Como consta al final de la obra, Mercé Rodoreda escribio La plaza del diamate en Ginebra, entre los meses de febrero y septiembre de 1960. Desde que en 1939, al acabar la Guerra Civil española, la escritora catalana se ve obligada, como tantos otros, a abandonar su tierra natal han pasado vintiun años. Su compañero en el exilio, el escritor Joan Prat (Armand Obiols), a quien está dedicada La plaza del diamante, se ha trasladado a la ciudad de Viena por motivos de trabajo y Mercé Rodoreda, en soledad, va a dar a luz la que hoy es considerada la novela más importante de la narrativa catalana de la posguerra. Al respecto, Gabriel García Marquez, con motivo de la muerte de la autora en 1983 decía:
La plaza del diamante es, a mi juicio, la novela más bella que se ha publicado en España después de la guerra civil.
Alejada pues en el tiempo y en el espacio, Rodoreda vuelve la mirada hacia su Barcelona natal donde ella vivió muchos de los acontecimientos narrados en el relato: Las fiestas populares de Gracia donde tiene lugar el primer encuentro entre Colometa y Quimet, el advenimiento de la Segunda República, la Guerra Civil y la posguerra…La escritora ha vuelto en ocasiones desde su exilio a la Ciudad Condal, lo ha hecho en 1949 o en 1954, con motivo de la boda de su hijo Jordi Gurguí, ha podido volver a recorrer las calles de su infancia y juventud, rememorando los años, sin duda, más intensos de su vida. En ese volver se halla también la necesidad de contacto directo con la lengua en que está escribiendo, el catalán, con una lengua hablada, viva, popular que es la que ha elegido para su narrativa.
Y se hizo el milagro. Actuó la magia. Así, aunque la novela no obtuvo el Premio San Jordi al que se presentó en 1960 con el título de Colometa, al poco tiempo de su publicación por el editor Joan Sales en 1962, se inició un boca a boca entre los lectores que acabó transformándose en un gran éxito de público y también de crítica. De entonces a hoy, la novela, que ha llegado a ser un clásico, ha sido traducida a más de 40 idiomas, adaptada al cine en 1982 por el director Francesc Betriu, con SilviaMunt en el papel de Colometa, convertida en serie televisiva y llevada al teatro en diferentes ocasiones.
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Tres días con la familiaes el título de la película que la joven directora catalana María Coll dirigió en 2009. La directora, a la que recientemente tuvimos ocasión de ver en San Sebastián con motivo de la presentación de su film Todos queremos lo mejor para ella (2013) consiguió en el 2009 un importante reconocimiento por su film: 2 nominaciones al Goya como mejor director novel; Premios Gaudí a la mejor película en lengua catalana, mejor dirección y mejor actriz (Nausicaa Bonnin), y en el Festival de Málaga, mejor dirección, actor ( Eduard Fernandez) y actriz.
Con unos personajes perfectamente definidos y unas excelentes interpretaciones, el film, del que muchos críticos han señalado que se inspira en las fuentes del cine francés actual, nos adentra en el mundo de una familia burguesa conservadora de la cataluña actual en la que el mundo de las apariencias y la hipocresía imperan, intentando sin éxito ocultar y enmudecer los problemas y ahogar los sentimientos.
Marzo 2014
En una bellísima escena de ‘La plaza del Diamante’ de Mercè Rodoreda, Natalia, contempla una gran caracola decorativa, de esas que reproducen “el quejido del mar”, y piensa que “a lo mejor cuando nadie lo escucha, adentro no hay ruido”, que en las caracolas marinas “no hay olas cuando a la entrada del agujero no se pone ninguna oreja”.
Pues bien, en una entrevista publicada hace unas semanas, Guadalupe Echevarria, aludiendo al programa de exposiciones de 2016, afirmaba que es “fundamental” que entre el público que acuda a las muestras “surja el no lo entiendo. Que es un paso esencial para alguien que se enfrenta a una cosa que le va a poner en el punto cero de sus capacidades de comprensión y asimilación”.
Al leerlo me ha venido a la cabeza esa escena de ‘La plaza del Diamante’. Porque estoy convencida de que el arte revela y defiende el sentido; nos ayuda a encontrar y a preservar lo que aún tiene sentido en el mundo que nos toca vivir. Y basta para comprender lo fundamental de esa aportación con asomarse, por ejemplo, a la actualidad de una Europa que conmemora el horror de la Primera Guerra Mundial al tiempo que ve, sin ideas de respuesta, cómo resurgen o se reaniman los viejos fantasmas del oscurantismo y la intolerancia que provocaron los desastres. O basta con inventariar algunas de las innumerables estrategias diseñadas, obviamente a conciencia, para alentar entre la ciudadanía la inmadurez, cuando no la estupidez.
El arte descubre, alumbra, preserva el sentido (también el común). Y por eso no creo que quepa la opción del “no lo entiendo” en la relación entre una obra de arte y su público; o por ponerlo de otro modo, creo que el sentido de una obra artística y el entendimiento de quien la recibe están en una relación de necesidad, como las olas y la oreja en la caracola imaginada por Natalia. Que si no hay oído que capte el sentido no hay, sencillamente, arte. Que el arte se cumple en la comunicación, en la revelación que produce en la llegada, en el contacto con su receptor
Por eso no me pierdo ninguna de vuestras tertulias