El papa Francisco ha denunciado el actual sistema económico globalizado centrado en el dinero y ha asegurado que «cuando falta el trabajo, falta la dignidad«, en el primer acto de su viaje a Cagliari, capital de la isla italiana de Cerdeña, una de las más afectadas por la crisis económica. Ha añadido que «es difícil tener dignidad sin trabajar y que el trabajo es dignidad, llevar el pan a casa, y amar». «Vivimos las consecuencias de una decisión mundial, de un sistema económico que lleva a esta tragedia. Un sistema económico que tiene en el centro un ídolo que se llama dinero”
«Dos generaciones de jóvenes no tienen trabajo -agregó- y así el mundo no tiene futuro».
El papa Francisco muestra valentía civil. No solo al presentarse sin temor en las favelas de Río de Janeiro. También al abordar un diálogo abierto con críticos no creyentes. Así, recientemente ha escrito una carta abierta en la que responde a uno de los principales intelectuales italianos, Eugenio Scalfari, fundador y durante muchos años director de La Repubblica, el gran periódico romano de izquierda liberal. Y su respuesta no es un sermón doctrinario papal, sino un amistoso intercambio de argumentos entre interlocutores que se tratan al mismo nivel.
Recientemente, en su periódico, Scalfari planteó al Papa 12 preguntas, la cuarta de las cuales me parece muy relevante para saber a dónde se dirige una Iglesia que se abre a las reformas. Jesús dijo: “Dad al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios”. Sin embargo, la Iglesia católica ha sucumbido demasiadas veces a la tentación del poder temporal y, frente a la secularidad, ha reprimido su propia dimensión espiritual. La pregunta de Scalfari era esta: “¿Representa por fin el papa Francisco la primacía de una Iglesia pobre y pastoral sobre una Iglesia institucional y secularizada?”.
Me gusta el papa Francisco. Me gusta más que el cardenal Jorge Mario Bergoglio. Y no me digan que ambos son la misma persona, que por más que habiten idéntico cuerpo, las diferencias entre uno y otro son como de los Apeninos a los Andes. O viceversa, no sé. Coincidirán, si quieren, lo campechano, el acento, el gusto por la parrapla o el carné de socio del San Lorenzo de Almagro. En las hemerotecas encontrarán, mientras no las borren o maquillen, las desemenjanzas. El arzobispo de Buenos Aires derrotaba, diga lo que diga ahora su alter ego, por la diestra. El actual jefe del Estado Vaticano y pastor mayor de la grey católica juega en la otra banda. Cada vez más escorado, para dolor de muelas y zozobra de la oficialidad.
EL INCOREGIBLE PAPA FRANCISCO
El Papa Francisco ni se va por las ramas ni anda con chiquitas. Su lenguaje es directo, alejado de lo eufemístico y, como su compatriota Messi, va directo a la portería. Sin embargo, lo importante es el contenido del discurso de este cura. Las novedades de la doxa de este caballero las pusimos de manifiesto, en una primera apoximación, Gabriel Jaraba (de profesión religiosa anglicana) y un servidor en dos entradas en este mismo blog (1). En tales escritos reflexionábamos sobre lo dicho y las posibles líneas de tendencia que podrían abrir. Entiendo que lo hicimos arriesgadamente y libres de los prejuicios de algunos amigos nuestros que, tan sensata como razonablemente, esperaban ver hacia dónde se orientaba el nuevo Papa. Hicimos bien todos: Jaraba y yo mismo no podíamos abstraernos del desafío que lanzaba el cura; nuestros amigos (especialmente los que habían tenido, tiempo atrás, un compromiso de militancia cristiana) diríamos que estaban escarmentados de tantas fugaces apariciones en la Iglesia de figuras que, a las primeras de cambio, giraron en dirección opuesta. La entrevista íntegra del Papa Francisco a La Civiltà Cattolica confirma, primero, que algo se está moviendo en Roma y, segundo, que sería poco sensato minusvalorar su contenido y las líneas tendencias que se desprenden.
Francisco es, no hace falta repetirlo, un hombre de fe. Pero, simultáneamente, enjuicia los problemas del mundo contemporáneo desde una laicidad que significa una discontinuidad en la historia del papado. Y lo hace enfrentándose a una buena porción de prelados de alta mitra y curas de olla de todo el orbe. Lo dicho: a cuerpo juncal y sin los meandros sintácticos de los papas renancentistas, cuyo último exponente ha sido Ratzinger. Con la misma contundencia de su mentor y cofrade de orden religiosa el cardenal Martini.
Alguien ha insinuado que Francisco hace un ajuste de cuentas a los históricamente competidores de los jesuitas, esto es, al Opus Dei. ¿Y qué si fuera así? Sea como fuere no sería de extrañar que lo que está en juego es hacia dónde se inclina la relación de fuerzas intelectuales: si a las posiciones ultramontanas adversas a la laicidad y al humanismo (sobre todo al humanismo) o hacia el discurso “franciscano”.
El cura Bergoglio ha dicho que «nunca fue de derechas». Me imagino a los políticos de secano con un ataque de ictericia. Los políticos de izquierda deberían responder que con Francisco hic manebimus optime. Seguiremos hablando: Jaraba y un servidor constatando que nuestra arriesgada primera reflexión tenía cierto fundamento; nuestros interlocutores tendrían que seguir meditando. Les propongo un encuentro al respecto en el salón de actos del casinillo Joaquín de Fiore, sito en Parapanda (calle Alfonso Comín esquina a la plaza Marcelino Camacho).
Cuando el nuevo Papa fue elegido por los dirigentes de la Iglesia Católica, hubo una respuesta muy favorable de la mayoría de medios de información (que son también medios de persuasión), consecuencia de un estilo muy diferente a sus antecesores, y a unas posturas que señalaban un Papado distinto. Algunas voces, sin embargo, expresamos nuestras reservas (ver mi artículo “Posibilidades y limitaciones del nuevo Papado, de Francisco”, Público, 05.09.13), basadas en el silencio que el Obispo argentino Bergoglio había mantenido frente a las brutales violaciones de los derechos humanos hechas por la dictadura argentina (brutalidad ejercida frente a los resistentes a aquel régimen, que se había establecido en aquel país en defensa de sus grupos más privilegiados). Dicho silencio parecía traducir una falta de sensibilidad hacia las violaciones de derechos humanos realizadas por dictaduras próximas a la Iglesia Católica.
Inmediatamente aparecieron respuestas a nuestras reservas, acentuando que tal prelado, el Obispo Bergoglio, no había colaborado con la dictadura (a diferencia de gran número de jerarcas de la Iglesia Católica argentina) y que su silencio respondía más a un deseo táctico de, con su silencio, poder ayudar a las víctimas, justificando así que no denunciara públicamente a los verdugos de tales víctimas. Tengo que admitir que no me convenció mucho esta respuesta, dada por muchas autoridades de la Iglesia cuando se les critica su silencio frente a dichas violaciones.
Ahora bien, las declaraciones hechas por el Papa Francisco durante el inicio de su Papado parecían confirmar que el silencio que adoptó frente a la dictadura argentina podía deberse, después de todo, a su tacticismo. En varias ocasiones ha alentado a los creyentes católicos a que no se limiten a ayudar a los pobres, sino que vayan más allá y trabajen para eliminar las causas de la pobreza, interviniendo activamente en política si ello es necesario. Es más, en varias ocasiones ha señalado que entre las causas de la pobreza está la explotación del mundo del trabajo por parte del mundo del capital en su búsqueda insaciable de incrementar sus beneficios. Esto, y el hecho de que ha mostrado comprensión, cuando no simpatía, por la teología de la liberación, parecería confirmar que mis reservas estaban infundadas. El silencio del Cardenal Bergoglio era un silencio táctico, provisional, justificado por una situación especial.
Sin embargo, algo ha ocurrido que permite dudar de lo que motivó aquel silencio, pues este silencio se ha repetido de nuevo frente a las barbaridades cometidas por el golpe militar del 1936 en España y de la dictadura que estableció, que se caracterizó por una enorme brutalidad (ver mi artículo “La guerra civil no ha terminado”, Público, 08.10.13). Por cada asesinato político que cometió Mussolini, Franco cometió diez mil. Como resultado de una represión sistemática del Estado fascista, miles y miles de españoles republicanos, defensores de un gobierno democráticamente elegido, fueron asesinados, torturados y/o exiliados, con muchos de los muertos republicanos (114.000), todavía en paradero desconocido.
Se tiene que asumir que el Papa Francisco sabe que una asociación que apoyó aquel golpe militar y la dictadura que le siguió fue precisamente la Iglesia católica. La evidencia de que ello fue así es enorme. Las declaraciones de las máximas autoridades eclesiásticas pidiendo la rebelión del Ejército y de los creyentes frente a un gobierno democráticamente elegido y su apoyo a la represión (que llegó a llamar Cruzada) son por todos conocidas. En realidad, la Iglesia fue más allá de colaborar con aquel régimen. La Iglesia no fue colaboradora, sino parte esencial del régimen. Era parte del Estado dictatorial. Y se benefició enormemente (en sus intereses terrenales y empresariales), resultado de esta identificación con el Estado dictatorial. La evidencia conocida muestra también que, como parte de aquel Estado, la Iglesia intervino directamente en la represión de los perdedores de aquel conflicto, formando parte de los tribunales que daban órdenes de fusilamiento y encarcelamiento. Es más, hay también evidencia de que entre los supuestos mártires homenajeados en Tarragona, había gran número de individuos que dirigieron directamente tal represión (ver el artículo “Beatos y Cínicos”, de José Mª García Márquez, en Público, 14.10.13)
Estos hechos están ahí para que lo puedan ver todos los que quieran verlo. Pero la Iglesia Católica y el Vaticano, dirigidos ahora por el Papa Francisco, no quieren verlo y/o están mintiendo deliberadamente. Y no hago esta acusación sin conocimiento de causa. El Cardenal Amato, representante del Papa Francisco en el evento, mintió en varias ocasiones en su discurso, utilizando un lenguaje de Cruzado, idéntico al existente, todavía hoy, en la cúpula de la Iglesia Católica, y que es idéntico al que utilizaron los golpistas para justificar su acción militar frente a un gobierno democráticamente elegido. Es sorprendente que este discurso (de que aquel conflicto era un conflicto entre Jesús y su Iglesia por un lado, y una “ideología diabólica anticristo”, por otro) se esté todavía pronunciando, y lo que es todavía más vergonzoso es que dicho discurso se presente como una “llamada a la reconciliación”.
¿Reconciliación con quién? ¿Con los familiares de los asesinados republicanos que todavía no saben dónde están sus muertos, asesinatos en los que colaboró y/o participó la Iglesia y que ahora, en el periodo post-dictatorial, esta institución se ha opuesto a la Ley de la Memoria Histórica, dificultando tanto el hallazgo como el reconocimiento y homenaje a esos “mártires” de la democracia? La incoherencia y/o hipocresía que la Iglesia puede llegar a alcanzar es extraordinaria. Y lo que es igualmente vergonzoso es que también hablaron de reconciliación los ministros del gobierno del PP, que han vaciado la Ley de Memoria Histórica y han hecho todo lo posible para que no se pueda encontrar a los desaparecidos. Esto es la marca España, motivo de vergüenza (si tuvieran tal capacidad) a nivel internacional. ¿Cómo puede el Papa guardar silencio frente a esta realidad?
En realidad, es imposible que el Papa no conozca tales hechos. De ahí que las mentiras de sus representantes y su silencio sean una enorme ofensa e indignidad a toda persona con sensibilidad democrática. La verdad existe y es fácil de comprobar. La Iglesia, en defensa de sus intereses materiales, y como empresa humana, defendió sus intereses y privilegios (la Iglesia era una de las mayores propietarias de la tierra en España, oponiéndose a muerte a la reforma agraria que afectó su propiedad) y se opuso al gobierno republicano porque estaban perdiendo privilegios empresariales. Es ahí donde radica su oposición a la República. La represión republicana poco tuvo que ver con las creencias religiosas (pues otras religiones pudieron ejercer su culto sin ningún obstáculo), sino que se debió al comportamiento de tal empresa –la Iglesia- en oposición y en defensa de sus beneficios materiales.
El representante del Papa Francisco estaba mintiendo cuando alababa la Cruzada, presentando sus mártires como inocentes, pues es imposible que no conociera la verdad. Decir que la Iglesia no intervino en el golpe militar y que no fue un eje fundamental de la dictadura, es una falsedad y una mentira, y la Iglesia lo sabe. De ahí que es imperdonable que, una vez más, el Papa Francisco mantuviera su silencio, un silencio doblemente culpable, pues es un silencio, no solo frente a un régimen de enorme brutalidad, sino frente a un régimen apoyado inmensamente por la Iglesia. Mantener un silencio ante esta situación es ser cómplice de aquellos horrores.
Pero además de cómplice, el Papa expresa una enorme incoherencia que, por desgracia, resta credibilidad a su postura en defensa de los pobres. La brutal represión en España fue precisamente frente a un gobierno, el gobierno del Frente Popular (que tuvo católicos entre sus miembros), que se caracterizó por su lucha en contra de la pobreza, lucha que le tuvo que enfrentar a los intereses materiales de la Iglesia. De nuevo la evidencia de ello es abrumadora.
Una última observación. Es de un enorme cinismo que las autoridades del Estado español y de la Generalitat, hoy gobernados por las derechas (que han diluido el compromiso que el Estado había adquirido en encontrar a los desparecidos republicanos), presenten también el acto de beatificación como un acto de reconciliación
Vicenç Navarro. Catedrático de Ciencias Políticas y Políticas Públicas. Universidad Pompeu Fabra