¿Debe la ciudadanía de izquierdas apoyar el acto independentista catalán?

independenciaPor Salvador López Arnal

Una cadena humana que, a través del litoral, irá desde el norte de Cataluña (creo que no penetrará en tierras francesas) hasta las tierras del Ebro. Unos 400 mil participantes se calcula, más de 300 mil ya inscritos en el momento en que escribo esta nota. Nada que ver con el mítico (e interesado) cálculo del millón y medio de participantes del pasado año. Afortunadamente por supuesto.

No es la primera vez que se convocan y realizan cadenas de este tipo en el país de J. V. Foix. Fueron numerosas (y frecuentes) las que realizamos durante los años ochenta contra la permanencia de España en la OTAN, con masiva presencia de activistas y ciudadanos. No tengo números en estos momentos, analistas y estudiosos (Enric Prat en lugar destacado) lo han investigado con detalle, pero fueron importantes, muy importantes, nada minoritarias. De las más concurridas en aquellos años.

Muchos de los que ahora convocan -o simpatizan abiertamente- con esta nueva cadena del 11S, ya entonces en uso de razón política, no estuvieron presentes en aquellas movilizaciones antimilitaristas. No era su tema, demasiado de izquierdas, demasiado combativo, mucho follón popular y obrero, no era propiamente ni “nacional” ni identitario.

Pero algunos sí, desde luego. Rafael Grasa, uno de los activistas más importantes de aquel movimiento antiotánico, es ejemplo destacado. Ahora es miembro de la Comisión Nacional de Transición hacia la independencia. Panta rei, decía el clásico-oscuro. La vida fluye muy, muy rápidamente y nos da sorpresas… No siempre positivas.

¿Y ahora, a día de hoy? ¿Hay que apoyar una cadena, una movilización abiertamente independentista, que no habla (se diga lo que se diga para confundir y sumar) del derecho de autodeterminación (su cacareado dret a decidir), y que toma lo ocurrido en los países bálticos como modelo de referencia? Pues, prima facie, no parece que la izquierda pinte o pueda pintar mucho en este entierro (con perdón por la metáfora). ¿Hay algún valor que indirecta, remotamente incluso, tenga que ver con los idearios de las izquierdas en sentido amplio que se vaya a airear en esta movilización del próximo 11 de septiembre? Pues no es fácil encontrarlo por mucho uno que uno se empeñe. Lo que rige, lo que prima a todas luces, es la “independencia” (la ruptura con el Estado), el énfasis nacionalista, la imposibilidad de entenderse con el resto de España, etc, etc.

¿Cabe participar, pues, de forma alternativa, en el acto del 11S con una perspectiva de izquierdas? Es la opción, si no ando errado, de las CUP, de los activistas y simpatizantes del Procés Constituent, incluso de ICV y de sectores de EUiA. Pretenden rodear la sede central de Caixabank, la principal entidad financiera del país, aspiran a poner énfasis en el lado social (y usualmente olvidado) del proceso. Es una posibilidad lo admito, un sendero transitable.

La entidad convocante, la Assemblea Nacional Catalana (ANC), cada vez más ubicada en posiciones nacionalistas excluyentes, ha señalado que la “Vía Catalana cap a la Independencia” no modificará su recorrido para sumarse a la propuesta de rodear la sede central de la Caixa. Su presidenta, Carme Forcadell, una ex regidora de ERC en el ayuntamiento de Sabadell, ha dejado claro, y por escrito, que no están dispuestos a cambiar de lema, de nombre y de objetivo. De eso nada monadas leibziana. El trazado ya está establecido. Y punto. ANC se desmarca claramente de la propuesta “#Encerclem La Caixa.”. ¿Es un argumento, un aliciente más, para apoyar la propuesta de rodear Caixabank, para gritar bien clarito quienes son los máximos responsables de esta crisis-estafa y quiénes están sacando tajando de toda esta agresión antiobrera?

Es una posibilidad, lo admito. Pero no es mi posición. Ese día ondeará de nuevo la bandera republicana en mi balcón, recordaré a Salvador Allende y a tantos otros luchadores asesinados, y pensaré en los ciudadanos y ciudadanas que en tiempos de represión y oscuridad fascista lucharon por las libertades nacionales de Cataluña, fraternalmente unidos a los otros pueblos de Sefarad. Paco Fernández Buey, Neus Porta, Manuel Sacristán, Giulia Adinolfi, Paco Téllez, Alejo García, M. R. Borràs, Pere de la Fuente entre muchos otros.

En fecha indeterminada, uno de los citados, el autor de El orden y el tiempo, señalaba en un seminario para militantes del PSUC y afines: “La nacionalidad es, por de pronto, un conjunto de rasgos del individuo, un bloque de características lingüísticas, culturales y principios que constituyen su modo de ser… Todo eso es realidad, incluso cotidiana del individuo. Lo que no es vida real de cada cual, sino aparato ideológico de dominio sobre los individuos, es la serie de ideas especulativas postuladas para gobernar esa realidad, como la idea de destino histórico, el patrimonio imperial, etc. Ningún individuo ni pueblo tiene más sentido que el de vivir, incluyendo en el vivir la muerte”. Todo lo demás, concluía Sacristán, todo lo demás, “todas las vestimentas patriotas”, eran ideología (falsa consciencia) encubridora de dominio.

Salvador López Arnal es miembro del Front Cívic Somos Mayoría y del CEMS (Centre d’Estudis sobre els Movimients Socials de la Universitat Pompeu Fabra, director Jordi Mir Garcia)

2 comentarios en “¿Debe la ciudadanía de izquierdas apoyar el acto independentista catalán?”

  1. Leyendo la prensa de Madrid, uno encuentra fenomenales argumentos en contra de la independencia de Cataluña y otros, sencillamente bochonornosos, pero ni uno solo que rebata la afirmación de Cameron de que ” “no se puede tratar de ignorar las cuestiones de nacionalidad e independencia, hay que afrontarlas y dejar que la gente decida”. Desde el resto de España se ha malinterpretado el fenómeno político surgido en Cataluña, atribuyendo a los partidos una supuesta impostura nacionalista en un intento de desviar el foco de atención de sus miserias, cuando todo apunta a que ha sido justo al revés: las formaciones políticas se han visto obligadas a cabalgar la ola independentista propulsada por la ciudadanía.

    Un error de diagnóstico siempre desemboca en un tratamiento fallido. Desde que irrumpió en escena lo que se ha dado en llamar el “desafío secesionista”, la única respuesta que han recibido los ciudadanos catalanes han sido amenazas, insultos, desdén y estrambotes como el del presidente extremeño que, tras anunciar en vísperas de la Diada que no aplicará en su comunidad los recortes aprobados en Madrid, olvidó explicar con qué dinero lo evitará, dado el erial económico de un territorio al que ni tres décadas de subsidios europeos han logrado sacar del subdesarrollo. Perdida toda esperanza en España como proyecto político mínimamente atractivo, todas las esperanzas de los opuestos a la consulta se cifran en que la UE expulse a Cataluña del euro, una cuestión de peso para abortar la secesión, aunque un tanto pobre a la hora de conformar una nación libre.

    En Cataluña no se da tanto un fenómeno nacionalista como uno independentista, no es tanto la exaltación de lo propio como la desafección hacia lo ajeno lo que alienta la cadena humana. Por resumirlo gráficamente: no es la senyera, es la estelada. La cadena humana que unió Riga, Vilna y Tallín en favor de la independencia de las tres repúblicas bálticas fue exitosa porque se produjo en un estado en descomposición. Por el contrario, la Vía Catalana tendrá lugar hoy en un país ya descompuesto que, no obstante, ha hallado en esa penosa situación una forma de vida como cualquier otra. A ese puré de inmundicias que lo fagocita todo -con descomunales metástasis en la Plaza de Sant Jaume- es a lo a lo que se enfrenta la Vía Catalana. Ahí, y no en las Fuerzas Armadas, residen los infranqueables muros de la ciudadela española.

  2. ¿cómo acabará «lo» de Cataluña?

    Primero. En Cataluña existe una activa participación ciudadana que se expresa abiertamente (unos al margen de los partidos políticos, otros en concordancia con ellos) por la independencia. En sentido contrario, existe otra cantidad de gentes (me refiero al común de los peatones de la sociedad catalana) que hasta ahora no se ha pronunciado. En todo caso, hay algo claro: la iniciativa política está en manos de los primeros.
    Segundo. Guste o no guste, las cosas están así: aunque necesiten más consenso de masas, los independentistas ya no necesitan persuadir a sus correligionarios para concretar la independencia. Sin embargo, a los llamados indecisos tienen que persuadirlos de que el gran cambio es mejor y para mejor en el sentido material de las cosas. Así pues, es en el terreno de la «utilidad» donde se jugará la partida.
    Ahora bien, veo una asimetría en lo siguiente: el factor sentimental juega más a favor de los independentistas que de los segundos. Más todavía, los primeros cuentan con que el piquete electrónico de las cavernas centralistas y de los que se enroquen en una solución racional incremente el fervor independentista. Lo que va en grave detrimento de las posiciones de quienes no lo somos.
    Tercero. La clave del problema está en la utilidad que demuestren unos u otros. Lo que viene a cuento de la necesidad de un proyecto federal de masas en Cataluña y España capaz de demostrar la mencionada utilidad. En fin, un proyecto digno de ese nombre, justamente lo contrario de un zurcido.
    José Bulla

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