Entrevista con Zubin Mehta*

Los políticos que nos quieren arrebatar la cultura son criminales”

ZUBI MENTAQuizá la mejor manera de festejar a Verdi y a Wagner en su bicentenario sea como desde el mes de octubre lo viene haciendo Zubin Mehta en el Palau de les Arts de Valencia. Por la mañana, como director principal, entre las 10.00 y las 14.00 ensayaba una parte de La traviata; luego se tomaba una tortilla de patata con picante para adaptar la cocina mediterránea a su dieta de indio universal, y a partir de la 16.30 se metía hasta bien entrada la noche con La valquiria wagneriana. Es la única parte de El anillo del nibelungo que va a interpretar este año: “¿Por qué? Porque no tenemos dinero para más. Nos han dado nueve premios para esta producción de La Fura, pero no tenemos dinero para representarla”.

Mehta, director mítico, nacido en Bombay hace 77 años, de una coquetería nada otoñal, encanto y ningún problema para criticar lo que le pone enfermo –desde los radicales musulmanes hasta los políticos con tijera y empresarios que no aportan suficientes fondos para el arte–, sigue entregado en cuerpo y alma a su irrefrenable pasión por la música. Indignado y soñador, tranquilo y con las pilas puestas, el maestro de origen parsi y educado con jesuitas catalanes en India continúa en una vorágine de proyectos que le llevan de Europa a América y a Asia con la naturalidad de una bandada de pájaros con destino edificador allá donde recala con su música, como ocurre en Valencia.

Qué tiempos estos en los que no hay dinero ni para un sustituto como les ocurrió en el estreno de ‘La traviata’. Si se lo hubiesen dicho desde el principio… Estamos luchando contra corriente. Este teatro tenía un presupuesto de 32 millones, ahora se ha reducido a 11 y el Gobierno regional todavía nos debe 7. Mientras el Gobierno central, y de eso quiero hablar, nos deja en el ostracismo. ¿Por qué Valencia cuenta con muchos menos medios que Madrid y Barcelona?

Ahora no puede volver a repetir lo que usted criticaba años atrás: que el Gobierno del PSOE marginaba a Valencia por cuestiones políticas. El central y el autonómico son del mismo color. ¿Por qué? ¿Por qué? Hasta a Sevilla le dan más dinero.

Eso. ¿Por qué será? Usted es el periodista, investiguen, explíquemelo.

Para empezar, podría darme su versión de los hechos. Claro; en 2008 nos dotaron con 1,5 millones, ahora no llega a 500.000… Barcelona y Madrid también han caído, pero no tanto. ¡Y hemos hecho El anillo del nibelungo! ¡Ni tienen un festival como el nuestro!

¿Y qué le dicen? Nada, no me dicen nada. O nos castigan en general, me pongo a adivinar, quizá por los escándalos… no sé, no tengo ni idea, no hablo con el ministro Wert. Me encantaría, pero no hablo con él. Le preguntaría eso: “¿Por qué trata a Valencia tan por debajo de las otras dos ciudades si nuestro trabajo es de talla universal?”.

¿Y la orquesta? Pues se ha reducido a 57 fijos de 94, una desgracia, pero lo positivo es que ninguno de los solistas se ha ido; el resto lo vamos rellenando con lo mejor que encontramos. Estaba atemorizado con La valquiria porque en 2009 nos salió una de las mejores que se podían escuchar en el mundo, pero desde el primer día de ensayos me quedé muy tranquilo. Hasta les di un día libre, en tres ensayos ya se podía apreciar que estaban al nivel.

Se quejaba usted, como la mayoría de sus colegas, de que en la época de Berlusconi, su Gobierno iba a acabar con la cultura. Ponían de ejemplo a España. Ahora estamos en las mismas. ¿O ve diferencia? ¿Qué pasa? Cuando hablamos de cultura, nos referimos a algo que probablemente comenzara con fuerza en estos dos países; Alemania y otros lugares lo desarrollaron después. ¿Por qué los políticos de turno se empeñan en matar la cultura que empezó en sus lugares de origen? ¿Por qué? ¿Por qué no miran hacia el futuro, el de sus nietos, para que ellos puedan apreciar en el mismo grado la riqueza de sus museos, de sus teatros? Mire las universidades, cómo se largan los estudiantes. La educación, la cultura debe ser una prioridad. Y cuando se lo dices, todos parecen de acuerdo, ¡pero no hacen nada! Una respuesta puede ser el mecenazgo, la fuerza de Estados Unidos recae ahí. Por eso hay museos de allí en sitios perdidos que pueden competir con la galería de los Uffizi o el Louvre. Porque la gente dona o compra obras para ellos que deducen de sus impuestos. Cuando Carlo Monti gobernaba en Italia, hablé tres veces con él y estaba completamente de acuerdo conmigo.

Y con Rajoy, ¿cuántas veces ha hablado? Nunca, no lo conozco. Pero sí creo que Wert es un buen hombre, me gustaría sentarme y hablar con él; no se lo he pedido, pero me gustaría. No para retarle, pero sí para discutir. Aunque es algo que él debería hacer con otros muchos, discutirlo, no limitarse a cortar y a cortar sin remisión.

Para continuar con ese por qué en el que usted insiste tanto en preguntarse, ¿ni siquiera alguien de su experiencia, que ha viajado y vivido por todo el mundo, que ha librado todas las batallas, tiene respuesta? Cómo iba a tener esas respuestas, y menos en el caso de Valencia con el hecho de que nos den 10 veces menos que a los demás, son ellos quienes deben responder.

¿Ni siquiera en Valencia se lo aclaran? ¿Tampoco el presidente Fabra? La última vez que habló con él le planteó que si seguía recortando, usted se iría. ¿Qué piensa hacer? Me prometió en junio que no habría más. Pero lo han vuelto a repetir. No es que él rompiera su palabra, es la situación, tan mala… Volví a hablar con él y llora conmigo, son órdenes que vienen del ministro de Hacienda. Pero mire, adoro este lugar, cómo la intendente Helga Smith lleva este teatro, así que de momento me quedo, para apoyar. No quiero abandonar un barco que se hunde, ni voy a pedir nada para mí, ya me rebajé más de un 20% el sueldo y lo hice alegremente, por las dificultades; también se le rebajó el sueldo a la orquesta, y ahora viene este ERE con el que no tengo nada que ver… en fin. Pero hay algo que tampoco entiendo.

¿Qué? Que el sector privado no nos apoye.

Esperan su ley de mecenazgo y no llega. Pero, sin embargo, en otros lugares como el Teatro Real de Madrid ha aumentado. Tenemos compañías internacionales aquí, no nos dan nada apenas. No sé, no me quejo, tampoco conozco tanto a esta sociedad. Vengo, trabajo y no salgo por ahí; no tengo amigos aquí, ni oportunidad de hablar con nadie; llego a las 10.00 y me voy a las 11.00.

La energía la mantiene. ¿De dónde le viene? Del amor a lo que hago. Puro amor. Así es mi vida. Me quedo aquí en esta ocasión cinco semanas, pero desde agosto hasta aquí he recalado en 28 ciudades. Una gira por Sudamérica, un concierto en Cachemira que hice porque debía hacerlo, aunque los musulmanes radicales me han insultado, maldecido, atacado por ello.

Con todo lo que ha sido ya usted, ¿no le da pereza seguir metiéndose en líos? ¿Sufrir esos disgustos? Cuando ves que la gente lo necesita, ¿por qué no? Lo de Cachemira era mi sueño, ofrecer un concierto en aquel lugar en el que hindúes y musulmanes se sentaran juntos a escuchar. Tanto indios como paquistaníes adoramos Cachemira, pero los radicales se oponían porque según ellos era dar una imagen de normalidad que no existía. Lo he hecho por amor, que se sienten durante una hora para escuchar a Beethoven.

¿Es ese mismo impulso que le hace querer tocar también en Palestina con la Orquesta Filarmónica de Israel? El mismo; todavía no lo he cumplido, aunque me acerco con ese programa educativo en Nazaret, al norte, en el que tenemos a 250 niños árabes estudiando música. Mi sueño es que los árabes toquen en la Filarmónica israelí. Y ocurrirá. Lo tengo planeado: vendrá una audición con los músicos tras las cortinas y un día las abriremos y habremos admitido a un árabe. Se abrirán las cortinas y ¡sorpresa!

Como su amigo Barenboim, entonces. Bueno, él lo hace fuera. Su Orquesta West-Eastern Divan, con músicos árabes, palestinos, israelíes y españoles, está fuera y toca fuera; los israelíes no pueden ir a Ramala. Lo que hace Daniel es una maravilla, pero con sus problemas.

¿Cómo ve ahora la situación allí? Terrible, para la música, terrible. El Gobierno no nos da nada, apenas el 8% del presupuesto, pero ofrecemos tantos conciertos que el 65% de nuestros gastos lo sacamos de taquilla. La sociedad responde ahí. En ningún país ocurre eso. El resto lo pedimos a nuestros amigos por todo el mundo.

Otro de sus sueños: volver tocar a Wagner en Israel. Lo hizo en 1981, pero se organizó tal escándalo que prometió no volver a repetir. ¿Por qué? Ocurrirá de nuevo.

¿Vive de sueños? En mi caso dije que no volvería a hacerlo hasta que la gente que lleva sus números marcados en los brazos haya desaparecido. Hay que respetarlos. La verdad es que conducen Volkswagen y Mercedes, pero es la música la que les hace regresar al horror. Uno de mis grandes amigos, Josef ­Buchmann, es un superviviente de los campos. Multimillonario, me ayuda con la educación musical; no quiere ni hablar del pasado, solo encara el presente y da, no tiene parientes, todo lo dona… Son como santos que vienen del espanto y se han regenerado en algo bueno. Hospitales, becas, educación… necesitamos esa clase de gente. ¡Igual que aquí! Empresas de cerámica enormes… No aportan nada. Ni les conozco. Como esa manía que hay ahora de atacar a Calatrava. ¡Es un profeta! Ha construido un museo estructura como este. Mire qué camerino. Nadie en el mundo tiene algo similar. Geometría perfecta a diario. Me siento bien. Esto es nivel, si no, ¿por qué iba a venir? Como trabajar con La Fura dels Baus. Maravilloso. Estoy tratando con ellos para hacer Parsifal en Florencia.

¿Cuestión de sensibilidades? Cuando un niño se levanta en España o en Italia, sale a la calle y está rodeado de belleza. No es que la gente no quiera cultura, la desean más que nunca; son estos políticos que no entienden la importancia que tiene eso para las generaciones futuras.

Un niño como usted, en Bombay, no gozaba de eso, pero sí de un padre ­músico que le marcó. ¿Cómo lo hizo? Él era un milagro. Mi abuelo trabajaba en los campos de algodón, no existía ningún ­vínculo con la música o la cultura occidental. Pero un día mi padre escuchó a un violinista, Jascha Heifetz, allá por 1925, en un barco que hacía escala en Bombay hacia Shanghái. Decidió que a eso se quería ­dedicar. Y aunque estudió para contable, lo logró. Mi abuelo quería que se dedicara a algo de provecho y le dio una buena educación, porque para los parsis, mi gente, la educación es lo más importante. Somos una minoría y si no nos formamos, estamos perdidos.

Ahora nos llega a España otro parsi músico, David Afkham, para dirigir como titular la Orquesta Nacional. Mitad parsi; su padre lo es. ¡Así que ya somos dos!

¿Qué podemos aprender de los parsis? Nuestra religión es el zoroastrismo, una creencia ecológica: confiamos en la tierra sana, el agua sana, el aire limpio. Nuestra trinidad se resume en esto: buenos pensamientos, buenas palabras y buenas acciones. Como fue la primera religión monoteísta, antes que el judaísmo, estos principios fueron adoptados por el cristianismo a su manera. No convertimos gente, no imponemos nuestras creencias, como Ciro el Grande. Él conquistó todo el mundo que tenía alrededor, pero no convirtió a nadie.

¿Y de un parsi educado por jesuitas en Bombay, como usted, y además catalanes? Increíble. Los jesuitas son personas de las más formadas que conozco. Mi profesor de composición tenía tres doctorados y fue alumno de Granados. Todos eran catalanes, y la primera vez que yo actué en Barcelona, en 1966 con la Filarmónica de Los Ángeles, dos de los curas que estaban retirados vinieron a verme. El padre Corbella y el padre Savall, me acuerdo. Su educación me ha marcado para toda la vida. Aquel colegio era muy abierto, solo en mi clase pertenecíamos a siete religiones diferentes, así que nadie intentaba ni por lo más remoto convertir a otro. Había católicos, protestantes, parsis, hindúes, sijs, musulmanes y judíos: ¡siete en una clase de 25!

Ahora, hasta el Papa es jesuita. ¿Cambiará la Iglesia? Lo creo, es aire fresco, ningún aristócrata. Y espero que eso incida en su país también, porque Argentina está hecha un desastre. Los adoro, acabo de ir, pero es un desastre. No como Perú, o Brasil, o Chile, que es como ir a Suiza… Ojalá vuelva Bachelet, gran política.

Desde los 18 años fuera de su país, ¿cuánto queda de indio en usted? El 100%. ­Conservo mi religión y mi pasaporte. No puedo tener otra nacionalidad, ni la necesito, aunque me haría bien por los visados. Por ejemplo, no puedo viajar a Reino Unido ahora mismo. No tengo visa.

¿Cómo? Me lleva un mes conseguir una y estoy tan harto que ya no me da la gana. Me hacen rellenar 25 páginas en Internet, preguntas tan absurdas como: ¿qué parte de sus ingresos dedica a su esposa? ¿Sabe lo que les respondo?: ¡el 100%! Luego me fui a mi cita, al consulado británico en Múnich, y me trataron tan mal que me largué.

¿No es usted de esos que hacen valer su fama o su nombre? Eso no importa. Deben tratarme como a un indio con pasaporte legal. Tampoco sabían quién era, debían limitarse a dármelo. Me decían: ¿dónde están los papeles que prueban sus respuestas, su certificado de nacimiento, de matrimonio? ¡Pero no me dijeron que lo trajera! ¿Necesitan todo eso para darme una visa? Así que agarré los papeles y adiós. No puedo ir.

Ni le apetece… Tampoco. No tengo conciertos, pero a veces no me importaría asistir a un partido de críquet, o ahora a ver una exposición sobre mi religión al parecer muy interesante, o ir a Wimbledon, que me han invitado. ¡Pero no! Y desde aquí es tan fácil. Easyjet y ya… Pero no.

¿Nunca quiso regresar a vivir a India? Voy cada dos años. Pero lo conservo todo. La comida, el picante. Mire esa tortilla de patata con guindilla; todos los días me como una, pero picante. Los españoles deberían probar eso. Y leo mucho sobre mi país, como ahora. Mire esto: The white tiger, muy interesante. Ahora hay problemas.

¿No estaban mejorando sensiblemente? No, hay mucha corrupción, y eso allí tiene un significado especial.

No se crea, en todas partes cuecen habas. Es general. Duele, pero en todas partes es igual. Tenemos un gran primer ministro, pero quienes le rodean son muy corruptos. Ahí se instala en cualquier nivel social. Apenas puedes hacer nada si no pagas un soborno. Lleva tiempo el progreso. Cuando los británicos se fueron, teníamos un 5% de alfabetización. Ahora hay 400 millones, pero en un país con millones de pueblos es imposible controlar quién va a la escuela o no. Muchos padres ponen a trabajar a sus hijos, lo prefieren, y a la educación para las niñas no le dan valor. Es lento, y aunque en los últimos años se haya avanzado en la economía, existe un parón ahora. Se ha reducido la inversión extranjera. Las empresas no quieren aceptar sobornos, aparte de que la competencia interna se lo pone difícil.

Usted, en la generación de directores precedente a las más jóvenes, rompió una barrera: la de que los músicos de Asia dominaran un terreno meramente occidental. La generación pujante ahora, los Lang Lang, los Dudamel, también son ajenos a lo occidental, pero se han convertido en su esperanza. ¿Qué opina? ¿Qué les recomienda? No existen nacionalidades en la música ni en la cultura. Son muy obtusos quienes opinan en esos términos.

Existen otras fronteras: el racismo en la música. ¿Sigue vigente? Yo nunca lo he sufrido, pero cuando he hablado de esto se ha producido una reacción interesante. Afirmé que existía racismo en países como Hungría ahora y creciente en otras partes de Europa. Pero me
escribieron del Gobierno húngaro negándolo. Incluso Adam Fisher ha estrenado una obra sobre el antisemitismo allí. El embajador israelí quiere que vayamos a Budapest, pero el antisemitismo está volviendo a crecer en Europa, incluso en Alemania, lo sientes. A mí no me afecta, pero lo veo. Una pena.

¿Adónde nos lleva? No lo sé, mire ese problema en Francia con la familia kosovar o los cadáveres de africanos en las costas de Italia y España. No se están resolviendo las cosas desde un punto de vista humanitario. Llegan, como ocurre en Estados Unidos con los hispanos, con la idea de que aquí se va a resolver todo, pero es duro, aunque en la frontera mexicana no parece ahora tan dramático. Yo tengo gente que trabaja en mi casa y acaba de llegar hace dos semanas; mi mujer les da de todo, son tan dulces, hablan un español que no entiendo en absoluto, pero tan graciosos…

Pongámonos utópicos. Qué bonito sería un mundo sin esas fronteras. Tan bonito como horrible sería un mundo sin música. Imagíneselo. Imagínese que durante una noche no se diera ningún concierto en el mundo. Sería espantoso. No podríamos vivir sin eso, y quienes nos lo quieren arrebatar son criminales y ya está.

¿Quiénes? ¡Los políticos! ¡Necesitamos dinero para que esta orquesta vuelva a tener 96 músicos! ¡Lo necesitamos!

¿Sigue siendo idealista? No puedo evitarlo. Necesito serlo. Si no soñamos, ¿cómo funcionaría esto? Para ser realistas hay que soñar. No podemos dejar de hacerlo. Le voy a dar algunos ejemplos. Uno. Me encantaría llevar a la Filarmónica de Israel a El Cairo, a Ammán. Ahora es difícil, no lo hicimos en tiempos menos convulsos. Lo propuse en su día ante los Gobiernos, que fuéramos como un gesto cuando estábamos en paz. No había manera. Eran incapaces de verlo.

Acuérdese de ese regalo que se hicieron entre Estados Unidos y la URSS con el regreso a Moscú del pianista Horowitz para celebrar el deshielo. Tengo una anécdota de ese día. Cuando pasó, llamé a Barenboim por teléfono y me dijo: “Mira lo que estoy escuchando. Vamos a oírlo juntos y lo comentamos”.

¿Qué cree que su generación ha aportado a la música? Éramos muy curiosos. ­Entrábamos a todos los conciertos de los mayores y aprendíamos de ellos: de Karajan, Böhm, Kubelik… Luego con mi maestro Swarovsky. Venía del entorno de Richard Strauss y Schönberg, pero además era un gran admirador de Toscanini, esa mezcla, esa falta de complejos entre lo nuevo y lo antiguo me marcó. Nosotros fuimos rompiendo fronteras como la de incorporar a Mahler al repertorio; los alemanes no lo interpretaban. Empezó a sonar en los sesenta.

Y ahora es la prueba de fuego de los más jóvenes. Ya lo dijo usted. Que el siglo XXI sería mejor para él que el XX incluso. Lo han incorporado con naturalidad a su repertorio. Era un músico infinito que no solo nos mostró la fuerza de la naturaleza, sino toda la tradición clásica incorporada a él, de manera completamente novedosa.

Y en este año dedicado a Verdi y a Wagner, ¿por qué cree que se acrecienta el interés por el alemán en detrimento del italiano? ¿Vamos a acabar por darle razón al complejo de inferioridad que el propio Verdi llegó a sentir por su contemporáneo oponente? ¿Así lo cree? Quizá porque a Wagner no se le interpretaba antes tan a menudo y Verdi andaba por todas partes. Puede que resulte más novedoso. Ahora se interpreta El anillo por todas partes menos aquí, que tenemos el de La Fura dels Baus, pero que no podremos hacerlo entero de nuevo porque no tenemos dinero. ¡Y tiene nueve premios! Tampoco creo que uno vaya mejor con los tiempos. Pero es cierto que Verdi acabó muy conmocionado por la obra de Wagner y la transformó en algunos sentidos. Pero cada uno tenía su estilo, su poderoso estilo.

Zabin Mehta

Nacido en Bombay en 1936, dejó pronto su país para irse a Viena. Su padre, fundador de la Sinfónica de Bombay, le había despertado una vocación que acabó por llevarle a la dirección y a ser uno de los músicos más carismáticos del mundo. Debutó en Viena en 1958 y desde entonces ha sido titular de la Filarmónica de Los Ángeles, donde reside; del Maggio Fiorentino; director de por vida de la Filarmónica de Israel, donde realiza diversas actividades pedagógicas con árabes y judíos, y principal del Palau de les Arts en Valencia. Coleccionista de premios y honores, es una de las figuras más audaces, valientes y reivindicativas del mundo musical clásico.

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