El temporal y la traza ordenada, neoclásica, límpida de Ugartemendia

La eficacia de ese planteamiento urbanístico se ha visto en estas dos últimas semanas, cuando el agua ha corrido por esas calles rectilíneas sin llegar a embalsarse como ocurría antes de 1813.

Naturalmente quienes han sufrido con más ferocidad ese embate dirán que de poco les ha servido.

2Dado el tren de “tormentas perfectas” que está sufriendo todo el arco atlántico europeo -Galicia, Asturias, Cantabria, País Vasco, Galés…- sabía que, tarde o temprano, algo tenía que escribir del tema. Lo que no sabía era por dónde enfocar el asunto diciendo algo mínimamente sensato sobre ello

El problema, al final, se resolvió dando un nuevo repaso a los déficits del Bicentenario de la Guerra de Independencia en el País Vasco y, más concretamente, en San Sebastián.

Fue así como, por asociación de ideas, me acordé de Pedro Manuel de Ugartemendia. Un protagonista de aquellos hechos y que, además, construyó la ciudad que el mar ha estado a punto de tragarse en estos últimos siete días.

Es un personaje, como muchos de aquella época -por ejemplo su convecino, el muy reaccionario Juan Bautista de Erro-, rodeado de circunstancias novelescas, dignas de Baroja o de Alejandro Dumas padre, y desde luego digno de algo más sólido que menciones sueltas aquí y allá en diferentes artículos. Personalmente no sé a fecha de hoy, y tras estudiarlo siguiendo su pista por muchos archivos -desde los guipuzcoanos hasta el General Militar de Segovia-, si era un héroe y, en tal caso, qué clase de héroe era.

Uno de los estudiosos de la obra de Ugartemendia, el profesor Fernández Altuna, dice que desde 1798 era oficial de Infantería con grado de capitán. Sin embargo, durante la que luego se llamará Guerra de Independencia, no se le conoce una actividad militar contra el invasor napoleónico como la de su pariente Juan José de Ugartemendia, que pide expresamente en el año 1808 ser destinado al frente peninsular para combatir como oficial en el lugar de mayor peligro. Una decidida actitud que le lleva a morir pocos días después de la batalla de San Marcial, donde las energías y el buen humor de este otro andoaindarra de apellido Ugartemendia no dieron para más, tras conducir a aquella aplastante victoria a los voluntarios guipuzcoanos reclutados por Gaspar de Jauregui.

En efecto, por lo que sé a través de varios documentos, Pedro Manuel no combate al invasor napoleónico con las armas en la mano. De hecho, en esas fechas, por ejemplo en el año 1811, está en Tolosa -una de las principales guarniciones napoleónicas en territorio guipuzcoano- haciendo pingües negocios de terrenos con un vecino de esa villa al que en 1813 se le formará proceso por afrancesado.

Es muy probable que Pedro Manuel estuviese jugando en esos momentos un arriesgado papel como informante de las tropas que resisten en esas fechas al invasor, jugándose el ser fusilado si era cogido en esa delicada misión que, en el verano de 1813, se revelará como fundamental para que los ejércitos aliados se apunten la gran victoria de Vitoria que sacude a toda Europa, mostrando lo cerca que está el fin de Napoleón.

Es lo que hay que deducir del hecho de las excelentes relaciones en las que estaba Pedro Manuel de Ugartemendia con el jefe del partido liberal guipuzcoano, el conde de Villafuertes, y la rapidez con la que se le asignó la misión de trazar el plan de reconstrucción de la ciudad en el año 1813. Tarea que, sin lugar a dudas, no hubiera recaído en un afrancesado. Ni siquiera en un juramentado. Es decir, aquellos que – según la división de Miguel Artola en su estudio clásico sobre el tema- se limitan a jurar por fuerza mayor a José I, tratando de sobrevivir a la ocupación como mejor pueden.

De su militancia liberal, y por tanto antiafrancesada, dan también buena prueba los locuaces informes que sobre él escriben algunos clérigos de San Sebastián en el año 1823, una vez que la plaza está ocupada por los Cien Mil Hijos de San Luis que han repuesto “manu militari” a Fernando VII como rey absoluto. En alguno de ellos lo señalan como liberal, aunque moderado. Por lo tanto uno de esos que hacen causa común con los absolutistas para combatir a Napoleón, sin que eso les impida combatirse mutuamente después de haber derrocado al llamado “Tirano de Europa”.

Tras avatares tan nebulosos como los de su papel en la Guerra de Independencia, Pedro Manuel morirá, bastante rico, en Bayona. Refugiado, con muchos años a la espalda que le impiden ejercer el grado de oficial militar con el que firma en la documentación, huyendo del brutal asedio con el que los carlistas -sus viejos camaradas durante la Guerra de Independencia, sus enemigos políticos en 1823- estrechan a San Sebastián una vez más en 20 años. Esta vez bombardeando la ciudad que él, Pedro Manuel de Ugartemendia, ha ayudado a reconstruir, ganando en el envite considerables cantidades de dinero como accionista de la Sociedad de Reconstrucción de San Sebastián  junto con su mujer.

Las virtudes del plan con el que al final hizo posible esa ciudad que los carlistas intentan arrasar desde 1833, así como algunos aspectos de la vida de este oficial, ingeniero y arquitecto, han sido ponderadas por otros historiadores. Caso por ejemplo del ya mencionado profesor José Javier Fernández Altuna, que le dedicó un estudio muy a fondo en la revista de Historia de Andoain “Leyçaur” en el año 2006. O Fermín Muñoz Echabeguren, que también lo destacó en su obra sobre la reconstrucción de la ciudad, publicada igualmente en el año 2006, o, ya sin ir tan lejos, por José Antonio Azpiazu en el suplemento que este periódico dedicó en su edición en papel a los acontecimientos del 31 de agosto de 1813.

Todos ellos señalan que era un plan innovador y Azpiazu, coincidiendo en ello con el arquitecto Pi Chevrot -y con el último artículo en papel del que estas líneas escribe, “San Sebastián antes del incendio de 1813”-, también indica que transformó una ciudad de planta irregular, de trazado muy desigual, en una ciudad neoclásica, racional, despejada por una traza en cuadricula estrictamente geométrica. Eliminando así recovecos, cuestas y otros aspectos muy pintorescos -como decía Pi Chevrot en su reciente exposición sobre el tema, patrocinada por Kutxabank este verano de 2013- para una ciudad con las comodidades actuales -desagües, alcantarillas eficaces, etc…-, pero que, en la práctica del 1800, se traducía en escasa salubridad y en inundaciones parciales cada vez que caían lluvias considerables. Lo cual ocurría en San Sebastián en esa fecha con tanta frecuencia como hoy día.

La eficacia de ese planteamiento urbanístico se ha visto en estas dos últimas semanas, cuando el agua ha corrido por esas calles rectilíneas sin llegar a embalsarse como ocurría antes de 1813.

Naturalmente quienes han sufrido con más ferocidad ese embate dirán que de poco les ha servido. Sin embargo, a eso lo justo, desde el punto de vista histórico, es añadir que Pedro Manuel de Ugartemendia ejecutó el mejor de los planes posibles -al menos el mejor de los que le dejaron poner en práctica- y que si el agua ha llegado tan adentro en la plaza es porque ésta, muchos años después de su muerte, creyó prudente arrasar las murallas -incluidas las del lado del Mar- y abrir allí un paseo que se ha convertido en una verdadera catarata al no encontrar el agua ninguna defensa como la que formaba el pastelón de la Zurriola, que servía tanto de paseo marítimo como de rompeolas. Aparte de como fortificación militar.

En definitiva, lo ocurrido es nefasto, pero podría haber sido mucho peor de haber caído sobre una ciudad sin murallas pero también sin la traza ordenada, neoclásica, límpida, que trazó Pedro Manuel de Ugartemendia mientras junto con otros eminentes burgueses donostiarras reconstruía una de las ciudades más caras de Europa, embolsándose con ello una muy decente fortuna. Para terminar de contarlo todo.

Por Carlos Rilova Jericó

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