo – Descubre el poder de ser positivo’. ‘Coaching para todos’. ‘Descubrir tu pasión lo cambia todo’ (con prólogo de Eduardo Punset). ‘¡Cómo pensar como Sherlock Holmes?’. ‘La pelota no entra por azar’. ‘Vender me gusta’. ‘Vender es humano’. ‘Movilízate’, de Toni Cantó.
AM
Las palabras tienen vida propia. Seguimos diciendo que el Sol sale por el Este aunque sabemos desde hace siglos que el Sol no sale por ninguna parte porque es la Tierra la que se mueve a su alrededor. Por eso, aunque también sepamos que quedan pocas islas desiertas y que nuestras posibilidades de terminar en alguna de ellas sean más que remotas, cada tanto escuchamos una pregunta clásica: ¿qué libro te llevarías a una isla desierta?
El mero hecho de pensar que nos llevamos ese dichoso libro equivale a imaginar que lo metemos en la maleta antes de salir de viaje y lo sacamos al llegar a nuestro destino, es decir, que vamos de vacaciones, pero basta con escuchar juntas las palabras desierta e isla para que, irremediablemente, pensemos en naufragio. Mejor, en un náufrago: Robinson Crusoe. Que ese sea, además del título de la célebre novela de Daniel Defoe, el nombre de una isla chilena es otra demostración de que las palabras caminan por su cuenta. Hasta que en los años sesenta, y con la inestimable ayuda del Servicio Nacional de Turismo de Chile, la literatura triunfó sobre la geografía, las islas del archipiélago Juan Fernández llevaban el nombre que les había puesto el mismísimo Fernández, un navegante portugués del siglo XVI que, perdido en el Pacífico, se topó con tres ínsulas a las que llamó Más Afuera, Más a Tierra y Santa Clara.
Hoy las dos primeras reciben el nombre de Isla Alejandro Selkirk e Isla Robinson Crusoe, algo así como si Oviedo hubiera pasado a llamarse Vetusta a partir de la consagración de Clarín. O mejor, si unos llamasen a Oviedo Ciudad Regenta y otros, Ciudad Ana Ozores, porque el Selkirk real y el Robinson ficticio son el mismo. Selkirk fue un marino escocés que, tras rebelarse contra su capitán, fue abandonado en Más a Tierra en 1704. Allí pasó cuatro años solo hasta que un barco lo devolvió a Europa. Poco después Daniel Defoe construyó con sus aventuras la primera novela en lengua inglesa, la epopeya de un hombre moderno, es decir, de un individualista.
Defoe publicó su obra en 1719 y casi tres siglos más tarde, en el otoño de 2010, uno de los representantes más ilustres de la estirpe inaugurada por él, Jonathan Franzen, viajó hasta el archipiélago chileno para aislarse —qué si no— tras la extenuante promoción de Libertad y para esparcir allí parte de las cenizas de otro joven ilustre: su amigo David Foster Wallace, suicidado dos años antes. La crónica de aquel viaje está recogida en un volumen que lleva por título el viejo nombre de la isla Selkirk: Más Afuera. La editorial Salamandra lo publicó hace unos meses en traducción de Isabel Ferrer. Sabemos que, junto a las cenizas de Foster Wallace, Franzen llevaba una edición de bolsillo de Robinson Crusoe. La elección parece obvia —es el libro de la isla desierta al cuadrado—, pero tan solo sirve para un lugar así. Por eso sigue en pie, por los siglos, esa pregunta a la que, socarrón, G. K. Chesterton respondió diciendo que a la famosa isla él se llevaría un manual para la construcción de veleros.
A los curiosos que se hayan preguntado si Robinson tenía algo que leer en su bendita isla les diremos que sí. En el capítulo cuarto del relato, el náufrago rescata de su barco encallado —al personaje no lo abandonan: la ficción es menos cruel que la realidad— varios mapas, tratados de navegación, devocionarios, un puñado de libros portugueses cuya identificación sigue entreteniendo a los eruditos 300 años después y tres biblias.
La Biblia es clave, y no solo por ser el libro de los libros o porque sea el único que supera a Robinson Crusoe como el más leído de la historia en inglés; es clave porque es un fijo de las islas desiertas. Y más si son misteriosas como, efectivamente, La isla misteriosa, la novela que Julio Verne publicó en 1875 y cuyos protagonistas llegan accidentalmente en globo a la isla Lincoln, por cierto, inexistente. Allí les hará llegar el Capitán Nemo un arcón con un atlas, un diccionario de lenguas polinesias, una enciclopedia de ciencias naturales y, por supuesto, una Biblia. Chesterton firmaría esa lista.
En el fondo, el inefable libro de la isla desierta tiene algo de aviso de la fragilidad de todo lo que necesita enchufes, ebooks incluidos. También algo de antídoto contra el dulce veneno de los récords mundiales: lo más visto, lo más vendido, los fologüers de Twitter… Julio Verne nos cuenta que Nemo guardaba en el Nautilus 12.000 volúmenes. La mitad que el propio Verne en su vivienda de Amiens, pero un número astronómico si pensamos que en la supuesta casa natal de Leonardo se exhibe una lista con los libros que, Gutenberg mediante, formaron su biblioteca. Solo son 75, pero no faltan Tito Livio, Plinio, Ovidio, Lucano o San Agustín. Destilada por la pobreza o por la inteligencia, la del genio de Vinci se parece mucho a aquella biblioteca que recordaba Monterroso en sus memorias de infancia: era tan mala que solo tenía libros buenos. De wifi, por supuesto, ni hablamos.
Amazon ha triunfado en el mundo a base de reproducirlo a su imagen y semejanza. Los más feroces ataques a internet circulan por las redes sociales; las taras del último dispositivo táctil se formulan desde iPhones; los mejores estudios sobre adicción a la red se cuelgan en formato pdf. En esta línea, Bezos se ha hecho rico vendiendo desde una página que incluye las más demoledoras críticas a sus productos por parte de los propios compradores.
Es probable que Bezos jamás se haya internado en ’The Washington Post’, más allá de la sección de Economía. Lejos de ser un inconveniente, su ignorancia es una ventaja. Hace tiempo que el centro de gravedad de los periódicos se desplazó desde la redacción hasta la administración, del director al director financiero, en un proceso paralelo al que llevó del afán por hacer periódicos a la necesidad por hacer dinero. Podríamos situar esta transformación en el momento en el que los medios creyeron que podrían cotizar en Bolsa, otro error no informativo, sino económico. Actualmente, la industria de las conferencias y cursos sobre periodismo arroja muchos más beneficios que el propio ejercicio del periodismo.
En principio, Bezos no tiene ni repajolera idea de medios de comunicación, lo cual redobla nuestras esperanzas en que su gestión alumbre el milagro. Sería una enorme decepción descubrir que tiene su propia teoría sobre la supervivencia de los medios. Hay que tener en cuenta que los gurús -y a día de hoy son más numerosos que los periódicos rentables- ya nos han arrastrado sucesivamente por las teorías del ‘nuevo modelo de negocio’: el futuro pasaba por los periódicos gratuitos, luego por los periódicos de pago, a continuación por la publicidad en webs abiertas y más tarde, por la suscripción a webs encriptadas. Ya sólo estamos dispuestos a depositar nuestra confianza en lo extravagante. Dicen que casi todos los enfermos desahuciados pasan por esa etapa. Por de pronto, la noticia ya no es qué periódico se ha vendido, sino quién lo ha comprado, algo inédito en los últimos años.
La conversación entre varios escritores latino americanos en las primeras dé cadas del siglo XX sobre la situación en el continente, alcanzó el compromiso de escribir una novela cada uno sobre las dictaduras a las que estaban sometidos sus pueblos. Era la época en que el imperio estadounidense, el que se autoproclama democracia por excelencia, atizaba el continente americano con bala sin que hubiese resistencia suficiente para frenar o vencer a los golpistas o invasores.
Miguel Ángel Asturias, escritor comprometido políticamente, que participaba de su tiempo, solidario con su pueblo , fue el primer escritor que entregó una novela sobre un dictador, “El señor Presidente”, con ella mostraba una dictadura que, para más actualidad, tiene elecciones que llaman democráticas. Parece preguntarnos hoy, ¿un nuevo modelo, o un viejo modelo?, ¿qué define al régimen, el aspecto formal con que lo viste el imperio, o el contenido, el quehacer diario de quien tiene el gobierno y el poder?.
Miguel Ángel Asturias metió en sus páginas sin nombrarlo al tirano Manuel Estrada, que se hizo con el poder tras el asesinato de su precedente. Fue apoyado, cómo no, por el gobierno de eeuu cuyo brazo United Fruit Company privatizó Guatemala construyendo su estado-empresa. ¿Pueden ser demócratas los asesinos de las clases trabajadoras, o quienes atentan contra los Derechos Humanos?. Miguel Ángel Asturias, Premio Lenin de la Paz (1966), Premio Nobel de Literatura (1967), Premio Montsegur, en Francia, escribe “El señor Presidente” entre 1922 y 1933, la termina en París, observen que son años en los que hitler, mussolini y franco, condenados como asesinos de la Humanidad, todavía no han accedido al poder. Lo que estos representan en el mundo y la difusión de su carácter, ha venido muy bien a otros dictadores para difuminar las tiranías anteriores y las que ellos promueven hoy con el adjetivo, el barniz, de democracia.
La novela de Miguel Ángel Asturias no fue publicada hasta 1946, y en México. México, entonces tenía un gobierno respetuoso con los Derechos Humanos, y, como vemos, lo hacía de manera muy adelantada, tanto p or la situación en la que estaba el mundo -desde España aún recordamos la acogida a nuestros exiliados- como por la situación en la que nos encontramos hoy, con el parlamentarismo como cebo, mientras el imperio con todo su aparato, militar, financiero, propagandístico, implanta el terror y corrompe las sociedades.
Miguel Ángel Asturias nace en 1899 y muere en 1974, un año antes que franco, que dejó sucesor y situación apropiada. Voten al presidente y su régimen, así facilitan a la contrata dirigente el que les revienten su existencia.
En “El señor Presidente” el autor hace su discurso sobre el terror de un gobierno que se dice democrático y es propiamente corrupto y empobrece al pueblo, que además reprime y asesina. Eso sí, convoca elecciones y lleva a cabo sus campañas y todo.
La novela se abre en medio de la noche con el redoblar de las campanas de la catedral, y Miguel Ángel Asturias hace una onomatopella empleando el nombre del demonio para nombrar al presidente, “Alumbra, lumbre de alumbre, Luzbel de pi edralumbre, sobre la podredumbre! …” Tras esto el dibujo de los más pobres durmiendo sobre la basura y los sueños que recorren sus cuerpos, basura y sueños en nombres de objetos e imágenes, conforme alguno grita, llora, o los soldados arrastran a un prisionero político, la enumeración, en cualquiera de los casos, está indicando la vida rutinaria, redundante. Tan sólo la muerte de un general que se burla del más desgraciado, un loco, hará que la tiranía descargue sobre el pueblo, en medio de la existencia miserable y sufriendo una persecución selectiva, todo su peso de terror, para terminar castigando como el asesino de su general a un ciego, manco y sin piernas. Y si la enumeración rutinaria alude a la vida desgraciada, el final de la novela repite la presencia de un loco, creando una narración circular, todo vuelve al punto que habíamos dejado atrás, pero no en la misma circunstancia.
El dictador demócrata aprovecha la muerte de su general para eliminar a quien le critica, lo que levanta contra él a otro gen eral que no le es afín, y prepara la manera de hacer frente a ese presidente, a su aparato y su sistema: “Y volvió el puño … abriendo y cerrando los dedos como para estrangular no sólo a aquél bandido con título, sino a todo un sistema social que le traía de vergüenza en vergüenza.” La esperada lucha del militar se verá truncada por el envenenamiento del general rebelde: “… creían soñar despiertos al oír lo que contaba el jinete. El general Canales había fallecido de repente, al acabar de comer, cuando salía a ponerse al frente de las tropas. … “¡Algo le dieron, raíz de chiltepe, acitillo que no deja rastro cuando mata, que qué casual que muriera en ese momento!” -observó una voz. “¡Y es que se debía haber cuidado!”, con lo que la solución queda en manos del pueblo.
Miguel Ángel Asturias ha ido construyendo una alternativa a la dictadura desde la resistencia, desde la sociedad civil, desde los detenidos en la cárcel, y de éstos encontramos un diálogo que invita al futuro: “- ¡Hablen, sigan hablando; no se c allen por lo que más quieran en el mundo; …” “- Es mejor rezar …” “-Recemos.” “-Pero el estudiante se interpuso: ¡Qué es eso de rezar! ¡No debemos rezar! ¡Tratemos de romper esa puerta y de ir a la revolución!. … ¡Hablen, sigan hablando, sigan hablando”.
El porvenir se encuentra con una nueva dinámica, la repetición del terror dictatorial ya no pasa por la misma circunstancia; los jóvenes, los estudiantes, los que aprenden de la Historia no repiten, quieren la revolución, saben que es el camino que acab a con la dictadura que aún convoca elecciones: “Como ciudadanos,… como hombres de bien, … ¡proclamamos! … la REELECCIÓN DE NUESTRO EGREGIO MANDATARIO Y NADA MÁS QUE (EN) SU REELECCIÓN! ¿Por qué aventurar la barca del Estado en lo que no conocemos …?”.
De spués de tachar de loco al que no vote por el tirano presidente demócrata y pedir que a ese que no le vota se le juzgue por traición, termina: ¡¡¡ CONCIUDADANOS, LAS URNAS OS ESPERAN ¡VOTAD POR NUESTRO CANDIDATO! ¡QUE SERÁ! ¡REELEGIDO! ¡POR! ¡EL! ¡PUEBLO!!!”.
Miguel Ángel Asturias compone una novela con situaciones terroríficas y personajes esperpénticos, rasgos de humor negro, vida social sumergida en la usura, en el engaño, y en cierta parte amor sobre el que la venganza psicológica, el chivateo y la trai ción caen con una crueldad de grandes dimensiones, impregnada de religiosidad. La dictadura, en la trama, aparece con vínculos al imperi estadounidense.
Miguel Ángel Asturias descompone el lenguaje para hacerlo más significativo, busca sonidos, imágenes, m ovimiento, sugerencias, plasma la poesía trabajando el flujo de conciencia, con la disociación de ideas presenta el estado anímico, los sueños, ilumina con la metáfora, con la comparación, con la superposición de escenas, … trabaja desde el realismo mágico y el surrealismo, “el afilador se afila los dientes para reírse”, . En los años en que Miguel Ángel Asturias escribe ésta gran novela, las búsquedas literarias eran parte de la duda del siglo XX, del rechazo al pasado que había dejado la peor guerra conocida hasta entonces y que continuaría en una segunda guerra. Miguel Ángel Asturias escribía literatura crítica, literatura de su tiempo, su obra en conjunto ha sido un estímulo para las conciencias que quieren cambiar el mundo, su obra es una búsqueda en una situación de crisis generalizada.
Un elemento a tener en cuenta es que el dictador demócrata casi no aparece, es un rey que vive en la oscuridad, con lo que el terror del Estado forma parte de la vida, como la cosa más normal, diríamos que hemos caído e n el infierno y lo asimilamos como democrático.
Mientras la oscuridad cubre el tiempo de la novela y la luz ocupa muy poco, ésta ofrece una salida, con lo que la oscuridad y la luz adquieren carácter simbólico, por ejemplo un momento de amor, el capítulo “ Luz para ciegos”, se produce cuando el sol alumbra plenamente.
La primera y la segunda parte están trabajadas en paralelo, con la particularidad en todo el texto de ir trenzando los capítulos, de este modo la acción se ve contenida, creando expectativas y enriqueciendo los varios desarrollos. A ello hay que sumar otro aspecto organizativo que da en el tema, si la primera parte necesita tres días y la segunda cuatro, para entrar en la tercera se nos advierte que en ella transcurren “semanas, meses, años …”, con lo que nos deja ver que, aunque pase el tiempo que pase, el pueblo se enfrentará a la dictadura que se viste de demócrata.
Título: El señor Presidente.
Autor: Miguel Ángel Asturias.
Editorial: Alianza.