«Lo que está en juego en esta crisis es el modelo social europeo, la mejor utopía factible de la humanidad»
La película El espíritu del 45, del director Ken Loach, se pasa en el Trueba (VOS, como el ciclo de literatura y cine de Aiete). En toda España solo circulan ocho copias. El documental refleja el ambiente político de euforia en el que se creó el Estado de bienestar en la Gran Bretaña de después de la II Guerra Mundial.
El laborista Clement Attlee gana arrolladoramente las elecciones al vencedor de la contienda, el conservador Winston Churchill, e inicia inmediatamente la construcción del welfare británico, del cual la gran joya de la Corona es el Servicio Nacional de Salud, durante unas décadas, el ejemplo que intentaron copiar los demás países europeos. Hasta los años ochenta, cuando la señora Thatcher inicia su demolición para dárselo a la iniciativa privada.
En el filme de Loach, compuesto en buena parte por las entrevistas de quienes vivieron la construcción del welfare, hay dos opiniones que retumban por encima de las demás:
—La ampliación de lo público se decidió para evitar el paro y el sufrimiento de quienes se quedaban en el camino, como había sucedido tras la I Guerra Mundial. Hoy hay hogares en los que conviven dos generaciones (padres e hijos) sin puesto de trabajo.
—Las personas que hoy están contribuyendo a destruir el Estado de bienestar son las que ayer se aprovecharon de él para formarse y crecer.
Lo que está en juego en esta crisis es el modelo social europeo, la mejor utopía factible de la humanidad, que es lo que ha hecho superior a Europa sobre otras partes del mundo durante casi siete décadas. El entusiasmo ciudadano sobre el mismo aparece reiteradamente en el documental de Ken Loach. Al final de la película aparece el triunfo de la ideología conservadora contra la razón, pero la esperanza de que, como el 45, se le de la vuelta y vuelva la confianza y la fuerza del progreso social.
Sobre un texto de Joaquín Estefanía
El film “EL ESPÍRITU DEL 45”
Dirección: Ken Loach.
Género: documental. Reino Unido, 2013.
Duración: 94 minutos.
En los últimos años, bajo la exigencia de una nueva manera de pensar la izquierda que ha tenido su correlato en la emergencia de inéditas formas de activismo, el cine de Ken Loach ha recibido reiteradas acusaciones de didactismo y condescendencia. Confiesa este crítico haber caído en esta estela de reproches que, ahora, el estreno del documental El espíritu del 45 obliga, por lo menos, a matizar. Porque este último trabajo de Loach, al que se le pueden reprochar omisiones en su cronología selectiva, cierta complacencia en su reafirmación del pensamiento de la izquierda tradicional y una mecánica algo propagandística, adquiere, ante el espectador español, un significado ligeramente distinto al que ha podido darle su primera audiencia británica: para nosotros, El espíritu del 45 no es un bienintencionado artefacto diseñado para despertar conciencias a través de la memoria, sino una suerte de mensaje caído del cielo (o de otra realidad espacio-temporal) que disecciona nuestro presente como una redundancia del thatcherismo.
Combinando imágenes de archivo con entrevistas a líderes sindicales, políticos, pensadores y testigos de las transformaciones político-sociales de la Inglaterra de posguerra, Loach imparte una lección, transparente y clarísima, sobre los logros de la política laborista tras la victoria electoral de Clement Attlee en 1945. La enseñanza pública de nuestro país debería programar excursiones masivas a las salas donde se proyecta esta película: el trabajo de Loach permite entender, con claridad meridiana, lo que gana una sociedad con la extensión de sus servicios públicos —la educación, la sanidad, el transporte…— y cómo acaba mutilando el alma colectiva la voracidad privatizadora que ahora mismo nos está convirtiendo en repetición de la jugada de quienes sufrieron los mejores años de Margaret Thatcher, casi beatificada tras su fallecimiento el pasado mes de abril.
La elipsis que pasa de la gloria del bienestar laborista a la victoria thatcherista deja tantos interrogantes como la decisión de sacar a Tony Blair fuera de la ecuación neoliberal, pero El espíritu del 45, película que confiesa no entender la mecánica indignada, intenta tender un puente entre la nostalgia militante y el presente.
“Hemos globalizado completamente un insostenible modelo económico de hiperconsumismo. Ahora se disemina exitosamente por el mundo y nos está matando.”
Y es que según Klein, los grupos que deberían servir como un contrapeso al abuso corporativo y a la ceguera gubernamental en asuntos sobre el medio ambiente están reproduciendo las mismas prácticas elitistas de los grupos de poder. Además, no parece ser que luego de una década de vigilar muy de cerca el cambio climático tales grupos hayan logrado hacer una diferencia:
“No sólo las emisiones [de contaminantes] han aumentado, sino que tenemos un montón de estafas que señalar… Creo que es una pregunta importante el por qué los ‘grupos verdes’ han decidido desestimar a la ciencia en sus conclusiones lógicas”, pues analistas como Kevin Anderson y Alice Bows “han estado diciendo al menos durante una década que llegar a la reducción de emisiones que necesitamos en el mundo desarrollado no es compatible con el crecimiento económico.”
Las verdaderas causas de la contaminación no se resuelven haciendo que la gente compre cosas orgánicas o “verdes” solamente, sino atendiendo al modelo al que el capitalismo global nos ha orillado, y a cómo podemos detenerlo. Parte de la solución para Klein es que “si el movimiento ambientalista ha decidido pelear, deberían dejar de lado su estatus de élite”, cosa que no se han permitido. “Creo que eso es gran parte de la razón por la que las emisiones están como están.”
Pero no todo está perdido. Sin señalar falsas esperanzas, Klein valora el trabajo de muchos grupos ambientalistas especialmente en Europa, los cuales llaman a que Estados Unidos no trate de arreglar su sistema fallido de emisiones de carbono, “sino a que de hecho lo abandone y comience a pensar en detener las emisiones en el país, en lugar de seguir con este timo. Pienso que es el momento en que nos encontramos ahora. No tenemos más tiempo que perder con estos timos que son muy astutos, pero que no funcionan.”
Si no lo he entendido mal, el mundo funciona de la siguiente manera: el gasto público en Sanidad o Educación se puede reducir a paladas y sin miramientos, pero con el paro, de 31 en 31 es más que suficiente. Mientras controles la prima de riesgo y combatas la deuda pública, puedes disfrutar tranquilo del final de la Vuelta sin que te pasen llamadas al despacho. El país que gobiernas va bien, o relativamente bien. Y aunque los supervisores internacionales -que van a pasearse por Madrid durante las próximas dos semanas- carraspeen por una decimilla incumplida en el objetivo de déficit, lo importante de verdad es mantener el rumbo. El de la Austeridad y el palo sin zanahoria. El resto puede esperar.
Pueden quedarse esperando, por ejemplo, los seis millones de parados que viven en España, un escándalo que debería hacer caer gobiernos y destruir carreras políticas, pero que lo poco que consigue es que la ministra Báñez se esconda cuando los datos son muy malos y se ofrezca ufana a los medios cuando los datos son malos a secas. Deprimente. España funciona de tal manera que, con una tasa de paro del 26% (un 10% es una catástrofe en cualquier país serio), Montoro se lanza a dar lecciones de economía al planeta Tierra y Rajoy se hace el encontradizo en los pasillos del G20 para que Obama le de una palmadita en la espalda y le diga que esta siendo un buen chico. Vivir sobrio en este país cada vez resulta más complicado.
Para otras cosas sí, pero para combatir el paro no hay hombres de negro, ni rescates, ni directores del FMI bronceados apretando las tuercas, ni cumbres europeas que mantienen al continente en vilo. Por el paro no hay llamadas de Alemania. Ni siquiera modifican la Constitución en agosto. Para reducir el desempleo, lo que tenemos en España es una televisión pública reclutando héroes anónimos para salvar parados, como si quedarse sin empleo fuera una sucesión de casualidades o una herencia genética, y no la consecuencia de haber sido gobernados por unas élites incompetentes e incultas.
Para nuestros mandatarios, el paro es un leve dolor de cabeza porque pueden seguir sonriendo todas las mañanas, y las calles tienen tráfico y se venden pipas en los quioscos y, en fin, si los tecnócratas te felicitan y tus ciudadanos no se rebelan, ¿por qué tendrías que preocuparte? Y a la mayoría de nuestros políticos (y estoy generalizando y no todos son así) el paro les importa una M porque no han estado en paro, no lo están y es muy probable que no lo estén nunca. Y cuando hablo de estar en paro no me refiero al periodo que transcurre entre que dejas un curro que te han buscado en el partido y te encuentran el siguiente; hablo de la angustia diaria de no tener trabajo.
Estas últimas semanas me ha tocado preguntar sobre el paro en varias ruedas de prensa a políticos que lideran gobiernos locales, repregunté porque se escabullían con excusas, y terminaron torciendo el gesto. Qué jodienda la del paro, hasta los periodistas te preguntan por ello. El paro para los que mandan es como esa habitación en la que se guardan los trastos: se puede seguir haciendo vida normal siempre que mantengas la puerta cerrada. Por lo demás, estamos saliendo de la crisis, los pesimistas son unos antipatriotas (casi peores que los catalanes) y la segunda ya tal.
Richar Gordo
En silencio, el PP pretende expropiar la capacidad de compra de los pensionistas
El papel equilibrador de los sistemas de protección social ha constituido una de las señas de identidad de la Europa democrática a lo largo de su historia reciente. Tras la II Guerra Mundial, nuestro continente ha consolidado el crecimiento del gasto social, la protección de los derechos y libertades de sus ciudadanos y el acceso a bienes públicos fundamentales como la educación, la sanidad, el apoyo a la vivienda, la protección por desempleo o la regulación de derechos en el trabajo, hasta límites que casi nadie creía posibles cuando en 1889 se aprobó en el Parlamento alemán el primer sistema público de pensiones contributivas.
España, que se incorporó más tarde al proceso histórico de desarrollo de la sociedad del bienestar, ha realizado un esfuerzo trascendental durante las tres últimas décadas. La etapa democrática, sin duda la más fructífera de nuestra historia, permitió recuperar buena parte del terreno perdido en el ámbito de la política social. Pero no ha ocurrido lo mismo con Gobiernos socialistas y con Gobiernos del Partido Popular. La brecha social que nos separaba de los países europeos más desarrollados se redujo durante el periodo de 1982-1996, volvió a abrirse entre 1996 y 2004, para disminuir aceleradamente durante los años siguientes. Por desgracia, no es una afirmación partidista decir que desde diciembre de 2011, España vuelve a desandar un importante trecho de la senda recorrida.
El sistema español de pensiones vive hoy una encrucijada histórica. Podría estar en vísperas de sufrir un cambio que solo responde a los planteamientos ideológicos del PP: debilitar el carácter público del sistema y reducir la cuantía de las pensiones contributivas, para ampliar el campo de acción de los fondos privados de pensiones.
Hoy, el Gobierno del PP ha pulverizado el diálogo social. Unilateralmente recortó los instrumentos para adaptar la jubilación anticipada y se negó a actualizar las pensiones cuando el IPC se desvió casi dos puntos respecto a lo que subieron a principio de año. Y a la vuelta de vacaciones nos encontramos con una propuesta del Gobierno, inspirada en las recomendaciones de la Comisión de Expertos, en la que, en primer lugar, se elimina por ley la garantía legal del mantenimiento del poder adquisitivo de las pensiones, expropiando silenciosamente la capacidad de compra de los pensionistas; y, en segundo lugar, se reduce el importe real de la pensión como respuesta a las dificultades del sistema. Da igual que los problemas sean coyunturales o de medio y largo plazo, la solución siempre es la misma: bajar la cuantía de las pensiones o no actualizarlas de acuerdo con la evolución del coste de vida.
La brecha social que nos separa de los países europeos más desarrollados se amplía cuando gobierna el PP
Aunque una de las principales condiciones que deben reunir las propuestas de reforma del sistema es separar claramente los efectos cíclicos o coyunturales de los originados por tendencias económicas o demográficas de largo plazo, en realidad, la propuesta que se presenta es bastante obvia: si las cosas van bien, cabe revalorizar las pensiones —incluso por encima del IPC— y si van mal, hay que congelarlas (el mínimo del 0,25% es una congelación en toda regla). En nuestra opinión, las pensiones, una vez originadas, deben mantener su poder adquisitivo definido legalmente.
La Ley 27/2011 representó una gran reforma del sistema, que aseguraba su carácter público, garantizaba su sostenibilidad en el futuro y alcanzaba, además, el acuerdo de los interlocutores sociales. Reforma que rechazó el PP con la excusa de que supondría un recorte en las pensiones.
La reforma contemplada en aquella ley plantea la introducción en el sistema del factor de sostenibilidad en el año 2027 para dar respuesta al sobrecoste que representa el aumento progresivo de la esperanza de vida. Pero el ajuste que representa dicho factor no recaía solamente, como pretende hoy el Gobierno, en la reducción de la cuantía de la pensión. La pregunta es: ¿por qué no tener en cuenta otros parámetros importantes, como la edad de jubilación, el periodo de cómputo o el propio tipo de cotización en la medida necesaria para la absorción del sobrecoste? No hay respuesta del Gobierno a estas elementales cuestiones.
Para nosotros, no resulta necesario en absoluto implantar esa peculiar forma de congelación reduciendo el poder adquisitivo real de las pensiones. Con ello, el modelo que propone el Gobierno termina resultando contradictorio con el actual sistema de reparto y, desde luego, con el mandato constitucional de mantener unas pensiones adecuadas y actualizadas periódicamente.
Las causas del intenso deterioro del equilibrio financiero a corto plazo del sistema de pensiones deben situarse en el diseño de la política fiscal europea y española, basadas en la aplicación de la austeridad como único objetivo; en las insuficiencias de la política de financiación de la deuda pública; y, por encima de todo, en el bloqueo efectivo del crédito al sector privado. Pero no hay que olvidar la influencia de la intensa devaluación salarial y el tremendo impacto de una reforma laboral, cuya derogación deberá ser la primera obligación del futuro Gobierno.
Hay que usar el Fondo de Reserva acumulado por la sociedad española durante el periodo de auge
Nosotros creemos que si la sociedad española ha sido capaz de acumular durante el periodo de auge un gran Fondo de Reserva, para asegurar su andadura en los malos momentos, carecería de sentido —y supondría un enorme fraude a la complicidad ciudadana con su sistema público de pensiones— que durante la crisis, en lugar de utilizarlo, se plantee una reducción en la cuantía de las pensiones mediante la pérdida de su poder de compra.
Mientras tanto, si la situación del empleo no mejora —y no es fácil que lo haga en el marco de las políticas aplicadas en España y en Europa— hay que diseñar nuevas reformas de la estructura de ingresos del sistema de pensiones. Con los efectos de la Ley 27/2011, en unos 30 años, España gastará en pensiones prácticamente lo mismo que ya gastan hoy países como Alemania, Francia o Italia, en torno al 13% del PIB. Nuestro sistema recauda una media de 10 puntos de PIB procedentes de las cotizaciones sociales de empresarios y trabajadores. Habrá, pues, que diseñar, como se hizo con la sanidad o con los complementos para las pensiones mínimas, una mayor aportación del Estado para la financiación de un bien público que, como las pensiones, será a mucha distancia el más importante entre los que proporcionará nuestro sistema de bienestar social a lo largo de las próximas décadas.
Valeriano Gómez / Manuel Chaves
Valeriano Gómez, economista, es portavoz del Grupo Socialista en la Comisión de Economía del Congreso. Manuel Chaves González fue presidente de la Junta de Andalucía y es diputado del Congreso por Cádiz.
El visionado de una película admite diferentes posibilidades. La primera, puede que la más inocente, consiste en dejarse llevar por la magia del llamado séptimo arte: empatizar con los personajes, implicarse en una determinada trama y envolverse en los ambientes propuestos por el realizador. Disfrutar y recrearse –en lenguaje Zen, que el espectador logre fundirse con el filme- aunque sin llegar al extremo que le llevaba a Alfred Hitchcock a afirmar que una película “es buena cuando el precio de la cena, la entrada al cine y la cochera lo valieran”.
Pero hace mucho que el cine –y la imagen en general- se ha convertido en una herramienta para la manipulación de las conciencias, y por ello se precisa dar un paso más: un análisis crítico de las películas que haga posible entresacar las claves y su sentido más profundo, sin que esto niegue el grado de subjetividad que implica toda interpretación. Algo así son las 18 miradas a películas y series, realizadas por diferentes especialistas en Ciencias Sociales, que configuran el libro “Cuando las películas votan”, coordinado por Pablo Iglesias Turrión y editado recientemente por Libros de la Catarata.
Cualquier objeto artístico “produce” y “contiene” ideología (en su Teoría Estética Theodor Adorno –uno de los patriarcas de la Escuela de Frankfurt- subraya que no hay arte que no contenga en sí, en forma de negación, aquello contra lo cual choca). Una película, como toda producción intelectual y artística, es hija de su tiempo y siempre refleja, de una manera u otra, el presente en el que se inserta: la hegemonía ideológica (y sus contradicciones) o la crítica a los valores dominantes. También permite aproximarse a diferentes periodos históricos (entre otros muchos ejemplos, resultan impagables “Novecento” (Bernardo Bertolucci) y “El Gatopardo” (Luchino Visconti) para comprender mejor la historia de Italia, o “Las bicicletas son para el verano” (Jaime Chávarri) para introducirse en la vida cotidiana durante la guerra civil española).
Estos ejercicios de acercamiento a la Historia no los permite exclusivamente el cine. En literatura, ¿Qué modo mejor de entender la “gran depresión” de los años 30 en el agro estadounidense que sumergirse en “Las uvas de la ira”, de John Steinbeck? O entender los procesos que llevaron al fin de la República de Weimar y el ascenso del nazismo mediante la lectura de “Una princesa en Berlín”, de Arthur Solmssen. O la revolución rusa, a través de las crónicas periodísticas de John Reed en “Diez días que estremecieron el mundo”. En “Cuando las películas votan” se analizan diferentes categorías esenciales de las Ciencias Políticas (liderazgo, ciudadanía, democracia, movimiento obrero, feminismo) a través de una serie de filmes.
Uno de los méritos del libro es que no se constriñe a una prolija descripción de las películas, es decir, en los diferentes capítulos no sólo se reitera lo que el lector puede percibir en un mero visionado. No se trata de discursear sobre obviedades. Aporta algo más. Sobre todo, cuando agrega reflexiones (acompañadas de una oportuna bibliografía) sobre asuntos cruciales en la Politología actual. Por ejemplo, las alusiones de Pablo Iglesias a la relación entre ética, política y poder en “La Batalla de Argel”; el auge y ocaso del llamado Estado del Bienestar a propósito de “Un mundo libre” (Ken Loach), que trata la investigadora Gemma Ubasart-González; o la plaga del “pensamiento positivo” y su uso por las grandes empresas, en relación con “American Beauty” (Jorge Moruno).
Otras veces el valor añadido de los comentarios se ubica en la propia película o sus personajes. Así ocurre en el capítulo que el profesor Juan Carlos Monedero dedica a “Skyfall” (filme de la saga James Bond), donde no sólo explica el rol del estado y sus cloacas (“licencia para matar”) aplicado a la película, o el control del Departamento de Estado y el Pentágono sobre el actual cine norteamericano. Monedero repara, asimismo, en cómo ha evolucionado con el tiempo el personaje de James Bond. También resulta de particular interés el artículo –muy completo y exhaustivo- de Pepe Gutiérrez-Álvarez sobre el “Espartaco” de Kubrick, que incluye información de contexto sobre el personaje y su huella histórica; el forjado y la génesis de esta superproducción y, sobre todo, el papel primordial de su muñidor, Kirk Douglas; También da explicaciones Pepe Gutiérrez sobre otros “Espartaco”, además del de Kubrick, en la historia del cine. En el capítulo dedicado a “Germinal” y su ligamen con el movimiento obrero, el lector puede encontrar una minuciosa glosa de esta superproducción (la mayor en la historia del cine francés) a cargo de los especialistas en Derecho Laboral, Héctor Illueca y Adoración Guamán.
El libro arranca con un análisis de “Dogville”, película dirigida por Lars von Trier y estrenada en 2003, en la que Carlos Prieto del Campo analiza el concepto de liberalismo. Concluye que el realizador danés “construye el ciclo liberal mediante la triangulación de la relación entre Tom, Grace (dos de los protagonistas) y la comunidad de Dogville. En el liberalismo la violencia y la sumisión siempre son objeto de mediación política (…)”. Interesantes conclusiones extrae asimismo Rubén Martínez Dalmau en su texto sobre la saga “Star Wars”, de George Lucas, en el que aborda la categoría “democracia” y subraya algunas perspectivas sugerentes del filme, por ejemplo, cómo la organización Jedi y su papel frente al gobierno evocan a los guardianes de la República platónica. O las concomitancias entre los seguidores del lado luminoso de la fuerza y la filosofía estoica o el budismo.
Jaime Ferri aporta un artículo sobre “In the loop”, película británica de 2009 dirigida por Armando Iannucci, que define como una “ácida sátira de los políticos angloamericanos que buscaron justificación a la decisión de invadir Iraq”. Los jerarcas que toman las decisiones no aparecen en la pantalla, pero sí los “mediocres asesores sin escrúpulos”, empeñados en justificar políticamente la barbarie. El libro exhibe múltiples caras. Enhebradas por dos hilos conductores que cierran el argumento: su vigencia teórica y práctica para afrontar el conflicto en el presente; y la centralidad que ocupan en el campo de las ciencias políticas las nociones tratadas. Y nada tan actual como las prácticas de los movimientos sociales y la acción colectiva, que Miguel Ángel Martínez aborda a partir de “La estrategia del caracol”, película ambientada en Colombia y dirigida por Sergio Cabrera. ¿Cómo se representa la “acción colectiva” en el metraje? “Combina el humor con la religión, las controversias entre un anarquista y un comunista, los resquicios de la legalidad con una burocracia kafkiana y atravesada por la práctica regular de la corrupción”, sintetiza Martínez.
Para tratar una idea tan vidriosa y fronteriza como la de “liderazgo” (y otras adyacentes como “carisma” y “legitimidad”), la profesora de Ciencia Política de la Universidad Complutense, Paloma Román, recurre en sus clases a “Lawrence de Arabia”, película rodada por David Lean en 1962. En “Cuando las películas votan” vierte las conclusiones de su experiencia didáctica. Por otra parte, Sara Porras afronta la cuestión del feminismo a partir de diferentes personajes femeninos de “Mad Men”. Sobre el derecho a derecho a decidir en la reproducción de las mujeres escribe Cristina Castillo un artículo que trata de dos películas, ambas de 2007: “Juno” y “4 meses, 3 semanas y 2 días”. Si bien a las dos les conecta una misma temática –embarazos no deseados-, los contextos difieren sobremanera. En el primer caso, el de una adolescente norteamericana en la actualidad; en el segundo filme, el de una chica de 22 años en la Rumanía de Ceausescu.
El libro se completa con artículos sobre “Desgracia”, en el que Pablo Sánchez León propone algunas pinceladas sobre “¿Qué es la ciudadanía?”; “Millennium 1” y sus concomitancias con la violencia de género, a cargo de Jesús Lima; La importancia de la “Comunidad” a través de la película “Moolaadé” (Jesús Izquierdo); la “alienación” en “Blade Runner”, por Albert Noguera, y un brillante y acerado articulo de Ricardo Romero sobre “Tout va bien”, el filme de Jean-Luc Godard. “Lo inteligente, la verdadera estrategia es servirse del arma del enemigo, moverse en el terreno del enemigo y, como bien confiesa Godard, “hacer un Love Store con lucha de clases”, afirma en el texto el cantante de “Los chikos del Maíz”. Una frase para la reflexión.
Enric Llopis
“Cuando las películas votan” (Ed. Libros de la Catarata)
Javier Fernández-Lasquetty es consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid. Ocupa, pues, un muy relevante cargo en la administración pública autonómica. Su mayor responsabilidad es utilizar con eficiencia y eficacia los poderes y los recursos públicos con los que cuenta, en favor de la ciudadanía. Para eso, sólo para eso, recibe un sueldo público, pagado a través de los impuestos de la ciudadanía madrileña.
Traicionando absolutamente su deber como gestor de lo público, desde que en 2010 asumiera la cartera de Sanidad Lasquetty no ha hecho otra cosa que impulsar la privatización de la sanidad madrileña con el argumento de que la gestión privada de servicios públicos esenciales es más eficiente que la gestión pública: «Siempre he pensado que la Administración no es buena gestionando un servicio público», ha declarado en sede parlamentaria, en una comparecencia ante la Asamblea de Madrid.
Pero el inmoral Lasquetty sigue cobrando un abultado sueldo público (en ausencia de sobresueldos y otros aguinaldos populares, al menos 77.602 € netos al año, en 14 pagas de 5.543 € netos al mes) por ocupar una alta responsabilidad como gestor público, y ello a pesar de que considera que tal gestión no es ni eficaz ni deseable. Su obligación sería trabajar para lograr que, en su caso, la gestión pública de la sanidad sea correcta, o dimitir inmediatamente de su cargo en el caso de que considere que tal cosa es imposible. Pero no. Renuncia a su responsabilidad como gestor, pero no renuncia a su sueldo. Traiciona lo público. Por cierto: Lasquetty es otro de esos ultraliberales paladines de la gestión privada que toda su vida han vivido de lo público, sin pasar por concurso público ninguno, sin ganar oposición ninguna, sin demostrar más mérito que su fidelidad absoluta a unas siglas políticas.
Lasquetty es otro de esos ultraliberales paladines de la gestión privada que toda su vida han vivido de lo público, sin pasar por concurso público ninguno, sin ganar oposición ninguna, sin demostrar más mérito que su fidelidad absoluta a unas siglas políticas
Ahora, el Juzgado Contencioso Administrativo número 4 de Madrid ha tomado la decisión de suspender cautelarmente el proceso de privatización de seis hospitales en la región. Pues bien, el tal Lasquetty no ha encontrado otra forma mejor de responder al auto que descalificarlo porque, según él, el magistrado ha utilizado «criterios políticos, e incluso personales para tomar su decisión». ¿Criterios políticos y personales? ¿Cuáles han sido los criterios utilizados por Lasquetty para tomar su decisión de privatizar la sanidad madrileña? ¿Acaso ha utilizado criterios sanitarios, profesionales, técnicos, sociales? Las decisiones privatizadoras de Lasquetty han sido cuestionadas por la práctica totalidad de los colectivos sanitarios (sociedades científicas, Colegio Oficial, asociaciones profesionales), y también por pacientes y asociaciones de consumidores, generando una ejemplar marea blanca que lucha contra la conversión de los servicios públicos universales en bienes mercantiles de acceso restringido en función de la renta.
Lo de Lasquetty es como si el director general de Coca Cola dijera públicamente que Pepsi es mucho mejor, ya que su proceso de elaboración es mucho más fiable. ¿Cuánto tiempo seguiría ocupando su cargo? Porque lo inaceptable no es discutir sobre la mayor o menor eficiencia de la gestión pública o privada de determinados servicios públicos, sino el hecho de que la bandera de la privatización la enarbole quien tiene como única obligación garantizar el carácter público de unos servicios de salud eficaces y eficientes.
Pero Lasquetty se sabe impune, ya que lo últimos treinta años de irresponsable discurso neoliberal han tenido como principal consecuencia el descrédito de todo lo que se acompañe del adjetivo ‘público’. Nadie mejor que un liberal (este, sí, de verdad) como Ralf Dahrendorf para entonar el réquiem por lo público:
“El efecto más grave de los valores ligados a la flexibilidad, la eficiencia, la productividad, la competitividad y la rentabilidad es posiblemente la destrucción de los servicios públicos. Es necesario precisar la expresión: estamos hablando de la destrucción del espacio público y a la vez de los valores correspondientes del servir. La filosofía predominante del palo y la zanahoria ha descuidado primero y luego rechazado conscientemente aquellos otros motivos que llevan a la gente a hacer cosas porque están bien o incluso porque tienen conciencia de sus deberes, sentido de la responsabilidad. La introducción de motivos y conceptos seudoeconómicos en el espacio público lo priva de su cualidad esencial. Un servicio sanitario nacional, la educación pública general, un ingreso básico garantizado, cualquiera sea su nombre, se convierten en víctimas de un economicismo preso de locura homicida” (‘El recomienzo de la historia: de la caída del Muro a la guerra de Irak’, Katz, Buenos Aires, 2006, p. 114).
A todos los ‘lasquettis’, traidores de lo público: ¡quitad vuestras sucias manos de los servicios públicos! Y que la marea siga subiendo.
Imanol Zubero
Ken Loach es un gran director de cine comprometido políticamente que hace del arte un arma emancipatoria. Y lo hace muy bien, con historias interesantes y verídicas. En esta ocasión utiliza el formato de documento. Nos describe lo que pasó en el Reino Unido desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta la actualidad. Nos lo dice de manera sintética, objetiva pero no imparcial. No se puede ser neutro cuando se quiere explicar lo que ha ocurrido en un país en más de medio siglo. Se puede ser fiel a los hechos y a los procesos, pero seleccionando lo fundamental desde una determinada perspectiva. La perspectiva de Loach es que estamos en un sistema capitalista y que la lucha de clases existe. Que los gobiernos toman decisiones y lo hacen siguiendo criterios de clase, es decir defendiendo los intereses de una determinada clase. Los Estados defiende, en principio, los intereses de las clases dominantes que son, en el capitalismo, los que detentan el poder económico.
Loach nos recuerdas verdades simples, que a veces no conocemos u olvidamos.
La primera es, que siendo el Reino Unido la potencia hegemónica en el Sistema-Mundo Capitalista antes de la Segunda Guerra Mundial tenía a la inmensa mayoría de la población en condiciones de vida miserables. los obreros y sus familias y, aún más, la inmensa cantidad de parados que había en el país. No había ni enseñanza ni sanidad pública, por ejemplo.
Que cuando los soldados británicos que volvieron de la Segunda Guerra Mundial, en su mayoría obreros, volvieron del frente no lo hicieron para volver a la situación anterior. porque habían ido a la guerra no sólo por patriotismo sino para luchar contra el fascismo en nombre de algo mejor. Y este algo mejor no era lo que tenían.Tenían ganas de cambiar su mundo y lo hicieron. Este fue el espítitu del 45. Tenían además un instrumento político, el Partido Laborista. Como las clases dominantes tenían el suyo, el Partido Conservador. Pero volvió a ganar el Partido Conservador y fue desmantelado todas las conquistas de los trabajadores. En estas estamos, desgraciadamente.
La película lo muestra muy bien, las imágenes son muy verídicas, la música ayuda a crearse un ambiente adecuado.
Pero la pregunta es clara : ¿ Porqué las clases trabajadoras votaron a Margareth Tatcher ? ¿ Porqué cavaron su propia fosa ?
Lo primero que hay que decir es que no fueron, seguramente los mismos que votaron al Partido Laborista los que votaron al Partido Conservador. Fueron sus hijos. Seguramente porque ya daban por seguro lo que tenían ( sanidad publica, educación pública, transportes públicos…) y ni se plantearon que podían perderlo.
Pero lo importante es que aparece con Margareth Tatcher el neoliberalismo. Ya no se trata del antiguo mensaje del Partido Conservador de que las clases sociales son naturales y hay que aceptarlas. Los jóvenes trabajadores ya no pueden creerse esta ideología. De lo que se trata es que aparece una nueva ideología : la del individualismo, la competencia, la iniciativa. el responsabilizarse de sí mismo y no confiar de la sociedad ni del Estado. Esto sedujo a los votantes.
El problema de la izquierda es que o se ha dejado absorber por esta ideología ( como el propio Partido Laborista, convertido en partido de clases medias y dirigido por ellas) o se mantiene una actitud despectiva, como hace la izquierda más doigmática. La cuestión sería ser capaz de retomar algunos problemas planteados por el neoliberalismo ( los abusos y la picaresca en un Estado paternalista, la burocratización de los sindicatos..) y valores ( la responsabilidad individual, la autonomía individual) para insertarnos de manera equilibrada en una propuesta de izquierdas.
No es una película fácil, sobre todo al verla en ingles con subtítulos: traslada mucha información, a veces difícil de asimilar. Es una película netamente política y por supuesto claramente de izquierdas. Es una película muy alegre y vitalista en su mayor parte, acompañada de música de la época. Y es una película que a mucha gente, a mí el primero, les descubrirá bastantes aspectos de la historia reciente del Reino Unido que no son conocidas en nuestro país.
Por ejemplo la tremenda pobreza que les asolaba precisamente en los años en que el Imperio Británico era más poderoso y rico. Las profundas desigualdades sociales, la desnutrición de los niños, la mortalidad y las enfermedades, las infrahumanas viviendas de la mayoría de la clase obrera, las condiciones de trabajo…contrastando con las cacerías y otros lujos de los ricos. Todo ello mostrado con imágenes bien elocuentes.
La segunda sorpresa que me llevé, es la descripción de los grandes cambios que realizo el gobierno laborista elegido en 1945, al finalizar la Segunda Guerra Mundial, cuando Clement Attlee derrota de manera aplastante nada menos que a Churchill, con un programa abiertamente socialista. La película va describiendo los cambios sociales y económicos, las sucesivas nacionalizaciones, la construcción del Sistema Nacional de Salud y una ambiciosa política de viviendas para las clases populares impulsadas por el Ministro Aneurin Bevan. Todo ello en algo menos de 6 años.
Loach, aunque defiende de manera inequívoca la política y realizaciones del gobierno laborista, también refleja algunos aspectos críticos en su puesta en marcha y todas las imágenes que muestra, algunas de una gran emotividad y fuerza plástica, las apoya en recuerdos y comentarios de personas que vivieron aquella época o expertos de diversas disciplinas que analizan lo que sucedió en ese periodo.
La conclusión es evidente y sencilla: cuando hay ideas claras y voluntad transformadora, un partido político, un gobierno, es capaz de movilizar a la sociedad para impulsar grandes cambios que aparentemente parecen imposibles y remover dinámicas que nunca se habían cuestionado por los gobernantes de turno. Y todo ello en una Inglaterra destrozada en una parte de sus infraestructuras y arruinada económicamente tras el gran esfuerzo de la guerra. Todo un ejemplo para nuestros días, cuando nos dicen que no es posible hacer otra política.
La segunda parte de la película describe el ataque contra el estado de bienestar que crearon los laboristas, por parte de Margaret Tatcher, que en sus años de gobierno intentó y en parte consiguió desmontar aquellas conquistas económicas y sociales, a pesar de las luchas y huelgas de los trabajadores, que se encontraron con una dura represión policial.
Me ha parecido tan interesante e, insisto, tan desconocida para los españoles esa época de la historia británica, que voy a intentar rellenar este vacío leyendo algún libro sobre la misma, aprovechando que muy pronto es mí cumple.
Es estupendo que Loach, que tiene ya 77 años, siga en plena capacidad creativa, aunque lamentablemente esta formidable película tiene una escasa distribución y pronto desaparecerá de las pantallas españolas. Es una pena. Al menos todas las personas progresistas deberían verla y luego, como en los viejos tiempos de los cine-forum, hacer un debate sobre la misma. Porque, repito, no es historia pasada, es pura actualidad.