Si tecleas en Google ‘España’ y a continuación ‘Camboya’, el propio buscador te ofrece como primera posibilidad de completar la ecuación la palabra ‘fosas’. En efecto, el nuestro es, tras el asiático, el país con mayor número de desaparecidos, pero cuando se invoca este dato se obvia que así como los responsables del régimen de los Jemeres Rojos fueron perseguidos -y algunos incluso juzgados y condenados-, en España todo es ‘noche y niebla’.
España es la única nación europea que carece de un memorial, museo o centro de interpretación de su propia tragedia del siglo XX. Incluso en Phnom Penh la escuela reconvertida en centro de torturas bajo la denominación de S21 se convirtió en memorial. El Muro de Berlín también cuenta con su propio museo. Los hay en toda Francia, en Holanda, en Bélgica, en Italia, en Letonia, en Lituania, en Ucrania, en Rusia, en Chequia, en Hungría, en Alemania o en Polonia. Todos ellos, con sus propios archivos a disposición de los historiadores. Incluso en Argentina la ESMA se ha reconvertido en lugar del recuerdo. Hasta en Estados Unidos se museizó Andersonville, quizás el primer campo de concentración de la historia moderna. En España, que contó con más de un centenar de centros de detención, ni rastro. Sirva como exponente de la memoria a la manera española el Alcázar de Toledo, una especie de monumento a la mayor gloria de la Virgen María entendida como el brazo armado del general Moscardó.
Si trajéramos a un marciano de paseo por Europa, al llegar a España concluiría que los últimos cien años han sido los más plácidos de su Historia. Ahora, donde he puesto ‘marciano’ ponga ‘español’ y extraiga usted mismo sus propias y desoladoras conclusiones sociales. Desde el punto de vista de la memoria, conviene asumir que vivimos en una especie de casa de Ana Frank. El habitáculo del edificio de Amsterdam destinado a ocultar a los vivos se utiliza aquí para esconder a los muertos. Así las cosas, cualquier hipotético intento de construir entre todos un ‘suelo ético’ está condenado a convertirse en el levantamiento de un tabique que separará lo que se puede ver de lo que conviene que continúe permaneciendo oculto, dependiendo qué es lo que verá cada cual de su ubicación, a uno u otro lado del muro de ladrillos.
A Moyano
Si tuvieramos un buen sistema educativo, podríamos perfectamente prescindir de todos esos mausoleos de la Nada que suelen ser esos museos, donde para no herir a nadie se pasa de puntillas por encima de casi todo. Nos bastaría con que cada uno de nuestros escolares se leyera uno de los tres o cuatro manuales que reflejan ese conflicto con la suficiente veracidad como para que se hagan una buena idea del mismo.
Porque el problema que tenemos ahora en España, y en Euskadi, no es el de elaborar un buen relato, sino el de educar a chavales que se lo vayan a leer.